Las aventuras de Jules de Grandin: El Poltergeist


 

Queridos aprendices, asistentes y curiosos, bienvenidos a un nuevo post de nuestro Gabinete. No se puede negar que este archivo de lo outré se está llenando poco a poco con casos curiosos, objetos extraordinarios y personajes fascinantes. Pero todavía no había dedicado ningún escrito al que probablemente sea el más famoso de cuantos detectives de lo oculto pululan en el universo literario. El hombre que todo lo sabe: Jules de Grandin.

Viajero sin igual, agente especial de la Surète de París, médico en la Sorbona y, sobre todo, investigador abnegado de casos extraños, se convirtió en una suerte de invitado ad eternum de su colega, el doctor Trowbridge, del que pasó mucho tiempo aprovechándose. Para deleite de los fans del pulp, el tándem ganó tal nivel de fama que Seabury Quinn, su creador, le dedicó multitud de relatos durante décadas.

Cuando ambos personajes comenzaron a trabajar mano a mano, y tal como razona Javier Jiménez Barco en el prólogo de La casa de las máscaras de oro (Los libros de Barsoom, 2017), la fórmula de escritura de Quinn se estandarizó y devino en una fórmula que fue usada en multitud de ocasiones. El doctor Trowbridge recibía en su casa al detective-sargento Costello o a algún cliente que exponía un sesudo problema. De Grandin comenzaba a indagar en el asunto y terminaba por resolver el asunto, tuviese o no un componente sobrenatural.

Aunque ambos parten de una perspectiva racionalista, el doctor Trowbridge suele quedar perplejo ante muchas de las circunstancias que rodean cada caso, mientras De Grandin hace gala de una actitud mucho más reflexiva, aunque llena de verborrea exagerada y de excesivos adjetivos que acentúan su aparente perplejidad. Por supuesto, todo suele acabar bien y con buenas dosis de alcohol, provistas por la inagotable bodega del anfitrión, cuyos gastos para convidar al pequeño francés no desearían la mayoría de los lectores.

Hecha esta brevísima presentación, vamos a dedicar unos párrafos a The Poltergeist, que apareció originalmente en el número de octubre de 1927 de la revista Weird Tales. Para entonces, De Grandin ya llevaba un par de años acumulando anécdotas, por lo que nos estamos acercando a su centenario, una efeméride que deberá ser celebrada como se merece. Mientras tanto, quien esto escribe traerá algunas de sus aventuras, como la que sigue a continuación.

El capitán retirado de la marina Robert Beauregard Loudon acudió a casa del doctor Trowbridge para solicitar la ayuda de Jules de Grandin. Según sus propias declaraciones, el francés era su último recurso, pues anteriormente había acudido a neurólogos, curanderos, médiums e incluso a tratamientos placebo para aliviar el mal que aquejaba a su hija Julia. Tanto él como el prometido de la joven estaban desesperados porque nada había funcionado. Pero el detective francés necesitaba más detalles, que anotaría en un cuaderno de notas. Además de la edad de la joven y el momento en que comenzaron los episodios extraños, el capitán Loudon ofreció detalles de los mismos.

De Julia emergían voces extrañas; sufría de terribles visiones y trances similares a la muerte; y a su alrededor algunos objetos pesados cambiaban de lugar, mientras otros más pequeños volaban de forma incontrolable. Su padre empezaba a pensar que todo podía ser producto de una posesión demoníaca, quebrando sus propias creencias.

Tras conocer los detalles, De Grandin y Trowbridge acompañaron al capitán a su lujosa casa en un nuevo suburbio de moda. Rápidamente, los doctores vieron a Julia. Tras la descripción que Trowbridge brindaba a los lectores, nos hacía partícipes del estado de la chica, que bajaba las escaleras de la casa con los ojos cerrados. Mientras descendía, los presentes oían estrepitosos ruidos a su alrededor. La cosa no quedó ahí, pues un viejo trofeo voló hasta clavarse en una pared, a escasos centímetros de la cabeza de De Grandin.

