Matar a la bruja


 

El joven Brian Pasternack era un tipo humilde y sin estudios superiores, que vivía tranquilamente en el campo, lejos de las junglas de asfalto y cristal de las grandes ciudades. Un buen día, recibió la oferta de trabajo más inesperada de cuantas podría imaginar. Se trataba de una oferta para cubrir un puesto vacante en Sintracorp, la mejor empresa del mundo.

Aquello no podía ser real, o eso pensaba Brian. ¿Por qué, entre las decenas de miles de candidatos que tendrían a su disposición desde Sintracorp, recurrían a él, que ni siquiera había pedido trabajo allí? Sin saber muy bien qué hacer o cómo reaccionar, se montó en un tren y se dirigió al gran edificio que albergaba a la empresa de la familia Sintra. Lo cierto es que sabía muy poco de sus futuros contratadores, a pesar de la gran fama que atesoraban. Tampoco es que fuese una información de dominio público.

Sintracorp se alzaba en el corazón de la ciudad como un monumento a la industria y la tecnología. Todos querían trabajar allí, y una llamada suya para formar parte de su plantilla era poco menos que irrechazable. Pero poco más podía aportar Brian – o cualquier otra persona – sobre la entidad. Sus trabajadores no hablaban sobre ella o sobre las tareas que realizaba en el edificio.

De hecho, no eran pocas las noticias que hablaban de extrañas desapariciones entre los empleados de Sintracorp. Rumores que, por lo general, eran silenciados poco después, aduciendo a que los desaparecidos no soportaban la presión de trabajar en la empresa y acababan con sus propias vidas. Pero entonces, ¿por qué nunca aparecían los cuerpos?

Brian pensó en todo aquello y en más cosas mientras llegaba al edificio. No sabía que aquel primer día sería el más raro – y más peligroso – de su vida.

Desde fuera, Sintracorp parecía un lugar común de trabajo. Un edificio de diez plantas, con un recibidor extrañamente vacío y vigilado por una cámara de seguridad, que flanqueaba un ascensor que permanecía cerrado a cal y canto. Varias personas más esperaban allí, mientras un micrófono las llamaba una por una y les decía a qué planta dirigirse.

Allí, Brian conoció a Kate, una chica que también afrontaba su primer día, nerviosa por saber a qué planta estaría destinada. El detalle no era menor. Entre quienes sabían más sobre ala empresa, era bien sabido que la importancia del trabajo a desarrollar en Sintracorp era mayor cuanto más arriba se estuviese en el edificio. Un empleado de la primera planta tenía menor rango que el que trabajase en la segunda, por ejemplo. Además, existían otros alicientes a tener en cuenta.

En aquella sociedad, Sintracorp suponía una oportunidad de oro para escalar socialmente. Trabajar en una planta superior permitía a cualquier persona ascender en las clases sociales, sobre todo económicamente. Brian era alguien de origen humilde y de pocas aspiraciones, pero aquella oferta de trabajo podría cambiarlo todo. ¿Cómo iba a rechazarla?

Mientras esperaba su turno, y mientras miraba con atención el enorme cartel situado a la izquierda del ascensor, que desglosaba la distribución de las plantas de aquel edificio, tuvo tiempo para conocer un poco más a Kate, una chica que sí que contaba con estudios superiores y que se mostraba nerviosa y emocionada por la oportunidad. Morena y con una sonrisa agradable, iba totalmente enchaquetada, algo común en todos los empleados de Sintracorp. También pudo intercambiar algunas palabras con Anthony Chapman, un tipo rubio, arrogante y acomodado, que escuchaba sin ningún rubor a Kate y Brian y se burlaba del hecho de que – como él mismo denominó a Brian – un paleto pudiese formar parte de Sintracorp.

El micrófono llamó a Kate. Ella, nerviosa, se colocó frente al ascensor y la cámara de seguridad que había sobre él. Una voz desconocida y grave le indicó que su destino estaba en la cuarta planta, aquella conocida como “La Colmena”. Kate sonrió efusivamente y se giró para hablar con Brian antes de subir hacia su nuevo destino. Le deseó suerte al joven y le prometió tomar un café con él una vez que acabasen sus jornadas de trabajo, algo que Brian aceptó de muy buen grado.

Luego le tocó el turno a Brian. En un primer momento, la voz que se dirigía a los trabajadores no le prestó atención, síntoma bastante preocupante. Chapman empezó a mofarse de él, y Brian no sabía muy bien qué hacer. Unos instantes después, y viendo que no ocurría nada más, el chico se encaminó hacia la salida, desilusionado y avergonzado.

