Alice in Borderland: hablando del Joker
Las comparaciones son odiosas. Cuando se supo que la adaptación del maga de Haro Aso iba a contar con una tercera temporada que abarcaría acontecimientos no vistos en el manga, mucha gente sintió cierto temor por lo que podía contarse al respecto. A pesar de no haber sido la decepción que a la postre ha resultado ser el final de El Juego del Calamar, Internet se ha llenado de comparaciones entre ambos productos. A pesar de que hay paralelismos entre ambos, consideramos que hay que hacer ciertas aclaraciones sobre el periplo de Arisu y Usagi en Borderland, que consideramos mejor construido y más profundo que la serie viral de la pandemia.
Siendo ambas series baluartes de Netflix en el mercado asiático, la que inició esta fiebre por los survival orientales en el último lustro fue la adaptación de Alice in Borderland, que llegó a las pantallas en plena pandemia. Aunque fue recibida de forma positiva en la mayoría de medios especializados – cosa que tampoco importa demasiado, al menos para quien esto escribe – no tuvo, ni de lejos, el impacto de la serie creada, escrita y dirigida por Hwang Dong-hyuk. Un verdadero vendaval mediático que no solo supuso unas audiencias apoteósicas para la plataforma que la expuso, sino que logró convertirse en una tendencia social incuestionable.
Sin embargo, y como suele suceder con no pocos de estos fenómenos, su estiramiento artificial y ciertas decisiones argumentales han acabado por afear el conjunto a ojos de millones de personas. Es de sobra conocido que es imposible satisfacer a todos – y menos cuando cada individuo quiere ver cumplidas sus particulares expectativas, por ridículas y locas que sean –, pero la sensación que ha imperado es la de oportunidad perdida. Esta es una de las coincidencias que hemos encontrado con el reciente final de la tercera temporada de Alice in Borderland. No vamos a profundizar en los paralelismos entre ambas. Existen y no son pocos, pero no es esa la intención de este texto.
Para empezar, y dejando de lado el componente morboso que, a nuestro juicio, ha sido fundamental para el éxito de la ficción coreana, se ha de decir que el funcionamiento de ese territorio liminal llamado Borderland no solo depende de elementos mundanos como la crueldad, la avaricia, la inteligencia o el instinto de supervivencia, sino que hay factores sobrenaturales y metafóricos a tener en cuenta y variables que los distintos personajes apenas pueden vislumbrar y, mucho menos, controlar. El manga aparecido por vez primera entre 2010 y 2015 en la revista Shōnen Sunday S planteaba reglas que eran difíciles de comprender y aun más complicadas de acatar, poniendo a los distintos personajes en situaciones límite.
Este breve análisis no puede continuar sin hacer una parada que refresque y resuma la premisa argumental desde la que parten tanto el manga de Haro Aso como la serie homónima. En el primer arco argumental, Arisu – interpretado por Kento Yamazaki – y sus amigos Shõta y Karube eran transportados a una versión alternativa y aparentemente vacía de Tokyo, cuando instantes antes se habían encerrado en un baño cercano al celebre cruce peatonal de Shibuya. Aquel paraje gigantesco y abandonado era indistinguible de la ciudad original, con la sutil diferencia de que el ruido había cesado por completo y no podía verse ni un alma en aquellas calles siempre abarrotadas. Todos se habían esfumado en un segundo, aunque el resto de cosas (como la comida o los coches) seguían estado a disposición de los tres desconcertados compañeros. Muy pronto, Arisu y los demás conocieron de primera mano la principal norma que regía esa realidad: debían participar en una serie de juegos mortales para continuar con vida. Todos los visitantes contaban con una suerte de visado temporal que se extendía a medida que superaban las distintas pruebas. Si se negaban a participar, el final que les esperaba era el mismo que si fallaban en las pruebas: la muerte. Pero no una muerte cualquiera. Algo – o alguien, una mente maestra que a día de hoy sigue siendo desconocida – vigilaba en todo momento, lanzando rayos láser desde el cielo, directamente a la cabeza a todo aquel que incumplía las reglas de ese plano alternativo. No había escapatoria posible, así como tampoco había lugar donde esconderse para no sufrir ese funesto desenlace.
