Un cesto lleno de cabezas (2 de 2)


 

Queridos aprendices, asistentes y curiosos, bienvenidos a un nuevo post de nuestro Gabinete. En esta ocasión, continuamos con la reseña y resumen completo de Un cesto lleno de cabezas, la obra guionizada por Joe Hill entre 2019 y 2020, publicada bajo su sello Hill House Comics y licenciada en España por ECC Ediciones. La narración será retomada justo donde se dejó en el anterior post, por lo que es necesario conocer los eventos previos para tener una noción clara de lo que está por llegar.

June Brach, estudiante de psicología, se hallaba en plena búsqueda de su novio Liam. El joven ayudante del jefe de policía de Brody Island había sido secuestrado por cuatro individuos que querían conocer el paradero de cierto dinero que el muchacho podría haber robado de una víctima que se había arrojado desde un puente un mes atrás. Dos de los supuestos presos de una cárcel estatal cercana habían allanado la casa del jefe Clausen cuando Liam y June esperaban allí a su anfitrión, atacando al policía y tratando de matar a su novia. Pero no contaban con la férrea determinación de June, que se defendió con un hacha vikinga que reposaba en el pequeño museo nórdico de la casa.

El hacha en cuestión no era un arma común. Su principal peculiaridad se presentó cuando June cortó la cabeza del primer criminal. El decapitado continuó hablando y razonando, algo que bajo circunstancias normales sería imposible. Algo extraordinario estaba pasando, pero June no tenía tiempo para pararse a reflexionar. Debía encontrar a Liam, y ya se había llevado por delante a dos de sus enemigos: el empresario Hamilton – cabeza visible de Huertas Hamilton, un rico negocio local – y Puzo, que no terminaba de revelar todas sus cartas, limitándose a hacer insinuaciones sobre las verdaderas intenciones de Liam.

June se dirigió a la comisaría de policía de Brody Island en medio de una fuerte tormenta y en plena madrugada, deseando encontrar ayuda. Dejó el cesto con las cabezas de Puzo y Hamilton en la camioneta de este último y se adentró en el edificio. Sin embargo, a quien encontró allí fue a Hank Clausen, hijo del jefe de policía y a quien ya había conocido al llegar a su casa por primera vez. Según Hank, los oficiales seguían con la búsqueda de los delincuentes fugados, pero June le contó todo lo ocurrido en las horas previas, guardándose para sí el desagradable asunto de las cabezas. El apuesto hijo del jefe llevó a June hasta una celda para que se cambiase allí para, inmediatamente después, encerrarla sin previo aviso.

Hank estaba interesado en cierta cinta, y pensaba que June conocía su paradero. Ante el desconocimiento de la mujer sobre todo lo que le estaban planteando, el nuevo atacante reveló parte de la verdad. Los cuatro convictos fugados eran reales, pero estaban muertos. El jefe Clausen y Puzo – un oficial local – se habían encargado de ellos. Eran chivos expiatorios, necesarios para distraer la atención de la gente mientras los implicados en el asunto intentaban conseguir su verdadero objetivo: silenciar el asunto de la chica que cayó desde el puente de entrada a la ciudad el pasado mes. Liam lo sabía todo, pues era un infiltrado del FBI y llevaba todo el verano grabando material para ellos. Un material para un caso que aun no sería revelado, pero que coincidió con todo lo referente a Emily, la joven que la criada de su casa había traído para ayudarla durante el verano.

Hank era ayudante de un congresista. No podía poner su carrera en juego. Averiguó lo de Liam por casualidad, mientras asistía a unas reuniones en Boston. Pero el asunto de la chica lo complicó todo. Hank y Emily intimaron, y la chica se quedó embarazada. Hank y ella discutieron y Emily tuvo una aparatosa caída de las escaleras, o eso decía el hijo del jefe de policía. De una forma u otra, la señora Clausen le dio a la joven diez mil dólares por su silencio y todo el asunto acabó de forma abrupta en el puente. Hank no supo nada de esto último hasta que Liam se lo contó. June escuchaba atentamente, pero no terminaba de unir las piezas del puzzle. ¿Todo era por Emily, o por el dinero?



La segunda parte de la incógnita fue rápidamente despejada por Hank. Hamilton no era el empresario modelo que aparentaba ser, sino que tenía el monopolio de ventas de drogas local. De ello se beneficiaban muchas personas de Brody Island, incluyendo a los policías. El jefe Clausen se llevaba casi la mitad de los beneficios por hacer la vista gorda. De ahí que se organizase una fuga mientras los reclusos limpiaban sus tierras. Había que tapar huellas. Pero Liam sabía demasiado, y Hank quería usar a June para persuadirle.

June debía escapar, por lo que alentó a su captor para que mirase en el cesto que había en la camioneta de Hamilton. Fue así como vio a las cabezas parlantes de sus compinches, que le alertaron del inminente peligro. Ató a la joven y fue a por una escopeta. Mientras tanto, June se cortó un pulgar con el hacha y se liberó, tendiéndole una trampa mortal a Hank. Desde ese momento, Puzo y Hamilton tuvieron un nuevo compañero dentro de la cesta.

