Historia de Nadie (primera parte)

 


“HORROR”, LA ABSURDA HISTORIA DE PESADILLAS Y SINIESTRAS PROFECÍAS DETRÁS DEL CASO REED


Se vuelve a hablar de Dylan Dog, esta vez en relación con la muerte del médium dibujante


Londres – Ha vuelto a pasar. Cada vez que un hecho real presenta aspectos un tanto “fuera de lo normal”, surge invariablemente el nombre de Dylan Dog, el autoproclamado “investigador de la pesadilla”. Es el caso de Crandall Reed, de 35 años, dibujante de cómics (casualmente de “terror”) y médium a tiempo parcial, cuyo cadáver fue hallado el mes pasado en los alrededores de Londres con una herida de arma de fuego en la cabeza y, sobre todo (he aquí el insólito y espeluznante detalle), parcialmente devorado. Ya nos habíamos referido ampliamente a él en esta columna, y las investigaciones están siguiendo la única pista posible, la de un loco afectado de “canibalismo”. Pero de ahí al nacimiento de una leyenda urbana sobre zombis que se nutren de carne humana solo hay un pequeño paso. Poco antes de morir, Reed había participado en una sesión de espiritismo en casa de la conocida “vidente” María Trelkovski, en la cual también estaba presente Dylan Dog. Y la misma señora Trelkovski habla confusamente de terroríficas profecías, de un futuro no muy lejano en el que los muertos, como en una película de Romero, resurgirán y conquistarán el mundo. Todo se habría iniciado con los experimentos de “reanimación de difuntos” de un tal doctor Xabaras, por otra parte ilocalizable y sobre cuya existencia real hay más dudas que certezas (aunque es curioso que este nombre haya surgido también en la investigación sobre el trágico fin del biólogo John Browning, asesinado en octubre de 1986 por su mujer, Sybil, porque, según ella, se había convertido en un “zombi devorador de hombres”). Para complicar aun más las cosas tenemos la aparición de una joven, una tal Morgana, retratada por el propio Reed en su último cómic (pero también hay que preguntarse si no se tratará tan sólo de un personaje de ficción). Por su parte, Dylan Dog calla, confirmándose de este modo como un hábil vendedor de sí mismo con su “enigmático” silencio. “Lo único que me interesa”, ha dicho, “es terminar mi galeón”. Francamente, a nosotros también nos interesa: esperemos que a partir de ahora sólo se dedique a la maquetación.

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Nadie había encontrado ese periódico en el salón de casa, tirado y arrugado. La estancia estaba vacía, a excepción del hueco de la chimenea y la pequeña bombilla que colgaba en el centro de la estancia. Un pequeño consuelo ante la tristeza que sentía ante la idea de haber muerto. Tal vez, morir era así… Encontrar una casa vacía después de que todos se hayan ido. Entonces, ¿cómo es vivir? No lo recordaba. Veía la nieve caer a través de la amplia ventana. ¿Pero cuándo se supone que debía nevar? Tenía la fuerte sensación de que debía encontrar un universo escondido entre millones de otros universos. Un copo de nieve entre la nieve. El nombre y la fecha del periódico estaban borrados, así que Nadie no podía saber si esa fecha era la misma en que había muerto. Pero sí que tenía unas palabras grabadas a fuego en la mente:

Iré a la escuela. Me graduaré. Me casaré. Mi padre morirá. Encontraré un trabajo seguro, funcionario del Estado. Mi esposa me traicionará, y yo no diré nada para que el mundo no se derrumbe… ¿Y luego? Y luego se acaba…

De todas formas, había algo en aquel artículo que le desconcertaba. Se hablaba de unas muertes, de médiums, de zombis y de un investigador de la pesadilla” que le sonaba vagamente. Pero sí que sabía algo (o lo intuía, al menos): el doctor Xabaras no hacía experimentos de reanimación. Solo era un simple psiquiatra.

