Cazador de brujas: Perdido para siempre
“Sueña como un indio, Grey. Le reza a un gran espíritu del cielo, y sus chamanes ahuyentan demonios con palos en cruz. ¿Eso no es magia?”
¿Un detective de la Inglaterra victoriana en el lejano oeste? Cualquier cosa es posible en el imaginario de Mike Mignola. Hace un tiempo que escribí un par de textos para reseñar y analizar en profundidad el primer volumen de las andanzas de Sir Edward Grey, el joven cazador de brujas a las órdenes de la reina Victoria. Ahora que ya está disponible el segundo tomo integral de Norma Editorial dedicado al personaje y, por tanto, todas sus aventuras editadas hasta la fecha en España, es buen momento para retomar la historia donde la dejamos.
Las cinco grapas de Lost and Gone Forever USA aparecieron por primera vez entre 2011 y 2012 de manos de Dark Horse Comics. El tándem formado por Mignola y John Acurdi se hizo cargo de los guiones, al contrario que ocurrió en Al servicio de los ángeles, donde dicha labor fue realizada en solitario por el primero. En cuanto al dibujo, el mismo corrió a cargo de John Severin, quien tomó el relevo de Ben Stenbeck. Este cambio constante de equipo creativo es una de las peculiaridades de la serie.
Una decisión valiente, pero no siempre acertada. Por suerte, no hay queja alguna con los dos ejemplos mencionados. Sobre todo en lo que se refiere al apartado gráfico, pues tanto Stenbeck como Severin hacen un enorme trabajo. Aunque he de decir que la labor de Severin me ha parecido mucho más completa que la de Stenbeck, quien por otra parte es un habitual en el universo de Mignola. En Perdido para siempre, tanto Edward Grey como el resto de personajes poseen mucha más expresividad, lo que ayuda a dar empaque a un argumento muy rupturista respecto a la anterior entrega. Y no solo por su ambientación – un weird western con minas abandonadas, cantinas a rebosar de gente y criaturas de pesadilla que acechan a los protagonistas – sino por la profundización en la psique del detective, quien ve tambalear sus creencias al ser interpelado por algunos de los habitantes de Reidlynne y sus alrededores.
Entre todos ellos, sin duda hemos de rescatar a Morgan Kaler, un misterioso pistolero que hace las veces de sidekick para Edward, pero que a la vez parece guardar muchos más secretos de los que nos son revelados durante la corta estancia de Grey en Utah. Es una pena que no se haya explorado más a ese “perro viejo”, como él mismo se define. Pero sus parcas explicaciones y sus silencios son solo la punta del iceberg de un periplo muy bien escrito, al que vamos a entrar de lleno desde ahora, con todo lujo de detalles.
Año 1880. Un año después de lo ocurrido en Al servicio de los ángeles, Sir Edward Grey viajó hasta Utah con el objetivo de dar con un tal Lord Glaren, quien había sido avistado unos meses antes de camino a la ciudad de Cedar City. La carreta que transportaba al emisario de Su Majestad se detuvo en la localidad minera de Reidlynne, donde quizá podría obtener información gracias a los locales o al sheriff del lugar. Con ello en mente, Grey se dirigió hasta el que aparentemente era el único hotel del pueblo, no sin antes echar un ojo a la derruida y abandonada iglesia, donde pudo ver a una anciana indígena rezar en silencio, arrodillada frente a una pequeña talla de un Cristo crucificado. La mujer huyó en cuanto se percató de la presencia del recién llegado, que no tardó en encontrar una serie de símbolos extraños escondidos bajo los escombros y las capas de polvo acumuladas en el suelo. Grey era observado por algunos lugareños, recelosos ante aquel escrutinio que se había llevado a cabo sin el consentimiento de nadie.
Grey se adentró en el bar del hotel, donde el libertinaje campaba a sus anchas. Deseoso de obtener pistas, el inglés interpeló al camarero de la barra, pero este se mostró inflexible ante sus preguntas. Es más, le recomendó que cerrase la boca antes de que la situación se pusiese fea. Por desgracia, un par de tipos lo oyeron todo y comenzaron a increpar al extranjero, ya listo para defenderse en caso de ser necesario. Nadie se andaba con medias tintas allí, como demostraron los vaqueros que molestaron a Grey. La trifulca se resolvió a punta de revólver, siendo Edward quien salió victorioso tras dejar un par de cadáveres y algunos tipos golpeados tras de sí. ¿Así eran las bienvenidas en Estados Unidos?
