Los Relatos Verídicos o Historias Verdaderas de Luciano de Samosata
La necesidad humana de conocer y conquistar el espacio siempre ha estado presente, a pesar de las modas que van y vienen. Un anhelo que no responde solo a la curiosidad o a la obtención de recursos, sino al afán de responder preguntas claves sobre la naturaleza del Universo. En la antigüedad había personas que también se hacían preguntas. Una de ellas fue el greco-sirio Luciano de Samosata, a quien algunos, en un ejercicio demasiado optimista, consideran el primer autor de ciencia ficción.
El cielo tiene multitud de misterios que reclaman la atención de los curiosos, los investigadores y los soñadores. También cuenta con multitud de mitos, bulos y conspiraciones. Muchas religiones de la historia han intentado convencer a las masas de que su interpretación de la creación de todo es la correcta, y los científicos intentan imponer su razón empírica para dar por zanjado un problema que sigue dando lugar a nuevas preguntas según se descubren algunos de los entresijos de su funcionamiento. El cielo guarda el secreto de la vida. Tanto de la existente en la Tierra como de la que puede brotar alrededor de los incontables miles de millones de estrellas que componen el Universo conocido.
El mito OVNI es moderno, unido a campos tan dispares como la antropología, la religión o la ciencia ficción, que es la que aquí interesa. Más allá de consideraciones teóricas, hay quienes señalan que solo es una máscara más de una realidad velada que está presente desde que el mundo es mundo. Pero, a pesar de lo que se puede pensar, no han sido los ufólogos o los contactados los primeros en imaginar extraterrestres. Como tampoco han sido los autores de los últimos ciento cincuenta los primeros en crear relatos con viajes planetarios y vida extraterrestre. Ese honor le pertenece a Luciano de Samosata y a una de sus obras satíricas: Relatos Verídicos o Historias Verdaderas.
Carl Sagan o Isaac Asimov atribuyeron el honor de ser el primer exponente de la ciencia ficción a Johannes Kepler y a su Somnium, aparecido en 1623. En dicho trabajo, Kepler muestra a un aventurero que viaja hasta la Luna y observa los movimientos terrestres desde ella. El protagonista se llamaba Duracotus, que estudió con Tycho Brahe – la gran figura de la astronomía durante la juventud de Kepler – y cuya madre le propone un viaje al satélite durante un eclipse, valiéndose de un conjuro. La Luna de Kepler está provista de hemisferios – Subvolva y Privolva, siendo la segunda la correspondiente a la cara oculta de la roca – y de vida. Unos seres que viven poco tiempo y se esconden bajo la superficie para resguardar sus alimentos de las temperaturas extremas del lugar.
Una copia del manuscrito se perdió en 1611 y tuvo consecuencias devastadoras para Kepler y su madre, Katherine, que fue acusada de brujería – por ser identificada con la madre hechicera del personaje de la novela, una suerte de alter ego del astrónomo – en 1615 y juzgada en 1620. Eludió la hoguera, pero murió seis meses después de salir de prisión. La brujería y los viajes espaciales eran delito en aquellos tiempos, algo ya sabido. Pero menos conocida es la influencia de Luciano en Somniun. De hecho, el alemán alude directamente al greco-sirio y su obra.
Relatos Verídicos está dividido en dos partes y concebidas como una serie de aventuras protagonizadas por el narrador. Junto a un grupo de tripulantes, emprenden un viaje hacia los mares occidentales. En el Libro I se narra una visita a la Luna en primera persona, dejando para el Libro II una expedición al País de los Bienaventurados. Las pretensiones de Luciano eran claras: criticar a historiadores y cronistas que recogían falsos testimonios sobre acontecimientos o personajes que conocían durante sus viajes. Partiendo de esta premisa, hace una declaración muy clara:
“[…] me orienté a la ficción, pero mucho más honradamente que mis predecesores, pues al menos diré una verdad al confesar que miento. Y, así, creo librarme de la acusación del público al reconocer yo mismo que no digo ni una verdad. Escribo, por tanto, sobre cosas que jamás vi, traté o aprendí de otros, que no existen en absoluto ni por principio pueden existir. Por ello, mis lectores no deberán prestarles fe alguna”.
Sí, Luciano deja claro que su relato no es cierto. Admite escribir fantasías para poner en duda la obra de otros que antes que él dieron a luz obras llenas de imaginación y magia. Todo fábulas, según su criterio. Seres extraños, paisajes remotos, todo con un sentido: satirizar, cosa en la que era un experto.
