Simon Church: el occult doctor de la Ciudad Sumergida


Queridos aprendices, asistentes y curiosos. Bienvenidos a un nuevo post de nuestro Gabinete. Muchos de vosotros coincidiréis conmigo si afirmo que hay personajes ficticios que han trascendido hasta tal punto a sus creadores originales y medios habituales en los que suelen aparecer que casi se consideran vivos en nuestra realidad cotidiana. Algunos de ellos nacieron gracias a la fe. Otros, a las leyendas. Con el devenir de los siglos y la tecnología, comenzaron a multiplicarse gracias a la literatura y el cine, hasta llegar al presente, estando aún presentes de una forma u otra. Unos siguen siendo perfectamente reconocibles, pero otros han sufrido tal proceso de cambio que casi han perdido su esencia. Drácula, Batman, Darth Vader, Tarzán, Sherlock Holmes… Hay cientos de ejemplos y seguro que seríais capaces de enumerar nombres que a mí se me pasarían por alto en una conversación al respecto.

¿Por qué escribo sobre esto? Pues porque casi todo el mundo ha fantaseado alguna vez con la posibilidad de que uno o varios de ellos existen o han existido realmente; o ha averiguado que están basados en tal o cual figura. ¿Qué ocurriría si os encontraseis cara a cara con cualquiera de ellos? ¿Os atreveríais siquiera a dirigirles la palabra? ¿Qué querríais saber sobre ellos?

Esto es lo que le ocurrió a Molly McHugh en 1975, cuando tuvo la oportunidad de conocer y charlar con Simon Church, un detective que protagonizó multitud de relatos, libros y ficciones cinematográficas a finales del siglo XIX y durante buena parte del siglo XX. Pero no en nuestra realidad, sino en un lugar recurrente en la trayectoria de este rincón: The Outerverse.

En esta ocasión no seguiremos con las andanzas de lord Henry Baltimore, sino que regresaremos a la Nueva York distópica de 1975, en la que Joe Golem investigaba el caso de Félix Orlov y el Pentajulum del Lector, uno de los artefactos más poderosos de cuantos hemos registrado en nuestros archivos hasta el momento. Joe era un tipo de acción, alto y ancho como un ropero. Pero al mismo tiempo era tierno, cercano y melancólico. Su pasado suponía un misterio incluso para él mismo, pues solo podía recordar sus últimos veinte años de vida. Precisamente, el lapso de tiempo en el que colaboró mano a mano con Church, un detective de lo oculto muy particular.

La acción de Joe Golem y la Ciudad Sumergida daba comienzo cuando Orlov, antiguo ilusionista, recibía en su despacho a un matrimonio que deseaba hablar con su hijo fallecido. Molly, la joven ayudante del médium, vivió ese mismo día un episodio de lo más inusual. Félix pareció sufrir un inesperado percance durante su trance. Una actividad que solía ser rutinaria y sencilla, se tornó de repente en ardua y dolorosa. Al mismo tiempo, unos misteriosos hombres irrumpieron en la casa con la intención de raptarlos a ambos. Lo lograron con el anciano pero erraron con la adolescente, que protagonizó una frenética huida a través de los puentes, pasarelas y pasadizos que conectaban diversos edificios de la parte sumergida de Nueva York. Con uno de los atacantes – tanto éste como el resto embutidos en trajes de neopreno y portando máscaras de gas para ocultar sus rostros – pisándole los talones, Molly chocó de forma repentina con Joe, quien la defendió de su antinatural perseguidor.

Ya a salvo, el rudo luchador sugirió a la chica que le acompañase, algo a lo que ella se negó repetidas veces. No confiaba en nadie salvo en Orlov, y temía lo que podía ocurrirle si se dejaba seducir por un desconocido, por mucho que aparentara ser benévolo. Ante las continuas negativas, Joe se vio obligado a adormecerla con un pañuelo y algo de cloroformo para llevarla hasta la casa de Church, que la necesitaba para poder descifrar los planes de su archienemigo: el doctor Cocteau.

