Midnight Nation: a los dos lados de la Metáfora

 



A los 24 años, Joseph Michael Straczynski vivió una experiencia traumática que le llevó a dar largas caminatas por varios barrios peligrosos de San Diego (California) durante meses. Frente al edificio Horton Plaza cayó en la cuenta de la enorme dicotomía que existía entre los paisajes diurnos y nocturnos en aquel mismo lugar. Eran casi dos mundos diferentes, habitadas por personas diametralmente opuestas. De todo ello nació una idea que tardó más de dos décadas en asentarse en su mente y ver la luz. La compasión era el único camino capaz de borrar el dolor de aquellos que caían en la grieta entre mundos para habitar en La Nación de la Medianoche.

Cumplida mi treintena, empiezo a plantearme con mucha continuidad cosas que antes borraba de mi mente de un plumazo con relativa facilidad. No me refiero a mi propia mortalidad, que reconozco como inevitable, sino a la cercanía de la pérdida de mis seres queridos. Siempre he sentido miedo a la soledad, pero crecí rodeado de un núcleo familiar sólido y de unos pocos amigos que siguen estado ahí, aunque sea para hablar de vez en cuando. A día de hoy, he formado una familia feliz junto a mi mujer y mis dos hijos, por lo que no debería albergar temores en ese sentido. Sin embargo, mi dificultad para hacer nuevas amistades – obviando las digitales, claro – hacen que sienta que mi mundo sea cada vez más pequeño, autocontenido.

La lectura de Midnight Nation me ha devuelto a esas reflexiones nocturna sobre la autofobia o la atazagorafobia, que sufro a rachas y que me causan un miedo paralizante y difícil de expresar. Esta pasada madrugada he despertado angustiado varias veces, pensando de forma fugaz que no había nadie que me reconociera. Pero no quiero angustiar a mi compañera de vida con los desvaríos de un treintañero con tendencia a sobrepensar las cosas.

Para los que no lo sepáis, la primera fobia que he mencionado se resume en un miedo que no se reduce al mero hecho de estar solo en algún lugar – cosa que he superado gracias a mi trabajo, donde paso mucho tiempo en solitario – sino a no sentirse querido o a ser ignorado. Por su parte, la segunda se refiere al olvido. Tanto el propio como el de otros. Me pregunto hasta qué punto tiene que ver con mi carácter introvertido o a mi condición de sordo desde la adolescencia, pero siento verdadero pavor ante la posibilidad de olvidar o ser olvidado. El aislamiento social me provoca escalofríos, y lo experimento con asiduidad. La falta de audición y la mezcolanza tan extraña de voces y ruidos cuando llevo mi audífono me llevan a guardar silencio mientras hay conversaciones a mi alrededor. Me siento fuera de lugar, como un invitado indeseado a una fiesta.

El olvido, por otra parte, es natural y solo evitado por figuras preeminentes para la historia, de una forma u otra. No soy ningún Mozart, Einstein, Abraham Lincoln o Cristóbal Colón. Los recuerdos que queden sobre mi paso por este mundo quedarán en la memoria de mis hijos y en la nube digital. No sé si eso es bueno o malo, así que prefiero no darle más vueltas. Pero creo que algunos entenderéis a qué me refiero.



Casualidad o no, mis últimas lecturas están ahondando en la llaga. Este mismo año he leído Mort Cinder, de Oesterheld y Breccia. Su protagonista es un hombre que tiene la capacidad de resucitar cada cierto tiempo, lo que le ha llevado a vivir algunos de los momentos más importantes de la historia. Sin embargo, está cansado. A pesar de tener la capacidad de regresar a todas sus vidas y de recordarlo todo, el hastío hacia su ciclo de reencarnación es cada vez mayor. ¿Cuánta gente lo daría todo por vivir más tiempo? Algún día afrontaré esa obra en uno o varios textos.

Tras un par de lecturas más ligeras, me topé con la posibilidad de leer la obra de Straczynski, creador de la serie de televisión Babylon 5 y guionista de muchas colecciones comiqueras, además de escritor de relatos. No sabía nada sobre Midnight Nation, pero su premisa me resultó atractiva. No esperaba encontrarme ante un viaje intimista hacia el centro de uno de los temores más profundos de la psique humana.

El viaje del teniente David Grey hacia la Nueva York del Lugar entre Mundos en pos de su alma perdida es un viaje de autodescubrimiento, de reconocimiento de los propios fallos y de aprendizaje sobre la importancia de ser alguien en un mundo cada vez más solitario y polarizado. Un mundo que, a pesar de estar hiperconectado, tiende a aislar a las personas. La mayor parte de la riqueza existente se reparte entre unos pocos, mientras el resto vivimos de las migajas que quedan. Pero, aun así, somos muchos los que podemos sentirnos afortunados. Por debajo de nosotros están los perdidos, los rechazados, los desesperados, los sin hogar, los ignorados, los asustados, los alienados o los marginados. Todos ellos caen por las grietas de la acera y dejan de ser vistos u oídos por los habitantes de uno de los lados de la Metáfora, el de quienes tienen éxito o reconocimiento en sus vidas.

