John Barrington Cowles

Queridos aprendices, asistentes y curiosos. Bienvenidos a un nuevo post de nuestro Gabinete. Hoy os traigo un nuevo relato donde la amenaza de naturaleza mesmérica vuelve a estar muy presente. No en la forma de una casa encantada y dominada por una voluntad muy poderosa y longeva, como sucedía con La casa y el cerebro, sino en la de una bella joven que guarda un terrible secreto, un nexo en común que uniría a tres hombres al mismo y fatal destino.

John Barrington Cowles es un cuento escrito por Arthur Conan Doyle y publicado por primera vez en Cassell's Saturday Journal en dos entregas, entre el 12 y el 19 de abril de 1884. Se trata de uno de sus relatos más sugestivos y ambiguos. En España puede ser leído en distintas compilaciones de las obras de Doyle. En mi caso, dispongo de la tercera edición de Historias del crepúsculo y de lo desconocido, de Valdemar. En ella, es la crónica relatada por Robert Armitage la que abre la terna de historias seleccionadas.

Armitage comenzaba su declaración asumiendo que resultaba muy difícil ofrecer pruebas fehacientes de que el deceso de su amigo se debiese a un agente sobrenatural. De sus primeras palabras se sobreentiende su posición al respecto, pero prefería no imponerla a sus posibles lectores. Su perspectiva de los acontecimientos era la de alguien que tenía una relación cercana con dos de las tres víctimas. Sobre todo, con Barrington Cowles. Además, tuvo la oportunidad de tratar con la señorita Kate Northcott y su tía, la silenciosa y temerosa Mrs. Merton. Por lo tanto, su testimonio debe ser muy tenido en cuenta.

Armitage y Cowles se conocieron en la Universidad de Edimburgo, donde el primero cursaba medicina. Ambos coincidieron en la misma casa, en la que se alojaban estudiantes. Hijo de un coronel destinado en la India, John era un chico solitario que encontró en Robert el apoyo y cercanía que jamás tuvo por parte de su escasa familia. Su timidez contrastaba con su atractivo para el género femenino, para el que no tenía tiempo ni interés.

Esa situación comenzó a cambiar en la primavera de 1879, cuando ambos amigos a ver una exposición de pintura el mismo día de la apertura de la Real Academia Escocesa. En el gran salón central, Armitage vio a una mujer especialmente bella. De entre sus atributos, el narrador destacaba la riqueza y profundidad de su mirada. Una observación que se vio acentuada posteriormente, cuando tuvo la oportunidad de comprobar la fuerza que se escondía en aquellos ojos. La joven no iba sola, sino que estaba acompañada de su prometido, que respondía al nombre de Archibald Reeves, un estudiante de derecho con el que Robert tenía una vaga amistad.

La joven aprovechó una ausencia de Reeves para centrar su atención en el absorto Cowles, que reparó en ella durante unos fugaces momentos. Sin embargo, no hubo acercamiento ni comentario alguno al respecto de esas miradas hasta que los dos amigos abandonaron la exposición, momento en el que John se interesó por la situación de la muchacha de perfil griego. Un claro caso de amor a primera vista, que por el momento no era correspondido.

Un familiar lejano de Armitage le informó de la ruptura entre Reeves y Miss Northcott, residente en la plaza de Abrecrombie. A Richard y a su primo les resultaba llamativo que esa iniciativa partiese del estudiante de derecho. No lograban entender qué podía llevar a un hombre a rechazar a quien su primo definió como “una mujer fuera de lo corriente”. Es en ese punto donde se revelaba que era la segunda ruptura sentimental para Kate, quien anteriormente estuvo comprometida con William Prescott. Los motivo reales de la muerte de este pretendiente eran desconocidos, aunque la desgracia sobrevino después de una larga visita a la casa de su futura esposa. Tres días después, Prescott apareció flotando en St. Margaret’s Loch. Mal presagio de lo que estaba por venir…

