Arthur Gordon Pym y La Esfinge de los hielos


 

Poe había debido recurrir a unas fuentes muy poco conocidas cuando estaba escribiendo Las Aventuras de Arthur Gordon Pym. Se recordará que en esa fantástica narración hay una palabra de significado desconocido, pero prodigiosa y terrible, y que gritan las aves gigantes, blancas como espectros de aquellas malignas regiones antárticas: ¡Tekeli-li, Tekeli-li! . Esto, debo admitirlo, es lo que creímos oír en aquel grito que venía desde esa niebla blanca.


Así era como Howard Phillips Lovecraft ponía en boca del narrador de En las montañas de la locura una mención nada oculta a la novela de su admirado Edgar Allan Poe. La adoración del autor de Providence por el de Boston siempre fue patente. Este relato suyo, de hecho, es en parte un agradecimiento por todo lo que debe a uno de sus escritores fetiche. En la misma novela escribe varios versos tomados del poema Ulalume, escrito por Edgar en julio de 1847 y publicado en diciembre de ese mismo año en la American Review. En esta nueva mención, la montaña Yaanek sería el monte Erebus, un volcán en la Isla de Ross.

En la misma trama de Lovecraft se usa el grito que se usó por primera vez en La narración de Arthur Gordon Pym y que él tampoco explica completamente, quizá para mantener su halo misterioso. Se trata del “¡Tekeli-li!” que aparece en los últimos momentos de la novela de Poe y que posteriormente se asimilaron a unas palabras arameas usadas en Babilonia.

Son únicamente unas pequeñas píldoras que ejemplifican ese hilo conductor que unió a Poe y Lovecraft. Continuando con la obra homenaje del de Providence, el relato fue escrito en 1931, pero no fue publicado hasta 1936, en tres entregas aparecidas entre febrero y abril en la revista Astounding Stories. La publicación, dedicada a la ciencia ficción, acogió esta creación después de que su otra revista fetiche – la Weird Tales – la rechazara debido a su extensión.

En ella, y con esa narración en primera persona tan característica, el profesor de geología William Dyer – perteneciente a la Universidad de Miskatonic – se pone al mando de la expedición Pabodie para adentrarse en territorio antártico. El grupo estaba formado por otros tres profesores de la Universidad: Pabodie, Lake de la Facultad de Biología y Atwood de la de Física. Además, contaban con dieciséis auxiliares: siete estudiantes graduados de Miskatonic y nueve mecánicos especializados. Todos partían desde la ciudad natal de Poe en dos barcos.

Fue Lake quien lideró un destacamento que obtiene catorce fósiles en lo que parece ser una cueva, asunto que se fue retransmitiendo por radio al resto de los expedicionarios. Esas entusiastas retransmisiones se vieron interrumpidas, por lo que Dyer y el resto de su equipo – con el asistente Danforth entre ellos – fueron a buscar el campamento de Lake, apostado en la falta de un enorme cerro helado. Allí solo quedaba muerte, con hombres y animales desmembrados, fósiles desaparecidos o enterrados de forma extraña en túmulos en forma de estrella, y un asistente desaparecido – de nombre Gedney –, presumiblemente acompañado de un perro.

Dyer y Danforth, en solitario, se adentraron posteriormente en una ciudad misteriosa tras atravesar la cordillera ante la que se encontraba el campamento. En aquel extraño lugar – una ciudad memorial llena de cuevas, cuevas, jeroglíficos y murales – les esperaba la verdadera historia de la Tierra, habitada hace millones de años por otros seres, esos que Lovecraft nunca agrupó en un corpus, pero sí esbozó: los Antiguos, además de a una de sus creaciones, los Shoggoths.

Más allá del final de la obra, sangriento y demencial, con un Danforth enloquecido debido a lo que vio al huir, En las montañas de la locura es también un reflejo de algunas de las neurosis de su autor, con odio al frio, al mar y al pescado, por ejemplo. Con el relato, Lovecraft consiguió homenajear la expedición de Arthur Gordon Pym en el Grampus, pero igualmente pudo basarse en otras dos obras: En el núcleo de la Tierra de Edgar Rice Burroughs y Los habitantes del pozo de Abraham Merrit. He aquí un punto de conexión más entre HPL y Poe, como lo es el Polo Sur.

Territorio legendario desde la antigüedad, con un término usado por primera vez en el año 350 a. C. aparecido en Meteorología, obra de Aristóteles, el continente no fue pisado por el mundo civilizado hasta 1821, gracias al marino estadounidense John Davis – aunque anteriormente el círculo polar antártico había sido cruzado por la expedición del británico James Cook entre 1773 y 1774, a bordo de los barcos HMS Resolution y HMS Adventure – y su tripulación.

