Doctor Hesselius: Té verde
"Esas afecciones, esas ilusiones espectrales, por lo que había leído, a veces duran muy poco tiempo y otras, por el contrario, se hacen crónicas. He leído acerca de casos en los que la aparición, al principio inocua, deviene con el paso del tiempo, sin embargo, en algo espantoso e insoportable para quien la padece."
Los visitantes habituales de este rincón saben de primera mano que los intereses de este asistente van más allá de los de la simple exposición de casos canónicos de los detectives de lo oculto más famosos de la literatura. Algo que, probablemente, vaya contra mis propios intereses en cuanto a potenciales lectores se refiere. No es algo fundamental para mí, pues escribo por puro placer y afán de conocimiento, por lo que puedo permitirme el lujo de no ser hermético a la hora de compartir contenidos. Sin embargo, a pesar de no ser tan purista como sin duda algunos querrían, tengo a los grandes maestros bien presentes. Es por ello que estimo oportuno escribir unos párrafos sobre uno de los grandes precursores del género: el doctor Martin Hesselius.
Para ello, y en primer lugar, qué mejor que recurrir a una de las fuentes más autorizadas para acercarnos al personaje: José Luis González Martín, quien escribió un extraordinario artículo en el no menos fundamental volumen de Ulthar dedicado a los occult detectives. Detectives de lo oculto en la literatura: un breve esbozo cronológico, al que ya he aludido en alguna que otra ocasión. Señalaba González que el caso de Hesselius sería el de un proto-detective de lo oculto. De entre los nombres que otros autores barajan, el autor se decanta por el personaje creado por Joseph Sheridan Le Fanu como el arquetipo en el que habrán de fijarse escritores posteriores, como Algernon Blackwood o William Hope Hodgson.
Cinco son los relatos que componen el ciclo del doctor, compilados por primera vez en la antología In a glass darkly (1872). Si bien el personaje está presente de una forma u otra en todos, es en Té verde donde más peso tiene. Eso a pesar de que en aquella ocasión apenas hizo poco más que escuchar al reverendo protagonista, quien exponía los pesares que describiremos más adelante.
González acertaba de pleno cuando apuntaba que Hesselius era un proto-detective a tiempo completo, que sin embargo no era un gran conocedor y practicante de saberes ocultos y arcanos. Al contrario, pues las bases de su conocimiento se cimentaban en las teorías del filósofo natural Carl Gustav Carus y el místico Emmanuel Swedenborg. De Carus, su desarrollo de la teoría vertebral del cráneo de Lorenz Oken se antojaba fundamental en los razonamientos del doctor ideado por Le Fanu. Esta teoría pregonaba que el cráneo era un conjunto de varias vértebras modificadas, cada una de ellas asociada a uno de los sentidos.
Más allá de estas claras y meridianas influencias, el doctor Hesselius es un consumado especialista en medicina metafísica, en la que la realidad, el es una representación física del mundo espiritual. Siguiendo ese planteamiento, cada uno de nosotros posee una gran cantidad de habilidades especialidades – y rayando en lo paranormal – en estado latente, las cuales pueden “despertar” o ser activadas en determinadas condiciones, voluntariamente o no. Si eso acaba sucediendo, el individuo en cuestión obtiene la capacidad de ver la realidad tal como es: un lugar en el que los fantasmas, los demonios y los vampiros, son cuestiones tan naturales como cualquier otro ser vivo conocido.
Según Hesselius, los fluidos que recorren el cuerpo humanos también transportan una suerte de sustancia espiritual que, en ciertos momentos, puede activar en el cerebro una especie de resorte especial, que a veces se abre durante un instante fugaz y otras durante toda la vida. La duración de estas experiencias pueden determinar la vida futura de quien experimenta dichos episodios. Una visión fugaz de lo oculto puede traducirse en una epifanía, por ejemplo. Pero una exposición prolongada a dichas visiones, vetadas para el común de los mortales, suele traducirse en una irremediable locura.
En el caso que nos ocupa en este texto, narrado y sufrido por el reverendo Jennings, esa capacidad parece haberse desatado tras un consumo excesivo de té verde, usado por el clérigo para poder mantener sus rutinas escritoras y lectoras. Más le hubiera valido no hacerlo, pues una entidad que él entendía maligna y demoníaca no paró de atormentarle hasta el final de sus días.
Ahora sí, detengámonos en alguno de los pormenores del caso, desarrollado mediante correspondencia enviada al químico y profesor Van Loo, de Leyden. Tanto Té verde como el resto del ciclo de Hesselius fueron compilados por su secretario, de nombre desconocido, una vez fallecido el intelectual. La admiración que este anónimo personaje profesaba hacia su jefe permitió que expusiese el caso del reverendo Jennings, sucedido sesenta y cuatro años antes en suelo inglés.
El mismo comenzaba con una velada en la casa de Lady Mary Heyduke, donde Hesselius y Jennings se conocieron personalmente, y en la que la anfitriona dio a conocer al doctor que el reverendo sufría de repentinos padecimientos mientras ejercía sus labores en su vicaría. Tímido, amable y culto, Jennings vio desde el primer momento en Hesselius a alguien capaz de ver a través de la más elaborada de las máscaras. Trató de disimular sus temores, pero no lo logró. A pesar de todo, Hesselius no creyó oportuno ser insistente en aquellas primeras conversaciones, zanjando el asunto con promesas de futuras conversaciones.
