Hereje: unos apuntes sobre Cornelio Agrippa y Johann Weyer
“Creo en la verdadera fe. No creo en perseguir a las mujeres como brujas, en demonizar otras creencias o en censurar el conocimiento y la libertad de expresión. Esas son las acciones de hombres paranoicos y sedientos de poder, que tergiversan las enseñanzas de Dios para sus propios fines.”
Una de las cosas que más me gusta de esta afición por leer y escribir que tengo es que me permite conocer nuevas obras de forma muy constante, pese a la inevitable falta de tiempo para leerlo todo con la inmediatez que me gustaría. Entre esa lista cada vez más larga había cierto cómic publicado en mayo de este mismo año y cuya sinopsis me voló la cabeza. La premisa del mismo era juntar a Cornelio Agrippa y Johann Weyer para investigar una serie de crímenes en la Amberes de 1529 a petición de la Inquisición. ¿Cómo podría no acercarme a un producto como Hereje?
No son pocas las ocasiones en que me dejo en el tintero algunos textos a propósito, esperando un momento más oportuno para escribirlos o lanzarlos. Unas veces es porque tengo otros escritos por delante en mi lista de prioridades, y otras es porque me gusta hacer varias lecturas antes de abordar aquello que me hace darle vueltas a la cabeza y sentarme delante de la pantalla. Esta vez, en cambio, he decidido empezar a escribir en cuanto he terminado de leer la historia propuesta por Robbie Morrison – un total desconocido para mí, aunque le seguiré la pista de aquí en adelante – y el genial Charlie Adlard, a quien ya he disfrutado en The Walking Dead.
A estas alturas, los visitantes habituales de este espacio sabéis que hay ocasiones en las que hago resúmenes concienzudos de ciertas obras. Esta no va a ser una de ellas, porque a pesar de que su extensión no es grande – no llega al centenar y medio de páginas –, prefiero sembrar en vosotros la idea de acercaros a la obra por vosotros mismos y la disfrutéis. De paso, lanzaré algunos datos e ideas en torno a los protagonistas del relato, que tuvieron una relación de maestro y alumno en las mismas fechas y los mismos lugares mostrados en Hereje.
Antes de ello, superemos el trámite que supone tratar, siquiera de forma breve, el apartado gráfico. Ruego que no se me malinterprete. Sé de su capital importancia de cara a la inmersión en el cómic y de su posible éxito o fracaso. Pero no suelo extenderme en ello porque no me siento preparado ni autorizado para exponer una opinión que sería, en definitiva, superficial y poco argumentada. Por ello me ceñiré a lo estrictamente necesario.
A mi juicio, Adlard es muy bueno dibujando rostros. O, mejor aun, mostrando la expresividad cambiante de los rostros que dibuja. Aquí queda patente, sobre todo, en la figura de Agrippa. Apoyado en los prejuicios que el jovencísimo Johann Weyer tiene sobre su maestro – que conoce al dedillo su fama de ocultista, además de la de médico o abogado, solo por dar un par de ejemplos –, nos muestra primero a un Cornelius enfervorecido y con gesto desencajado por una sonrisa casi antinatural. El genio loco da paso al hombre divertido y socarrón, que rompe el hielo con su ágil lengua y su carisma natural. Luego vemos al sabio, más reflexivo y taimado. También al colérico, que se muestra beligerante ante lo que entiende como injusto e irracional. E incluso habrá momentos en los que le veamos asustado, casi entrando en pánico, y todo el proceso está muy bien logrado, mostrando a un personaje poliédrico. Eso también ocurre con otros personajes capitales en la obra, como el inquisidor Eymerich.
Por si fuera poco, el trabajo de Adlard con los entornos y escenarios es exquisito, destacando todo lo que transcurre en la catedral de Amberes. Tampoco se corta un pelo en mostrar crudeza cuando es necesario, aunque no sea el objetivo de la obra el recrearse en la sangre. La muerte inicial – que forma parte de preludio – y algunas de las posteriores son desasosegantes, punto muy respaldado por el guion de Morrison, que teje una trama muy completa y que sabe cerrar a la perfección.
Y hablando de la trama. ¡Qué bien traída me ha parecido la analogía entre Sigmund Freud y los propios Agrippa y Meyer! Me explico. Esta anécdota que voy a referir ha aparecido en multitud de fuentes escritas. Me he molestado en buscar fuentes en inglés y alemán para cotejarla y he encontrado resultados similares, por lo que la lanzaré aquí bajo mi cuenta y riesgo, pidiendo disculpas de antemano si resulta ser errónea.