Un tipo esperaba a Edward fuera. Tenía el pelo largo, rubio y entrecano, al igual que la barba. De edad indefinida, y con un par de caballos consigo, el extraño se identificó como Morgan Kaler. Se había tomado la molestia de sacar todas las pertenencias del inglés del hotel, pues nadie volvería a recibirle de forma cordial en aquel lugar, abandonado a los vicios tras el incidente de la iglesia, acaecido durante el verano de 1879. Al parecer, un grupo de mujeres solteras había llegado a Reidlynne para ayudar a expandir su población. Todas fueron recibidas en la iglesia, que fue cerrada a cal y canto. Pocos instantes transcurrieron antes de que la gente que había en los alrededores oyesen terribles gritos procedentes del interior. Cuando lograron adentrarse en el edificio, ya era demasiado tarde: varias decenas de personas habían desaparecido sin dejar rastro alguno. Ante tal acto de demonio – pues fue a él al que señalaron como culpable –, los lugareños quemaron el otrora lugar santo, para que no volviese a ser profanado de nuevo.
Kaler dudaba que todo aquello fuese cosa de Satanás, al igual que Grey. Este lo achacaba todo a las acciones de Lord Glaren, de quien apenas se da información ¿Sería un nigromante o algún otro tipo de adepto a la magia? Nunca lo sabremos, como veremos más adelante. Antes de eso, los dos recién conocidos se toparán con Isaac, un hombre de actitud infantil que solía acompañar al cowboy en sus viajes. Este personaje es otro de los más especiales de cuanto aparecen durante toda la serie del cazador de brujas, pero nunca más sería explorado en el futuro. Al menos, hasta ahora. Sí que podemos señalar que poseía ciertos dones, como un buen oído o una curiosa capacidad de anticipación o precognición. Aunque lo más impactante es su longevidad, asunto que se insinúa cuando Edward lee una carta dirigida a Isaac por su hija, allá por la década de 1830. ¿Sería cosa de magia? El inglés se sentía muy incómodo ante tal posibilidad, pero Kaler expuso que todas las confesiones religiosas guardan cierto estrato común y que el mundo en el que Grey se mueve es solo una pequeña parte del total.
Tanto Morgan como Isaac conocían a Grey y habían leído algunas de las historias que se contaban sobre él. Los penny dreadfuls protagonizados por el joven Sir habían cruzado el Atlántico, llegando a rincones tan alejados como aquel. El propio Edward no sentía ninguna simpatía hacia aquellos textos, llenos de habladurías y exageraciones. Por ello, compartió con ambos su historia de origen, la misma que ya fue desarrollada en Al servicio de los ángeles y en las entradas del blog dedicadas a ello.
Cabalgando por el desierto, y tras una necesario acampada, Morgan llevó a Grey a las cercanías del asentamiento de los indios Paiute. Estos estaban congregados en torno a una chica joven, rubia y blanca, que les estaba contando una historia de lo más sugestiva. Según ella misma relataba, era la enviada de un ángel, que tuvo a bien enviarla a la tierra de los muertos para que recibiese las lecciones de Pokah, un sabio que le relató los mitos de ese pueblo y que le dio pistas para hallar cierto tesoro mítico para aquella tribu y que serviría para liberarles de la tiranía de los colonos de Utah. Kaler sabía que aquella chica, llamada Eris, había sido quien había provocado la muerte del anterior sheriff de Reidlynne, quien fue sucedido por uno de los borrachos abatidos por el enviado de Su Majestad en el bar del pueblo. Sin que se revele en ningún momento el cómo obtuvo dicha información, el vaquero contó la verdadera y escueta historia de la predicadora.
“Sé de una jovencita de nueva Jersey que encontró un viejo libro. Me han contado que modelaba pequeñas figuras de arcilla y luego las imbuía de algo similar a la vida”.
Grey lo tenía claro: Eris era una bruja. Morgan, por su parte, opinaba que la muchacha intentaba convertir a los paiute a una religión sincrética entre el cristianismo y los propios mitos de la tribu. La chica advirtió la cercana presencia de ambos hombres, y les dedicó furibundas miradas. Un anticipo nada halagüeño de lo que estaba por suceder. La chica estaba a punto de lanzarse a la caza de los entrometidos, que podrían dar al traste con su plan. Uno que necesitaba de la colaboración de la anciana Waveya – a quien Grey vio en la iglesia derruida de Reidlynne –, y de Kaipa, un sabio profeta paiute revivido con malas artes y cuya alma había sido introducida en el cuerpo del cura desaparecido.
Un francotirador desconocido trató de acabar con Grey y Kaler, pero erró en la intentona. Ninguno de los dos dudó en seguir al atacante, a quien alcanzaron durante la noche y que se reveló como Lord Glaren. Pero ya no era más que un cadáver andante. Los dos compañeros hubieron de emplearse a fondo para someter a su enemigo, que terminó siendo arrojado a una hoguera por Kaler y consumido por las llamas. Nada mejor que el fuego para acabar con un zombi, término desconocido por Edward, quien opinaba que Glaren era un revenant. De una forma u otra, el caso que llevó al detective hasta Utah ya estaba resuelto, pero no así sus problemas, que se incrementaron cuando fue atacado por un grotesco y enorme perro. Solo la providencial intervención de Isaac evitó un final funesto. Herido en el proceso, Isaac fue curado por Morgan y puesto a salvo en una cueva, donde los tres pasaron la noche. Allí, Edward Grey soñó con la anciana Waveya y con un zorro parlante, que les hablaron sobre la mina abandonada de Reidlynne, donde quizá encontrase todas las respuestas.