El estruendo terminó por despertar a Julia, que se mostró confundida ante la situación. El detective francés se sentía herido en su orgullo tras el ataque de lo que quiera que estuviese obrando a través de la joven, por lo que le aseguró que resolvería la situación. Para ello, realizó un cuestionario a la chica para tratar de averiguar nuevos datos sobre el caso.

Según la joven, todo comenzó seis meses atrás, cuando ella y su prometido, el teniente Proudfit, regresaron de un viaje desde New York, donde habían asistido a un baile. Una vez en su habitación, oyó a un animal golpear en su ventana. O eso creía ella, porque ningún ser vivo esperaba tras los cristales. Solo un frio que le provocó un lógico malestar. Tras aquel episodio lo extraño se hizo evidente, pues sintió cómo una mano invisible asía uno de sus brazos. Su cuerpo fue arañado por esa entidad invisible, que escribió unas letras en su piel: Dracu. Desde entonces, los fenómenos no habían hecho más que aumentar, sin que Julia fuese del todo consciente de lo que ocurría, ya que no controlaba su cuerpo cuando se dormía.

Dracu... De Grandin sabía a qué se refería la joven Julia con ese término: se trataba de un término rumano para denominar al demonio. Pero aun necesitaría más tiempo para desentrañar el misterio. Por el momento, él y Trowbridge se llevarían a la chica a dar un paseo que la ayudase a estabilizar su atormentada mente. Tras pasar bastante tiempo encerrada, ella no veía con malos ojos semejante posibilidad. Sin embargo, aquello no iba a ser posible, pues un nuevo episodio extraño sobrevino momentos después.

Tras dejar a la chica subir a sus aposentos, donde la esperaba una enfermera, los acontecimientos volvieron a tomar un cariz oscuro. El doctor Trowbridge, como buen narrador, narró la transformación de Julia en una figura totalmente diferente a la habitual. Su pelo estaba suelto, sus ropas ausentes y su actitud había pasado de ser serena a ser sumamente lasciva. Con voz ronca, aquello que había tomado posesión del cuerpo de Julia anunció que el fin de la muchacha estaba próximo, mientras sus interlocutores observaban aterrados como buena parte de su cuerpo se llenaba de de agujas y alfileres. Una visión horrible que acabó súbitamente, con Julia desvaneciéndose y los doctores sujetándola y llevándola de vuelta a su habitación.

La enfermera estaba amordazada y con las muñecas atadas a la espalda, refiriendo que la fuerza que exhibía la posesa no era nada común. Además, había pasado algo bastante inusual. La aterrada mujer sintió caer algo transparente sobre ella.

De Grandin hizo una pequeña pausa para tomarse una copa de brandy, tras lo cual continuó teorizando sobre el poltergeist que hacía de las suyas en aquella casa. De repente, el pequeño francés reparó en una miniatura que se encontraba en un marco de caballete dorado en la parte superior de un gabinete. Trowbridge hizo lo propio, viendo con sus propios ojos a una joven muy parecida a Julia Loudon.

Interrogado al respecto, el capitán Loudon aclaró que se trataba de su sobrina Anna Wassilko y que aquel cuadro había sido hecho en Leningrado antes de la I Guerra Mundial. Detectando la actitud dubitativa del capitán, De Grandin supuso que esa sobrina no mencionada anteriormente estaba muerta. Y así era.

Tras resumir la historia de aquella joven, todo empezaba a tener sentido: las dos nacieron el mismo día y se parecían mucho más que sus madres, que también eran hermanas; fueron educadas en el mismo convento francés y fueron al mismo instituto en San Petersburgo; y ambas se enamorado del teniente Proudfit, el prometido de Julia. Anna se había suicidado hacía seis meses, justo en la época en la que comenzaron las anomalías alrededor de la casa familiar.

Julia debía corroborar la historia contada por su padre, y lo hizo añadiendo nuevos detalles al relato. Los celos que Anna sentía hacia su prima por su incipiente relación con Proudfit hicieron que se enemistasen, y que Anna amenazase constantemente son acabar con su vida. Ante su insistencia, Julia le aseguró que ella haría lo propio si Anna seguía adelante con su absurda tentativa.