Si no le habían aceptado, ¿por qué le habían hecho llegar una carta? Aquella misiva era prueba suficiente de que había un interés real por parte de Sintracorp por contar con sus servicios, a pesar de que Brian no terminase de entender el por qué. ¿Acaso todo aquello era una especie de broma?

En un último intento por aclarar la situación, el confuso Brian se acercó a la cámara de seguridad y mostró la carta que la empresa le hizo llegar a su casa. El sepulcral silencio que reinaba en el recibidor solo era interrumpido por las sonrisitas nada disimuladas de Chapman, a quien aquella escena parecía hacerle especial gracia. Inesperadamente, la voz grave habló y dio la bienvenida a Pasternack, que debía dirigirse a la décima planta.

Aquello hizo que Brian se quedase sumamente sorprendido. Iba a dirigirse a la planta superior, la de la presidencia. Aquello debía ser un error. Lo mismo pensaba Chapman, que se puso rojo de ira y espetó en varias ocasiones que todo aquello debía ser una broma de mal gusto. ¿Cómo alguien con tan escasa formación podría codearse con ejecutivos, ser un ciudadano de Clase A y cobrar la millonada que iba a ganar?

Una empresa tan importante como Sintracorp no podía darle una oportunidad tan importante a alguien como Brian. Chapman no paraba de insultarle y de repetir que aquello debía ser un error. Gente como él, que ya tenía una posición y contactos más que de sobra para manejarse bien en las altas esferas, no podía concebir que alguien de origen humilde pudiese destacar. Era sumamente irritante e injusto, y el tipo rubio se aseguraría de recordárselo a aquel pipiolo moreno, delgado y con gafas cada vez que lo viese por el edificio.

Brian, harto de escuchar los gritos de aquel energúmeno vestido elegantemente y con curiosidad por saber por qué le querían en la planta superior, se subió al ascensor. Rápidamente, el mismo fue ascendiendo planta a planta, hasta llegar al punto más alto de edificio.

Allí reinaba un silencio sepulcral, como ocurría en el recibidor. Sorprendentemente, Brian se encontró ante un espacio bastante oscuro, amplio y con escasa decoración, Desde luego, no era lo que esperaba. Echó un rápido vistazo alrededor, pero no era capaz de atisbar nada que estuviese a pocos metros de él. Aquella planta, casi diáfana, estaba envuelta en sombras. ¿Por qué apenas había luz en Presidencia?

Brian, extrañado ante todo aquello, susurró para intentar llamar la atención de alguien. Comprobando que no recibía respuesta, alzó un poco más la voz. El resultado fue idéntico. No parecía haber nadie cerca. Tendría que explorar aquella décima planta. En cuanto dio unos pasos y giró la esquina a la derecha del ascensor, pudo ver algo extraño al fondo de aquel peculiar piso.

Parecía ser una gran televisión o pantalla, que solo mostraba estática. Era casi la única fuente de luz de la enorme habitación, junto a unas pequeñas lámparas situadas en ambos laterales, cuyas bombillas parpadeaban incesantemente, haciendo temer a Brian que estaba a punto de quedarse a oscuras en aquel lugar.

Mientras se acercaba a aquel monitor, la sensación de Brian de que algo no iba bien fue en aumento. Justo frente a la gigantesca pantalla había una gran mesa, que debía pertenecer al Presidente de Sintracorp. Pero estaba vacía. No había nadie allí. Sin embargo, sí que había algo que hizo estremecer el larguirucho y delgado cuerpo de Brian: sangre, mucha sangre.

No había sido capaz de verla desde el fondo debido a la oscuridad reinante en el lugar. Pero la mesa y el suelo entre ésta y el monitor estaban llenos del líquido vital, que además salpicaba la pared y la parte inferior de la pantalla, que continuaba mostrando únicamente estática.

¿Qué había pasado allí? ¿Por qué aquella voz grave hizo subir a Brian hasta la décima planta? ¿Qué quería Sintracorp de él? El chico no tocó nada, seguro de que allí había ocurrido algo grave. Lógicamente inquieto, pensó que lo mejor sería bajar a la planta inferior e informar sobre lo sucedido. Algo terrible le debía haber ocurrido al Presidente. Esa cantidad de sangre no era normal…

En cuanto se giró, un súbito y desagradable ruido paralizó a Brian, que instintivamente apretó los dientes. Aquel ruido procedía del monitor, estaba seguro. ¿Cómo definir aquello? Era como si algo enorme hubiese caído en un gran charco de agua. ¿Debía girarse? No, definitivamente aquello no era una buena idea.

