La Hermandad Oscura

 


Probablemente las circunstancias que rodearon la misteriosa destrucción por el fuego de una abandonada casa situada en una colina, a orillas del Seekonk, en un distrito poco habitado entre los puentes de Washington y Red, no llegarán a conocerse nunca.


Queridos aprendices, asistentes y curiosos, bienvenidos a un nuevo post de nuestro Gabinete. Alcanzamos el medio centenar de post del blog, una cifra redonda que me gustaría celebrar con vosotros regalándoos la reseña de una pequeña historia escrita por August Derleth en la cual aparecen reunidos los insignes Edgar Allan Poe y Howard Phillips Lovecraft: The Dark Brotherhood.

No es la primera vez que escribo sobre esta historia desde que la descubrí por casualidad a finales de 2019. Mi mujer guardaba en sus estantes un ejemplar de La habitación cerrada y otros cuentos de terror, cuyos autores eran Lovecraft y Derleth. Es un pequeño volumen de la Biblioteca de fantasía y terror de Alianza Editorial, edición del 2001. Estaba en un estado inmaculado, y ni ella recordaba desde cuándo lo tenía. Para mí, fue un regalo del cielo, pues supuso un primer acercamiento a los escritos de la persona que suele denominarse como el sistematizador de los mitos de Cthulhu.

Se puede estar de acuerdo o no con esta afirmación – que se repite en multitud de volúmenes dedicados a esta particular cosmogonía–, pero no se puede negar que Derleth fue uno de los grandes impulsores de la fama post mortem de su admirado Lovecraft.

Una primera edición de este mismo libro fue publicada por primera vez en 1976, teniendo múltiples reimpresiones a lo largo de las décadas. Reúne diez relatos creados en su mayoría a partir de algunas notas legadas por el oriundo de Providence, con las que su compañero de su célebre Círculo creo multitud de relatos. Desde luego, no considero que The Dark Brotherhood sea el más destacado, pero sí que le tengo un cariño especial.

Ya en enero de 2020 le dediqué un extenso artículo en Misteriored.com, web y plataforma a la que he dedicado muchos años de mi vida. Posteriormente, ya en 2022, le di su merecido espacio mi último libro publicado hasta la fecha, Escritos de un investigador de sofá. Y mi última colaboración editorial – en Más actos macabros en la Historia, publicado hace un mes escaso – también tocó, aunque fuese de soslayo, a este pequeño relato, pues versaba sobre Sarah Helen Whitman y una serie de hallazgos sobre su persona inéditos en nuestro idioma. Empiezo a pensar que hay una extraña confluencia entre mi vida y las de Poe y – quizás de forma más lejana – Lovecraft.

Pero volvamos a centrar nuestra atención en los detalles que rodean al relato. En cuanto a la primera edición de The Dark Brotherhood and Other Pieces, no hay declaración clara de impresión o edición. En principio, se suele creer que se imprimieron 3500 copias. El número real, según Sixty Years of Arkham House, de S. T. Joshi, es de 3460 copias. La autoría de la antología original aparece compartida entre “H. P. Lovecraft & Divers Hands”, por lo que August Derleth no aparece acreditado como editor, pero Joshi le da ese rol.

En cuanto a a su portada, la misma corrió a cargo de Frank Utpatel (marzo de 1905 – julio de 1980), que hizo trabajos para, entre muchísimas otras revistas o colecciones, Arkham House. Investigando un poco sobre él, he comprobado que realizó la ilustración de portada de la edición de 1947 de las aventuras de Carnacki, el cazador de fantasmas W. H. Hodgson. Ese pequeño detalle me ha sacado una gran sonrisa.

...La policía fue acosada por el número habitual de maniáticos que se ofrecían para facilitar informes sobre el asunto. Nadie más insistente que Arthur Phillips, el descendiente de una vieja familia del East Side, residente desde hacía mucho en la calle Angell. Era un joven algo extraño y a la vez formal; preparó un relato de los acontecimientos que, según él, condujeron al incendio. Aunque la policía habló con todas las personas mencionadas en el relato del señor Phillips, no obtuvo ninguna confirmación. Solamente sirvió de apoyo a la alegación del señor Phillips la declaración de una bibliotecaria del Ateneo, en el sentido de que, efectivamente, el señor Phillips se había reunido allí con la señorita Rose Dexter. A continuación se reproduce su relato.

Esta es la introducción de La Hermandad Oscura, relato publicado por Arkham House en la antología de 1966, La Hermandad Oscura y Otras Piezas (The Dark Brotherhood and Other Pieces). Ya he mencionado que quizá no sea especialmente bueno y puede que no merezca grandes honores, pero sí que tiene algo que lo hace único: fue el primero que unió a inspirador e inspirado; a maestro y alumno; a Poe y Lovecraft. Y lo hizo de esa manera que solo los escritores afines a lo weird saben, tejiendo un argumento donde caben civilizaciones interestelares, seres interdimensionales y clones.

