De Vermis Mysteriis y el mal de Jerusalem´s Lot
Y el latín fue reemplazado por una lengua más antigua, que ya era arcaica cuando Egipto estaba en sus albores y las pirámides aún no habían sido construidas, que ya eran arcaicas cuando la Tierra aún flotaba en un firmamento informe y bullente de gas.
- ¡Gyyagin vardar Yogsoggoth! ¡Verminis! ¡Gyyagin! ¡Gyyagin! ¡Gyyagin!
No hace mucho tiempo que mencioné que dos de mis últimas lecturas habían tenido un nexo de lo más inesperado y llamativo. Ambas eran totalmente diferentes entre sí. Un cómic de Deadman y un relato de Stephen King que, para mi sorpresa, mencionaban un grimorio apócrifo de Robert Bloch, muy conocido entre los que gustan de las historias lovecraftianas: De Vermis Mysteriis.
A la lectura de ambas siguió El misterio de Salem’s Lot, la segunda novela publicada por King, lo que me llevó a la errónea conclusión de que el capítulo autoconclusivo aparecido en Night Shift (El umbral de la noche, como se tradujo por estos lares) en 1978 era una precuela escrita posteriormente por el escritor de Portland. Lo cierto es que la desconcertante historia de la casa Chapelwaite era anterior a la infestación vampírica del pueblo y que King ya había imaginado los eventos relacionados con los Mitos de Lovecraft en 1971. Por ello, voy a lanzar este post en el que se narrará las historias de Charles Boone y Calvin McCaan. Sin atender a adaptaciones, como la reciente Chapelwaite, protagonizada por Adrien Brody. Solo a lo escrito hace más de cinco décadas.
Para ello, empezaremos por el propio grimorio, que luego aparecerá en la iglesia abandonada del asentamiento conocido como Jerusalem’s Lot y que conjurará un mal oculto desde hace eones bajo ella. La traducción usada en la versión española de Night Shift ya revela la naturaleza insondable – y un profundo respeto hacia las obras del autor oriundo de Chicago – de la criatura adorada por los antepasados de Boone.
Los textos que a la larga serían conocidos y nombrados como Los misterios del gusano fueron mencionado por primera vez en 1933, de manos del propio Robert Bloch, en El secreto en la tumba (The Secret in the Tomb), a modo de simple curiosidad y conociéndose solo el contenido de algunas de sus páginas. Sería en El vampiro estelar (The Shambler From The Stars, 1935) donde conoceríamos más detalles sobre Ludwig Prinn, caballero flamenco de la Novena Cruzada que escribió el grimorio mientras esperaba ser ajusticiado tras toda una vida de aprendizaje de los antiguos secretos. Un recorrido que comenzó cuando fue capturado por los sarracenos y posteriormente esclavizado por taumaturgos.
Este personaje no es ajeno para los estudiosos y continuadores de los Mitos, ya que ha sido señalado, referenciado y usado en multitud de ocasiones. En cuanto al título del libro que escribió Prinn, el propio Bloch dejó de usar su fórmula latina, cosa que sí hicieron otros. Entre ellos, el propio King. Por ello, no es descabellado afirmar que fueron muchas las manos que intentaron decodificar el contenido de De Vermis Mysteriis, que cuenta con un recorrido digno de un texto aparte. Quizá algún día. De momento, hemos de centrarnos en la también ficticia localidad situada en algún punto del estado de Maine, entre Cumberland y Falmouth, y en concreto en el mal que acecha en Chapelwaite y sus alrededores, fruto de las más bajas de las perversiones.
Mediante cartas dirigidas a un amigo enfermo primero y a otros conocidos después, Boone – viudo hacía poco tiempo – trasladaba a los lectores al mes de octubre del año 1850. El lugar al que el heredero de la casa de su primo Stephen y el eficaz y discreto McCaan se acababan de mudar era cercano al asentamiento original de Jerusalem’s Lot, pueblo que se haría célebre tanto en la ficción como en la realidad a mitad de los setenta. Aunque lo era aún más a la localidad de Preacher’s Corner, en la que el sirviente debería asegurar el suministro regular de todo lo necesario para la vida en la gran casa durante el cercano invierno. Aunque, para sorpresa de ambos, las gentes del lugar eran reticentes a ofrecerles ayuda. Eso en el mejor de los casos, pues había personas en los alrededores que tachaban de locura la sola idea de vivir en Chapelwaite.
A mediados del mes de octubre, y algo más familiarizado con el lugar, Charles solicitó la ayuda de uno de sus conocidos para contactar con un historiador que pudiese compartir con él datos, rumores u otros elementos folclóricos relacionados con Jerusalem’s Lot. Tenía interés en conocer los motivos tras las suspicacias de los locales. Al mismo tiempo, el protagonista informaba a su amigo enfermo de la llegada a la casa de cuatro muchachas provenientes del pueblo, todas ellas supervisadas por una mujer más madura, que se encargarían de limpiar y poner orden en un lugar que llevaba parcialmente abandonado más tiempo del que el nuevo propietario creía.
