Uzumaki: ¿Qué causa la maldición de las espirales?
En la entrada anterior, se expusieron una gran variedad de ejemplos de cómo actuaba la desconcertante maldición que afectaba a todo lo que rodease el estanque de Kurouzu. A partir de cierto punto de la trama de Uzumaki, la masa de agua que constituía el centro del pueblo daba paso a una estructura claramente artificial que se adentraba en el interior de la tierra, en cuyo fondo se escondía lo que se supone que era el verdadero culpable de todo.
Por desgracia, el problema planteado por Junji Ito se basa más en las suposiciones que en las certezas. La interpretación del origen de todo puede ser subjetiva, pudiendo cambiar ciertos matices según el lector. Por nuestra parte, seguiremos las hipótesis de Shûichi, personaje que verbaliza las dudas que cualquiera de nosotros podría hacerse. Son sus comentarios, dudas y reflexiones los que permiten dotar de cierta lógica a todo lo que acontece en las páginas del manga. Eso, y los dibujos que podemos observar. La no inclusión en la última adaptación animada del capítulo especial que sí aparece en el volumen integral editado por Planeta Cómic – desconozco si los más recientes tomos de ECC Ediciones hicieron lo propio –, cuyo nombre es Galaxias, tampoco ayudó a los profanos a tener más bases sobre las que debatir. Pero dejémonos de rodeos y lancémonos de cabeza hacia las espirales. Con spoilers, por supuesto.
Como ya sabéis, es Shûichi quien más motivado se encuentra a la hora de intentar explicar la hipnótica amenaza que acecha en Kurouzu. Desde un primer momento, expresa en voz alta que algo anda mal en la localidad costera, intentando convencer a Kirie de que lo mejor sería marcharse de allí lo más rápidamente posible. Por desgracia, no terminan de dar el paso y las desgracias comienzan a acumularse a su alrededor.
La contaminación de las espirales comienza a hacer estragos en el pueblo, siendo la familia del propio Shûichi una de las primeras afectadas directamente. La obsesión patológica por las espirales desarrollada por su padre termina teniendo efectos físicos devastadores en el hombre, que acaba muriendo dentro de una gran tinaja a cuyos bordes adecuó su anatomía, con terribles resultados. Su cremación ofrece la primer gran pista de que todo gira alrededor del estanque. Las cenizas del hombre forman un remolino en el cielo, que incluso adopta momentáneamente sus rasgos faciales, para a continuación descender frenéticamente hacia las aguas y desaparecer. Un hecho que es atestiguado por todos los asistentes al funeral y que será una constante desde ese momento en adelante. Por si fuera poco, las cenizas de los difuntos se acumulan en las orillas del estanque, siendo una suerte de vector de transmisión a otros elementos, como la arcilla.
La paranoia del joven estudiante no para de aumentar conforme los encuentros con las espirales se repiten, adoptando formas cada vez más enrevesada. Con su madre siendo atendida en unidades de salud mental, Shûichi se obsesiona con las espirales hasta el punto de que apenas come o duerme, mientras intenta convencer a su novia de la necesidad de marcharse. Por una razón u otra, no lo hacen.
Más pistas y reflexiones en voz alta de uno de los protagonistas nos dan más indicios sobre las espirales de Kurouzu. Mientras varias personas del pueblo mueren en extrañas circunstancias, Shûichi hace partícipe a Kirie de sus sospechas. Según cree, al igual que los remolinos son capaces de atraer cosas hacia sí, las espirales son representaciones gráficas de las mismas, teniendo el poder de atraer las miradas de la gente. Además, quienes han sido “poseídos” por ese extraño mal se sienten impulsados a atraer miradas ajenas y empujados a destacar, aunque deban morir para ello. La propia Kirie – o, mejor dicho, su pelo – se infectó, siendo salvada por su novio en el último momento, antes de que su energía fuese totalmente absorbida por sus exuberantes tirabuzones, que necesitaban de cantidades cada vez mayores de nutrientes para crecer.
