Spring-Heeled Jack: El Terror de Londres
Pocas habladurías de la época victoriana han sido más estudiadas y difundidas como la de cierta figura de aspecto diabólico y capaz de brincar varios metros de altura, que sembró el pánico en varios puntos del Reino Unido en el siglo XIX. Protagonista de diversas crónicas periodísticas, seriales populares y obras teatrales, el escurridizo saltarín acaba de convertirse en el centro de un monográfico en nuestro idioma, de manos de la siempre sorprendente Reediciones Anómalas. Además, quienes participaron en el crowfunding del tomo han recibido una edición facsímil exclusiva por parte de Libritos Jenkins, adaptada por Óscar Alarcia a partir de un penny dreadful anónimo. Ese es precisamente el texto que nos trae hoy aquí.
Hace muy pocos días que Reediciones Anómalas ha publicado su último proyecto, una edición en castellano de The Legend of Spring-heeled Jack: Victorian Urban Folklore and Popular Culture, de Karl Bell (2012). Bell es Doctor en Historia por la Universidad de Anglia y profesor asociado de Historia Cultural y Social, especialista en historia y creencias sobrenaturales, así como en folclore y culturas populares victorianas en la Universidad de Portsmouth. Para la presente edición en castellano – que lleva por título Pánico Victoriano: La Leyenda de Spring-Heeled Jack – la editorial ha contado con las ilustraciones del guionista, divulgador y ilustrador Javier Prado Coronel, autor de Monstruos Ibéricos (Maldragón Editorial, 2021) y coautor, junto a Clara Dies Valls, de Breve viaje por la España de las brujas (Sugaar Editorial, 2024). El libro pretende, además de responder y aclarar algunas cuestiones vitales sobre aquella primeriza leyenda urbana, mostrar una fotografía nítida sobre un espacio y un tiempo claves para definir lo que sería la cultura de masas del siglo XX.
Tiempo habrá de dar datos, fechas y nombres precisos. Pero no he podido resistir la tentación de empezar mi acercamiento a este proyecto con el citado facsímil, repleto de grabados de la época y que narra una de las versiones sobre el origen de la leyenda de tan singular amenaza, que llevaba una larga capa negra y que era capaz de exhalar llamas que estremecían a diversos testigos de sus apariciones. Lejos de toparnos con un asaltante con oscuras intenciones, el penny dreadful relata la búsqueda de venganza y el restablecimiento del honor de cierto heredero venido de las colonias indias. Un muchacho cuya fortuna y patrimonio familiar había sido suplantado por un primo hermano de su padre, en connivencia con cierto oficinista que era íntimo amigo del difunto padre del protagonista. Ante la imposibilidad de dar sus nombres reales, el anónimo autor de este serial aportó el apellido Dacre, que era además merecedor del título nobiliario de barón.
El serial empieza descartando a uno de los principales sospechosos, que no es otro que el tercer Marqués de Waterford, Henry de La Poer Beresford (abril de 1811 – marzo de 1859), cuyo comportamiento excéntrico hacia la gente en general y hacia las mujeres en particular le hicieron ganarse en vida el apodo de “el Marqués Loco”. Para demostrar tal incompatibilidad entre Jack y el Marqués, se alude a cierto incidente acaecido el 5 de abril de 1837, día en que nuestro hombre y otros tres compañeros de fechorías acudieron a unas carreras en Croxton Park, para luego intentar volcar una caravana en cuyo interior había un hombre. Uno de los asaltantes fue detenido e identificado como el hidalgo E. H. Reynard, que esa misma noche fue liberado por mediación de sus tres compañeros, entre ellos el citado Waterford. Todos fueron condenados por agresión común y a pagar una multa de 100 libras, so pena de entrar en prisión. Esto, para los conocedores del caso, descartaría al Marqués de haber sido el causante de los avistamientos de Spring-Heeled Jack entre el 4 y el 6 de abril de ese mismo año. Las crónicas oficiales también le eximirían de los ataques más famosos de cuantos fueron registrados, que ocurrieron durante la segunda mitad de febrero de 1838 y fueron protagonizados por Jane Alsop y Lucy Scales dentro de la urbe londinense.
Tras estos parcos datos, el autor se jacta de haber podido leer las confesiones del propio individuo gracias a sus descendientes, pasando a justificar la permanencia en el anonimato de tan insigne personaje debido a que sus descendientes eran grandes terratenientes del sur de Inglaterra que no deseaban ser molestados por tal cuestión. Es justo en ese momento cuando aparece el apellido “Dacre”, cuyo blasón se remontaría al primer cuarto del siglo XVII.
El padre de Jack, de nombre Sidney, era el hijo menor de aquella casa, por lo que debió probar suerte en la India para hacer su propia fortuna. Se casó y tuvo un único hijo, nacido “en el año de Waterloo”. Es decir, en 1815. Con lo cual, el incomprendido héroe de esta historia aun no esclarecida habría superado la veintena cuando se lanzó a los caminos dando enormes saltos. Pero no nos adelantemos, porque antes sobrevendrían un par de tragedias que le darían motivos suficientes para emprender el camino del pillaje.