Molly despertó envuelta en sábanas de algodón, un pequeño lujo que no había experimentado hasta entonces en su corta vida, que había transcurrido de escondite en escondite hasta que Félix la acogió en su casa, situada en un antiguo teatro. Confusa y asustada, la pelirroja y pecosa McHugh estaba en una habitación desconocida, vestida con un camisón seco, y tenía agua limpia a su disposición. No la habían raptado para aprovecharse de ella, o al menos eso era lo que intuía. En la estancia había libros y fotografías. Las examinó con interés e inquietud, pues aun desconocía por qué había sido arrastrada hasta allí.

Una de las instantáneas llamó especialmente su atención, pues mostraba a tres personas – dos hombres y una mujer – frente al edificio Flatiron, antes de que ciudad comenzase a hundirse. Por lo tanto, antes de 1925, cuando Nueva York tembló hasta sus mismos cimientos y la mitad de ella quedó a merced del agua y las mareas. ¿Quién conservaba ese tipo de cosas medio siglo después de los temblores que cambiaron para siempre la ciudad?

Un pequeño y casi fortuito encuentro con Joe, que pululaba por los pasillos del apartamento, propició que Molly conociera a Simon Church. El hombre la esperaba en su laboratorio. Delgado y con aspecto de aguilucho, era de piel gris y arrugada. Sus gafas se escurrían hasta el puente de su enorme nariz mientras examinaba el traje de neopreno del perseguidor de la chica, que se había deshecho tras la paliza que su ayudante le dio a su propietario. La lucha hizo que aquel ser, fuese lo que fuese, se replegase sobre sí mismo mientras expelía un vapor amarillento y maloliente. Church no estaba seguro de qué era exactamente ese ser, pero tenía claro que no era humano, sino una combinación antinatural de varios seres vivos. Su naturaleza era mágica, según aseguraba. Su manera de dirigirse a ella transmitía tranquilidad y cercanía. Molly no esperaba nada de eso.

Aquel anciano que acababa de ver por primera vez sabía quién era ella, y también conocía perfectamente a Orlov. Simon estaba a punto de revelar cosas que para Molly eran imposibles, pero que para él eran tan corrientes como comer y respirar.

Ante la atenta mirada de Joe y Molly, Church tomó un grueso volumen de una de las estanterías de su despacho y lo colocó sobre el escritorio. El libro estaba formado por revistas antiguas que habían sido encuadernadas juntas. En ellas se recogían las historias protagonizadas por el famoso detective británico Simon Church. La primera de ellas fue publicada casi ochenta años antes, el veinte de diciembre de 1896, en Beeton’s Christmas Annual. Luego, con el cambio de siglo, su fama aumentó cuando el doctor Nigel Hawthorne comenzó a publicar las andanzas de su personaje en The Strand. Fue el personaje principal de algunas películas, en cada una de las cuales había actores que se ponían su piel y trataban de imitar su forma de hablar y de gesticular. Algunas de ellas continuaron proyectándose en lugares muy concretos de la Ciudad Sumergida durante las siguientes décadas. Pero ahora era poco más que un testimonio de otro tiempo y otra realidad. Un eco de tiempos mejores. Alguien que apenas era recordado. Lo que dejó claro es que no era ninguna invención de Hawthorne.

Creyendo saber por dónde discurría la conversación y poniendo en duda las afirmaciones del singular viejo, Molly pensó que aquel hombre que emitía unos extraños sonidos imitaba al protagonista de aquella saga. Pero se equivocaba: Nigel había sido su primer ayudante, y no había hecho más que poner por escrito las crónicas de algunos de los casos que habían investigado mano a mano. Joe no negó nada de lo que decía su compañero, lo que reforzaba su discurso. Eso significaba que Church no solo era real, sino que debía tener más de un siglo de vida, pues en los relatos más antiguos ya era descrito como un hombre de mediana edad.



