La entidad maligna y otros casos del doctor Dorp
Ya era hora de volver a publicar algo tras una semana de paréntesis, que no de descanso. He aprovechado este lapso de tiempo para leer varios libros y otras cosas que tenía pendientes. Entre ese material está la edición que Zothique publicaciones dedicó el pasado 2023 a uno de los primeros doctores de lo oculto que aparecieron en Weird Tales. El doctor Dorp disfrutó de una miniserie a lo largo de la primera etapa de la revista, de manos de uno de los culpables de que la misma sobreviviera a su primera gran crisis: Otis Adelbert Kline.
Siempre es un placer leer las eruditas introducciones que suelen preceder a estas ediciones limitadas. En el caso del volumen que recoge las andanzas de Dorp, dicha labor recayó en manos del siempre eficiente Javier Jiménez Barco. Con sus amplios – y, por la parte que me toca, algo envidiados – conocimientos sobre la materia a tratar, hizo un completo retrato de un tipo inquieto, como Kline (1891-1946). Un hombre sin miedo a mancharse las manos o a meterse en cualquier fregado si podía sacar rédito de ello. La mayor parte de su obra se centró en las décadas de los años veinte y treinta del pasado siglo, una vez superada su treintena. Un dato que no es baladí, teniendo en cuenta que esas edades suelen considerarse tardías – aunque desconozco si sigue siendo así. Tiendo a pensar que es un asunto muy subjetivo – para iniciarse en ciertas actividades laborales.
Kline nunca cursó estudios universitarios, pero tenía muchas inquietudes intelectuales. Para cuando se decidió a escribir ficción, ya había creado muchas canciones u obras de teatro, además de aprender de forma autodidacta sobre materias como la psicología o trabajar en el sector de los negocios. Un emprendedor de esos que tanto gustan a los buenos capitalistas y que están en cualquier debate y riña actual que se precie, real o artificial. Ese deseo por aprender psicología llevó a Otis a intentar escribir un ensayo académico donde dar rienda suelta a sus hipótesis sobre los fenómenos psíquicos. Pero aquello no avanzó como debía y cambió de formato, abrazando la ficción. En 1923 logró que la recién creada Weird Tales lanzase La cosa de las mil formas (The Thing of a Thousand Shapes) en sus dos primeros números.
Convertido en colaborador habitual en aquel primer año de vida de la denominada como Revista Única, Kline envió a la misma varias piezas menores, entre las que se encontraba la primera aventura protagonizada por el doctor Dorp: El Sabueso Fantasma (The Phantom Wolfhound, junio de 1923), que no o gustoso de que sus quehaceres fuesen interrumpidos. Sería en aquella primera s presentaba a un conocedor de lo outré ya entrado en años y poco sociable crónica donde se hablaría por primera y última vez de su libro sobre fenómenos extraños: Investigación sobre Fenómenos de Materialización, del que apenas se sabe. Aunque sí que podemos deducir ciertos datos, a tenor de las explicaciones ofrecidas por Dorp al respecto de sus teorías sobre las continuas apariciones de un supuesto can espectral que acechaba al señor Ritsky, quien acudió al experto en busca de ayuda por mediación del detective Harry Hoyne.
Ya en La cosa de las mil formas, Kline recurrió al término psicoplasma en contraposición a otros parecidos como teleplasma o al más extendido en el mundo del ocultismo, ectoplasma. Con la creación de su particular detective de lo oculto – que antecedió al insigne Jules de Grandin, quien coparía casi toda la atención y fama en Weird Tales –, Kline tuvo la oportunidad de poner en boca de éste sus particulares ideas al respecto de tan etérea sustancia.
“Sin duda ha oído hablar de la sustancia llamada ectoplasma, acerca de la cual sir Arthur Conan Doyle ha redactado muchos escritos, o una substancia idéntica llamada teleplasma, descubierta por el barón Von Schrenck Notzing mientras asistía a sesiones de materialización con una médium conocida como Eva.
>>Mientras el barón estaba observando y fotografiando la substancia en Europa, mi amigo y colega, el profesor James Braddock, estaba dirigiendo una investigación similar en este país. Él llamó a la sustancia psicoplasma, y a mí me gusta más ese nombre que los otros dos, pues sin duda es creada o generada por partículas invisibles de materia a través del poder subjetivo de la mente”.
Para Dorp, dicho psicoplasma puede ser creado o reunido en cantidades suficientes para que la misma asuma determinadas formas familiares para quienes las observan. En el caso del citado relato, se trataría de un perro escalofriante que llevaba dos años atormentando al señor Ritsky. Esta capacidad para crear o dar forma a la esquiva sustancia sería innata a casi cualquier ser humano, pues todos tendrían dotes propios de un médium, sin que Dorp o nadie más haya sido capaz hasta el momento de explicar por qué ciertos individuos desarrollan dichas capacidades mientras permanecen latentes en la gran mayoría de personas. El psicoplasma disfrutaría de cierta autonomía o, mejor dicho, la ilusión de tener voluntad propia. La realidad es que alguien debe manejar los hilos, como en el caso de ese sabueso fantasmal, vengador y defensor al mismo tiempo. Poco más se puede aventurar sobre el casi desconocido y ya perdido libro del doctor Dorp, a excepción de alguna pequeña pincelada que se podría o no atribuir a ese tomo.