Se cruzó con su consulta por pura casualidad mientras vagaba por calles que era incapaz de reconocer. ¿O solo se despertó en su despacho? ¿A qué venía tanta bruma en el cerebro? Aquel día (que pudo haber sido ayer o hace un mes, quién sabe) se despertó muy temprano en aquel lecho duro y estrecho, tapado por una plancha de madera que le impedía ver nada a su alrededor. No sabía dónde estaba, por supuesto. Como tampoco tenía conocimiento alguno sobre el señor de aspecto tan desaliñado que le estaba observando, estupefacto. Entre bostezos y estiramientos, Nadie se acercó al desconocido, que se quedó acurrucado e inmóvil en el rincón donde segundos antes estaba dormido y protegido del frío. Ahora se había unido al club más numeroso de cuantos hayan existido: el de los fallecidos. El terror provocó que su corazón decidiese que hasta ahí habían llegado sus latidos. De esto se percató Nadie al instante. Pero, lejos de intentar buscar ayuda para asistir a aquel desdichado, actuó con toda la naturalidad del mundo y le cedió su sencilla y dura cama. Al menos, ese pobre hombre podría descansar en paz. No como él, que tuvo que soportar el frío del exterior mientras dejaba atrás el solitario camposanto y buscar un taxi que le llevase hasta su casa.

Su memoria era capaz de rescatar muchas cosas. Su dirección, el nombre de su mujer, la calidez que sentía en el regazo de su madre, los años de estudios universitarios o su lugar de trabajo. Cosas esenciales, sin duda. La cosa se complicaba cuanto más pensaba en sí mismo, en otra serie de simples detalles que era incapaz de responder. ¿Quién era él? ¿Cuántos años tenía? ¿Por qué no se había despertado en su habitación aquella mañana? ¿Qué hizo ayer? Quizá se había pasado con el alcohol. Era algo que cabía dentro de las posibilidades. Carol estaría muy enfadada. ¿A quién quería engañar? A Carol ya le daba igual todo lo que tuviese que ver con él. Pero tendría que dejarle un par de libras para pagar al taxista.

Los gritos de la mujer fueron atrajeron la atención de Bert, que bajó las escaleras a saltos. ¿Qué hacía allí su mejor amigo? Oía la respiración agitada y la voz entrecortada de Carol, al mismo tiempo que veía la cariacontecida expresión del fornido y semidesnudo Bert, que se acercaba a él con cautela. Debía de ser una broma. O mejor, una pesadilla un tanto surrealista. Pidió explicaciones, pero lo que oyó fue aun más confuso de lo que esperaba. Mientras Carol se sentaba a la mesa y se tapaba la cara con las manos, Bret se cogió del hombro y fue todo lo franco que pudo. Según él, su regreso era injusto. ¿Cómo iban a esperar que un muerto regresase el día después de ser enterrado provisionalmente en aquella capilla abandonada? Claro, no era nada sencillo encontrar un lugar adecuado en el cementerio si no se va recomendado por alguien. Carol estaba sola y desesperada, pero para eso estaba Bret. Él debía suplir su lugar, aunque estaba convencido de que jamás lo haría tan bien como Nadie, que era conducido con delicadeza hasta la puerta de su propia casa mientras el peludo traidor decía que lo mejor que podía hacer era regresar por donde había venido y echarse a dormir. ¿De verdad estaba soñando? ¿O acaso eran Carol y Bret quienes lo hacían?

Ahora contaré hasta tres. Y al oír tres, despertará. Uno… Dos…

Carol despertó mientras acababa aquella operación tan manida que era llevada a cabo por los hipnotistas o los psiquiatras. Todo estaba bien, tal como debía estar. Bret se sentó junto a ella para desayunar y oyó con curiosidad y paciencia toda aquella concatenación de sinsentidos que ella había experimentado aquella noche. Bret tenía razón al decir que las pesadillas se disuelven con la luz del día, aunque la culpabilidad seguía royendo el alma de una esposa recién enviudada que ni siquiera tenía el valor de recordar el nombre de su compañero de vida hasta hacía dos días.

Ya no recuerdo mi nombre… Llamadme Nadie...

