… Y ser un villano


 “El villano es el papel que nací para interpretar.”

Queridos aprendices, asistentes y curiosos, bienvenidos a un nuevo post de nuestro Gabinete. Comenzamos el mes que culminará con el primer aniversario de este rincón digital con una nueva reseña de la serie Batman: Caped Crusader, de la cual ya escribí anteriormente. En esta nueva entrada, daremos juntos un pasito atrás en el tiempo y nos situaremos en el segundo capítulo de su exitosa primera temporada, el cual sitúa a todos los espectadores en la época dorada de Hollywood, aquellos años en los que también proliferaban las películas de terror.

Dentro de esta particular iteración del personaje de DC Comics hay mucho espacio para el pulp y algunos de sus subgéneros, como cualquiera puede comprobar al visualizar la serie. Cuando Matt Reeves dio a conocer los títulos y póster de cada episodio, llamó mucho la atención …And Be a Villain, donde el antagonismo recaería en Basil Karlo, más conocido como Clayface. Por suerte para los que ya teníamos nociones sobre el personaje, este Karlo se parece bastante al primero que apareció en Detective Comics #40, en junio de 1940, década en la que se sitúa la acción.

Creado por Bob Kane, el Clayface original – un Basil Karlo sin el parecido razonable a Vincent Price – era un actor especializado en películas del género de terror que comenzó una vida de delincuencia utilizando la identidad de un villano que interpretó en uno de los metrajes. Kane afirmaba que este personaje había sido creado gracias al actor Lon Chaney, Sr. basándose en su interpretación en El fantasma de la ópera. En cuanto a su nombre, el mismo proviene de la unión de Boris Karloff y Basil Rathbone. Como suele ocurrir con multitud de personajes de este tipo, el manto de Clayface ha pasado de manos en hasta seis ocasiones diferentes.

Las andanzas de Basil comenzaron cuando el intérprete descubrió que no sería el protagonista del remake de un film que él mismo protagonizó en el pasado. Esto acabó con su cordura, decidiendo vengarse de los actores y responsables de esta nueva versión cinematográfica, matando a los primeros en el mismo orden en que morían en la versión original y dejando para el final a su sustituto como Clayface. Por suerte para este último, Batman y Robin aparecieron justo a tiempo para evitarlo.

A lo largo de las décadas, Clayface ha continuado siendo uno de los villanos recurrentes de la ciudad de Gotham, dando igual quién usase el apodo. Pero, al menos bajo mi insignificante y personal opinión, ninguno ha tenido el carisma y peso de Basil Karlo, por lo que considero acertado que los encargados de la actual serie animada del hombre murciélago le eligiesen. Greg Rucka ha hecho un buen trabajo al respecto a cargo del guion de este segundo episodio.

En esta particular continuidad, Basil es un actor de éxito entre crítica y público. Sin embargo, hay algo que le atormenta. Se trata de su aspecto físico, el cual considera clave para perder papeles en otro tipo de películas que le gustaría hacer. Su poco agraciado rostro tampoco le permite estar con su amor platónico, la también actriz Yvonne Francis. Precisamente, este flechazo es el que empuja a Karlo a buscar un remedio milagroso que le permita cambiar su aspecto. De esta forma, se pone en manos del doctor Ellman, un charlatán que le aseguró el éxito de su tratamiento experimental. Lo cierto es que sí que funcionó, pero no de la manera deseada por las partes implicadas.

En un primer momento, Karlo obtuvo la capacidad de moldear su rostro a su antojo, lo que creía que le serviría para conseguir la atención de Yvonne. Pero ella solo sentía admiración hacia él. Esto, junto a la inestabilidad del mejunje transformador – que provoca que la cara de Basil “se derrita” –, provocan que el personaje abrace su lado oscuro y secuestre a la mujer.

Es aquí donde entra en juego la detective Montoya, que hace su debut en estos momentos como una de las policías más cercanas a James Gordon. Una vez denunciada la desaparición de la actriz, Montoya se lanzó a interrogar a Bruce Wayne, última persona que vio a Yvonne. El millonario contaba con una coartada sólida, a pesar de lo cual fue socorrido por su abogado, Lucius Fox, quien dio por finalizada la sesión de preguntas.