El anciano Freud tuvo que dejar Austria en 1938 tras el Anschluss alemán. Sus libros serían prohibidos y quemados por el régimen nazi en los siguientes años. Una purga del saber como tantas ha habido a lo largo de los milenios, pero que conecta a Freud con los dos hombres antes mencionados. Retrocediendo unas décadas, hasta 1899, llegamos hasta el momento en que se publicó la que se sigue considerando como su obra más influyente, La interpretación de los sueños, dando paso con ello al primer boom del psicoanálisis. Freud empezó a recibir elogios en Austria a primeros del siglo XX, al ser reconocido como profesor extraordinario mediante nombramiento imperial. Aquello debió resultarle gracioso y sarcástico, pero debió ayudar a que se envalentonara un poco más de la cuenta en sus declaraciones y entrevistas. Tanto es así que en 1905 se atrevió a dar los nombres de las diez obras que, en su opinión, eran los más importantes en la Historia. Entre ellas, De Praestigiis Daemonum (Sobre las Trampas de los Demonios), del propio Weyer. Una mención a todas luces sincera, pero que despertó suspicacias entre sus colegas de profesión y otras parcelas del mundo académico, lo que alentó a Freud a no volver a sacar a colación el nombre del médico neerlandés nunca más. Una ficción histórica tan interesante como Hereje no podía empezar de otra forma que con el descubrimiento de los diarios personales de Weyer en la casa de Freud en Londres.
Otro punto muy interesante y que me parece digno de mención es el descubrimiento del motivo que llevó a Meyer a querer estudiar junto a Agrippa dentro del marco del cómic de Morrison y Adlard. Se sabe que el joven Weyer permaneció junto al alemán dos años, viviendo en su propia casa y empapándose de las enseñanzas tan poco ortodoxas que debía compartir su maestro. Alguien un poco avispado creería que todo se podría deber a la ya por entonces gran fama de Cornelius o a la extendida anécdota vital de Johann, de quien se cuenta que estaba convencido de haber convivido con un cobold (o kobold. En ambos casos, se trataría de un duende o espíritu doméstico) en su casa de Brabante, identificándose de esta forma con la faceta más ocultista de Agrippa. Pero, sin embargo, Morrison optó por algo inesperado: la admiración de la madre de Weyer hacia el alemán, quien en 1509 escribió su De nobilitate et praeccellentia faemini sexus (De la nobleza y preexcelencia del sexo femenino) en honor de Margarita de Borgoña, que no sería publicado hasta 1529, precisamente el año en que Weyer se convirtió en su alumno. Aquella obra podría ser considerada temeraria incluso a día de hoy para determinadas sensibilidades ideológicas, políticas y religiosas de los países occidentales, así que podréis imaginar lo que supuso un alegato tan contundente sobre la superioridad moral y teológica de la mujer en los primeros compases del siglo XVI. Los posibles posicionamientos hacia este manifiesto quedan de claros cuando éste le pregunta al recién llegado por la postura de su padre al respecto.
“Mi padre afirma que usted la escribió como una estratagema oportunista para lograr los favores y el patrocinio de Margarita de Austria”.
Se ha de puntualizar que Cornelius Agrippa tuvo una vida de lo más ajetreada y movida. Tuvo que huir de varias ciudades a toda prisa debido a sus encontronazos con las autoridades eclesiásticas y académicas, además de con las diferentes noblezas europeas a las que sirvió, incluyendo a la de los Reyes Católicos. Hacia la fecha presentada en la obra, nuestro hombre era una de las figuras de confianza de la propia Margarita de Austria – y, por extensión, de Carlos V –, para quien trabaja archivista e historiógrafo. Dicha ocupación no le resta problemas ni enemigos. Algo en lo que el cómic insiste con buen tino.
Es justo detenerse también en cierto incidente de la vida de Agrippa para entender la inquina que muestra hacia él la Inquisición en general y el personaje del inquisidor jefe Eymerich en particular. Para ello, hemos de volver a retroceder en el tiempo, hasta 1518. En los años anteriores tuvo algunos vaivenes al servicio de Maximiliano I de Habsburgo, a quien sirvió como militar y diplomático. Una labor que era interrumpida de forma intermitente, pues una personalidad como Cornelius nunca permanecía mucho tiempo en el mismo sitio y haciendo las mismas cosas.
La cuestión es que, una vez abandonado ese trabajo, el sabio se dedicó a la enseñanza por diversas universidades italianas hasta que el marqués de Montferrat le convenció para ser consejero municipal y abogado en la ciudad francesa de Metz en el citado año de 1518. Durante su estancia en el lugar tuvo un encontronazo muy sonado con el inquisidor dominico Nicolás Savini. La culpa fue de cierta campesina acusada de brujería y que habría podido ser condenada a la hoguera de no ser por la intervención de Cornelius. Su defensa se basó en la senilidad de la acusada, lo que finalmente funcionó. No contento con la liberación de la mujer, el abogado multó a los testigos que consideraba difamadores y a dos monjes cómplices en la injusta detención. De esta forma, se granjeó – con razón o sin ella, pues eso a los defensores de la fe y adalides del miedo de aquel tiempo les daba igual – enemigos aun más persistentes y peligrosos.