Los pormenores de lo que se iba descubriendo en el inhóspito continente llegaban al siempre atento Poe, que tenía en los avances científicos uno de sus fetiches. El hechizo fue instantáneo, lo que llevó al autor en un primer momento a escribir Manuscrito hallado en una botella, publicado por primera vez en el periódico Baltimore Saturday Visiter en octubre de 1833, siendo uno de sus primeros relatos.

Posteriormente llegaría su citada novela. publicada por entregas en el Southern Literary Messenger en el año 1837, dieciséis años después de que Davis pisara la Antártida. Las fuentes consultadas fueron muy variadas, según apuntaba el experto y traductor Julio Cortázar. El autor se inspiró, por un lado, en los muchos relatos de arriesgadas expediciones polares, muy de moda por aquel entonces. En cuanto a lo puramente literario, hay ecos del gran poema romántico de S. T. Coleridge, en concreto de La balada del viejo marinero. Se ha de tener en cuenta también al Robinsón Crusoe de Daniel Defoe.

La historia estaba narrada en primera persona, por el mismo Arthur Pym, aventurero que decide embarcarse a escondidas en el barco del padre de un amigo. La vida en el ballenero Grampus se iba a complicar de manos de un motín a bordo, en el que finalmente iban a sobrevivir cuatro ocupantes: Parker, Peters, August y el propio Arthur.

Si ya era difícil continuar con una travesía tan peregrina con cuatro tripulantes, el dramatismo se incrementaría con una tormenta en la que pierden todas las provisiones. No es difícil imaginar lo que vino después, aunque para muchos continúa siendo uno de los escenarios más terribles planteados en un libro: el canibalismo mediante un sorteo. Unas pajitas y un resultado incierto, del que únicamente lograron sobrevivir dos de los cuatro ocupantes del ballenero, Dirk Peters y Arthur Gordon Pym.

No fue casualidad, sino un rescate de manos de la goleta Jane Guy. Su capitán, de nombre William Guy, enrola a estos supervivientes en una expedición hacia el recóndito Polo Sur, donde dan con una isla habitada por salvajes de piel negra y un inexplicable terror hacia todo lo blanco (“¡Tekeli-li!”, decían ante la imagen más o menos difusa y misteriosa de algo de ese color). Son estos mismos miembros de la tribu quienes acaban con la tripulación de la Jane Guy, que contó con dos supervivientes, los mismos que salieron con vida del Grampus.

Tras el hallazgo de inscripciones desconocidas y el robo de una canoa, ambos compañeros dan con una corriente que los arrastra hacia el polo. Sonidos extraños, una vez más ese ensalmo de “¡Tekeli-li!” y, por fin, el final:

Entonces nos precipitamos en el seno de la catarata, que se entreabrió como para recibirnos. Pero he aquí que, a través de nuestro camino, se alzó una figura humana de proporciones mucho mayores que las de ningún habitante de la tierra, con el rostro velado; el color de su piel tenía el blanco purísimo de la nieve”.

No se narra qué ocurre luego. Únicamente aparece la explicación de que Pym falleció sin escribir los últimos tres capítulos de la historia, además de algunos detalles de las inscripciones halladas en la isla escritas en diferentes lenguas (árabe o etíope). ¿Es este abrupto final la prueba de que Poe no terminó de escribir lo que quería relatar? Pues parece que no. Simplemente es un final abierto, como se diría hoy. Una suerte de cliffhanger que no tuvo continuación, al menos de manos de Edgar Allan Poe, como se verá un poco más adelante.

Se dice que la realidad siempre supera a la ficción, o eso dicen muchos. Es probable que sea cierto, pero también lo es que bastantes de esas ficciones preceden al hecho real con el que se compara. Eso mismo ocurrió entre el Grampus y el Mignonette. En mayo de 1974, el novelista húngaro Arthur Koestler publicó una carta del lector Nigel Parker en The Sunday Times acerca de una sorprendente coincidencia entre la novela de Poe y caso del yate inglés. Una coincidencia a la que se ha hecho alusión en multitud de ocasiones en los siguientes años, hasta el presente.

El caso del Mignonette es el único en el que unos caníbales ocasionales, llevados por la extrema necesidad y el instinto de supervivencia, fueron condenados por las autoridades judiciales, pero las razones fueron políticas y la sentencia finalmente reconsiderada. Tras el hundimiento del yate y la falta de agua, Richard Parker comenzó a beber agua de mar, lo que llevó a que el joven entrara en coma el 20 de julio de 1884. Los tres marineros compañeros subsistieron con la sangre y la carne del desgraciado grumete – asesinado mientras seguía en coma – durante cuatro días, hasta que fueron rescatados el día 29 por el barco alemán Moctezuma.