La siguiente pista a seguir se encontraba en Monoscope Pictures, estudios donde se iba a rodar la nueva película de la actriz junto a Karlo, un compañero de rodaje recurrente. El hombre insinuó que su amiga estaba frecuentando malas compañías, sin ahondar al respecto. Mientras hacía unas preguntas a la secretaria de Edmund Haynes, director de la cinta, la detective Montoya descubrió que Karlo mintió cuando dijo que llevaba un par de meses sin ver ni hablar con su colega de profesión. Una fotografía reciente desmintió esta versión de los hechos y dejó claro que algo no andaba bien.

Todo esto provocó que el actor se colocase a la cabeza de los sospechosos, por lo cual la joven policía acude a su domicilio. Batman, que había interceptado las conversaciones de Montoya en los estudios, llegó casi a la vez, oyendo los gritos de la detective al descubrir el supuesto cadáver apuñalado de Basil Karlo. El asesino también seguía por los alrededores, por lo que fue perseguido por el héroe enmascarado. Es en esos momentos cuando nosotros, como espectadores, podemos ver parcialmente la apariencia del villano de turno. Totalmente vestido de negro, con un sombrero del mismo color y un pañuelo rojo que le tapaba parte de la cara, el criminal logró zafarse del protagonista en su primer encuentro.



Justo después, el dueño de Monoscope Pictures fue asesinado por el mismo tipo que supuestamente había acabado con Karlo. Justo después, parecía que su particular campaña de muerte y sangre iba a continuar con el director. Por suerte, Batman había adivinado sus intenciones y frenó sus acometidas a base de sablazos. Porque sí, en este capítulo tenemos tiempo de ver a Batman en un duelo de esgrima. Por desgracia, este segundo encuentro se saldó con una nueva huida del misterioso atacante, que destrozó parte de un set de grabación, enterrando a Batman bajo los escombros. Esto permitió al detective encontrar los cuerpos del jefe de los estudios y de un actor, que resultó ser el verdadero interés amoroso de Yvonne.

Una creciente y fundada sospecha llevó a Batman hasta el depósito de cadáveres donde reposaba el supuesto Basil Karlo. Con un suave toque en la cara, la verdad salió a la luz: ese cuerpo no pertenecía al actor, sino al doctor Ellman, cuyo estudio estaba siendo visitado en paralelo por Montoya, quien fue secuestrada por el ya descubierto Basil.

La detective fue llevada al mismo lugar donde Yvonne permanecía recluida desde hacía días. El lugar simulaba un set de grabación en el cual la actriz estaba esposada a una cama. Sobre ella, un enorme filo amenazaba su vida. Tras ser encarado por Montoya, el actor dejó claras sus motivaciones: tras toda una vida buscando papeles diferentes a los que interpretaba una y otra vez, por fin cayó en la cuenta de que lo suyo era ser el villano. Sin medias tintas ni paliativos. Además, el ingenio de Ellman le permitiría engañar a cualquiera y ser quien desease ser en cada momento. Siempre contaría con una coartada perfecta, pues todos los que sabían la verdad acabarían siendo silenciados. Estaba muy equivocado.

Yvonne, con sus mordaces comentarios, logró distraer a Karlo el tiempo suficiente para que Batman entrase en escena y evitase las muertes de las dos mujeres. Tras haber jugado al gato y el ratón durante buena parte del episodio, había llegado el momento del duelo cara a cara, rápidamente solventado a favor del héroe. Karlo fue detenido por Montoya, que contó con la tardía y desganada colaboración de los corruptos Arnold Flass y Harvey Bullock, que apenas tuvieron tiempo de ver salir del lugar al cruzado enmascarado, una leyenda urbana hasta aquellos momentos.

El caso quedó cerrado, pero Batman ya no era un rumor de los bajos fondos, sino una realidad que venía para enfrentar a los criminales de Gotham. Aquellos mismos que buena parte de la policía ignoraba o con los que, peor aun, colaboraba. El statu quo nunca sería el mismo, y Basil Karlo era prueba fehaciente de ello.




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