Un golpe de tos permitió a Holly observar parte del secreto tras la inusitada longevidad de su interlocutor. Su pecho chirriaba y emitía fuertes sonidos metálicos, mientras que de su boca emanaban un fluido tan negro como el petróleo. Estaba enfermo, pero no era una enfermedad común. Ni aquel hombre era normal y corriente, eso estaba claro.

Tanto Joe como Simon llevaban años trabajando en el Bajo Manhattan, investigando todo tipo de casos. Algunos de ellos eran inusuales, relacionados con lo oculto. Y el caso de Félix Orlov era el más antiguo de todos, pues Church vigilaba al secuestrado desde antes de que naciera. Por aquel entonces, Nigel Hawthorne ya había muerto, y el detective siempre iba acompañado por Morris Sowerberry, otro de los varios aprendices y ayudantes a los que había tomado bajo su manto.

Hace muchos años, el detective fue contratado por Vincent Orlov, el abuelo de Félix, un arquitecto de la zona alta de la ciudad. La familia de aquel hombre, como tantas otras, habían hecho ofrendas a un ser ancestral para poder salvarse de los continuos desastres económicos que sobrevinieron a muchos. Vincent renegaba de los pactos hechos por sus padres, y no deseaba que su hija se viese con su amado, un abogado que había hecho fortuna gracias a esos mismos y oscuros acuerdos. Ella estaba embarazada y había huido de casa para encontrarse con su amante. Una vez que averiguó el paradero de ambos, Vincent se encaminó hasta el lugar, solo para encontrar el cadáver del abogado. El padre de Félix había sido destripado y atado con sus propias tripas. Por si fuera poco, su cuerpo estaba lleno de símbolos mágicos, pintados con sangre. Un escenario atroz en el que Cynthia no apareció. Tras aquello, Vincent recurrió a Simon.

Él y Sowerberry encontraron a la joven, que había sido secuestrada por un ocultista que quería sacrificarla a un dios de la muerte sumerio. Ese ocultista era Andrew Golnik, y tenía en su poder el Pentajulum del Lector, un concentrador y canalizador de magia que podía ser capaz, entre muchas otras cosas, de convocar a una entidad sobrenatural. Golnik pretendía devolver a la vida a su esposa, y para ello debía sacrificar dos vidas residentes en un mismo cuerpo. Es decir, a un bebé creciendo en las entrañas de su madre. Él, apoyado y rodeado por sus seguidores, recitaba una serie de letanías mientras apuntaba con el artefacto hacia la joven, pero no pareció ocurrir nada. Ante la duda y sin tiempo que perder, Church abrió fuego contra el ocultista y acabó con su vida. El Pentajulum se desvaneció repentinamente, pero Cynthia estaba a salvo. O, al menos, eso creía su rescatador. Por desgracia, la joven quedó marcada por aquello y fue internada en un manicomio poco después. Allí acabó con su propia vida.

A pesar de haber tenido éxito – efímero, pero éxito, al fin y al cabo – en su misión, Simon decidió tener vigilado a Félix, pues intuía que el ritual también le marcó cuando todavía era un bebé nonato. La presencia en su vida del Pentajulum del Lector no podía ser fruto de la casualidad y no pronosticaba nada bueno. El alcance de todo aquello iba más lejos de lo que el detective había enfrentado jamás. Conocía muy bien la existencia de fantasmas y seres de todo tipo. Era capaz de enfrentarse a monstruos de todo tipo. Pero lo cósmico era otro cantar. Además, los execrables actos de Golnik podían dar sentido a las capacidades especiales de Orlov, que era capaz de hablar con los muertos y que de forma recurrente soñaba con una estancia que le era totalmente desconocida. En ella veía a una mujer parturienta, rodeada de figuras encapuchadas. El vientre de aquella joven se abría como una flor, mientras ella misma se marchitaba. La luz que emitía aquella abertura le cegaba, impidiéndole ver qué se escondía en su interior.