Totalmente quieto, incapaz siquiera de echar a andar hacia el ascensor, pero presa de un miedo frenético, Brian miró de soslayo hacia abajo. Vio como la sangre que había junto a sus pies se movía, desapareciendo de su vista. Aquello no era posible, pero estaba ocurriendo. La sangre se estaba desplazando hacia algún lugar a su espalda, y el joven no quería saber hacia dónde.

Sin embargo, había algo que le estaba empujando a girarse. No sabía si era la curiosidad, el miedo o alguna otra cosa, pero Brian se giró casi en contra de la lógica para ver qué diablos estaba ocurriendo allí. Todo aquello estaba convirtiéndose a pasos agigantados en una pesadilla. Pero estaba despierto. ¿O no?

Recordaba bien todo lo que había pasado aquel día desde que se había levantado. Cómo se vistió, cogió su maletín – que estaba totalmente vacío, por cierto – y se marchó hacia la estación de tren. Recordaba haber observado con atención todas aquellas caras inexpresivas en el hacinado vagón en el que viajó, y luego… ¿Qué pasó luego? ¿En qué estación se bajó? ¿Cómo entró en el edificio de Sintracorp?

En aquel momento, aquellos detalles daban igual. Brian giró totalmente y vio cómo la sangre en movimiento se agolpaba en el monitor, que empezó a teñirse de rojo. Aquel baile escarlata parecía obedecer a una misteriosa voluntad, pues la disposición de la sangre empezó a cobrar sentido. “Algo” estaba escribiendo un mensaje en la pantalla. Pocos segundos después, y ante la aterrorizada y muda presencia de Brian, pudo leerse claramente un mensaje: “Mata a la bruja”.

Justo después, tanto la pantalla como las escasas luces que iluminaban aquella planta se apagaron. Brian seguía paralizado por el miedo. Aquellos segundos casi parecieron horas. Era incapaz de moverse. Aquella grotesca visión había logrado que su voluntad fuese anulada completamente. No sabía qué estaba pasando, pero intuía que algo verdaderamente macabro estaba jugando con él. La luz. Echaba de menos la luz...

Repentinamente, toda la habitación se iluminó. Los ojos de Brian quedaron momentáneamente cegados ante aquel súbito encendido. Se frotó los ojos y echó un rápido vistazo alrededor, alarmado ante lo que podía ver a continuación. Todo el espacio había quedado iluminado por las lámparas parpadeantes de antes. Pero ahora, todas arrojaban una luz blanca y homogénea. Y la pantalla… ¿Qué era todo aquello? ¿Qué había pasado? ¿Dónde estaba la sangre? ¿Y el mensaje?

La enorme pantalla volvía a estar encendida, pero ya no había estática en ella, sino el enorme y verdoso logo de Sintracorp. Brian se dio la vuelta, observando detenidamente la enorme mesa que presidía la estancia. En ella había una tarjeta de empleado junto a un pequeño papel con un breve texto escrito en él. Aquellos dos elementos no estaban allí antes. Estaba seguro.

Brian cogió la tarjeta y comprobó que era para él: “Brian Pasternack, n.º de empleado 6667. Cazador de la Bruja”. Por su parte, el papelito solo contenía una frase: “¡No le muestre esta tarjeta a nadie!”.

Nada de aquello tenía ningún sentido. La oferta de trabajo, su llegada a Sintracorp, su subida a la planta superior, aquel escenario de pesadilla… Y ahora esa tarjeta y el mensaje. ¿Para eso le querían en la empresa? ¿Para ser “Cazador de la Bruja”? ¿Y qué quería decir aquello? Entre estas cavilaciones andaba cuando oyó a lo lejos a la voz grave que hablaba desde el micrófono instalado en la cámara de seguridad. Ésta le llamó de nuevo por su nombre, y le pidió que se dirigiese a su nueva oficina, situada en la quinta planta.

Brian desanduvo el camino recorrido anteriormente a toda prisa. Pero, antes de que se cerrasen las puertas, la voz le dirigió unas últimas palabras. 

- Por favor, no revele su cometido a ningún compañero. Cualquiera de ellos podría ser la Bruja. Y usted debe matarla, antes de que ella le descubra y acabe con su vida.

Aquel primer día de trabajo iba a ser inolvidable para Brian. De eso estaba bastante seguro. Y aun le quedaban otras siete horas y media de turno...


Félix R. Herrera

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