El primero fue la muerte de sus padres, que sobrevino cuando el buque Hydaspes naufragó tras una terrible tormenta. Solo Ned Chump – un marinero común que se convertiría en el escudero y sirviente particular del aspirante a barón – y el propio Jack saldrían con vida de aquel trance. La familia al completo regresaba a Inglaterra para reclamar el título nobiliario y todo el patrimonio familiar tras la defunción del abuelo y los dos tíos del joven en otro accidente marítimo. Caprichoso destino el que guiaba al muchacho, que creía no tener rival alguno que pusiese impedimento a sus pretensiones.
Pero he aquí que, llegados a la enorme mansión que se levantaba en Sussex, Jack y su acompañante se toparían con un tal Michael Dacre, primo hermano de su padre. Teniendo en cuenta el suculento premio – y las hinchadas rentas – que supondría la baronía para el heredero, es lógico que se desatase alguna disputa familiar. Jack debía probar su ascendencia a ojos de aquel primo lejano, y para ello esperaba contar con la colaboración de un viejo amigo de su padre, que además fue testigo de su boda y del nacimiento del chico. Representante de confianza de los negocios de Sidney Dacre en la India, el oficinista Alfred Morgan viajaría hasta Inglaterra para poner las cosas en orden. Tras esquivar un vil intento de asesinato – con salto de fe al vacío incluido, primera hazaña de Jack – mientras era huésped en su propia mansión, el joven asistió con impotencia a la patraña perpetrada por Michael y Alfred, que conspiraban para repartirse los jugosos beneficios asociados al apellido Dacre y, de esta forma, borrar a su legítimo dueño de la ecuación. Sin más opciones que luchar por lo que consideraba suyo, y solo teniendo consigo poco menos que una limosna entregada por el pérfido Morgan, Jack comenzó a gestar su plan. Compartió con su nuevo aliado, el marinero Ned, estas palabras:
“Hace un par de años, tuve por tutor a un viejo moonshee hindú, que había formado parte de una troupe de prestidigitadores… y habrás oído lo listos que son los prestidigitadores indios. […] Bueno, pues este moonshee me enseñó el mecanismo de una bota que un miembro de su equipo había construido, y que le permitía saltar hasta seis metros de alto, y hasta doce metros de distancia”.
La inversión en crear una bota igual merecería la pena, pues con dicho artilugio en su poder, Jack no cejaría en su empeño de atormentar a Michael y Alfred. Aunque, para ello, debiese recurrir a ciertos delitos menores. Aunque en un principio no contó con la aprobación de Ned, los primeros resultados hicieron que sus reticencias hacia esas artes que consideraba brujeriles se volviesen más laxas.
Parapetado en el hotel Bridge House de Arundel, y siempre con la colaboración del marinero – que hacía las veces de sirviente, confidente y testigo que facilitaba coartadas –, Jack preparó toda la parafernalia necesaria para hacer de sí mismo un instrumento del miedo que, aunque movido por la necesidad y los deseos de venganza, también disponía de tiempo para encargarse de resolver algún entuerto digno de los enmascarados de la época dorada del pulp. Desde rescatar a jóvenes desaparecidas hasta entregar a los captores. Pero estas buenas acciones, casualmente, siempre suponían un perjuicio para Michael Dacre. De índole económico, por supuesto. Pues el dinero que debía cobrar como arrendatario de diversos terrenos era precisamente el que aquel que ya era conocido Spring-Heeled Jack acumulaba para continuar adelante y seguir teniendo una tapadera sólida, consistente en una falsa identidad – Jack Turnbull, hombre de negocios que se hallaba de viaje – con la que moverse a sus anchas y no levantar sospechas entre sus semejantes.
Llegado cierto momento de esa particular crónica dividida en varios capítulos, Jack se toparía incluso con el amor, en forma de una joven que casi fue asesinada por su sirvienta. La muchacha, salvada de las aguas del río Arun, resultó ser hija del Mayor General Sir Charles Grahame, con quien Jack debía ir con pies de plomo a fin de asegurarse de que estaba en lo cierto respecto a sus sospechas. Las mismas se centraban en Lady Grahame, la joven esposa del General. Por desgracia, el dinero mueve montañas y es el móvil perfecto para cualquier crimen.
Como pueden comprobar los lectores, esta aventura no describe a ningún asaltante malintencionado ni a un depredador sexual. Tampoco a ninguna amenaza sobrenatural, como se ha rumoreado en multitud de ocasiones. El ensayo de Karl Bell ahonda mucho en la cuestión, y aquí estaremos para compartir algunas de sus conclusiones. En lo que respecta al facsímil que estamos abordando, ha resultado ser una grata y divertida sorpresa. De ágil y fácil lectura, seguro que hará las delicias de todos los que hayan accedido a él. Una pena que no tenga una tirada tan amplia como la del propio ensayo. Ojalá pudiéramos tener acceso a más peripecias de este Spring-Heeled Jack, alejado de las connotaciones más negativas que se conservan sobre su dilatada leyenda.
Félix Ruiz H.



Comentarios
Publicar un comentario