Es curioso que un humorista cuya trayectoria vital es una gran desconocida fuera considerado por algunos como el padre de la ciencia ficción, y además que creara una obra fantástica que pretendía reírse de otras obras del mismo calibre. Por la parte que nos atañe, no vamos a entrar en esa discusión, pues lo consideramos como un extremo que necesita mucha más argumentación y aun más cotejo de datos y opiniones.
Lo que está claro es que Luciano era escéptico y antidogmático. Dedicó su vida a las letras, ganándose no pocos enemigos. No se sabe exactamente – como pasa con casi todos sus datos biográficos – cómo o cuándo acabaron sus días. Se estima que pudo morir hacia el año 192, aunque no hay consenso. Pero sí que es sabido que sus últimos años los pasó en Egipto, como funcionario de la administración romana en el país.
La atribución de vida a la Luna es otra cuestión que viene de antiguo. Tanto los griegos como posteriormente los romanos y otras culturas han imaginado aquel inhóspito y enorme páramo repleto de seres de todo tipo. Por supuesto, la ciencia ficción también ha aludido a esta posibilidad en multitud de ocasiones. Uno de los ejemplos literarios más curiosos es el de El otro mundo, de Cyrano de Bergerac. Estaba dividido en dos partes, Los Estados e Imperios de la Luna y Historia cómica de los Estados del Sol, publicadas en 1657 y 1662 respectivamente. En ellas, Cyrano mismo es quien se convertía en protagonista, hablando en primera persona y haciéndonos partícipes de sus intentos por llegar a la Luna. En la obra describía un cohete espacial. También señalaba la ingravidez fuera de la Tierra, y la vida en lugares ajenos a nuestro planeta.
Entre los habitantes de otros mundos están los selenitas, gentilicio atribuido a los habitantes de nuestro más inmediato vecino espacial. Cyrano los imaginó, al igual que Lorenzo Hervás y Panduro en Viaje estático al mundo planetario (1780). Pero el primero – al menos, que se sepa – fue Luciano. En Relatos Verídicos relataba ese viaje totalmente imaginario de la siguiente manera:
“Por siete días y otras tantas noches viajamos por el aire, y al octavo divisamos un gran país en el aire, como una isla, luminoso, redondo y resplandeciente de luz en abundancia. Nos dirigimos a él y, tras anclar, desembarcamos, y observando descubrimos que la región se hallaba. Durante el día nada divisamos desde allí, pero al hacerse de noche empezaron a aparecérsenos muchas islas próximas –una mayores y otras más pequeñas—de color semejante al del fuego. Vimos también otro país abajo, con ciudades, ríos, mares, bosques y montañas, y dedujimos que era la Tierra”.
El barco retratado por Luciano se convertía en una nave capaz de volar gracias a la acción de un tifón. Llegados al espacio, los navegantes tenían un contacto digno del siglo II de nuestra era. Se toparon cara a cara con los “cabalgabuitres”, gendarmes lunares. Sus extraterrestres eran muy atípicos. Nacían de hombres, se casaban con otros hombres y no conocían la palabra “mujer”. Su delirio le llevó a retratar los roles de las parejas alienígenas y la naturaleza de algunos selenitas de esta forma:
“...Hasta los veinticinco años actúan como esposas y, a partir de esa edad, como maridos. Y no quedan embarazados en el vientre, sino en la pantorrilla. A partir de la concepción, comienza a engordar la pierna; transcurrido el tiempo, dan un corte y extraen el feto muerto, pero lo exponen al viento con la boca abierta y le hacen vivir. A mi parecer, es de aquí de donde llegó hasta los griegos el término «pierna del vientre», porque allí se alberga el feto, en vez de en el vientre. Pero voy a referirme a algo aún más sorprendente. Existe allí un linaje de hombres, los llamados «arbóreos», que nacen del modo siguiente. Cortan el testículo derecho de un hombre y lo plantan en la tierra; de él brota un corpulento árbol de carne, semejante a un falo: tiene ramas y hojas y su fruto son las bellotas, del tamaño de un codo; cuando están ya maduras, las recolectan y extraen de su interior a los hombres”.
Seres ciertamente extraños. Inteligentes y antropomorfos. Siempre teniendo en cuenta que Luciano relataba algo totalmente falso, concebido por su hilarante imaginación, creó una sociedad satírica que contaba con un rey: Endimión, monarca de la Luna. Asimismo, había cabida para un rey solar, que en ese caso era conocido como Faetone. Incluso para una guerra por Venus, allá denominada Estrella de la Mañana. Toda una amalgama de datos condensados en unas pocas páginas, donde se daba rienda suelta a la creatividad cómica de Luciano. Un visionario que fue capaz de rasgar el velo del tiempo y anticiparse a las inquietudes de los modernos humanos, tan pendientes de sus propios ombligos como de las más lejanas estrellas.
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