El recién nacido (historia increíble)
Cuando se escribe sobre ciencia ficción temprana, siempre salen a colación países como Estados Unidos, Gran Bretaña o Francia y nombres como Edgar Allan Poe, Mary Shelley o Herbert George Wells. Pero España tuvo su propio proceso de descubrimiento y experimentación en torno a temáticas afines a la misma durante el propio siglo XIX. Como prueba de tal afirmación, me veo en la necesidad de compartir con los lectores algunos datos sobre un relato muy especial, que versa sobre la modificación temporal del ciclo vital y que vio la luz más de medio siglo antes de que F. S. Fitzgerald publicara su célebre El curioso caso de Benjamin Button.
Hasta 2021, lo poco que sabía sobre los aportes españoles a este corpus literario se circunscribían a unos pocos ejemplos. Sobre todo El Anacronópete (1887), de Enrique Gaspar y Rimbau, por su fama adquirida a través del revisionismo por parte de gente ajena a la literatura especializada en la materia y que encumbró aquella novela como la precursora de los viajes en el tiempo. En aquel año tan complicado en todos los sentidos apareció en las librerías Mundos al descubierto. Antología de la ciencia ficción de la Edad de Plata (1898-1936), prologado y compilado por Juan Herrero-Senés y editado por Editorial Renacimiento. Aquel primer trabajo abarcó un periodo muy concreto de tiempo, haciéndonos llegar relatos firmados por personas tan aclamadas como Emilia Pardo Bazán o Miguel de Unamuno y otras no tan conocidas para los profanos como Rafael López de Haro, cuyo relato El caso del doctor Iturbe (1912) ya ha sido reseñado y resumido en el blog.
En la citada antología de 2021, Herrero-Senés – quien hasta hace muy poco era profesor de la Universidad Colorado Boulder de Denver, y que ahora ha retornado a España – decía que la ciencia ficción fue un género de relevancia menor en ese primer tercio del siglo XX. No por falta de ejemplos o autores, sino por su escasa visibilidad dentro de la producción literaria. Herrero-Senés destacaba que, más que abundancia de autores centrados en la producción de obras de este tipo, lo más común era encontrarse con incursiones puntuales. No existía una corriente con suficiente fuerza para dar a la ciencia ficción un espacio destacado entre las sempiternas novelas costumbristas o románticas y los folletines o comedias que tan en boga seguían estando.
Sin embargo, sí que había sitio para la especulación, la fabulación o la imaginación. Jugando con los modos de entonces, retorciéndolos hasta cierto punto y tratando de superar ciertos límites impuestos por la crítica – que no terminaba de ver en todo aquello más que simples devaneos –, los valientes que fueron más allá de las narraciones comunes lograron que proliferaran títulos de todas las extensiones.
Llegamos así a Más allá. Antología de la ciencia ficción española del siglo XX, donde Herrera-Senés ha redoblado su apuesta por ofrecer a los interesados una nueva tanda de contenido en consonancia con el trabajo mencionado más arriba, no sin dejar constancia de la existencia de más bibliografía útil en ese mismo sentido (y ahí destaca Historia de la ciencia ficción en la cultura española, de Teresa López-Pellissa). Estos veinticinco textos ahora reunidos aparecen reunidos en tres bloques diferenciados según la traslación espacial o temporal que en ellos se aborda o el trato que se hace en los mismos sobre los avances de la ciencia y sus posibles efectos en la sociedad.
Llegados a este momento, y sin nada que ocultar por parte de quien esto escribe, he de confesar que nada sabía sobre Ricardo Becerro de Bengoa (1845-1902) hasta hace unos días, cuando puse mis manos sobre mi ejemplar de esta nueva antología. No hablo solo del escritor, sino de la persona. Natural de Vitoria, y aun tenido en alta estima en aquellos lares, fue diputado en las Cortes por la ciudad en las elecciones de 1886, 1891, 1893 y 1898, además de ser senador por Álava en 1901. Estudiante de ciencias en Villarreal, Valladolid y Madrid, acabó siendo Doctor en Ciencias y catedrático de Física y Química en el Instituto de San Isidro. Dirigió revistas y publicaciones y colaboró en otras tantas. No hacía ascos al dibujo ni tampoco a la escritura, dejando tras de sí una extensa producción. Entre ella se encuentra el relato que precede al ilustre trabajo de Fitzgerald, que vio la luz en mayo de 1922 en el seno de la revista Collier’s para después ser recogido en su antología Tales of the Jazz Age.