De esta forma, Arisu se vio forzado a poner todo su ingenio al servicio de su vida y la del resto de personajes principales, entre los que destacaba Usagi – interpretada por Tao Tsuchiya –, una atleta que sufría en silencio la muerte de su padre, un afamado alpinista al que las malas lenguas consideraban un fraude. Ellos y otros grupos de jugadores recibían una carta de la baraja de póker por cada prueba superada. La dificultad y el tipo de juego a encarar estaba indiciado por el palo y el número de la carta en cuestión. Una gran asociación de participantes llegó a la conclusión de que la única forma de superar ese espejismo de Tokyo era reunir todas las cartas de la baraja. Así que Arisu se sumó a la tarea, valiéndose de sus capacidades para avanzar y persistir.
Llegados al final de la segunda temporada, y tras muchas peripecias, los espectadores descubrimos la supuesta verdad tras la existencia de ese mundo espejo: no era más que un espacio liminal entre la vida y la muerte. Una zona en la que tanto Arisu como el resto de personajes residían tras haber sido víctimas del impacto de un meteorito en Shibuya, que los había dejado a todos al borde la muerte. Quienes habían quedado por el camino hasta aquel momento lo habían hecho por perecer de forma prematura. Los supervivientes, en cambio, habían logrado despertar del trance tras superar los juegos, siendo su premio el ansiado regreso a casa, si ese era su deseo, pues también podían elegir la residencia permanente. Eso sí, quienes optaban por lo primero emprendían su vuelta al plano “común” sin recuerdos tangibles sobre todo lo ocurrido en ese lapso de tiempo. Tiempo, por cierto, que transcurre de forma muy diferente entre ambos planos de existencia. En los últimos instantes de la segunda temporada, se revelaba la existencia de una última carta de la baraja: el Joker, que dejaba abierta la posibilidad de una tercera temporada, que finalmente ha llegado tres años después del estreno de la anterior.
Ya por entonces quedaron muchas preguntas en el aire. La mayoría de ellas quedaron sin respuesta, pues ni el manga de Haro Aso ni la serie coescrita y dirigida por Shinsuke Sato pretendieron despejarlas. Podríamos escribir mucho al respecto, y es probable que eso suceda en el futuro. Pero, de momento, solo apuntaremos unas cuantas. ¿Ese espacio liminal es extensible al resto de personas que han vivido una experiencia cercana a la muerte? ¿Qué sucede cuando alguien quiere permanecer para siempre allí? ¿Quién o quiénes controlan ese plano intermedio?
Así llegamos a la recién estrenada tercera temporada, sobre la que haremos bastantes spoilers, por lo que invitamos a los lectores a parar aquí si es su intención ver la serie antes de seguir leyendo. Lanzado el pertinente aviso, prosigamos con el, para algunos, innecesario regreso de Arisu y Usagi a Borderland. El inicio de este nuevo arco argumental arranca tres años después del incidente acaecido en Shibuya. Los protagonistas se han casado y viven juntos, aunque sin tener su deseada estabilidad. Mientras Usagi trabaja en una tienda deportiva, Arisu lo hace como terapeuta mientras acaba sus estudios superiores, ayudando a víctimas de distintos accidentes a afrontar y superar sus traumas. Sin embargo, es incapaz de detectar el que experimenta su esposa, que es incapaz de afrontar la muerte de su padre, a quien no deja de ver en sus pesadillas y con el que desea permanecer todo el tiempo posible, aunque sea en esos momentos de sufrimiento.