Aun quiero dedicar unas cuantas palabras a la influencia de Weyer, que siempre tuvo en alta estima a su maestro, pese a la fama de nigromante que la historia le impuso durante siglos. De él ya hablé en un texto anterior, pero la ocasión merece extenderme un poco más en tan importante y, a la vez, desconocido hombre de ciencia.
Tras pasar por la casa de Cornelius y acumular recuerdos y vivencias que atesoraría siempre, Johann Weyer – o Wier, como escribí su apellido en mi anterior texto dedicado a su figura – se doctoró en 1537. Tenía 22 años. Durante presenció de primera mano los horrores de la caza de brujas y se indignó ante las pretensiones de la Inquisición y su obra respaldo fundamental, el infame Malleus Maleficarum. Desde su posición como médico, arremetió por escrito y en público contra las aberrantes discusiones que contenía dicho libro sobre las perversiones eróticas de las mujeres, las fantásticas afirmaciones sobre los poderes de los íncubos o súcubos y las persecuciones asesinas de las brujas por parte de la Iglesia y los distintos Estados. Sus críticas directas lo obligaron a buscar protección como médico del duque Guillermo V de Jülich-Cléveris Berg, y pasó la mayor parte del resto de su vida junto a este hombre. Tras la muerte del duque, Weyer se vio obligado a buscar refugio en otro lugar y pasó los últimos años de su vida bajo la protección de la condesa Ana de Techlenberg. Allí falleció en 1588, permaneciendo desconocido el lugar exacto de su entierro.
Weyer observó con atención el mundo que le rodeaba, el cual le parecía más bien una enorme clínica repleta de enfermos. Publicó varias obras sobre temas médicos generales, entre las que destaca su tratado sobre el escorbuto. Pero su obra cumbre, su primera publicación, fue clave en el futuro desarrollo de la psiquiatría, y sin duda influenciado por las enseñanzas de Cornelius Agrippa: el ya mencionado más arriba De Praestigiis Daemonum, et Incantationibus, ac Veneficiis Libri V. Al año siguiente se publicó una segunda edición, más extensa, pues el libro tuvo gran acogida, aunque careció del debido respeto por parte de sus colegas y de las autoridades. En 1566 se publicó una tercera edición, también ampliada, y un año después se publicó la traducción de Weyer en lengua vernácula, aún más extensa. Le siguieron otras ediciones en 1568, 1577 y 1583. Lo cierto es que el libro suscitó una fuerte oposición. Prueba de ello es que la Iglesia la incluyó de inmediato en el Índice de Libros Prohibidos. Sigmund Freud trató de devolverle su merecido prestigio, pero ya he contado cómo acabó aquello.
A pesar de su incomprensión hacia los métodos y justificaciones de la Iglesia, Weyer fue un católico practicante y creía en la existencia de brujas y las posesiones demoníacas, pero negaba el poder que detentaría el Diablo sobre las miserables vidas de la mayoría de los acusados. Solo era capaz de ver a mujeres tan asustadas, ignorantes y perturbadas mentalmente por las alucinaciones que eran incapaces de negar las acusaciones. También veía enfermedad mental donde la Iglesia y el poder político veían criminalidad, y fue el primer médico que se atrevió a enfrentarse a la Inquisición y negar su derecho a seguir actuando en nombre del cristianismo. La manía colectiva de la brujería era una lacra que debía ser combatida, siendo el Malleus Maleficarum y las artes que permitía practicar las principales fuente de su desdén.
Al escribir De Praestigiis Daemonum debió de tener ante sí un ejemplar del Malleus, pues su libro es casi una refutación frase por frase del mismo. Su análisis crítico del flagelo de la brujería constituye la raíz misma de la psiquiatría moderna, pues suyas fueron las primeras afirmaciones que demostraron la psicopatología como algo totalmente ajeno a la obra del Diablo y susceptible de un tratamiento clínico.
Como conocedor de ambas figuras incomprendidos, me alegra que alguien se haya atrevido a poner en valor a Agrippa y Weyer de forma tan elegante. Morrison y Adlard firman un trabajo muy redondo, con ciertas licencias históricas necesarias pero lleno de diálogos profundos que ahondan en la dicotomía entre la razón y la incomprensión. Entre la tolerancia y y el miedo hacia lo diferente. Cuestiones muy en boga en este mundo tan polarizado como el que nos ha tocado experimentar. Los tiempos cambian, pero la humanidad se empeña en seguir tropezando con las mismas piedras una y otra vez. Si os gustan los thrillers o las conspiraciones palaciegas y buscáis un relato que os deje poso, Hereje es una opción más que digna.
Es muy probable que me lance a la tarea de escribir un resumen extenso del cómic en estos días, cuando tenga la oportunidad de leerlo más veces y con la debida atención. Lo que no haré por el momento será compartirlo. Quedará guardado hasta que llegue el momento oportuno, sea cual sea.
Félix Ruiz H.






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