Siguiendo con la bibliografía presentada por Herrera-Senés como base para Más allá, he incurrido en un error que ha sido subsanado casi al instante por Mariano Villarreal González a través de redes sociales, donde habitualmente comparto todo lo que escribo. Lanzando mis primeras impresiones sobre El recién nacido (historia increíble), en primera instancia señalé que apareció por primer vez en 1900, cuando en realidad se remonta hasta 1870, cuando fue publicado en el periódico bilbaíno Irurac-Bat poco después de que Becerro de Bengoa lo concibiese en la estación de ferrocarril de Venta de Baños, mientras esperaba el tren. Esta última información me ha sido facilitada por Mariano en forma de enlace que me ha llevado hasta el blog Celedones de Oro, que hace alusión a la distinción más popular que anualmente se concede en la provincia de Vitoria-Gasteiz. La entrada del blog que ahonda en la figura de Becerro de Bengoa y que aclara la cuestión sobre la antigüedad del relato data de enero de 2021 y corre a cargo de Eduardo Valle Pinedo, a quien le debe ser dado el merecido crédito en todo lo tocante a este extremo. Si bien es cierto que hubo una edición de El recién nacido en 1900 y que es posible que Herrero-Senés consultase o tuviese acceso a alguna copia digital de la misma, impulsada por Rodríguez Serra (Biblioteca Mignon. Puede consultarse en la Biblioteca Digital de la Junta de Castilla y León), no es ahí donde debe fijarse su origen.
Siguiendo con el recorrido ofrecido por Eduardo Valle Pinedo, El recién nacido disfrutó de una segunda oportunidad gracias a Fermín Herrán, quien lo incluyó en su Biblioteca Escogida-1ª Selección en Vitoria en 1872. Habría que esperar dieciocho años para que el propio Herrán incluyese el relato en La Ilustración de Álava, publicación que dirigía por entonces. Valle Pinedo informaba que la Fundación Sancho el Sabio cuenta con una tercera publicación del cuento que data de 1900 y que resulta ser la citada por Herrero-Senés al comienzo de Más allá. Por si fuera poco, ha sido toda una sorpresa encontrar el dato que afirma que este cuento tuvo cierto recorrido tanto en Inglaterra como en Estados Unidos. Gracias una vez más a Valle Pinedo, podemos descubrir que el relato de Becerro de Bengoa apareció el uno de septiembre de 1888 en el Yorkshire Post inglés, rebautizado como The New-Born Child. En cuanto al caso americano, este fue más precoz que el anterior, remontándonos a febrero de 1873, cuando el periódico angelino La Crónica – único periódico de habla hispana en el sur californiano, o así es como se presentaba – se hacía eco de esta fascinante historia.
Ahora sí, toca dedicar unos párrafos al argumento de El recién nacido. Sin duda, se trata de una extraordinaria crónica, que no debería dejar indiferente a cualquier lector interesado en la ciencia ficción. Menos aun cuando ya están aclarados sus antecedentes y se conoce, siquiera gracias a su versión cinematográfica, El curioso caso de Benjamin Button.
Nuestra historia se ambientaba 1870 y arrancaba con la muerte de un desconocido y extraño bebé, de apariencia inverosímil para un infante de tan corta edad. Cuando el mismo fue hallado – suceso que acaeció un par de años antes, cuando sus cuidadores declaraban que parecía más mayor que en el momento del deceso – el bebé portaba consigo ciertos documentos que daban fe de una vida extraordinaria. Una trama que podría haber sido atribuida a las mentes más peregrinas o inestables, pero que aseguraba que ese pequeño no era tal, sino un hombre de extraordinaria edad y destino. Reunidos en concilio, y gracias a los conocimientos lingüísticos de uno de los presentes, pudo comenzar la lectura de los dichosos papeles, los cuales narraban una experiencia imposible que retrotraía a los oyentes – y a nosotros – hasta 1785, cuando el anciano de 85 años José Antón se puso en manos del curandero Juan Manuel de Ursúbil.
Este hombre sabio pero mal visto por las autoridades guardaba un secreto que solo iba a compartir con su amigo, mucho más mayor que él. El alcohol y la arrogancia propia de quien se cree por encima de lo establecido hizo que el curandero prometiese a José algo imposible: alargar su vida de forma indefinida. Gracias a un ingenio muy complejo y a la sangre de un infante – un nieto suyo que se recuperaría en escasas fechas –, Juan Manuel logró su propósito. O eso es lo que creía. Para ello, primero desangró al anciano hasta dejarlo al borde de la muerte, pues solo entonces podría ser reanimado con renovado vigor por la sangre infantil. Hay aquí cierta alusión al mito vampírico y a las supuestas capacidades rejuvenecedoras de la sangre juvenil. Luego, y gracias al susodicho ingenio, conectó al donante y al receptor mediante sendos alambres, gruesos y largos. Los alambres fueron introducidos en los cuellos del niño y el anciano, favoreciendo el intercambio del fluido vital, que debía ser protegido a toda costa de la exposición al aire, pues dicha eventualidad daría al traste con el proceso.