Esta historia fue publicada en doce números entre los años 2000 y 2002 (a los que hay que sumar un especial que apareció en 2009 y que está en la edición española más reciente, a cargo de Norma Editorial) pero anticipa muchas de las realidades que más de veinte años después aquejan a la sociedad. Según unos sondeos rápidos realizados el pasado año por el Observatorio Estatal de la Soledad no Deseada, en España se estima que el 20% de las personas sufren de ella. A pesar de que pueda ser contradictorio, son los jóvenes los que más solos se sienten (nada menos que un 25,5 % de jóvenes entre 16 y 29 años, cifra que crece hasta el 54,2% si son discapacitados). En los siguientes tramos de edad, el porcentaje va descendiendo de forma progresiva, volviendo a crecer de forma alarmante en las personas a partir de los 75 años. Son los ancianos, junto a los niños, quienes son más vulnerables ante esta condición. Hay quienes dicen que cada persona vive y muere sola, aunque haya testigos de esas efemérides. Puede que sea verdad.

Todas estas categorizaciones, porcentajes, estadísticas y factores sirven para dar a conocer el problema, pero no a solucionarlo. No soy quien para aportar a ese argumentario, pues todo lo relacionado con mis estudios de Trabajo Social quedó aparcado en cuanto acabé la carrera, pero sí que puedo reflexionar sobre las sensaciones que han despertado en mí la obra tratada en este texto. Ya en aquellos primeros números de Midnight Nation, Straczynski puso en boca del personaje de Arthur que el número de habitantes del Lugar entre Mundos no paraba de crecer desde que Laz – el primero en llegar allí, que se sepa – lo hiciera hace dos milenios. Si extrapolásemos esa ficción a la situación mundial del 2025, esa cifra sería multiplicada varias veces.




Por otra parte, el viaje de David Grey no se limita a la búsqueda de su propia alma. Él fue enviado a ese lugar por una razón muy específica. Es el último peón de una contienda que lleva desarrollándose miles de años. Una suerte de guerra fría que protagonizan Dios y Lucifer, y que tiene a los Caminantes entre mundos a sus activos más preciados. Casi todos ellos son ahora conocidos como los Hombres, figuras amenazadoras y letales que actúan a su antojo y acaban con la vida de quienes quieren y cuando quieren. ¿Están del lado del mal? El policía tendrá que decidir su propio destino en el plazo de un año, tras el cual se verá libre de su carga o convertido en otro de estos seres. Para ello cuenta con la guía de Laurel, su particular Virgilio. Una mujer que apenas le brinda información y que pondrá a prueba sus convicciones mientras le conduce a pie a su destino final, allá donde les espera aquel que robó el alma de David.

No he mencionado que el Lugar entre Mundos tiene otra regla fundamental. Sus habitantes, aquellos que están en el otro lado de la Metáfora que divide a todo lo presentes – y cosas útiles, si nos referimos a objetos inanimados – y los olvidados, solo pueden interactuar con lo desechado, abandonado o perdido. Por ejemplo, con la tecnología muerta o defectuosa. Aunque incluso eso tiene sus limitaciones. Por tanto, la crítica social imaginada por Straczynski no se limita a los propios roles y clases sociales, sino también a la economía y la industria. Esas que avanzan a tal velocidad que logran la obsolescencia a un ritmo pasmoso.

Mientras camina a través de ciudades y carreteras, se defiende de los ataques de los Hombres y afronta los errores que acabaron por conducirlo a aquel problema, David Grey luchará por conservar su humanidad y su carácter caritativo. Quizá esa voluntad por ayudar a los otros marque la diferencia cuando llegue el momento de decidir: ¿merece la pena conservar su alma a costa de la muerte de alguien que no puede escoger?

Con sus imperfecciones, Midnight Nation es una obra que merece ser leída. El descenso a los infiernos del protagonista es una metáfora del que podemos experimentar cualquiera de nosotros en algún momento de la vida. Sobre todo, cuando nos creemos, sentimos o estamos solos. Cuando los pilares de la vida se tambalean o nuestras convicciones son puestas a prueba. Puede que, incluso entonces, haya esperanza. Quizá haya una mano amiga, anónima o conocida, que nos devuelva a este lado de la Metáfora.


Félix Ruiz H.





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