El alquiler del fantasma
“Si me lo hubieran preguntado media hora antes, habría contestado, como correspondía a un joven que de manera explícita cultivaba un criterio burlón de lo sobrenatural, que tales cosas no existen, que no hay casas encantadas. Pero la que tenía ante mí daba un sentido vivo a aquellas palabras vacías: allí había una maldición espiritual.”
No era Henry el miembro de la familia James más interesado en la teología, el espiritismo o el ocultismo. Sin embargo, algunos de los fantasmas literarios más sorprendentes de la segunda mitad del siglo XIX y primer cuarto del XX fueron obra de su inventiva. Unos aparecían a la luz de la luna, como dictaban los cánones. Otros, sin embargo, caminaban sin hacer ruido o dar alaridos. Pero la especialidad de James en este ámbito – pues dedicó su vida a muchas cosas – era la creación de atmósferas y ambientes extraños y siniestros que casaban a la perfección con la sencillez y la normalidad. ¿Y qué mejor ejemplo de esta mezcolanza que una casa sencilla en mitad de la nada, descubierta durante una caminata de regreso a la facultad?
Antes de sentarme a escribir estos párrafos, me he tomado la libertad de consultar un par de ensayos sobre la literatura de terror en general y sobre las casas encantadas en particular. Para mi sorpresa, no he hallado más que una pequeña mención al autor que debuta hoy en el blog, y la misma versaba sobre la que se considera su gran contribución al subgénero de las historias de fantasmas: Otra vuelta de tuerca (The Turn of the Screw, 1898). Ha sido un tanto decepcionante, teniendo en cuenta que el autor tuvo hasta tres etapas más o menos dilatadas en las que dedicó parte de su tiempo a crear ficciones de este tipo con más o menos acierto, pero en constante evolución temática y estructural.
Durante las últimas semanas he leído algunos de estos relatos en Fantasmas, tomo de bolsillo editado en 2016 por Penguin Clásicos que recopiló buena parte de su narrativa breve dedicada a este asunto tan afín a nuestros particulares intereses. La introducción de dicho libro, además de sendos textos precedentes a cada relato, corrieron a cargo del crítico y biógrafo estadounidense Joseph Leon Edel, gran especialista en la vida del neoyorquino.
Edel indicaba en dicha introducción que los relatos fantasmales de Henry James (1843-1916) surgieron de ciertas experiencias familiares y de sus propios sueños. En cuanto a las primeras, las mismas tuvieron por protagonistas a su padre y su hermano William, fundador de la psicología funcional en suelo estadounidense y curioso de todo lo esotérico. Henry James padre – teólogo aficionado – tuvo una súbita sensación de pánico mientras estaba en su casa. Sentimiento acompañado de la certeza de la presencia de una figura amenazadora pero invisible, que le provocó un malestar duradero que solo pudo ser paliado por las lecturas de los escritos de Emmanuel Swedenborg. En cuanto a William, su experiencia fue más “tangible”: rememoró a un paciente epiléptico que había visto en el psiquiátrico, y vislumbró al mismo en el vestidor de su hogar. En lo concerniente a las segundas, el autor acabaría por relatar a algunos conocidos y amigos, como a una tal Lady Ottoline Morrell, que tenía cierto control sobre sus pesadillas y que era capaz de espantar a los males que le acechaban en ellas.
Desconocemos si Henry gozó de esta capacidad durante toda su vida. Pero hemos de fiarnos de la pericia de Edel a la hora de compilar tales anécdotas, pues dedicó casi dos décadas a escribir la biografía de James en cinco tomos, bajo el nombre de Henry James: A Biography, entre 1953 y 1972. Suyos son también los apuntes que preceden al cuento en el que pretendo profundizar ahora, que es El alquiler del fantasma.