Tenía un hambre inusitada, insaciable a menos que se comiese un venado entero. Aunque podría conformarse con aquella linda mujer rubia a la que acababa de dejar en casa. ¿O no había estado allí? La había observado a través de la ventana y deseaba con todas sus fuerzas entrar y morder hasta quedar exhausto. Le vino de perlas que el tipo alto enfundado en un traje de rayas verde saliese de la casa a la carrera. Con las prisas, no había cerrado la puerta. Pensaría que ella acudiría a despedirse, en silencio y observándole llena de admiración y deseo. Menudo idiota. Pero le estaba agradecido, pues le había dado una oportunidad de esas que no se pueden dejar pasar.

Allí estaba ella. De espaldas, en la cocina. Recogía la mensa en silencio, enfundada en su bata color salmón. Oyó con claridad los pasos que se acercaban sin pudor. Creía que era su amante. Fue su penúltimo pensamiento. Pocos segundos después llegaría el último, aderezado con dosis tremendas de dolor y desesperación. Deseaba que la pesadilla de la noche anterior continuase. Dentro de ella, al menos, su difunto marido no la estaba matando a mordiscos.

...Tres.

El sudor y los gritos acompañaron ese nuevo despertar. Daba igual dónde estuviera porque cualquier sitio era mejor que la cocina de su casa. Allí había dejado a Carol, tumbada en un enorme charco de sangre y sin apenas carne que cubriese sus huesos. El sabor metálico de la sangre todavía inundaba su boca, que por otra parte notaba muy seca. Estaba tumbado en un diván verde, todavía enfundado en su traje oscuro. Su favorito de cuantos tenía. Junto a él, sentado en un sillón de piel muy amplio, se encontraba un señor de edad indefinida, de mirada azul y profunda, pómulos muy marcados y rictus impasible. Con una calma infinita, aquel hombre le ofreció un vaso de agua mientras le recordaba que aquella sesión ya había terminado. Se presentó como doctor Xabaras, su terapeuta. Acababa de someterle a una sesión de hipnosis en la que había revivido varios momentos de su vida, incluidos algunos trances oníricos bastante llamativos. Pero Nadie sabía toda la verdad. En el fondo, aunque no pudiese encajar todas las piezas, estaba seguro de haberse comido a Carol. El doctor le miraba fijamente, sin mostrar el menor signo de alteración ante lo que estaba oyendo. Nadie escuchó atentamente sus palabras.

En ese caso, usted sería un muerto viviente… Que, entre otras cosas, ha devorado a su mujer… No, le repito que eran sueños. Sí, muy realistas, pero todo ese horror, por suerte, sólo es fruto de la fantasía. Lo curioso es que también ha soñado con los sueños de otros. Situaciones en las que usted no era el protagonista…

Poco después, Nadie fue despedido de la consulta del doctor, que le vería la siguiente semana a la misma hora, aunque el paciente desconociera qué hora era. Nada de aquello tenía sentido y no albergada deseo alguno de regresar a casa para comprobar si sus sospechas eran ciertas. Lo mejor era echar a andar sin mirar atrás y ver qué le deparaba el día. Eso hizo durante un tiempo que le pareció eterno, hasta que una pequeña placa de metacrilato fijada en una puerta llamó su atención. Dylan Dog, investigador de la pesadilla. Era lo que rezaba en la puerta, y justo lo que Nadie necesitaba. Así que pulsó el timbre y esperó unos segundos, o puede que un par de minutos. Nadie. Allí no había nadie. Parece que la suerte le era esquiva. Tocaba seguir andando mientras el mismo mantra le martilleaba en la cabeza.

Iré a la escuela. Me graduaré. Me casaré. Mi padre morirá. Encontraré un trabajo seguro, funcionario del Estado. Mi esposa me traicionará, y yo no diré nada para que el mundo no se derrumbe… ¿Y luego? Y luego se acaba…





Félix Ruiz H.


*Relato basado en Historia de Nadie, de Tiziano Sclavi y Angelo Stano. Publicado en abril de 1990 por Editoriale Daim Press y editado por Sergio Bonelli.



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