Una terrible historia real, basada en una ficción. Quedaban pocos años para que la continuación de La narración de Arthur Gordon Pym viera la luz, de manos de Jules Verne, que le dio un lavado de cara a la historia y la enmarcó en sus Viajes extraordinarios, alejado de los aspectos más macabros de la historia de Poe.

No era Jules Verne alguien ajeno a los descubrimientos científicos ni a su repercusión presente y futura. Ya lo había demostrado durante años en sus novelas precedentes, pero en aquellos momentos quería dar un paso más allá y dar un final a la historia del Arthur Pym. Corría el año 1895 cuando Jules comunicaba sus intenciones a su editor Louis-Jules Hetzel:

Será el equivalente del Capitán Hatteras; pero nada existe en común entre estas dos obras, ni en los personajes ni en la acción, y llegará en el momento adecuado, pues están a la orden del día los viajes de descubrimiento al polo Sur. He tomado como punto de partida una de las novelas más extrañas de Edgar Poe, las Aventuras de Gordon Pym, aunque no será necesario haberla leído. He sacado partido de todo lo que Poe dejó inacabado y del misterio que envuelve a ciertos personajes […] Deseo dedicarla a la memoria de Edgar Poe y a mis amigos de América. Esta novela me ha apasionado, ya veremos si apasionará al público”.

Llegó en aquel momento determinado el momento de poner sobre el papel un proyecto que Verne tenía en mente desde hace décadas. A pesar de que Poe no fue muy reconocido en su propio país durante los años que siguieron a su muerte, sí que lo fue en Francia, gracias en gran parte a Charles Baudelaire, que tradujo muchos de los relatos del natural de Boston. Se desconoce cuándo exactamente tomó contacto Jules con Poe, pero sí que tenía libros suyos, anotados a lápiz, que se conservan en la Biblioteca Municipal de Nantes. Aquí hay una nueva revelación a tener en cuenta. Baudelaire eligió un título muy específico para sus traducciones de Poe: Histoires extraordinaires.

Sea como fuere, Verne dedicó a Edgar un ensayo en forma de artículo cuando estaba dando sus primeros pasos en la literatura, Edgar Poe et ses euvres, publicado en abril de 1864 en la revista Musée des familles. En él no entró en polémicas por juzgar los oscuros detalles de la vida del desdichado y alcohólico escritor, sino eligió siete de sus relatos para analizarlos y comentarlos. Entre ellos, La narración de Arthur Gordon Pym, del que Verne señala que no persigue la verosimilitud que él mismo presentaría en los Viajes extraordinarios posteriormente. Verne tuvo la intención de evocar a Poe en dos ocasiones antes de la aparición de La esfinge de los hielos, concretamente en El Chancellor y en La Jangada. Habría que esperar a la edad madura para que finalmente escribiera la continuación que quería dar a la historia de Pym.

Otra vez se presenta una narración en primera persona, esta vez el geólogo Jeorling. La acción se sitúa doce años después de los acontecimientos de La narración de Arthur Gordon Pym. Jeorling se une a la tripulación de la goleta Halbrane, capitaneada por Len Guy – hermano del William Guy que recogió a Arthur en la Jane Guy –, que pretende montar una expedición para buscar supervivientes del viaje de su hermano. Mientras se reproducen las etapas del viaje de la Jane Guy y Jeorling lee las aventuras de Pym, los marineros descubren el cadáver de un tal Patterson en un bloque de hielo. El fallecido porta consigo notas donde se habla de cinco supervivientes del ataque indígena. Al parecer, aún estarían vivos en la isla de Tsalal, por lo que el grupo va hacia allí mientras recogen a varios tripulantes más por el camino. Entre ellos Hunt, que resulta ser Dirk Peters, mismo personaje que sobrevivió al motín del Grampus y que llegó con Pym hasta los confines del polo Sur, cuando la narración de Poe se interrumpió abruptamente.

Un motín acaba con Jeorling, Guy y algunos más atrapados en tierra firme. Un bote les lleva hasta un peñasco imantado, con una forma muy especial: una esfinge que atrae todos los objetos de su alrededor. Entre sus patas está Arthur Gordon Pym, ya un cadáver momificado hace tiempo. Ante aquella visión, Peters muere de la impresión.