Para echar más leña al fuego, está el asunto de los denominados “caracolenses”, una metamorfosis extrema que convierte a varias personas en una especie de caracoles humanoides, con capacidades reproductivas incluidas. Durante un segmento significativo del manga, Shûichi se ausenta quedando encerrado en su casa, con la creencia errónea de que así estaría a salvo. Pero vuelve a la acción cuando una serie de tifones cada vez más fuertes comienzan a azotar todo Kurouzu, un fenómeno meteorológico inusual que parece provocado por el estanque, que acaba por absorber cada uno de ellos.
Un síntoma particularmente extraño de todo lo que estamos contando es que las casas más antiguas del pueblo, las conocidas como nagaya, parecen ser las únicas edificaciones capaces de soportar el azote de los elementos. Una nagaya – casa larga, traducido literalmente – es un tipo de vivienda japonesa antigua y de madera que consistía en un solo edificio largo dividido en varios espacios que constituían viviendas individuales. Algo así como las actuales casas adosadas. Muchas de esas casas estaban semiabandonadas y escondidas entre las calles más céntricas de Kurouzu, siendo posteriormente habitadas por aquellos supervivientes que iban buscando refugio y protección frente a los tifones o las distintas infecciones. Ante la inexacta creencia de que las nagaya otorgaban inmunidad, los supervivientes decidieron hacinarse dentro de ellas y expandirlas con los restos de los edificios circundantes, anexándolas todas en forma de espiral y haciendo curvas concéntricas alrededor del estanque.
Aunque sí que eran eficaces contra ataques externos, las nagaya no libraban a sus habitantes de los efectos de las espirales. Cuando ya todos los que están dentro de los difusos límites de acción de la maldición y ven imposible su huida, sus cuerpos se deforman hasta tal extremo que casi la totalidad de ellos quedan enredados unos con otros mientras se afanan por unir todos los huecos que separan las antiguas casas. Solo Kirie y Shûichi sobreviven a estos últimos eventos, mientras su huida los conduce hacia el estanque.
Momentos antes, Shûichi vuelve a reflexionar sobre el pueblo y las espirales. Según comparte con Kirie, el hecho de que las nagaya aguanten los tifones podría ser una prueba de que lo que les está pasando no es más que el último episodio de un ciclo que se repite cada cierto tiempo. Puede que desde la antigüedad. Habla de ciclos centenarios, en los que los habitantes de la zona construyen pueblos en forma de espiral que finalmente son arrasados hasta sus cimientos. Quizá por eso, y por la ausencia de supervivientes que puedan relatar lo sucedido a las generaciones posteriores, nuevos asentamientos son levantados en la zona bastante tiempo después, quedando otra vez condenadas cuando la maldición vuelve a desatarse. La ausencia de tradiciones y leyendas al respecto apuntan en esa misma dirección, aunque es difícil asimilar que nadie en todo Japón haya reparado en que esa zona en particular acaba deshabitada cada cierto tiempo, cuando los lectores vemos como hay gente de las localidades cercanas que se han acercado a ayudar e incluso se ha informado de los tifones a través de informativos. Supondremos que hablar de verosimilitud en casos como este queda fuera de lugar.
Las nagaya acaban conectando con el propio estanque, cuyas aguas parecen haberse evaporado repentinamente. Para sorpresa de protagonistas y lectores, las aguas escondían una enorme construcción, claramente hecha por manos humanas, que descendía hasta una gran profundidad. Una larguísima escalera de caracol invitaba a descender y ahondar en el misterio, uno que podría datar de hace milenios. Desconocemos qué civilización pudo crear semejante lugar, pero sí que podemos inferir que se hizo para rendir culto a alguna divinidad.
Cuando tanto Kirie como Shûichi terminan por caer al vacío, no lo hacen sobre una superficie dura, sino por los blandos restos de todos aquellos habitantes de la zona que han acabado por ser atraídos por aquel agujero y han descendido hasta sus entrañas. Allí había una miríada de cuerpos retorcidos. Algunos recientes, otros ya fosilizados. Y, a su alrededor, una serie de enormes espirales que formaban unos edificios muy particulares.
