Martin Mystère/Sherlock Holmes: El Crimen de Navidad
Existen personajes ficticios que han trascendido las barreras propias del medio en el que fueron creados, siendo ahora parte de la cultura popular y estando presentes en esta realidad transmedia que nos ha tocado vivir. Al mismo tiempo, un determinado número de ellos ha trascendido a sus propios creadores. Son protagonistas de nuevas historias, actualizados por otros autores, deformados e insertados en lugares que les han sido ajenos durante mucho tiempo. Pero, por alguna razón, perduran. De todos los nombres que pueden entrar en la terna de candidatos, el de Sherlock Holmes debería estar entre los primeros.
Si pensamos en el arquetipo detectivesco, no hay debate posible. Sherlock sigue siendo el número uno. Prueba de ello es la ingente cantidad de productos que le tienen como eje central. Producciones televisivas, películas, juegos de mesa, videojuegos, podcast o, por supuesto, libros. Su sola presencia es suficiente para atraer a las masas. Ha alcanzado un éxito que Arthur Conan Doyle jamás habría imaginado y que – a su pesar, por supuesto – le ha separado de aquel que plasmó en papel sus casos más célebres.
Es esa importancia histórica de Holmes la que permite que siga vigente y pudiendo ser encontrado de forma recurrente. Tal es el caso de un volumen lanzado por la ya extinta Aleta Ediciones en 2013 y que recogía dos números consecutivos de una de las cabeceras comiqueras más importantes de Italia: Martin Mystère. El personaje creado por Alfredo Castelli en 1982 es parte de la casa Sergio Bonelli Editore, una de las más prolíficas en aquellos lares, con otros cómics que se lanzan mensualmente y cuentan con multitud de seguidores. Junto a sus fieles compañeros Java y Diana, el antropólogo y aventurero estadounidense cruzó su camino con el residente del número 221B de Baker Street en diciembre de 1992 y enero de 19923, en dos números consecutivos que compartían argumento. Ambos fueron guionizados por Carlo Recagno y dibujados por Franco Devescovi. Un díptico al que ya dediqué un primer texto en octubre de 2024, donde se resumía el contenido de un manuscrito inédito sobre Sherlock. Un caso que luego fue atribuido en solitario al Profesor George Edward Challenger y que fue inmortalizado como El Mundo Perdido.
Los pormenores de aquellos descubrimientos en la tierra de Maple White no van a ser repetidos aquí, aunque sí que se rescatará un concepto. Me explico. Para no pocas personas, fans acérrimos de Holmes y de otros muchos personajes, éstos son más que simples creaciones. Incluso es posible que sean más que ideas que surgen de forma puntual en las mentes de sus padres. Podrían tener existencia propia y disfrutar de autonomía, decidiendo cuándo y cómo manifestarse en nuestra realidad. Lo sé, es una idea muy loca. ¿Pero qué ocurriría si os dijera que hay ejemplos de ello?
Por ejemplo, el de John Constantine, quien tuvo a bien plantarse ante Alan Moore mientras se comía un sándwich en un bar londinense en 1993. El mismo Moore lo reveló en una entrevista a la revista “Wizard” aquel mismo año. Algún lector estará tentado de pensar que pudo ser causado por uso de sustancias o por alguno de los tejemanejes ocultistas del oriundo de Northampton. El problema es que otros guionistas del personaje aseguran haber vivido la misma experiencia con el trilero de la gabardina. Brian Azzarello, Jamie Delano o Peter Milligan han estado seguros de haberse topado con el “verdadero” Constantine en algún momento de sus vidas. Ahí está el dilema, amigos: recurrir a la navaja de Occam o pensar en cosas más imaginativas e improbables. Pero no abundemos más en estos terrenos conspiranóicos y farragosos. Quedémonos con la noción de que hay fanáticos que piensan y actúan como si sus figuras ficcionales favoritas fuesen reales.
Es fue el caso de los asistentes a la reunión impulsada por Trevor Gould en la Navidad de 1992 en su lujosa villa de Kensington. La efeméride tendría como punto fuerte la presentación del mencionado manuscrito inédito de Sherlock Holmes. Como amigo del pasado de Gould, Martin Mystère estaba invitado a la velada, a la que acudiría en compañía de sus inseparables Diana y Java.