El siguiente acto de este relato es el encuentro en inesperadas circunstancias entre Armitage y Archibald Reeves, quien se encontraba en un estado deplorable. Visiblemente borracho, el estudiante de derecho se arrojó en brazos de Richard mientras este esquivaba a un grupo de hombres que se arremolinaban en torno a un local dedicado a la venta de alcohol. El narrador rescató a su antiguo amigo y le llevó hasta su alojamiento mientras escuchaba sus quejas y delirios. Cuando por fin pudo dejarle en su cama, Reeves le rogó que no le dejara solo, pues solo en su compañía se sentía a salvo de Miss Northcott, a quien definía como el demonio. Las cosas se tornaron muy extrañas, pues el histérico estudiante decía que aquella hermosa damisela era capaz de absorberle toda la voluntad y la energía a través de su mirada, mientras se sentaba a los pies de su cama. Lo último que Reeves compartió con su rescatador era que la ruptura había sido iniciativa suya, como decían los rumores. Pero había una buena razón para ello: ella le había revelado algo que había quebrado al joven. ¿De qué podría tratarse?

Una elipsis temporal de varios meses nos trasportaba hasta el otoño de 1879, cuando Barrington Cowles sorprendió a Armitage con su futura boda con Kate, con quien había intimado durante sus vacaciones de verano en Aberdeenshire. John parecía haber dejado atrás su timidez habitual y se mostraba emocionado y muy enamorado de su prometida, que quería presentar a aquel a quien consideraba su familia.

Armitage sentía cierto temor y desconfianza hacia la bella Kate. El funesto final de Prescott y las palabras de Reeves apuntalaron esos prejuicios, que no mejoraron en absoluto cuando se produjo el esperando encuentro. La joven estaba acompañada de su tía, Mrs. Merton. La joven estaba castigando a su pequeño terrier escocés mientras bromeaba con hacer lo mismo con los hombres, algo que Cowles tomó como una banalidad. Richard centró su atención en Mrs. Merton, a quien veía especialmente lúgubre y depresiva. Aquella señora estaba presente en todo momento, pero no abría la boca si no era estrictamente necesario y se mostraba especialmente temerosa hacia su sobrina. Rogó a su invitado que no la hiciese hablar más, pues a ella no le gustaba y después pagaba las consecuencias.

Mrs. Merton se marchó mientras el resto se disponía a admirar los retratos familiares, entre los cuales destacaba el de un tío de Kate, un tal Anthony. Armitage señaló el retrato y el especial parecido entre ese hombre y la joven. Ella dijo que su tío era la oveja negra de la familia y que murió durante una campaña militar en Persia, información que su interlocutor memorizó y cuya veracidad comprobaría después.

Una vez solos, Cowles inquirió a su amigo sobre sus pensamientos y sensaciones hacia su prometida. Richard no podía esconder sus recelos. Algo muy raro habia ocurrido con Prescott y Reeves, pero no había pruebas fehacientes que sustentaran las teorías del narrador, que no terminaba de compartir en su crónica de los hechos. Determinado a comprobar quién era el tal Anthony, escribió a un coronel que era conocido de su padre y que había servido en la India durante años. Su respuesta llegó un par de días después, y no era nada tranquilizadora:

No era popular en su regimiento… decían que era cruel y frío, y que no tenía nada de simpático. Se rumoreaba también que era un adorador del demonio, o algo parecido, y que tenía el poder de echar mal de ojo, lo cual, evidentemente, es una insensatez. Recuerdo que sostenía extrañas teorías acerca del poder de la voluntad humana y la influencia del espíritu sobre la materia”.

Por último, la misiva del coronel revelaba que el familiar de Miss Northcott no murió en combate, sino en cierto atentado relacionado con el “fuego sagrado del templo de los adoradores del sol”.

¿Todo esto os empieza a sonar, queridos lectores? Alguien con unas capacidades fuera de lo común y con un fuerte magnetismo, que aparentemente era capaz de atraer y repeler a quien se le antojase, y que además podía mostrase dulce y cruel casi instantáneamente. Conan Doyle fue, como escribía al principio, especialmente ambiguo sobre las verdaderas motivaciones de Kate Northcott. Pero podemos empezar a sacar algunas cosas en claro. Lo primero es que sus dones no eran algo único en su familia, sino que había antecedentes sospechosos. Segundo, que era capaz de atraer hacia sí a todo aquel hombre que le interesase, sin que estos pudiesen resistirse. Tercero, que luego les revelaba un secreto que los atormentaba de forma continuada, lo que provocaba que enfermasen o, pero aun, que acabasen con sus propias vidas. Todo apunta hacia la posibilidad de que la bella dama poseyese alguna suerte de poder mental, aunque no se puede descartar el vampirismo, la brujería o el pacto demoníaco. Todas estas hipótesis pueden ser planteadas y defendidas mediante ciertos pasajes del relato. Y es precisamente ahí donde, en mi humilde opinión, reside su encanto y complejidad.