¡Así terminó esta arriesgada y extraordinaria campaña, que costó demasiadas víctimas, por desgracia! Y, por decirlo todo, si los azares y las necesidades de esta navegación nos han arrastrado hacia el polo austral más lejos que nuestros predecesores, si hemos incluso sobrepasado el eje terrestre, ¡cuántos descubrimientos de gran valor quedan todavía por hacer en tales parajes! Arthur Pym, el héroe tan magníficamente celebrado por Edgar Poe, nos ha mostrado el camino… ¡Vayan otros a retomarlo, vayan otros a arrancar a la Esfinge de los Hielos los últimos secretos de esta misteriosa Antártida!”.

¿Es la obra de Verne digna continuación de la de Poe? Esa cuestión haría necesario una profunda comprensión de las obras de ambos autores. Aunque sí que es reseñable que nada tienen que ver en el estilo. Los Viajes extraordinarios se agarran a la verosimilitud propia de esa novela científica que Verne propuso y tanto éxito le dio. Todo lo que La narración de Arthur Gordon Pym tiene de onírico, inexplicable o sobrenatural, Jules lo transforma en explicaciones plausibles o racionalismo puro y duro, quizá exceptuando esa Esfinge, que aún así se ve sujeta a los elementos que rodearon los escritos del francés: búsqueda de lugares inhóspitos y de personas desaparecidas. Aunque sí que hay un pequeño espacio para las semejanzas, y es el otorgado por Jeorling. Durante la aventura pasa de ser alguien serio y pausado a sobreexcitado y con miedo a dormir porque le asustan las visiones que pueden asaltarle durante sus sueños.

Aún queda mencionar otra continuación más sobre Arthur Gordon Pym. Fue publicada en 1899 por el norteamericano Charles Romyn Dake y llevó por título A Strange Discovery (Un extraño descubrimiento). En ella, el narrador en primera persona es un inglés acuartelado en Bellevue, Illinois. Hay dos doctores que aparecen por ahí y que tienen dos formas de ser totalmente opuestas: el casi demente Castleton, un médico de pueblo que en sus delirios de grandeza se cree especialmente inteligente, y el homeópata Bainbridge. Este persona es a todas luces un sosias del propio Dake, homeópata de profesión.

Tras una primera mitad de la obra en la que no pasa absolutamente nada y en la que no hay ni una sola mención a lo ocurrido con los protagonistas de la novela de Poe, por fin se ve la luz cuando el narrador entra en contacto con un hombre llamado Dirk Peters (el mismo de las obras de Poe y Verne). En su lecho de muerte, Peters relata los inquietantes sucesos tras el naufragio, retomándolos justo en el punto en donde Edgar Allan Poe abandonó la historia original. Gracias al testimonio de Dirk Peters descubrimos el verdadero final del viaje de Arthur Gordon Pym, que incluye el hallazgo de una colosal ciudad prehistórica, abandonada en el tiempo.

Si los lectores hacen un ejercicio de memoria, el final escrito por Poe dejaba a Arthur Gordon Pym y Dirk Peters viajando a través de una cerrada cortina de niebla hacia el centro del Polo Sur. Aquí incluyó Dake una sorpresa para curiosos: el clima del lugar se torna más cálido a medida que avanzan, como si estuviéramos ante un relato sobre la Tierra Hueca.

Es en este enrarecido entorno donde se produjo el prodigio, en forma de ciudad: Hili-li, una ínsula rodeada por un anillo de tierra. Un lugar inhóspito, pero habitado. En este caso por personas blancas que aseguraban descender del antiguo naufragio de un barco romano que escapó del puerto de Ostia cuando los bárbaros invadieron Roma en el siglo IV d.C.

Sin saber cómo, allí parece haber personas increíblemente longevas, tanto que se mostraba a algunos supervivientes de aquel naufragio que relataban. Un milagro más a añadir a todo lo que rodeaba a aquel lugar imposible. Incluso hay espacio para el romance, protagonizado por Pym y la sobrina del gobernador, con su respectivo enamorado celoso, que además gobierna a un grupo exiliado y, por tanto, opositor al poder en la ciudad.

Finalmente, se puede aseverar que el destino de Arthur jamás perteneció a Poe. Sus últimos momentos, a caballo entre el miedo y la ensoñación, nunca tuvieron una culminación “canónica”. Todo quedó en la imaginación de cada lector, y quizá también en la del propio autor, que nunca pudo – y quizá tampoco quiso, eso es imposible de saber – darle fin. Primero Verne, luego Dake, y finalmente Lovecraft, cada uno con su propio estilo y de forma más o menos directa, tomaron elementos de aquella narración y les dieron un nuevo prisma. Acertados o no, todos tuvieron el objetivo de rendir honores a un incomprendido autor, que posteriormente tuvo una influencia casi inabarcable.



 Imagen de portada: Ilustración original de George Rouxe para La esfinge de los hielos de Julio Verne.



Félix Ruiz H.


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