Además, lo hace alimentando la leyenda del Lovecraft que gustaba de caminar a oscuras, visitar cementerios y reflexionar al amparo de callejones estrechos y en la silenciosa compañía de aquellos que solo salen de noche.

El protagonista es Arthur Phillips, que obviamente se trata de Howard Phillips Lovecraft. Derleth tomó para esta ocasión un poema de su fallecido amigo y lo “novelizó”. Ese poema se titulaba Where Poe Once Walked (Donde Poe una vez caminó). La idea era que ambos estuvieran presentes, y que además tuvieran una especie de encontronazo o enfrentamiento, así que Derleth escribió sobre un Phillips que vivía en Providence, con su madre y sus tías, y que es una suerte de erudito dedicado a la lectura y a los paseos nocturnos, en los que se deleita con los rincones más dispares de su ciudad y los alrededores. Pronto encuentra la compañía de Rose Dexter, que sirve para plantear otro cliché sobre la personalidad de Lovecraft: su gusto por lo británico y su rechazo a todo lo americano.

Mis compañeros de juventud se habían alejado de mí, pero me encontré con Rose Dexter, descendiente de las primeras familias inglesas que se instalaron en Providence, de ojos negros, de proporciones singularmente atractivas y de facciones de gran belleza a quien persuadí para que compartiese mis paseos nocturnos”.

Pronto aflora el misterio. En sus paseos nocturnos a lo largo y ancho de Providence, ambos caminantes se topan con un extraño personaje. El hombre muestra una actitud distante, y sus palabras y acciones parecen totalmente mecánicas y carentes de emoción alguna. Su aspecto es anacrónico hasta para el propio Phillips, cosa ya de por sí bastante llamativa. El nuevo y hasta entonces desconocido rondador nocturno llevaba una capa, ropa raída y arrugada, pelo desordenado y ojos y bigote oscuros. Pero, para sorpresa de Phillips y Dexter, el hombre se acerca a ellos asegurando llamarse señor Allan.

La sensación de extrañeza no hizo más que crecer cuando el extraño se interesó vivamente por las andanzas de Edgar Allan Poe en la ciudad. Phillips cita en primer lugar la relación que tuvo con Sarah Helen Whitman. Rose Dexter se percata rápidamente del evidente parecido entre el desconocido y el escritor de Boston, cosa que despierta en Phillips una aprensión difícil de explicar.

Es curioso que Derleth planteara también en el relato las principales teorías del padre de lo forteano, Charles Fort. Un segundo encuentro entre Phillips y el extraño señor Allan permit al primero iniciar al segundo en las hipótesis maestras de Fort, con las que por primera vez se atisbaba un poco de entusiasmo en el misterioso interlocutor del protagonista. Quizá porque estaba aduciendo a Eureka, el ensayo cosmológico y metafísico que Poe escribió en 1848 tras la muerte de Virginia Clemm. El señor Allan convenc a Phillips para que les permitiera – tanto a él como a sus hermanos – acudir a su casa para así demostrarle las pruebas de que “hay vida en el espacio”. Allan insistió muchísimo en este punto, pues señalaba que la vida no era algo únicamente intrínseco en la Tierra, sino que era una característica compartida por multitud de mundos en puntos muy remotos del espacio.

El siguiente giro rocambolesco de esta historia se presentaba cuando Phillips decidía al señor Allan hasta su casa a través de los oscuros callejones de Providente, en una silenciosa persecución que acabó en un callejón cercano a Seekong. Allan entró en una casa aparentemente abandonada y Phillips se dio la vuelta para volver por el mismo camino que había recorrido. Es entonces cuando, sorpresivamente, se volvió a topar con el señor Allan, que hacía exactamente el mismo recorrido. Aquello resultó especialmente extraño a Phillips, que en esa segunda ocasión no cruzó palabra alguna con Allan. Casi como si se hubiera teletransportado, este “doble” tomó la misma senda y entró en la misma casa. Quizá el señor Allan tenía un gemelo, ya que anteriormente había mencionado a sus hermanos. Estas especulaciones no hicieron más que crecer cuando Rose Dexter aseguró haber estado con el señor Allan mientras éste había estado con Arthur.