Es ahí donde entra en juego Ryuji, un profesor de psiquiatría que lleva años estudiando la posible existencia de la vida después de la muerte y ha estado monitorizando y entrevistando a multitud de supervivientes del meteorito de Shibuya, incluidos Arisu y Usagi. Este personaje es ambiguo en cuanto a su comportamiento pero tiene un objetivo claro, pues intuye que hay algo más tras las insinuaciones de sus distintos pacientes y está decidido a comprobar que está en lo cierto en cuanto al más allá. Para ello, ha desarrollado una nueva droga que permite paralizar el corazón durante un par de minutos logrando, con ello, tener opción de experimentar lo que se conoce como ECM. No es un método ni mucho menos seguro, pero se vale del trauma no resuelto de Usagi para no aventurarse solo en Borderland. Lo de que este profesor sea inválido es un detalle importante, aunque no es fácil entender por qué permanece en ese estado cuando se encuentra en la zona liminal. Al igual que ocurre con otros personajes – uno de ellos incluso conserva los restos de droga que llevaba consigo antes de entrar en este particular País de las Maravillas –, hemos de comulgar con la idea de que todos los visitantes temporales del lugar son manifestaciones de su propia psique, capaces de materializar imágenes fieles de sí mismos, con sus virtudes y defectos, aunque sean físicos. Pero, a priori, Ryuji no debería saber eso. O sí, si hemos de creer que Banda – un joven psicópata que apareció en la segunda temporada y se convirtió en ciudadano permanente de ese purgatorio de forma voluntaria – le proporcionó detalles concretos fuera de cámara, cuando le propuso otorgarle respuestas a cambio de lograr que Arisu volviese a jugar. O que, gracias a esa conversación con Banda, Ryuji recordó una visita anterior y quiere repetirla para despejar sus dudas.
Sea de una forma u otra, es Usagi quien tiene, a nuestros ojos, una motivación más débil para afrontar esta nueva tanda de juegos. Más aun cuando, antes de prestarse a tomar la droga proporcionada por Ryuji, es capaz de recordar algunos de los eventos que tuvieron lugar en Borderland. En ningún momento de las anteriores temporadas pudo interactuar de forma alguna con su padre, por lo que ese no puede ser el motivo tras su decisión, aunque así lo parezca. ¿Quizá siente remordimientos por no contarle nada a su esposo? ¿O se siente incapaz de ser feliz de forma plena con él? Ambos se atrajeron mutuamente tras despertar en el hospital tras el final de la segunda temporada, sin saber que se conocían ya y que habían sobrevivido a todos los avatares que los espectadores ya vieron.
En ese primer trance, ella parecía haber dejado atrás su ese problema. Pero Arisu debía tener una razón de peso para volver a Borderland. ¿Y qué mayor razón puede haber que intentar salvar a su ser más querido? Si ese no es motor suficiente, el embarazo de Usagi – en estadio tan temprano que ni siquiera ella lo conocía – termina por empujar al protagonista a tomar la droga, esta vez proporcionada por Ann, científica forense que sobrevivió in extremis los primeros juegos.
Esta nueva visita a la frontera entre la vida y la muerte no está exenta de juegos, aunque los mismos pierden algo de fuerza respecto a temporadas anteriores. Además, las reglas sobre su dificultad y tipología se difuminan al entrar en juego el Joker, comodín que engloba todo lo anterior, por lo que cada juego es imprevisible. La identidad de dicho personaje es una de las grandes incógnitas de la temporada, pues los ases de cada palo de la baraja de póker poseía entidad propia. Eran hombres y mujeres, al menos en apariencia. Aunque no es algo que quede del todo claro, pues poco se sabe a ciencia cierta de los residentes fijos del purgatorio, más allá de que ellos también deben obedecer reglas.
Este punto se presta a debate cuando se pone el foco de atención en personajes como Banda, capaz de aparecer fugazmente en el plano físico e interactuar con otras personas, al mismo tiempo que parece moverse con libertad en Borderland. ¿Son acaso entidades semidivinas? ¿Trabajan para algo o alguien, o se mueven por su propio interés? Quizá sean una suerte de captadores de nuevos ciudadanos, tal como se insinúa en algún momento, y por eso Banda tiene un especial interés en Arisu, a quien considera un jugador sobresaliente. ¿Significa eso que sus cuerpos físicos están en alguna parte, en un estado intermedio? Este personaje en concreto, que no parece del todo humano en este punto, está convencido que la muerte de Usagi convencerá a Arisu de que su lugar está en ese lugar de infinito potencial, como él mismo verbaliza. ¿Potencial para qué o para quién?