Aquella reveladora conversación había despejado parte de las dudas de Molly, pero varias preguntas seguían martilleando su cerebro. La primera tenía que ver con el propio Simon. Todo lo que acababa de relatarle ocurrió muchas décadas atrás, pero el hombre no aparentaba ser especialmente viejo. Había una buena razón para ello: su cuerpo ya no era del todo orgánico, sino una asombrosa combinación de carne y metal, que dejaba verse fugazmente bajo su chaleco y su camisa. Diferentes mecanismos habían sustituido paulatinamente sus deteriorados órganos, como los pulmones o su propio corazón. Había ciencia en ello, pero también magia. Una muy antigua y poderosa. Dónde y cómo la aprendió el detective, lo descubriremos en otro momento. Ahora centrémonos en la siguiente pregunta de Molly: ¿cómo sabían Simon y Joe que algo raro había ocurrido ese mismo día en casa de Félix?

La respuesta a esta segunda cuestión estaba en la planta superior del edificio, a la que los tres miembros de esta obra que estamos desgranando muy poco a poco llegaron gracias a un ascensor. Allí, en una cámara pequeña y circular, Molly McHugh vio uno de los ingenios más sorprendentes de cuantos el detective había inventado.

Por encima de su cabeza, la luz entraba en la habitación a través de una cúpula de cristales tintados de negro que le recordaron a los dibujos del ojo de una araña que había visto una vez. A un lado de la habitación había tuberías que llegaban hasta el techo, donde se ramificaban formando complicados dibujos sobre la bóveda. Lo que más le llamó la atención fue la extraña máquina que había en la pared de enfrente. De la montaña de insólitos instrumentos salían y entraban infinidad de tubos. Le recordó a un órgano de iglesia. De algunos tubos salía humo; otros estaban cubiertos de escarcha. Indicadores de cristal y metal adornaban la máquina. En el centro de la habitación había un péndulo que oscilaba lentamente sobre un mapa de la ciudad pintado en el suelo. Los motores renqueaban y las bombas suspiraban. Unos cuantos indicadores tenían las agujas en la zona de peligro, mientras que otros se mantenían en parámetros de normalidad”.

Aquello era el fruto de décadas de trabajo e investigación. Con aquel ingenio, era posible rastrear la actividad sobrenatural de la ciudad, o eso juraban los dos sabuesos. El instrumental podía predecir oleadas y picos de energía y registrar patrones más o menos constantes, que de otra forma pasarían inadvertidos incluso para expertos como ellos. Las energías sobrenaturales habían confluido durante los días previos en el teatro donde residía Félix Orlov, por lo que Simon estaba convencido de que algo importante estaba a punto de suceder. Por eso envió a Joe hasta allí.

Aquel caso, el más antiguo de cuantos el detective mantenía abiertos, estaba a punto de pasar a una nueva fase. El reciente secuestro de Orlov no fue accidental, y la presencia de los seres con máscaras de gas así lo atestiguaba. Todo estaba muy bien pensado y organizado. Simon registró la actividad sobrenatural que se desató alrededor del otrora ilusionista antes de su última sesión espiritista, pero no había sido el único. Si alguien más era capaz de lograr algo parecido, ese debía ser el pérfido doctor Cocteau. Un hombre sagaz y peligroso que ansiaba hacerse con el Pentajulum del Lector. Quizá necesitaba a Orlov para dar con él. Era imperativo encontrar el artefacto desaparecido antes que él, y Molly tenía la clave para dar con su paradero. ¿Acaso el aspecto general y el humor de Félix no mejoraban tras sus visitas a uno de los cementerios todavía activos de Nueva York?

Doy por finalizada esta segunda entrada dedicada a los secretos y misterios de la Ciudad Sumergida, que sirve como introducción de la figura de Simon Church, con quien nos volveremos a encontrar más pronto que tarde. Hay aspectos de su vida y su relación con sus ayudantes – especialmente con Joe, el más reciente y especial de todos ellos – que quiero compartir con vosotros. Os aseguro que no os decepcionarán. Hasta entonces, os emplazo a visitar la entrada dedicada al Pentajulum del Lector y a futuras incursiones en The Outerverse. Hasta la próxima, amigos.



Félix Ruiz H.


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