Las mujeres del servicio estaban muy inquietas, y la razón fue revelada muy pronto por su supervisora, que respondía al nombre de señora Cloris. El lugar era percibido por mucha gente de Preacher’s Corner como siniestro, sobre todo por culpa del anterior habitante de la casa, Stephen Boone. Cloris refirió una disputa familiar entre el padre de Stephen y su hermano Phillip, la cual había acontecido hacia 1789. Sin dar más detalles, se nos hace partícipes del secretismo que rodea a la casa y su trágica historia, que explotará páginas después.
Desde aquel conflicto, se decía que nadie podría ser feliz entre aquellas paredes. La historia – parte de ella, mejor dicho – era conocida por Charles. Según compartió con la señora Cloris, su tío Randolph tuvo que ver con cierto accidente en las escaleras que conducían al sótano y que costó la vida de la hermana de Stephen. Tras aquello, Randolph se suicidó. Aquella tragedia, unida a otros rumores sobre desapariciones y rituales oscuros, hicieron de aquella casa un lugar que repudiar y evitar para quienes vivían en el pueblo.
Aquella misma noche, Calvin solicitó a Charles que le acompañase arriba, a un estudio en el que se encontraba leyendo. Tras las paredes de la estancia se podían oír ruidos extraños. Gorgoteos, arañazos e incluso sonrisas que Charles atribuía a la presencia de ratas, pero que comenzaban a desestabilidad al siempre tranquilo McCaan. Lo más llamativo fue que, en plena búsqueda del origen de los ruidos, Calvin topó con mapa de un pueblo o una aldea, cuya iglesia estaba marcada con una leyenda que decía “El Gusano que corrompe”.
Al día siguiente, ambos marcharon en una excursión cuyo objetivo era encontrar aquel esquivo lugar marcado en el mapa. Tras unos pocos kilómetros recorridos, ambos llegaron a su destino, que estaba totalmente abandonado. Jerusalem’s Lot contaba con muy pocos edificios, presididos por un campanario que presentaba una cruz ladeada. La exploración de la zona no se hizo esperar, y los dos turistas se adentraron en las edificaciones. Ambos constataron algo muy llamativo: el ambiente era pesado y maloliente, pero estaba muy bien conservado. De hecho, no había signo alguno de vandalización. Algo a todas luces inverosímil, conociendo la naturaleza humana y las muy extendidas prácticas en lugares similares. Casi parecía que todos se habían esfumado de repente, merced a algún evento repentino e inesperado.
Tras una rápida visita a la taberna y a un par de casas, la atención de Charles y Calvin se focalizó en el edificio principal. Tras dar unos cuantos pasos en su interior, los dos advirtieron que no se trataba de un recinto religioso común. Según escribía el propio Charles a su amigo enfermo, ahí no estaba Dios. Al menos, el dios al que él profesaba su fe.
Los abandonados y fantasmales bancos de la iglesia estaban presididos por un púlpito tras el que los dos convivientes de Chapelwaite fueron testigos de otro signo de depravación en forma de cruz dorada y ricamente labrada, pero invertida. En el atril reposaba un libro que llamó la atención de Charles, que hizo oídos sordos a las quejas de Calvin. Sus páginas estaban escritas en caracteres latinos y rúnicos, y su título era De Vermis Mysteriis, Los misterios del gusano. Al contactar directamente con el tomo, Charles sintió un estremecimiento bajo sus pies, al mismo tiempo que creyó escuchar un coro de voces apagadas. McCaan participó de esas mismas sensaciones, por lo que su amo no estaba en disposición de asegurar que todo se debiese a una suerte de alucinación transitoria, sobrevenida por la impresión de estar en un lugar tan particular y oscuro.
La actividad extraña en la casa se acrecentó y los ruidos fueron a más. Cuando le era posible, Charles carteaba a su amigo Bones para hacerle partícipe de todo cuanto ocurría dentro del hogar y en sus escasas visitas a Preacher’s Corner, donde nunca era bien recibido. Solo la señora Cloris parecía apiadarse de Boone, mientras le rogaba que abandonase su nueva morada. Según se rumoreaba, la visita de Boone a Jerusalem’s Lot había tenido efectos perniciosos en el pueblo más cercano a la casa, en el que se sucedían eventos que señalaban que algo terrible estaba a punto de ocurrir. La historia de la casona estaba relacionada con todo el asunto, que se retrotraía a la época en que los hermanos Robert – abuelo de Charles – y Phillip Boone discutieron por culpa de un libro que se hallaba en poder de este último: De Vermis Mysteriis. ¿Era el mismo que se encontraba en el atril de la iglesia abandonada?
La señora Cloris dijo a Charles lo que todos pensaban de Phillip y sus familiares: que eran unos locos. Y no solo eso. Todos los habitantes del antiguo asentamiento – junto al propio Phillip – de Jerusalem’s Lot desaparecieron en la misma fecha: el 31 de octubre de 1789. ¿Qué fue de ellos? Ni la sirvienta ni nadie más iba a resolver duda alguna.