Las tramas de Aria di Baker Street (Aires de Baker Street) y I Mondi Impossibili du Sherlock Holmes (Los Mundos Imposibles de Sherlock Holmes, mismo título que llevó el volumen editado por Aleta) giran en torno a tres tramas interconectadas entre sí. Una de ellas es la que ya se resumió en la anterior entrada sobre El Mundo Perdido. Las otras dos son las que concernían de forma directa al antropólogo y los suyos, a saber: la desaparición de muchos chicos jóvenes en varias ciudades occidentales y un asesinato perpetrado en la fiesta de presentación del inédito manuscrito de Sherlock, escrito de puño y letra por el doctor Watson.
Ambos números están llenos de referencias que hacen las delicias de cualquier lector del canon sherlockiano y todos sus derivados. Desde paseos por Baker Street hasta visitas al número 10 de Northumberland Street, donde se encuentra el mítico pub Sherlock Holmes. También hay personajes que son de alguna forma adaptados. Ahí está el caso de Henry Baskerville, uno de los invitados de mayor renombre en la reunión impulsada por Gould, quien a su vez es dueño de una gran farmacéutica y uno de los principales sospechosos del denominado como “Crimen de Navidad” por parte de Mystère. A saber: el asesinato de Trevor Gould, quien guardaba en su despacho el famoso texto inédito de Sherlock. ¿Por qué alguien querría robarlo? ¿Para preservar algún secreto? ¿Para tener la exclusiva, quizá? Scotland Yard metió las narices en el asunto – cosa lógica, por otra parte – e impidió que cualquier invitado a aquella reunión se marchase de Londres. Así que Martin, Diana y Java debieron permanecer el resto de aquellas festividades en la capital. Días que aprovecharía el antropólogo para escribir un artículo sobre Holmes.
Sus caminos acabarían topándose con el de un chico fugado de un laboratorio secreto, que los lectores pudieron conocer en distintos y breves interludios. El misterio tras las múltiples desapariciones de adolescentes por medio mundo respondía a un plan premeditado pero que o marchaba tan bien como gustaría a sus cabecillas. Varios científicos murmuraban algo sobre el perfeccionamiento de una fórmula, cuyo proceso de refinamiento estaba matando a muchos de los candidatos. Esas muertes se camuflaban como sobredosis de drogas. Pero el testigo fugado permitió a Martin y Java investigar una de las instalaciones y, con ello, dar con el “Proyecto Flamel”: una droga sintética capaz de retrasar la decadencia celular y, con ello, prolongar la vida. Como la mayoría de vosotros sabréis, el nombre del oscuro experimento no era en absoluto casual. Aquellas siniestras instalaciones fueron desmanteladas por Scotland Yard, sin que ninguno de los involucrados tuviese conocimiento del entramado al completo.
Este último detalle estaba unido al texto inédito de Sherlock, ese que luego fue alterado por Conan Doyle y transformado en lo que el mundo conoció como El Mundo Perdido. Como ya escribí hace algo más de un año, esa aventura no estuvo solo protagonizada por Challenger. Ed Malone, Lord John Rxton y el profesor Summerlee, sino que el propio Sherlock formó parte de la expedición que dio con la desconocida tierra de Maple White.
Llegado cierto punto de la aventura, el robo del manuscrito del despacho de Trevor Gould se reveló incompleto. La parte que versaba sobre lo que pasó después de aquel primer viaje estaba escondida dentro de un volumen mal colocado en las estanterías del pulcro y ordenado Gould. En concreto, dentro de un ejemplar de El perro de los Baskerville. Allí estaba la clave tras aquel misterio y tras las maquinaciones del “Proyecto Flamel”.
Solo restaba impulsar una nueva mascarada para dar con el criminal en la sombra y, de paso, cerrar todos los frentes abiertos. ¿Qué mejor que montar una segunda reunión de fans en la villa de Kensington para ello, aprovechando la noche de fin de año? Sería el propio Martin quien haría suya la tarea de leer todo lo contenido en aquel texto alterado por Conan Doyle, el agente literario del doctor Watson y quien sería el responsable último – en connivencia con Mycroft Holmes y el gobierno británico – de convertir al mejor detective del mundo en una leyenda, borrando cualquier rastro de su existencia real.
¿Pero qué ocurriría si os dijese que Sherlock Holmes aun estaba vivo a finales de 1992? Anciano pero todavía lúcido y fuerte. En el más absoluto anonimato, caminando a sus anchas por donde quisiese y libre de cualquier carga o responsabilidad. Solo interviniendo cuando era estrictamente necesario. ¿Cómo sería posible tal desafío a la naturaleza? Si queréis tener todas las respuestas, ya sabéis dónde debéis buscar. Nos hemos dejado varias sorpresas en el tintero, esperando a que sean los curiosos y fanáticos de Sherlock que lean este texto quienes acudan a la fuente por sí mismos.
Félix Ruiz H.



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