Ante las insinuaciones de Lady Mary sobre los vaivenes en la salud de Jennings, el doctor decidió acudir al encuentro del reverendo en Blank Street, donde atestiguó que mostraba un especial interés en los diversos volúmenes de Arcana Cælestia, de Swedenborg. Todos los subrayados realizados por el canónigo versaban sobre visiones espirituales, especialmente relacionadas con entidades consideradas malignas. La última de las cuales era especialmente alarmante en lo tocante a la aún desconocida dolencia del hombre: “Es el mayor deleite del infierno causar el mal al hombre y apurar su ruina por toda una eternidad”.
Abstraído ante tan estimulante lectura, Hesselius no reparó en la presencia de su anfitrión, que confesó no estar preparado para interpretar al místico sueco. Algo le atormentaba, y se trataba de un asunto que un materialista corriente no podía tratar. A tenor de la sapiencia de Hesselius, quien había llevado a Jennings una obra suya escrita hace años, el reverendo decidió confiarle su historia, aunque no en aquel momento. Pasarían varias semanas de intercambios epistolares antes de que el esperado encuentro se produjese, esta vez la propiedad del enfermo en Richmond.
Con aspecto de extrema debilidad, Jennings confesó padecer un mal inconfesable desde hacía algo más de tres años. Una ardua investigación sobre la metafísica religiosa de la antigüedad requirió de todos los esfuerzos posibles su parte. Las divagaciones eran tan fuertes que sobrevenían a la mente del reverendo a todas horas y en cualquier situación. Durante aquella intensa temporada, el té fue su mejor aliado a la hora de continuar con su laboriosa actividad. Tras probar con diversas variedades, se aficionó al té verde. Tanto que no podía dejar de tomarlo. Según declaró, no llegó al extremo de ser un hábito compulsivo, pero no quedó muy lejos de ello.
Un buen día, mientras regresaba de casa de un amigo suyo que contaba con una gran biblioteca, vio un par de puntos rojos que en un primer momento no pudo identificar, pero que resultaron ser los ojos de una criatura simiesca de lo más siniestra, aparentemente invisible para el resto de los mortales. Con lógica desazón, Jennings trató de deshacerse de aquella perturbadora visión, bien caminando a buen ritmo hacia su casa o deshaciendo sus pasos y yendo de vuelta hacia la ciudad. Pero no había forma aparente de dar esquinazo a la criatura, que le pareció una aparición espectral. Por desgracia para él, una que decidió convertirse en su sombra y acompañarle durante largos periodos de tiempo, observándole en todo momento.
“Es un mono pequeño y de pelaje muy negro; se distingue especialmente por un aire malévolo tan evidente como insondable. El primer año de nuestra convivencia se mostró de continuo huraño, como un enfermo. Aquello, empero, no hacía que menguara su malicia ni que dejara de vigilarme como lo hacía; no obstante, es verdad que parecía cuidar exquisitamente de no molestarme más allá de la vigilancia a que me tenía sometido. En ningún instante me quitó los ojos de encima. En realidad, nunca está lejos de mí, excepto cuando duermo; en la luz o en las tinieblas, de día o de noche, siempre se encuentra en esta casa desde aquel día, a excepción de esos inexplicables lapsos en los que desaparece inopinadamente durante algunas semanas”.
El ser acompañaba a Jennings durante largos lapsos de tiempo, tras los cuales desaparecía durante semanas, o quizá meses. Después, volvía sin previo aviso, para seguir molestando el día a día del hombre. Llegó un determinado momento en el que el ser simiesco no se contentó con aparecer en la propiedad de Richmond, sino que decidió molestarle mientras ejercía su ministerio en su vicaría, algo que cada vez sucedía más a menudo y que propiciaba las tan comentadas espantadas del reverendo que Lady Mary compartió con Hesselius.
El siniestro acompañante de Jennings no se contentó con todo lo anterior, sino que un buen día decidió comunicarse directamente con él. Y no se trataba de una comunicación verbal, sino una suerte de intercambio telepático, repleto de blasfemias que no era necesario enumerar. Le incitaba a hacer daño a otros o a sí mismo, a cometer actor impuros e impropios de cualquier persona honrada. Jennings se hallaba al límite de sus fuerzas, e imploraba a Hesselius una solución que su dios no parecía poder brindarle.
En este punto, el antiguo secretario de Hesselius anota que el doctor prescribió un tratamiento para su paciente, alegando que su enfermedad podría ser física, aunque de origen incierto para la ciencia de aquel momento. Un único día pasó antes de que la fatalidad alcanzase al reverendo Robert Lynder Jennings. En una nota entregada por uno de sus criados, el reverendo mostraba su desconsuelo ante el regreso de su terrible acompañante, que lo sabía todo sobre la visita del doctor. El mismo criado había regresado varias veces a buscar a Hesselius, desesperado ante el estado de su amo. Cuando el doctor regresó al lugar de los hechos, ya era tarde. Jennings se había quitado la vida, degollándose con una navaja barbera.
El tratamiento prescrito por Hesselius no tuvo tiempo de hacer el efecto que sí tuvo con el profesor Van Loo, que sí tuvo el esperado efecto. Las postreras explicaciones del doctor ahondaban en la facilidad con la que una afección como la sufrida por el reverendo habría remitido de haber dispuesto del tiempo suficiente, pero la fatal combinación de la falta de sueño y una enfermedad superpuesta a la descrita – según Hesselius, una posible manía suicida hereditaria – dieron al traste con la potencia curación del paciente.
P. D.: siguiendo el consejo que José Luis Moreno-Ruiz da en el volumen de Valdemar dedicado a los archivos del doctor, he usado como imagen principal del texto el cuadro Anciano leyendo a la luz de una vela, de Godfried Schalcken, expuesto en el Museo de El Prado.
Félix R. Herrera
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