Hellblazer: El Colgado, La Torre y El Mago
“… Mataste al Chico de Oro, el Magus. Mataste la mejor parte de ti mismo. Eres culpable como el pecado original. Condenado y colgado por ello una y otra vez.”
El gran Sting escribía en mayo de 2018 que John Constantine era una suerte de sombra suya, muy al estilo de la figura jungiana. Puede que fuese cierto, sabedor de que la estética del hechicero y antihéroe estaba basada en él. El Chico de Oro era la contraparte de aquel personaje misterioso y carismático que apareció por primera vez en la mente de Alan Moore para acabar revelándole a Alec Hollan que era un elemental vegetal. De forma paulatina, los lectores descubrirían que la socarronería del protagonista de Hellblazer escondía remordimientos y oscuridad. El gemelo nonato de John era una de sus principales fuentes de autodesprecio. ¿Pero qué habría pasado si ese otro hermano hubiese vivido?
A inicios de los años 90, la primera etapa de Jamie Delano a cargo de los guiones de Hellblazer estaba tocando a su fin. Mientras Garth Ennis esperaba su turno para escribir su primer gran arco argumental para Constantine – los maravillosos cinco números que serían conocidos como Hábitos Peligrosos –, Delano lanzaba su particular canto de cisne. Un par de grapas que despejarían multitud de dudas sobre el origen y pasado de un hombre al que las muertes de sus allegados le afectaban mucho más de lo que estaba dispuesto a admitir. La fanfarronería, la falta de higiene o las prácticas cuestionables seguían ahí. Pero bajo la superficie subyacían el miedo y la vulnerabilidad. Su viaje junto al grupo de hippies que tanto bien le había hecho a su alma estaba a punto de terminar, merced a las visiones que John tuvo sobre el Chico de Oro, llegado directamente desde su pasado más ignorado: desde la caverna constituida por el útero materno, donde se obró su primera mala acción, antes incluso de llegar a este mundo. ¿Sería ese cruel acto el detonante de todas las desgracias venideras?
Los dos números finales de esta primera andadura de Delano estaban repletos de una carga simbólica difícil de descifrar. Una madeja tan enredada y confusa que solo pudo ser reforzada por los dibujos de un Steve Pugh notable y un Dave McKean superlativo, cuyas ilustraciones para Batman: Arkham Asylum aun me fascinan cada vez que las observo con detenimiento. Para entonces, John Constantine ya se había enfrentado a un buen puñado de amenazas, sobrenaturales algunas y mundanas otras, perdiendo a unos cuantos amigos por el camino. Entre ellos a Astra, en el inolvidable incidente de Newcastle.
Todo aquello iría dejando un poso insalubre en el alma de John, ya condenada al infierno por la sangre corrompida que corría por sus venas y por sus constantes desplantes y desafíos a los habitantes de tan infame lugar. Aun quedaba tiempo para atar cabos en ese sentido. Sin embargo, antes de combatir y engañar a otros Señores del Infierno, era necesario exorcizar los demonios propios. Los más peligrosos para la mayoría de nosotros, sin duda.
De aquí en adelante empieza el resumen de El Colgado y Magus – o El Mago, como prefiráis –, ese binomio de entregas tan especial. Puede que la visión de este asistente no sea la más correcta o completa, pero es la que quiero escribir y compartir. Por supuesto, queda abierta a correcciones, aclaraciones y debate. Dicho esto, comencemos con este broche de oro, que a su vez supuso un comienzo para todo lo que estaba por venir.
Como dije más arriba, Constantine se encontraba viajando junto a Marj y Merc tras todos los eventos relacionados con La máquina del miedo y la persecución del asesino en serie que acabó asesinando a su padre. Con temor a atarse todavía más a la primera – aunque en el fondo sabía que aquello no terminaría bien – y de defraudar a la segunda, la reaparición de Zed y el resto de su particular panda de hippies tuvo un inesperado efecto en el vicioso rubio. Sin venir a cuento, al menos en apariencia, John comenzó a tener visiones de una figura radiante que identificó casi al instante. Ante la atónita mirada de Marj, John lloraba de forma desconsolada, pues aquella aparición no era desconocida para él. Tantos comentarios despectivos sobre sí mismo parecían haber conjurado a un espectro de su pasado.
No era la primera vez que el hombre se había topado con la etérea y refulgente aparición. La tumba de su madre fue el escenario de un encuentro anterior, en el que una cierta envidia despertó en el interior de aquel niño cuyo padre le odiaba por haber nacido mientras su progenitora moría. Aquella entidad dorada representaba todo aquello que él nunca podría ser. Deseaba unirse a ella, o puede que quisiese recibir parte de su esencia para así ser mejor. Para ser querido. Pero esa unión no se produjo y esa espina quedó tan clavada en su subconsciente que los sentimientos afloraban ante el más mínimo recordatorio.