El Sabueso Fantasma es un relato muy canónico en lo que al subgénero se refiere. Un testigo amenazado, una entidad aparentemente sobrenatural que hace de las suyas, un detective que ofrece sus servicios para esclarecer el asunto, varias experiencias extrañas que enturbian el caso y una solución sorprendente pero plausible de cara al lector, que ve como la razón y el buen hacer del sabio prevalecen. Hay que ponerle una pequeña pega, y es que deja con ganas de más. Eso no se subsanó hasta un año después, cuando se publicó el último número de Weird Tales impreso por Rural Publications, Inc. En ella, además de seleccionar las historias y de compartir una editorial – que aparece al final de La entidad maligna y otros casos del doctor Dorp – llena de corazón y que reivindicaba el buen hacer de la publicación, Kline lanzaba la segunda historia de Dorp: La Entidad Maligna (The Malignant Entity).
En ella veríamos otros de los modismos típicos de estos relatos, en singular combinación con otros elementos bastante sorprendentes. En el lado “canónico”, por así decirlo, se presentó a un narrador que también haría las veces de asistente del doctor y testigo clave de sus nuevas hazañas: el joven Evans, otro investigador con mucha menos experiencia pero igual arrojo que el propio Dorp, treinta y cinco años mayor que él.
Del otro lado, el peligro a enfrentar, basado en los estudios del químico e inventor Albert Towsend. Un hombre con deseos de revolucionar el panorama científico de la época había tratado de crear vida a partir de materia inerte. Sus extraños experimentos con animales habían tenido resultado incierto aunque, en última instancia, solo se podía sacar una cosa clara sobre los mismos: le habían costado la vida, como probaba el esqueleto mondo y lirondo que había dejado tras de sí en su laboratorio.
Un misterio a la altura de Dorp. Un hombre que iba directo al grano pero que se guardaba mucho de compartir sus conjeturas antes de tiempo. Esta segunda aventura – la más larga del ciclo, si no me equivoco – contaba con más personajes, más intriga y, por supuesto, más muertes inexplicables. Pero lo más rocambolesco llegaba en el trepidante tramo final y su ambiguo desenlace, que sin embargo nos resistiremos a destripar. Solo dejaré por aquí una reflexión de Dorp.
“¿Qué es la vida? Definido ampliamente como lo reconocemos en esta tierra, es una unión temporal de mente y materia. Puede haber, y probablemente haya, otro tipo de vida, que es simplemente mente sin materia, pero nosotros, los del mundo material, no lo sabemos. Para nosotros, la mente sin materia o la materia sin mente están igualmente muertas. La monera tiene una mente, un alma, un algo que la convierte en un individuo vivo. Llámelo como quiera. La célula del profesor, de protoplasma hecho por el hombre, no es así. ¿Puede concebir alguna forma posible en la que él pudiera, habiendo llegado a esta etapa, crear una mente o alma individual, una esencia de vida que, una vez unida a su célula de protoplasma, formara una entidad?”
Javier Jiménez Barco escribía en su introducción sobre un Kline que tocaba todos los palos posibles, pero que no era especialmente constante en ninguno de ellos. Por desgracia, el pináculo del doctor Dorp llegó con La Entidad Maligna. Razones podría haber muchas, pero quizá la más destacada sería el meteórico ascenso de Jules de Grandin, que copó buena parte de la cuota de los detectives de lo oculto a partir de 1925. Tampoco hemos de desdeñar la rentabilidad de las novelas venusinas y marcianas que el bueno de Otis publicó en esos años. Aun así, todavía restaba una última entrega de esta trilogía. La misma no vería la luz en su cabecera habitual, sino en Amazing Stories. Era el mes de septiembre de 1927. Había llegado la hora de El Fantasma de la Radio (The Radio Ghost).
Se trató, sin duda, de la más floja de las tres. Con Evans presente y con una gran mansión como escenario principal, la trama olía de lejos a truco de prestidigitación, a pesar de ser la ocasión en que más sensación de peligro sintieron los protagonistas. El conjunto quedó afeado por un desenlace y un epílogo demasiado largo. De todas formas, la ambientación y los debates espiritistas de Dorp con la crédula señorita Van Loan logran acaparar la atención de quienes gustan de este tipo de historias.
La entidad maligna y otros casos del doctor Dorp es una pequeña joya para los buscadores de rarezas. Nada que no sepan ya los habituales de La Boutique de Zothique y sus secretos. De ahí que sea un libro raro y codiciado, que aparece a cuentagotas y muy de vez en cuando. Muy recomendado para quienes quieran saber más sobre personalidades tan particulares como Otis Adelbert Kline, un tipo más interesante e influyente de lo que cabría esperar en un principio. Mención especial a esa editorial dedicada a quienes le dieron la oportunidad de publicar ficción por primera vez. ¿Por qué Weird Tales? Entre otras muchas otras cosas, por autores como él, que se la jugaron sin dudar.
Félix Ruiz H.



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