- Esto es prodigioso y no ofrece ningún peligro; el viejo pierde su sangre; ahí está en el caldero y parece barro; esos son ochenta y cinco años, con todas sus picardías y dolores; ese es el armazón carcomido. […] La sangre es fuego; una sola gota sirve de base a una vida, y esta a una generación entera.
El proceso de curación fue lento y el anciano – el niño se restableció de forma más rápida – debió reposar en casa del curandero durante una quincena, merced a varias excusas que se dio a su familia a fin de tranquilizarla. Una vez superado el plazo, los efectos no tardaron en ser patentes. De forma lenta pero constante, José recuperó color, agilidad y agudeza visual. Unos síntomas esperanzadores para el curandero, que pretendía repetir el proceso consigo mismo llegado el momento oportuno y una vez que decidiese compartir los entresijos de su experimento con su primer paciente, a quien creía haber dotado de una potencial inmortalidad. Una nueva vida que, sin embargo, no iba a tener efectos físicos notables José, que seguiría atado a su apariencia de forma permanente.
Lo curioso es que Juan Manuel había errado en sus cálculos, revirtiendo de alguna forma el ciclo vital de José, que en adelante no dejaría de rejuvenecer. El anciano cumplía años mientras a ojos de sus familiares y vecinos parecía perderlos. Las arrugas de sus manos remitían, le volvía a crecer el pelo, y la postura torcida de su cuerpo se iba enderezando. Algunos familiares de José fueron perdiendo la vida, mientras las habladurías se extendían en la barriada de Berunegui. La situación acabó por tornarse insostenible para ambos compañeros en el secreto, que decidieron abandonar el lugar y buscar discreción al otro lado de la frontera con Francia. En ningún lugar, sin embargo, estaba libre José de la desgracia y de las miradas indiscretas. Su extraordinaria naturaleza levantaba suspicacias en cuanto permanecía más tiempo del debido en cualquier lugar. Entre idas y venidas, Juan Manuel veía cómo su tiempo se acababa, sin poder terminar de instruir a su amigo en el secreto de su procedimiento, pues el mismo había resultado ser imperfecto sin que el curandero pudiese hallar la razón durante demasiado tiempo. Solo en un momento crítico halló el sabio una hipótesis plausible.
- … Tú estabas vacío; tus venas y tus arterias, después de la gran sangría, estaban plegadas como un paraguas mojado, e iban a recibir por inyección el torrente restaurador de la sangre de mi nieto. ¡Maldita cena! Al verificar la operación, yo herí con mi aparato a mi nieto en una arteria, y a ti, ¡oh efectos de la borrachera! ¡y a ti en una vena! Por tus venas corre sangre arterial, y por tus arterias sangre venosa. ¡Qué hacer sino regenerarte! ¡Qué ha de suceder sino dolerte el pecho cuando respiras! Tu circulación marcha al revés. Tú vives al revés que los demás hombres. Tu organismo se va reconstruyendo, al contrario de lo que nos sucede a los demás. Toda la humanidad marcha hacia el día del juicio; tú al contrario, tú caminas hacia el sexto día de la creación.
El destino de José era seguir cumpliendo años al mismo tiempo que su cuerpo los perdía. Triste contradicción que le condenaba de por vida a ser un paria, mintiendo sobre su origen y debiendo borrar sus huellas cada cierto tiempo. Desde Europa hasta América, desde México – donde incluso convivió con una tribu india que le puso el mote de Yhokerr-oytcho (el gran mentiroso) – hasta Estados Unidos, y de allí de vuelta a su tierra natal. Sin esperanza, sin remedio, sin tiempo… Todos nacemos inútiles y, con suerte, podemos morir siendo ancianos mientras nos seguimos valiendo por nosotros mismos. ¿Pero y si ocurriese al revés? ¿Podéis siquiera imaginarlo?
Félix Ruiz H.
Imágenes obtenidas a través de la biblioteca digital de la Junta de Castilla y León.
Enlaces de interés:
https://bibliotecadigital.jcyl.es/en/consulta/registro.do?id=33300



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