Tras todas las cartas anteriores, el relato incluyó algunos apuntes del diario de Calvin, que llevaba adelante su propia crónica. En el primero de ellos, adelantaba que ambos se habían topado con algo horrible en el sótano de la casa, y que Charles llevaba días encamado debido a ello. ¿Qué había ocurrido?
Cuando ambos se decidieron a bajar a ese lugar, que todavía no habían pisado, una terrible visión emergió desde los oscuros rincones del habitáculo: el hace tiempo fallecido Randolph Boone, con las marcas de la improvisada horca con la que acabó con su propia vida; y su hija, con el cuello ladeado en un ángulo imposible. Quizá la señora Cloris tenía razón. Quizá la visita a Jerusalem’s Lot había sido una idea terrible y el libro que se escondía en su iglesia había despertado un mal durmiente que rezumaba ponzoña.
El último acto de esta historia escrita por Stephen King se precipitaba cuando Calvin hallaba el diario de Robert Boone y descifraba su contenido. En él se hablaba del que a la postre era el gran culpable de lo que estaba ocurriendo: James Boon, fanático religioso que fundó Jerusalem’s Lot en 1710, antes de la existencia de Chapelwaite y de Preacher’s Corner. James se escindió del puritanismo antes de asentarse en el lugar, donde todo giraba alrededor de él y sus excesos. Este hombre era el tatarabuelo de Charles. Un lazo de sangre que parecía estar unido a la locura, la desgracia e incluso a cosas mucho peores.
El diario empezaba y acababa en los días previos a la desaparición de los habitantes de Salem’s Lot y de su hermano Phillip, quien poco a poco daba muestras de su incipiente demencia, al mismo tiempo que trataba de hacerse con un ejemplar del grimorio imaginado por Robert Bloch. Phillip era un verdadero devoto de James Boon y de su nueva fe, basada en el indescifrable contenido del extraño libro. El ambiente en la casa se enrareció cuando el libro entró en las vidas de los hermanos. Los ruidos se sucedieron, y los signos demoníacos aparecieron en Preacher’s Corner, tal como estaba sucediendo tantos años después. Las notas del abuelo de Charles acababan tras una visita a la comunidad del clérigo y lo que allí se insinuaba, sin que se nos den respuestas definitivas. El clímax estaba a punto de llegar.
Ese final fue desglosado por el propio Charles Boone a su amigo Bones. En una carta escrita el 4 de noviembre de 1850, el protagonista se expresaba de la forma más clara posible, tras una última visita a la iglesia de Jerusalem’s Lot y la pérdida de su apreciado amigo Calvin McCaan, que no quiso dejarle solo aunque le fuese la vida en ello.
El templo del asentamiento había cambiado desde su última internada. Donde antes había un inexplicable orden, ahora se vislumbraba una destrucción implacable. Un cordero inmolado les miraba desde encima del libro prohibido, que continuaba en el atril. La intención de Charles era destruirlo, pero el solo hecho de tocarlo pareció distorsionar la realidad. Boone vio espectros desfilar ante sus ojos. Un número indeterminado de personas se sentaron en los bancos de la iglesia, de nuevo en buen estado. Presidiendo aquella reunión blasfema estaban James y Phillip Boone. El sacerdote empezó a recitar en latín, que justo después dio paso a un idioma más antiguo. La pausada letanía se convirtió en euforia y gritos que rogaban por la presencia de una entidad residente en un lugar incomprensible para nuestro corto entendimiento.
El suelo bajo el púlpito se abrió mientras el propio Charles continuaba con la invocación comenzada por su antepasado. Yogsoggoth, el Innombrable, estaba a punto de adentrarse en esta realidad. Calvin logró que su señor volviese en sí del trance en el que se encontraba, mientras una mole pestilente de carne gris emergía desde las profundidades de la iglesia. La pesadilla en forma de gusano solo pareció sufrir y replegarse cuando Boone prendió fuego al ejemplar de De Vermis Mysteriis. En el proceso, Calvin fue lanzado por los aires y Charles tuvo la oportunidad de escapar, huyendo así del guardián del gusano, que no era otro que James Boon. El fundador de Jerusalem’s Lot pretendía llevarse a su descendiente consigo hacia la oscuridad en la que su dios continuaría reposando hasta que fuese convocado de nuevo. Por suerte para Charles, el sacrificio de McCaan permitió que conservase la poca cordura que le quedaba.
Al quemar el libro se frustraron los planes de Eso y Boone tendría la oportunidad de cortar la cadena de sangre que le unía a toda aquella pesadilla. Estaba decidido a acabar con su propia vida, y lo haría. Para su desgracia y la de todos los habitantes de esta dimensión, no era el último de su linaje, ya que Robert Boone tuvo dos hijos bastardos, uno de los cuales había perpetuado su apellido hasta 1971, año en el que James Robert Boone se instalaba en Chapelwaite, condenado a vivir los mismos eventos que sus ancestros. Él era el último receptor de todas las cartas y los diarios que habían desfilado ante nuestros ojos, y también el nuevo y más que probable portal que conectaba a Yogsoggoth con Jerusalem´s Lot. ¿Emergería de nuevo allí? ¿O se trasladaría a otra localidad? ¿A Derry, quizás?
Félix Ruiz H.
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