Reunidas dentro de la comisaría, las tres cabezas hablaron sobre cómo organizaron la muerte de los presos, sobre lo que sabían sobre Liam y qué temían que saliese a la luz en las grabaciones ocultas del agente federal infiltrado. Emily, las drogas, la orientación sexual de Puzo… Todos eran temas controvertidos y mancharían la reputación de los presentes. Aquello debía acabar, y para ello June debía encontrarse con el jefe Clausen.

Una llamada de radio sirvió para que June supiese dónde debía dirigirse. Liam estaba en un pequeño barco, en el puerto local. Se llevó el coche policial de su novio y dejó el cesto a buen recaudo dentro de él, haciéndose con un bote con remos. Clausen no mentía: el apaleado y maniatado Liam estaba allí. El feliz reencuentro duró poco, pues el jefe volvió y atacó a June antes de que liberase al federal. Ante el silencio por parte de de Liam sobre el paradero las cintas grabadas, el policía cogió a June. Tiró el hacha por la borda, ató a la muchacha al ancla del barco y la arrojó al mar.

Allí abajo, mientras luchaba por su vida, June vio los cuerpos de los cuatro presos – realmente eran tres y uno de los policías locales, asesinado por Puzo por colaborar con Liam – asesinados. Tenían los pies encadenados a grandes piedras. No tuvieron ninguna opción. El dibujo de la hoja del hacha refulgía bajo ellos, y la desesperada protagonista luchó con todas sus fuerzas para llegar hasta ella, recuperarla, cortar sus ataduras y salir hasta la superficie. Lo logró a duras penas. Estaba realmente enfadada, y Clausen estaba a punto de averiguarlo.

June desvió el rumbo de la embarcación sin que el policía lo advirtiese. Mientras espiaba la conversación que éste mantenía con el silencioso Liam, otro barco a la deriva chocó con el suyo, dando a la estudiante la oportunidad de partir a Clausen por la mitad. Era hora de liberar a su novio, que elogiaba su valentía y no paraba de repetir lo enamorado que estaba de ella. El federal dijo que Clausen portaba consigo algo que pensaba regalar a June: un anillo de compromiso.

Otro vaivén del barco hizo que June cayese de bruces sobre el jefe de policía que, entre risas, le dijo a June que todos se repartieron el dinero que Emily llevaba en su mochila el día que cayó del puente. Es más, había sido el propio Liam quien había acabado con su vida. Es cierto que ella intentó suicidarse, pero no había muerto en el acto, sino que se había roto ambas piernas. Liam la encontró y remato la faena. Un agente de Brody Island, que colaboraba con él en el caso de las drogas, le vio recoger el dinero. Así que Liam convenció a Puzo para silenciarle. El agente del FBI creía que podía engañar a todos, pero sus captores descubrieron su tapadera. No se iba a ir indemne. June, por fin consciente de todo, no iba a permitirlo.

Clausen y Liam yacían juntos en el barco, mientras su asesina preparaba un final muy especial para ellos. Ya que habían sido decapitados por un hacha nórdica, qué mejor que darles un funeral vikingo. El barco ardía mientras June nadaba hacia la orilla y escuchaba los gritos desesperados de su novio.

De regreso al coche, con las restantes cabezas como acompañantes y escuchando Murder by Numbers, la inesperada asesina en serie observaba entre lágrimas la famosa cinta de grabaciones que todos los corruptos de aquella localidad habían estado buscando con tanto ahínco.

Andando por el puente, y con el cesto todavía en su poder, la exhausta estudiante se topó con la señora Thurston, la sirvienta de los Clausen. La mujer, viendo claros gestos de cansancio en June, la animo a deshacerse de la cesta y a montarse con ella en su coche. June obedeció, y las cabezas de Puzo, Hamilton y Hank Clausen cayeron río abajo, tal como le pasó a Emily. El hacha vikinga también acabó bajo las aguas. Todo había acabado, o eso creía June, que aun debía escuchar una última revelación.

La señora Thurston llevaba muchos años trabajando para los Clausen. Sabía todos sus trapos sucios, pero el asunto de Emily fue demasiado lejos. Cuando supo lo que Hank le había hecho, habló con los federales. Ella accedió a grabar todas sus conversaciones con la señora Clausen, compradora de arte robado y sabedora de todo lo que acontecía en Brody Island. Ella era la verdadera infiltrada del FBI, y no Liam. El ayudante solo era un pobre embustero que se había aprovechado de la situación para ganarse un dinero extra con el que impresionar a June. Pero no le había servido de nada. Él y los cabecillas corruptos de la ciudad estaban muertos o, peor aun, ahogándose permanentemente, sin poder escapar de su agonía.

Todo gracias a uno de los objetos comprados de forma fraudulenta por la tratante de arte robado de la familia Clausen. Un hacha de origen desconocido que no segaba vidas al ser usada, sino que las conservabas de forma inexplicable. ¿Qué habrá sido de ella? Quizá algún día lo sepamos.



Enlace a la primera parte:

https://elgabineteoculto.blogspot.com/2024/09/un-cesto-lleno-de-cabezas-1-de-2.html


Félix R. Herrera

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