Esas ruinas, pues a eso se asemejan, parecen estar vivas y palpitar. Enormes espirales, que casi parecen ojos, se multiplican y unen. Una visión que bien podría achacarse a una entidad cósmica que desafía cualquier intento de razonamiento sobre su naturaleza. ¿Cuándo llegó a la zona? ¿Por qué se oculta en el interior de la Tierra? ¿Cuándo se comenzó a rendir culto a esas colosales espirales?
No tenemos respuestas a esas preguntas. Por desgracia, el ciclo de destrucción de las espirales acaba con la vida en Kurouzu, que queda aislado del exterior y en el futuro volverá a ser habitado. Sin embargo, faltan unas últimas piezas que podrían apoyar esa interpretación de la entidad de origen cósmico. Como forma intrínseca en la naturaleza, la espiral está presente incluso a escalas difíciles de asimilar. Como en las galaxias. En un momento indeterminado de la acción planteada en Uzumaki, un capítulo especial cede el protagonismo a estas estructuras espaciales.
Kirie observa, con ayuda de un telescopio, una galaxia que Shûichi encontró hace poco y que, según él, no aparecía en ningún libro. Una opinión que es refrendada por Torino, un aficionado a la astronomía que había construido un observatorio en su casa. La galaxia en espiral parecía haberse instalado en el cielo recientemente, y era muy fácil de localizar. Eso extrañó mucho a Torino, quien se mostraba muy dolido y extrañado, sintiendo celos hacia el estudiante, que no deseaba que el nuevo descubrimiento llevase su nombre. Además, tanto el chico como el aficionado a la astronomía comenzaron a sufrir una misma dolencia al mismo tiempo, pues ambos comenzaron a oír voces en sus cabezas que, si hemos de creerles, eran emitidas directamente por la estructura cósmica.
Esa galaxia no fue la única en ser descubierta en Kurouzu mientras la maldición de las espirales entraba en acción. Muchas otras fueron encontradas por tantos otros habitantes del pueblo mientras estos y Torino caían en la locura y se asesinaban los unos a los otros, impelidos por voces provenientes del cosmos. En determinado momento, las nuevas y rutilantes galaxias pudieron ser observadas a simple vista, momento en que Torino murió de forma horrible delante de Kirie. El posterior informe emitido por el Despacho de Información sobre Nuevos Cuerpos Celestes del Instituto Nacional de Astronomía concluyó que no habia podido confirmar ninguno de los muchos descubrimientos reivindicados por la gente de Kurouzu. Desde la muerte de Torino y la oleada de asesinatos, nadie más pudo observar ninguna de aquellas nuevas galaxias.
¿El fenómeno solo estaba presente en dicha zona? Eso parece desprenderse de las palabras finales de Kirie. Esa repentina proliferación de galaxias sobre los cielos de Kurouzu podrían estar originadas por la propia paranoia y obsesión por las espirales que sufrían sus habitantes, lo que daría una explicación algo más mundana al fenómeno. ¿Pero y si estuvieran relacionadas con aquellas ruinas milenarias que se escondían bajo el estanque y, por tanto, con la entidad que desataba las cíclicas destrucciones de todo aquello que se encontraba a su alrededor? Esa segunda hipótesis se nos antoja más plausible y atractiva. Aunque, como ya dije al principio, todo lo narrado está sujeto a debate, sin que haya ningún tipo de explicación oficial por parte de Junji Ito, autor de Uzumaki.
No sería esta obra su único acercamiento al horror cósmico. Tanto en algunos relatos cortos como en otros mangas largos – como el premiado Hellstar Remina –, Ito muestra la influencia que la obra de Lovecraft ha tenido a lo largo de su trayectoria. Si todo va bien, tendremos tiempo de ver más ejemplos que den fe de ello. En lo que a nuestro Gabinete respecta, la siguiente entrada será muy especial, pues será la número cien. Una cifra redonda que celebraremos como merece y que ojalá que os guste tanto como a mí.
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