Lengua de fuego


 

El Sr. Parker se sentó a la mesa y, cuando, media hora después, se abrió la puerta del dormitorio, no era el Sr. Parker quien cruzó el estudio interior, repleto de libros, y se dirigió al despacho privado donde Innes estaba sentado escribiendo. Era el Sr. Paul Harley.

Autores tan atrayentes, prolíficos y polémicos como Sax Rohmer son carne de cañón para esta particular tarea que llevamos casi dos años realizando. Su vida fue casi tan atractiva como su obra, entre la que destacan personajes como el Dr. Fu Manchú, Sumuru, el Mayor Bernard de Treville, Moris Klaw o el personaje que nos ha llevado a escribir este texto, el detective Paul Harley. Aquel maestro del disfraz y experto en todo tipo de amenazas – sobre todo orientales – acaba de protagonizar un primer volumen monográfico que ha sido editado por Los libros de Barsoom, que aquí ha sido bienvenido y celebrado como se merece, con una pausada lectura y la reseña que sigue en los siguientes párrafos, centrada en la novela Lengua de fuego (Fire-Tongue, 1921).

Antes de adentrarnos en la sempiterna ambigüedad de dicha novela, estamos obligados a ampliar la escasa información que se dio sobre Arthur Henry “Sarsfield” Ward en el primer escrito que se dedicó al excéntrico propietario de una curiosa tienda en Wapping Old Stairs, el detective onírico Moris Klaw. En aquel momento quedó escrito que Ward - Rohmer (15 de febrero de 1883 – 1 de junio de 1959) sintió cierta frustración al quedar encasillado como el creador de Fu Manchú, pese a que la fama del mismo era y es más que merecida.

No por nada, fue autor de cuarenta y dos novelas – incluidas las trece dedicadas al malvado Doctor – y de otras cuantas colecciones de historias cortas, así como de varios monólogos y canciones entre 1908 y 1921. Esta faceta como guionista y compositor quedó relegada una vez que Arthur creo al personaje y pseudónimo propio de Sax Rohmer y pudo dedicarse por entero a escribir ficción. También escribió varios libros de no ficción. Alguno como negro de otras personas. Aunque también tuvo tiempo de dar pábulo a quienes a lo largo de las seis últimas décadas han teorizado sobre su posible filiación a sociedades tan esotéricas como la Golden Dawn. Ahí están los ejemplos de The Romance of Sorcery (1914) o su aportación en forma de prefacio para Apologia Alchymiae (1925), del enigmático y olvidado Richard Watson Councell, de quien se dice que fue teósofo, alquimista y francmasón. Su relación con Rohmer es otro de los muchos puntos oscuros de la biografía de este último. Se dice de este señor que quizá fuese la única conexión real del escritor británico con cualquier organización ocultista. ¿Quién sabe? Puede que esas aseveraciones no fuesen otra cosa que parte del personaje que creó para sí mismo y que dio tanto que hablar tanto por su nada disimulado racismo o por sus quejas ante la censura que sufrió por parte de la Alemania nazi.

De una forma u otra, también quedó escrito con anterioridad que Rohmer poseía conocimientos ocultistas más que evidentes, y basta con haber leído algunos de sus trabajos para dar fe de ello. Pero, que en oposición a otros autores como el celebérrimo Arthur Conan Doyle, siempre se mantuvo en una posición neutral respecto a las implicaciones de la posible existencia de lo sobrenatural. Quizá por ello hizo tan buenas migas con Harry Houdini, de quien fue un amigo cercano y gracias al cual se pudo completar la escritura de Lengua de Fuego. Bazarada, una de las tantas creaciones literarias de Rohmer, está inspirada en el ilusionista y desenmascarador de fraudes espiritistas.

En la introducción del señalado volumen dedicado a las aventuras de Paul Harley, Javier Jiménez Barco ha hecho a todos los fieles a sus publicaciones partícipes de la concepción de esta suerte de Sherlock Holmes del barrio chino de Londres, que ya fue mencionado incluso antes del nacimiento de Fu Manchú. En 1912, el nombre de Harley pudo leerse en The Sins of Severac Bablon (serializada ese año, aunque aparecería en formato libro años después), haciendo de él uno de los tres grandes investigadores prácticos del mundo”, con residencia en Chancery Lane. Habrían de pasar otros ocho años para que Paul Harley hiciese acto de presencia en varios relatos cortos en el rol principal, tras los cuales también se convirtió en personaje de importancia en varias ficciones anteriores, protagonizadas por su fiel compañero Malcolm Knox, a las que Rohmer añadió unas escuetas líneas para referenciar a Harley. Es en aquellos inicios de la década de los veinte del pasado siglo cuando entró en escena la revista Collier’s, así como el estadounidense Joseph Clement Coll, ilustrador de los casos de Paul Harley que falleció de forma prematura a inicios de aquella misma década tras haber ilustrado a Fu Manchú o a Sir Nigel – de Conan Doyle –, entre muchos otros.