No lo hemos indicado hasta ahora, pero todos los jugadores de esta nueva tanda de episodios son supervivientes de anteriores experiencias, por lo que hemos de suponer que todos ellos experimentaron alguna suerte de ECM y han vuelto al purgatorio por algún motivo. Esta edición orquestada por el Joker es una suerte de torneo por equipo de campeones, en los que Usagi y Arisu participan por separado, debiendo converger a medida que superan pruebas. Durante los seis episodios de esta temporada, se intercalan las pruebas de ambos, a veces de forma precipitada. Aunque se vuelve a contar con un elenco de secundarios interesante, esta vez no existe – o no hemos intuido – especial interés en ver cómo superan las pruebas, aunque hay excepciones. El foco se decanta más hacia las propias elecciones y las consecuencias de las mismas, además de en los deseos y miedos más profundos de cada concursante.
Aunque a muchos les sigue pareciendo una historia innecesaria – y hay razones para decantarse por esa opción –, desde aquí sí que justificamos la existencia de esa tercera temporada, aferrándonos a la propia naturaleza del Joker y su importancia dentro del esquema planteado en la serie.
“[Los Jokers] son cartas indispensables ligadas a la naturaleza del tiempo en el reino mortal”, revela el Vigilante, personaje misterioso que aparece en el último episodio. “Son bufones que llenan los espacios entre las cartas, los espacios en el tiempo y el espacio entre la vida y la muerte. El Joker no es una persona. No es el gobernante de este mundo ni el maestro de estos juegos. Es simplemente una carta”.
Una carta o, lo que es lo mismo, una elección. Arisu y el resto de personajes tienen elección. Aunque, a pesar de ello, hay cosas que escapan a su control. Como en las vidas de todos nosotros, hay circunstancias que escapan a variables medibles y a cálculos de probabilidad. No se pueden predecir todos los factores, pues incluso la más insignificante de las decisiones puede cambiar el curso de la propia vida y de la de otras personas de alrededor. Es por ello que la carta del Joker se convierte en la materialización de lo incontrolable e imprevisible. Ello queda patente en el penúltimo juego al que se someten los personajes supervivientes, donde todos deben elegir entre varios futuros posibles mientras buscan la salida dentro de una cuadrícula. Cada elección puede suponer la vida o la muerte, pero además altera de forma muy significativa las expectativas presentes y futuras de cada uno de ellos. No es sencillo elegir entre lo deseado y lo necesario. Entre un futuro benigno y uno oscuro. Aunque la vida propia y la de los demás dependa de ello.
Es por ello que esta temporada es tan interesante, y por lo que Arisu vuelve a erigirse en un protagonista tan especial dentro de la esfera de influencia del anime. Su deseo más profundo es salvar a Usagi y a su futuro hijo pero, al mismo tiempo, hace todo lo posible para que el resto de jugadores sobrevivan. Incluso cuando se ve sometido a presión, hace todo lo que está en su mano para que el mayor número posible de personas salgan adelante, sin tener en cuenta que sean aliados o potenciales enemigos. Siempre que las reglas del juego lo permitan, Arisu explorará las distintas opciones – los distintos futuros posibles – para lograr ese objetivo. A pesar de que el Joker no es una persona, Arisu es lo más parecido a esa figura que hay dentro de Borderland. Es el Joker de facto dentro de su grupo de compañeros, pues su mente trabaja a destajo para tratar de ponerlos a todos a salvo y guiarles en sus acciones dentro de un plan medido, pero arriesgado y a veces cambiante. Aunque, como bien queda demostrado en varias ocasiones durante la serie, el muchacho no es infalible. Ninguna persona lo es. Por el simple hecho de que, a pesar de calcular todo lo posible, siempre hay un porcentaje variable de imprevisibilidad.
Al final, las acciones u omisiones tienen consecuencias a mayor o menor escala, y es cosa de cada individuo el acatarlas, rodearlas o ignorarlas. El Joker es esa imprevisibilidad manifiesta tras cada incertidumbre, pregunta, duda o elección. Es lo que se esconde en la oscuridad o tras cada rincón. Aquello que no vemos hasta que no está frente a nosotros, lo que no quiere decir que no exista, sino que simplemente no es patente hasta que es observado. El Joker es el plano mortal, el purgatorio y el mundo de la muerte resguardado por el Vigilante. El Joker es la infinita secuencia de pequeñas decisiones que tomamos a diario, ignorantes de las ramificaciones que cada una conlleva. Por suerte, no tendremos que visitar Borderland para aprender todo esto por las malas. O, al menos, eso espero…
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