La opción mesmérica cobra fuerza si se atiende al curioso duelo mental entre Kate y el doctor Messinger, conocido médium y mesmerista a cuya función acudieron todos los personajes importantes de este relato. Armitage asistió asombrado al duelo de miradas entre la chica y el hombre, que intentaba “obligar” a Cowles a subir al escenario. Fue ella quien resultó vencedora, a tenor de lo declarado por Messinger, que se sintió especialmente indispuesto debido a que “una voluntad más fuerte” estaba actuando contra él.

Richard había calado a Miss Northcott y se lo hizo saber tras la función, sin ningún tapujo. En un primer momento, ella reaccionó con frivolidad, aunque a continuación se mostró dolida y lanzó amenazas veladas al narrador. Como última baza, Armitage mencionó al malogrado Reeves, lo que provocó que Kate actuase con condescendencia, casi divertida. Estaba claro que ella no había amado al estudiante de derecho, y era muy probable que tampoco lo hiciese con Prescott. Cowles podría correr la misma suerte y su amigo deseaba advertirle sobre el peligro, pero no se atrevía.

La boda se acercaba y cierto día, John recibió una carta para acudir al encuentro de su prometida durante la noche. Armitage recordaba la entrevista que Prescott mantuvo con ella antes de su ruptura y posterior suicidio. Ya por entonces se temía que se iba a repetir lo mismo, por lo que esperó a Cowles en su habitación, en la cual debió permanecer hasta la madrugada. Por fin se produjo el esperado regreso y, como era de suponer, John estaba muy turbado.

Entre gritos, Barrington Cowles maldijo a Kate, llamándola “demonio” o “alma de vampiro”. Sin embargo, la amaba demasiado para revelar su secreto. Fuera el que fuese, resquebrajó los cimientos del otrora sereno y seguro virtuoso de la química, que enfermó de repente. Por suerte, parecía que su mal remitía según pasaban los días. Sin embargo, no era capaz de dejar atrás la melancolía. Su conducta se tornó excéntrica y variable. Unas veces aparecía despreocupado y otras muy irritable. Armitage resolvió que era necesario alejar a Cowles de Kate, y por ello convinieron viajar hasta la isla de May, que la mayor parte del año era bastante solitaria.

Tras tres o cuatro días de su llegada, John Barrington Cowles sufrió una recaída fatal. En aquella aciaga noche, mientras ambos amigos hablaban despreocupadamente, el tercer prometido de Miss Northcott dejó escapar un grito agudo, mientras miraba y señalaba un punto fijo, en dirección a la colina que tenían frente a ellos. ¿Era Kate, dispuesta a llevarse a John? ¿O todo era un delirio sobrevenido? Armitage creyó ver una vaga sombra que precedía la frenética de su amigo, al que no pudo detener antes de que se precipitara hacia las aguas. Fue la última vez que alguien vio al chico con vida. El periódico Scotsman publicó una noticia sobre el suceso un par de días después, señalando que era muy probable que John encontrara la muerte al caer sobre las rocas que rodeaban la isla.

El relato acababa con los lamentos y reflexiones de Armitage, quien no podía reunir las pruebas necesarias para acusar a Kate Northcott. Sin embargo, él le atribuía las muertes de sus tres prometidos, sin dudar ni un ápice. Ella poseía un enorme poder, capaz de satisfacer sus caprichos y sus más bajos instintos, aunque no podía determinar si los mismos eran producto de algún tipo de pacto que se veía obligada a revelar a sus parejas justo antes de casarse. Su testimonio quedaría escrito para advertir a cualquier otro infeliz que se fijase en la joven de perfil griego y mirada profunda del mal que se ocultaba tras sus perfectas facciones.


Imagen del encabezado: Ilustración contenida en The People's Home Journal (enero de1904).


Félix Ruiz H.




 

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