La introducción de Jiménez Barco ofrece asimismo jugosos detalles sobre la redacción de aquella primera novela de Paul Harley, que tuvo que ser finalizada a trompicones por un poco previsor Rohmer, quien apenas se preocupaba por dar explicaciones coherentes a los extraños crímenes que planteaba. Esta costumbre – junto a las malas artes de su agente literario por aquel entonces – casi provoca un terrible descrédito de Rohmer de cara a sus lectores y a la gente al cargo de la revista Collier’s, con quienes tuvo que reunirse en Nueva York mientras acababa Lengua de fuego a todo trapo. Una tarea que se le antojó casi imposible de finalizar, si no hubiese sido por la intervención de Harry Houdini, tal como contaron Rose Elizabeth Ward y Cay Van Ash – esposa y ex asistente de Rohmer, respectivamente – en Master of Villainy: A Biography of Sax Rohmer (1972), cuyos capítulos 17 y 18 son reproducidos en el apéndice del volumen de Los libros de Barsoom. No vamos a entrar en los jugosos detalles que se describen en esas páginas. Para saber más al respecto, derivo a los interesados al primero de los tres tomos prometidos sobre Paul Harley.

Ahora sí. Es hora de ofrecer unos cuantos comentarios sobre Lengua de fuego. Aunque la susodicha novela ocupa buena parte del volumen, la preceden cuatro relatos aunados bajo el epígrafe de Tales of Chinatown. En ellos, se nos presenta a algunos personajes que luego tendrán peso en la novela larga que arrancará pasado el centenar de páginas del libro, como el inspector Wessex de Scotland Yard o al propio Paul Harley, de quien Malcolm Knox – el narrador de estos relatos – dice que su reputación como investigador privado le precede, hasta tal punto que es conocido en casi todas las capitales del mundo civilizado. Profundo conocedor de los bajos fondos y de las malévolas mentes que mueven sus hilos, Harley posee conocimientos extensos sobre costumbres orientales – un enorme cajón de sastre en el que caben prácticas que todos los rincones de Asia – y es un especialista a la hora de esconder sus huellas. Para ello, cuenta con un amplio repertorio de disfraces de todo tipo, de los que Knox también echa mano cuando la ocasión así lo requiere. Este ayudante, ausente durante los hechos narrados en Lengua de fuego, tiene acceso a las habitaciones de Harley en Chancery Lane, donde puede entrar sin ningún problema ni impedimento por parte de su colega o del mayordomo de este, Innes.

Los primeros casos de Harley ofrecen pistas sobre su especial olfato para resolver crímenes. Su efectividad parece responder solo a su concienzudo método analítico y a su desenvoltura por los rincones más recónditos y peligrosos de Londres. Sin embargo, más adelante nos daremos cuenta de que hay algo más. Paul Harley no es un simple detective privilegiado, sino que es capaz de “atisbar” el peligro y saber dónde hay una pista capital para resolver casos. El propio Harley lo define como una especie de “sexto sentido” que se hace patente en más de una ocasión durante los cuatro casos preliminares y, sobre todo, durante los sucesos pertenecientes a Lengua de fuego. Durante los mismos, Harley describe en diferentes ocasiones lo que no es otra cosa que una vívida sensación de peligro cuando se siente acechado está en presencia de algunas personas, aunque desconoce su naturaleza o procedencia exacta.

Será este don – si es que puede llamarse así, pues puede asemejarse a la clarividencia o la precognición – el que le ponga sobre su mesa el caso más difícil de cuantos ha encarado hasta el momento. Charles Abingdon, un traumatólogo retirado, se siente perseguido por alguien. Es por ello que acude al detective, que se ve sorprendido de la peor de las formas cuando se reúne con su nuevo cliente en casa de este último. Un encuentro con fatales resultados, que sume a Harley en la mas frustrante confusión, ya que solo contará con dos pistas. Una será el nombre de Nicol Brinn, un millonario estadounidense muy excéntrico y aventurero. La otra, una expresión desconocida para el detective: lengua de fuego.

El crimen que debe ser desentrañado es de esos que solo están a la altura de las mentes más preclaras. Un caso en el que todo lo referente al ocultismo oriental – esta vez mejor localizado, por suerte – vuelve a tener un lugar destacado. En este punto concreto me surge una pregunta, relacionada con las anécdotas referidas en la introducción y apéndice del volumen. ¿En qué punto cesaron las páginas que Rohmer dio a su agente literario y que acabaron en manos de Collier’s? Si hemos de hacer cábalas, pues no hay nada claro al respecto, hay varios momentos dentro del argumento que podrían haber sido puntos de ruptura tras los cuales se haría difícil continuar. Aunque la narración mantiene un ritmo constante y que no decae hasta el final, hay ciertos problemas a la hora de marcar las primeras elipsis temporales y vaivenes de los personajes. Esa concatenación de sucesos y su orden cronológico quedan mejor sustentados en los tramos finales de la novela, cuando Rohmer ya había solventado sus mayores problemas.

De todas formas, y sin adelantar claves, el desenlace de Lengua de fuego es precipitado, al menos en nuestra particular opinión. Aunque el culpable de todo es debidamente señalado y se da un cierre al principal misterio planteado, se nota que Rohmer quería pasar de puntillas por ese trámite. Tanto que los méritos de Paul Harley quedan algo desdibujados. No es algo imperdonable, ni mucho menos, sino un pequeño debe en una solvente novela, que cuenta con un elenco de secundarios de lo más interesante.

Si buscáis tramas misteriosas, crímenes inverosímiles, villanos extravagantes y personajes carismáticos, Lengua de fuego. Los casos de Paul Harley (I) es una muy buena opción para agregar a vuestras bibliotecas. Por la parte que nos toca, seguiremos atentos a las andanzas de Paul Harley y de otros personajes creados por Rohmer. 


Félix Ruiz H.



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