Por su parte, la anciana y el espíritu devuelto a la vida del sabio Kaipa intercambiaban impresiones sobre el mundo espiritual y el parecido entre el Paraíso de los paiute y el que predicaban los clérigos cristianos. Ambos hablaban en una lengua que era incomprendida por el resto de la tribu, que debía confiar en la palabra de la venerable mujer. Sin embargo, algo parecía ir mal. Kaipa no estaba alegre por haber vuelto de entre los muertos para conducir a su pueblo hacia la salvación, sino que parecía anhelar su regreso. Y el motivo no era otro que Eris, quien le había arrancado de allí en contra de su voluntad. Kaipa era un instrumento al servicio de un plan mayor, uno que pretendía convertir a todos los paiute en moneda de cambio para cierta entidad sobrenatural que, a cambio, otorgaba poderes a la chica. Solo la intervención de Waveya podría acabar con aquel mal, pero para ello debería matar al recipiente humano del alma de Kaipa. Es decir, al sacerdote que desapareció meses antes en la iglesia. ¿Aquel incierto incidente fue provocado por Eris? De ser así, ¿qué pasó con el resto de personas que fueron encerradas allí?
Serían Morgan y Edward quienes despejarían dicha incógnita en la mina, tras haber dejado atrás a Isaac, quien regaló un brazalete al inglés sin dar mayores explicaciones. Tras vagar por corredores y galerías durante horas, los buscadores se toparon con los desaparecidos, aparentemente muertos y depositados allí por manos desconocidas. El vaquero se acercó a ellos para cerciorarse de sus identidades. Craso error, pues todos los cadáveres se alzaron al unísono. Las balas no eran capaces de frenar sus ansias de matar, por lo que Morgan debió recurrir a la pólvora para atrapar a sus perseguidores dentro de la mina. Cuando nuestros intrépidos aventureros creían estar a salvo, ya fuera de la mina, Eris y montones de lugareños de Reidlynne convertidos en zombis los cercaron. Edward debía volver a cobijarse en la mina mientras Morgan defendía su posición con uñas y dientes. Pero, al llegar al umbral, la catástrofe alcanzó al cazador de brujas. Un disparo le hirió de muerte. Edward estaba a punto de comprobar si era digno de la salvación eterna o del tormento perpetuo.
Se vio a sí mismo en un enorme bosque. Bajo un cielo inmaculado y rodeado de vida salvaje, Edward estaba en paz. Pero un encuentro alteró esa tranquilidad. Waveya se erigía sobre el espíritu de Kaipa, lanza en mano, dispuesta a ejecutarle. La anciana albergaba dudas, y el sabio era consciente de ello. Pidió a Grey que fuese él quien acabase con aquel engaño perpetrado por Eris. El joven cazador de brujas se negaba, pero una fuerza invisible levantaba su mano y materializaba un revólver en ella. Un disparo salió del arma, y aquel idílico paisaje se deshizo al instante. Grey estaba en pie, junto al cuerpo inerte del cura de Reidlynne y a la anciana paiute. El resto de la tribu permanecía muda e incrédula.
Por su parte, los zombis manejados por Eris se desplomaban. Kaler miró hacia el cielo nocturno, que se estaba tiñendo de figuras blanquecinas. Eran las almas de todos los creyentes que, guiados por Kaipa, regresaban a la verdadera tierra de los muertos. Una gigantesca figura animal se erigió sobre aquellos parajes. Quizá se trataba de la deidad de los paiute, o puede que fuese el ser que dotaba de poder a Eris. La falsa predicadora no disponía de almas con las que negociar y sus poderes estaban abandonándola. Su castigo sería la muerte, que sobrevino cuando fue alzada en los aires y retorcida de forma antinatural. Morgan Kaler no perdió detalle y pudo dar fe de que no quedó nada de la muchacha, que acabó convertida en un tronco seco.
Una vez reunidos, Morgan interrogó a su compañero de aventuras. ¿Cómo podía haber sobrevivido a semejante herida? Podría haber sido cosa de la voluntad de Kaipa o del ser sobrenatural que vieron en el cielo. Pero también era posible que el brazalete de Isaac tuviese algo que ver. Las miradas que Edward dedicó al objeto hablaron por él.
Era la hora de marcharse. Sir Edward Grey jamás volvería a pisar Utah, pero dejaría tras de sí a un par de nuevos amigos y sendas invitaciones para visitar Inglaterra. Nunca sabremos si hubo reencuentro. Quizá no fuese necesario. Una aventura como la vivida por el grupo es capaz de dejar una huella indeleble por sí sola.
Félix Ruiz H.


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