Aquella visión no podía ser casualidad, y quien mejor que Zed – cuyas dotes para lo oculto eran iguales o mayores a las del propio John – para ayudarle a comprender. Una sesión de lanzamiento de cartas traería un resultado de lo más sugerente. Tras extraer al azar la carta de El Loco – el protagonista que emprende un viaje de descubrimiento de sí mismo y que está dispuesto a correr riesgos –, otras tres cartas fueron levantadas por el escéptico hechicero: El Colgado, La Torre y El Mago. La primera representaba quién era John; la segunda, lo que hay en medio. El lugar al que debía llegar para transformarse; finalmente, la tercera dejaba claro quién quería ser. Es probable que, en base a su apariencia, estos Arcanos Mayores interpretados por Zed no fuesen otros que los ideados por Aleister Crowley para la Baraja de Thoth, una de las muchas versiones que existen de las cartas del tarot. No soy ningún iniciado en los misterios del tarot, pero una rápida investigación al respecto me lleva a estas concisas conclusiones cuya certeza desconozco.
El Colgado podría representar el estado mental de John en aquellos momentos de zozobra. El Chico de Oro y esa figura de El Colgado lograron que el dubitativo Constantine atisbase su propio nacimiento, viéndose a sí mismo enfermizo y feo. Una ensoñación en la que fue testigo de primera mano de la rabia que experimentó su padre al saber que tanto su mujer como el gemelo sano y fuerte habían muerto. Tal era su ira que calificó a su hijo recién nacido como asesino.
No había margen para el error. El Chico de Oro era su hermano gemelo, a quien John arrebató la vida en el útero de su madre. La lucha por la supervivencia de ambos acabó con uno de ellos saliendo victorioso a costa de la muerte del otro. Sabiendo ya por qué se sentí incompleto, el hombre emprendió una caminata que culminó al ver una torre en ruinas. Era la representación material de la carta antes mencionada, que podría significar que aquella revelación estaba a punto de completarse. Aunque para ello hubiese que echar mano de unos hongos alucinógenos, los cuales ingirió de forma voraz.
Aquel lugar no era cualquier resto de una fortaleza o castillo medieval, sino el emplazamiento en el que antaño moró un antepasado del propio John, o eso es lo que se verbaliza posteriormente. O, al menos, lo que se intuye tras la lectura de una conversación posterior. Bajo la torre, en los acantilados, una cueva esperaba para ser explorada. El útero materno aguadaba el regreso del bebé que sobrevivió. Sus aguas eran el líquido amniótico en el que una vez nadó y que le protegió mientras acababa de gestarse. Aquel retorno era un viaje de ida al mundo en el que el Chico de Oro vivía. Un lugar en el que John Constantine murió, pero en el que el otro John vivió para ser El Mago.
Donde uno sufrió pérdidas y desgracias, el otro logró perseverar y no perder a nadie. La gran mayoría de amigos que quedaron por el camino en la otra realidad, aquí permanecían junto a su Mago. Toda la pandilla de Newcastle, Errol, Merc o la propia Zed. El John Mago tuvo su propia versión de los encuentros con una entidad que representaba a su otra mitad, pero en su caso era el Niño Enfermo, un ser triste y solitario. El Mago también deseaba sanar esa herida y se jugó la vida para lograrlo, aunque sin éxito.
Una vez reunidos en la playa cercana a la torre, ambos hablaron sobre sus nombres y sus apellidos compartidos, y como éstos eran una suerte de seña de identidad. Aunque recorrieran caminos distintos, los mismos conducían al mismo punto: la lucha por la supervivencia y el deseo de permanecer entre los vivos, aunque para ello hubiese que regar el suelo – de forma voluntaria o no – con la sangre de otros. Tenían características e ideales opuestos, pero ambos deseaban llenar ese vacío que les acompañaba desde su estancia en el vientre materno. La pomposidad de El mago contrastaba con la astucia del hechicero. Reproches y disculpas aparte, ambos convinieron en intentar volver a ser uno solo dentro de la cueva.
Mientras Zed, Marj y el resto buscaban al desaparecido John Constantine, este regresaba a la normalidad transfigurado. Tras experimentar una falsa muerte y un renacimiento simbólico, se ponía punto y final a una fase vital que debía dejar atrás junto a esta parte de su ya de por sí reducido grupo de amigos. Estos, desconocedores de su paradero, tardarían en dar con su gabardina, abandonada sobre una roca y acompañada de un epitafio propio de un tipo como él: “In Memoriam: John Constantine desde el útero hasta la tumba y de regreso. El viaje continúa”.
Félix Ruiz H.
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