Tal vez te haga mantener esa promesa, prima. Jizn kopyeka… la vida no es más que un kopeck… tal vez lo gastemos, tú y yo.

A la mañana siguiente, Anna fue encontrada en la bahía. Su amenaza parecía haberse mantenido a pesar de aquella dolorosa pérdida. De Grandin estaba a un paso de resolver el entuerto, pero para ello debía preparar unas cosas de cara a la siguiente noche, horas cruciales en las que trataría de salvar a Julia.

Una vez de vuelta en la casa, De Grandin y Trowbridge permanecieron en la habitación de la joven, observándola. El francés dedicó unos minutos a narrar sus peripecias por la ciudad, algo que molestó a su colega, que creyó que el detective estaba divagando. De un momento a otro, Julia cambió de actitud, mostrándose agresiva de nuevo. Era el momento de actuar.

Jules de Grandin sacó de un pequeño saco un extraño artefacto, algo así como los ventiladores rotatorios de juguete que se compran en las tiendas de saldo… el tipo de molinillo que consta de tres cuchillas retorcidas de papel, como alas de hélice invertidas, y al que se le hace girar apretando del pulgar contra un botón del mango. Pero este molinillo, en lugar de tener láminas de papel metalizado de colores, poseía unas palas brillantes de níquel que brillaban a la luz de la lámpara como un trío de espejos nuevos”.

Con ese objeto y las luces de la habitación que Trowbridge encendió a una señal del francés, Julia pareció quedar paralizada. Haciendo girar el artilugio, De Grandin logró que la muchacha se durmiese, proceso que repitió durante toda la noche sin dejar de hacer girar el molinillo. Cuando el amanecer empezaba a hacerse presente, sacó una rama de muérdago y comenzó a recitar una suerte de mantra en el que ordenaba a Anna Wassilko que descansase en paz y dejase el cuerpo de su prima.

Aquello surtió efecto, y ambos médicos pudieron ver una sombra grotesca deambular por la habitación, solo para ser golpeada con la rama de muérdago. Aquel gesto propició que el poltergeist desapareciese de una vez por todas. La victoria era segura, y de ahí en adelante solo habría que tratar a Julia con métodos convencionales hasta lograr su completa recuperación física y mental.

Tras aquel último episodio, De Grandin dio su habitual explicación a Trowbridge, que escuchaba atentamente. Efectivamente, aquella manifestación no era ningún demonio, sino un simple poltergeist. Anna era un espíritu vengativo, y sus celos hacia su prima habían sido capaces de traspasar las fronteras de la muerte. La joven era en parte rumana, lo que explicaba que conociese el término “dracul”. Para librarla de Anna, De Grandin hipnotizó a Julia justo antes de que el poltergeist invadiese de nuevo su cuerpo y su psique. La rama de muérdago, por su parte, era la planta sagrada de los amantes, clave para acabar con multitud de seres malvados que actuaban por celos y movidos por un amor enfermizo y obsesivo...

Una combinación de razonamientos dignos del insigne Jules de Grandin, que acabó con sus explicaciones aludiendo a la falta de conocimientos en materias arcanas de su amigo. Solo restaba celebrar su rotundo éxito de la mejor forma que sabía hacer: bebiendo una buena dosis de alcohol y durmiendo como un bebé.

Así cerramos está página de nuestro particular Gabinete. Antes de acabar el texto, me gustaría dar las gracias a todos los lectores que tenéis a bien leer cualquiera de las entradas que van sumándose a este rincón tan pequeño y personal. Algo que en principio escribo para mí, pero que sin embargo habéis acogido de muy buen grado, cosa que me alegra profundamente. Con el deseo de seguir escribiendo con el mismo o más entusiasmo, os invito a seguir atentos al blog, pues el camino no ha hecho más que comenzar...


Félix R. Herrera






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