Dicho escrito es de los más trillados de su obra, aunque no por ello deja de ser interesante y carente de sorpresas. Al parecer, lo compuso y escribió a toda prisa, pues necesitaba el dinero tras haberse instalado poco antes en París, en 1876. Fue en septiembre de ese mismo año cuando el cuento apareció por primera vez, en el Scribner´s Monthly. En El alquiler del fantasma, el autor rememora su etapa de estudiante en Harvard, en la que conoció a un par de estudiantes de teología de los que atesoraba gratos recuerdos. Unió dichas experiencias al valor simbólico de la casa – encantada o no – como parte del legado y la historia de las familias. Muchas veces, repletas de secretos y desgracias que afectan a una o más generaciones. A pesar de tener un planteamiento y desarrollo predecibles, James sorprendió con un matiz pocas veces visto hasta entonces. La figura que ejercía como atormentadora acabó convirtiéndose en la perseguida. ¿Por un ente sobrenatural?
La historia es narrada por un hombre que rememoraba sus años mozos, cuando decidió gastar unos años estudiando teología en Cambridge. Además de ocupar su tiempo en lecturas obligatorias y sesudos debates con algunos compañeros con los que había entablado amistad, el narrador daba largos paseos por los alrededores, que podían durar casi toda la jornada. Durante una de esas largas caminatas, el estudiante tomó un camino alternativo y desconocido hasta entonces para él, que le llevó a toparse de bruces con una casa que parecía observarle junto a ese desvío.
“Era una casa como la mayoría de las del lugar, pero resultaba, sin duda, una bella muestra de su estilo. […] Era una construcción de vastas proporciones y su madera daba la impresión de solidez y resistencia. Llevaba muchos años allí, pues las molduras de la entrada y de bajo el alero. En gran parte bien talladas, me remitieron, por lo menos, a mediados o finales del siglo pasado.”
La casa estaba abandonada, merced al estado de su fachada. Al narrador le parecía un lugar frío e inexpresivo, pero su curiosidad aumentaba según se acercaba a su entrada. El crepúsculo incrementó una incipiente certeza en la mente del protagonista. La casa debía estar encantada, pese a su más que lógico rechazo ante tal posibilidad. Una primera intentona por desentrañar los posibles misterios del lugar quedó en suspenso, pues la puerta no cedió. Sin embargo, los deseos del estudiante por saber más sobre aquella casa fueron a más cuando la dueña de una casa vecina se mostró esquiva ante sus preguntas.
Una segunda visita, que se produjo el último día de aquel mismo año – una semana después del primer acercamiento – tuvo resultados prometedores. El joven observó el extraño comportamiento de un hombre mayor, que se acercó a la abandonada edificación y penetró en su interior. No sin antes ejecutar una serie de movimientos y gestos solemnes que parecían delatar un temor solemne por lo que quiera que esperase en su interior. El chico no se amilanó y se dispuso a ver el interior de la casa desde una de las ventanas. En efecto, aquel lugar estaba abandonado, polvoriento y oscuro. Pero pudo ver algo que le desconcertó: el visitante misterioso parecía no estar solo. Una vez que el anciano salió del lugar, no mostró interés por el estudiante pese a su probable desagrado ante tan inesperado encuentro.
Debieron transcurrir varias visitas más y ciertas pesquisas del narrador para que volviese a toparse con aquel hombre, aunque fue en un cementerio. Tratando de sonsacarle alguna información sobre la casa y lo que allí pudiese haber acontecido, logró que el anciano confesase haber visto un fantasma, con la más absoluta de las certezas. Además, obtuvo un nombre. El anciano decía ser un viejo soldado, el capitán Diamond.