A continuación, la casa de Phillips en la calle Angell se convertía en el escenario de una reunión de lo más particular. Efectivamente, el señor Allan acudió puntual a su cita con Phillips, y lo hacía con sus hermanos. Juntos, eran un total de siete, todos idénticos entre sí e iguales a Edgar Allan Poe. Formando un círculo alrededor de su anfitrión – cuya madre ya estaba dormida arriba, por suerte para él –, los septillizos tararearon un cántico extraño que provocó un estado alterado de conciencia en Phillips. En ese trance, que durante casi el resto del relato fue interpretado por el protagonista como una suerte de episodio hipnótico, pudo ver más allá del espacio y atisbar una dimensión desconocida que contenía grandes cubos y figuras enormes. Esos seres gigantescos, de extraña y tentacular apariencia, parecían controlar aquellas formas geométricas. Presa de un miedo creciente, Arthur logró salir del encanto y echó rápidamente a los “gemelos” de allí.

La curiosidad de Arthur ante lo que había visto le llevó a visitar la casa donde vio introducirse a los señores Allan mencionados unos párrafos antes, pero allí ya no había nadie – o no parecía haberlo –, así que el decid curiosear hasta dar con una habitación que guardaba algo desconcertante:

Había algo dentro de ella, aunque al principio no me percaté de esto, pues me fijé en que estaba sobre una reproducción de tamaño natural de Edgar Allan Poe, iluminada, como todo lo demás, por la misma luz violeta. No podía determinar su origen, excepto que estaba envuelta en una sustancia parecida al cristal que formaba el envase. Pero cuando finalmente me di cuenta de qué era lo que había encima de la reproducción de Poe, casi grité de miedo, pues era una miniatura, una exacta reproducción de uno de esos conos rugosos que sólo había visto ayer por la noche en la alucinación a la que había sido inducido en mi casa de la calle Angell. ¡Y el sinuoso movimiento de los tentáculos de su cabeza – o lo que yo creía que era su cabeza – evidenciaba indiscutiblemente que estaba vivo!

Aquello era incomprensible e inexplicable. El instinto de Phillips aullaba y rogaba que huyera de allí a toda prisa ante el temor de ser descubierto por aquellos seres extraterrestres, pues eso eran tanto el señor Allan como todos sus hermanos. La cabeza del asustado Phillips comenzó a comprender la terrible realidad tras los hombres parecidos a Edgar Poe. Todos ellos eran réplicas aparentemente humanas, creadas como envases para esos seres extraterrestres que, de una forma u otra, habían llegado a la Tierra escapando de la muerte de su hogar natal.

Rose debía saber todo aquello. Debía quedar advertida del peligro al que se enfrentaban. Phillips habló con ella por teléfono, revelándose que los gemelos querían hacer el mismo experimento – como ellos mismos llamaban a las visiones de otros mundos – con ella. El protagonista trató de evitarlo, pero ella no parecía dispuesta a hacerle caso.

Los acontecimientos se precipitaron al día siguiente, cuando Phillips volvió a llamar a Rose tras comprobar que no estaba en la biblioteca que ella solía frecuentar. La cuñada de la joven le dijo que salió precipitadamente de casa para reunirse con un tal señor Allan.

Phillips salió de su casa armado con el arma de su difunto padre y se encaminó a la casa del callejón en la que se escondían los extraterrestres. Allí fue testigo de una terrible escena. Rose Dexter descansaba inerte en un tubo a tamaño natural, mientras en otro receptáculo similar se empezaba a bosquejar una réplica de la mujer. Todo, mientras los siete gemelos entonaban sus extraños ensalmos.

Poco más pudo esclarecer a posteriori el espantado Phillips. En sus posteriores declaraciones y escritos, solo dejó claro que disparó su arma, sacó a Rose Dexter de la casa mientras ésta ardía y veía a los seres extraterrestres huir en un extraño artefacto. Las autoridades le señalaban como el posible autor del incendio, y eso no era lo peor. En la casa había restos de algún ser vivo, aunque no se pudo confirmar si eran tejidos humanos.

Pero lo más terrible de todo era el desdén que Rose comenzó a exhibir hacia Phillips. No quería hablar con él. No le cogía el teléfono, y huía cada vez que se cruzaba con él. Una terrible duda comenzó a perturbar a Phillips. ¿De verdad salvó a Rose? ¿Acertó en su elección? ¿O se llevó por error a su doble extraterrestre?


Extracto de The Providence Journal, 17 de julio.


UNA MUCHACHA DE LA VECINDAD MATA A SU AGRESOR

Rose Dexter, hija del señor Elisha Dexter y señora, del 127 de la calle Benevolent, repelió y dio muerte ayer noche a un joven al que acusó de haberla agredido. La señorita Dexter fue encontrada en un estado de histeria mientras corría por la calle Benefit, en las cercanías de la Catedral de San Juan, cerca del cementerio donde tuvo lugar el suceso.

Su agresor fue identificado como un viejo amigo, Arthur Phillips...


Félix R. Herrera




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