Gracias a su insistencia y a la confianza de una costurera ya entrada en años, el estudiante conoció más detalles sobre el capitán. Un escándalo manchaba su reputación y su vida, pues muchos le consideraban culpable de la muerte de su hija. Ella era pretendida por un hombre que no era del agrado del soldado, que no permitió que el susodicho visitase su casa – aquella que permanecía abandonada pero en pie en medio de un camino poco transitado – y, en última instancia, que la relación cuajase. Eso hizo que la hija de Diamond acabase con su vida, no sin antes que el cuerpo desapareciese de la casa familiar tras ser reclamado por su repudiado enamorado. O eso era lo que decían las malas lenguas. Una semana más tarde, durante la noche, el fantasma de la hija apareció frente a su padre. Lejos de ser algo puntual, la manifestación se repitió con regularidad, provocando que el capitán se alejase del lugar sin encontrar quien quisiese vivir allí. Se contaba una peculiar leyenda sobre la casa y su etérea ocupante. El espectro y Diamond mantenían cierto trato, que permitía al segundo vivir con de manera frugal.
“Déjame la propiedad. La quiero para mí. Vete a otro lugar. Pero como no tienes otros medios para vivir, seré tu inquilina, ya que no consigues a nadie más. Te pagaré un alquiler”.
El mismo era siempre de la misma cuantía y era entregado al final de cada trimestre. La segunda circunstancia fue corroborada por el estudiante de teología a finales de marzo, cuando volvió a ver al capitán Diamond acudir puntual a su cita con el fantasma de su hija. Un segundo encuentro entre ambos hombres en el cementerio donde hablaron por primera vez se saldó con una confirmación de toda la historia antes citada y con la afirmación de que aquel pobre diablo sentía simpatía hacia su interlocutor. Complicidad que se antojaría vital en el desenlace de este cuento. Pero antes de que los acontecimientos se precipitasen, el estudiante daría con sus huesos dentro de la propiedad, invitado por el viejo soldado en la última noche de junio. Si el protagonista albergaba alguna duda sobre la aparición, su corta estancia en la casa las despejó de golpe, pues vislumbró una presencia grande y definida en la parte superior de la casa. Sintió tal pavor que casi se abandonó a él, pero por suerte mantuvo el tipo suficiente para volver sobre sus pasos tras su rápida exploración de las distintas dependencias de la casa, saliendo de la misma con decisión.
Las vacaciones estivales lograron calmar el estado de nerviosismo del estudiante, disipando los recuerdos de aquella experiencia tan insólita que había vivido unas semanas antes. Sus reflexiones sobre lo sobrenatural fueron a menos de forma gradual, hasta casi desaparecer. Pero a finales de septiembre, con el nuevo curso ya iniciado, toda aquel misterioso entramado regresó de golpe de la forma más inesperada: el capitán estaba muy enfermo y no podía acudir a su cita con su hija, confiando en su joven amigo para que cumpliese con ese deber por él. Siguiendo unas pocas instrucciones dictadas por el debilitado Diamond, el muchacho tendría que recoger ciento treinta y tres dólares exactos, en monedas antiguas. El alquiler del fantasma.
Allí estaba él, puntual como un reloj. Cumpliendo con la ritualística que había observado con celo en varias ocasiones, y adentrándose una vez más en aquel tenebroso lugar. Allí estaba ella, esperándole en la parte superior de la casa. Sin embargo, el hecho de que su padre no estuviese allí pareció turbar a la presencia, mucho más física de lo que cualquiera presupondría al haber escuchado la historia que se contaba sobre ella. En efecto, la hija del capitán Diamond no era ningún fantasma, sino una mujer ya madura que llevaba años manteniendo un engaño piadoso que le permitía no enfrentarse a su padre.
Por desgracia para ella, sus mentiras se volverían contra ella de un momento a otro, pues entre gritos aseguraba ver a su padre a los pies de la escalera, vestido de blanco. El capitán Diamond ya no estaba entre los vivos. La mujer estaba segura, pese a la insistencia del estudiante. Tras salir de la casa y despedirse de la pagadora, el narrador regresó a la sencilla casa del soldado para corroborar que había fallecido unas horas antes. Para rematar la faena, la casa había ardido hasta los cimientos aquella misma noche, sin que nadie pudiese hacer nada al respecto. Nadie pagaría por habitar entre sus paredes nunca más. Ni vivo ni muerto…
Félix Ruiz H.
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