Las colinas de los muertos
Queridos aprendices, asistentes y curiosos, bienvenidos a un nuevo post de nuestro Gabinete. En la entrada de hoy va a quedar completada la labor que comenzó cuando se describieron tanto el aspecto como los poderes del bastón ju-ju de N’Longa, el hechicero africano que sentía especial simpatía por Solomon Kane. Aquel objeto era prodigioso, tanto que asustaba al puritano, que sin embargo entendió que la amenaza presente en aquel lugar hacía necesaria su utilización. Muertos vivientes – o vampiros, según se mire – se ocultaban en una ciudad de piedra, amenazando a todo ser vivo que se adentrase en sus dominios o sus alrededores: las colinas de los muertos.
En aquel primer texto, disponible en el blog, asistimos al primer encuentro del aventurero errante con el mal que acechaba en la oscuridad. Tras encontrar a la joven Zunna y guarecerse en una cueva, Kane se enfrentó cara a cara con varios no muertos, resultando a duras penas victorioso. Valiéndose del bastón mágico, contactó en sueños con N’Longa, quien dio instrucciones precisas para que Kran, el enamorado de Zunna, acudiese a la cueva. Sorpresivamente, el hechicero se hizo con el cuerpo del muchacho e hizo que la pareja quedase dormida y a salvo en el interior de la cueva, cuya entrada quedó totalmente protegida con el bastón.
En la noche previa a la partida, el puritano se preguntaba si era posible que el poderoso espíritu del hechicero era capaz de llevar a cabo la misión en solitario. Como respuesta, N’Longa precisó que necesitaba de forma corporal para operar como era necesario. Las Colinas Vampiras requerirían de todas las habilidades que poseía.
Con la tranquilidad de no poner en peligro la vida de nadie más aparte de las propias, Kane y N’Longa partieron a buscar la ciudad de piedra. Lástima no poder llevar el bastón con ellos. Pero el hombre fetiche fue tajante al respecto: aquel objeto era único.
Las colinas estaban repletas de oquedades y cavernas. En las que seguramente habitaban aquellos seres infernales que Kane había visto tan de cerca. Su compañero de expedición confirmó esta sospecha, pero le tranquilizó al afirmar que los no muertos descansaban en ellas casi todo el día, hasta el anochecer. El motivo principal era el miedo que estos tenían a los buitres, carroñeros que reconocían al instante la carne muerta, base de su alimentación.
Al ganar altura y observar la meseta que tenían a la vista, Kane quedó conmocionado, pues pudo ver la silenciosa y gris ciudad, enteramente hecha de piedra y antigua, muy antigua. La naturaleza había reclamado cada calle y cada casa, pues la hierba crecía sin control a través de cada grieta. ¿Por qué los vampiros no descansaban allí? Difícil precisarlo, incluso para alguien que los conocía bastante bien, como el caso de N’Longa.
El hombre fetiche tenía un plan, que de momento no compartió con el puritano. Debía preparar una poderosa magia, pero necesitaba tiempo y silencio. Por desgracia, ambas cosas escasearían en breve, pues sus mortales enemigos comenzaban a deslizarse furtivamente hacia sus presas. Las cuevas de las colinas escupían a los muertos vivientes. Aquella sería la batalla definitiva. Solomon debería defender a su amigo con cada gota de su sangre.
Los seres eran multitud. Feroces y silenciosos, se lanzaron en un frenética persecución que Kane ralentizaba como buenamente podía. N’Longa quería llegar hasta un peñasco a cierta distancia de donde se encontraban. La situación se antojaba ciertamente desesperada.
El mosquete del puritano era su única defensa en aquellos momentos. Pero era ciertamente inútil para acabar con los monstruos. No tenía el bastón mágico, única arma que había demostrado ser letal – aparte del fuego, que ciertamente rehuían – para ellos, por lo que únicamente podía esquivarlos y desviar sus envites. La impotencia iba haciendo mella en el guerrero, pues sus atacantes volvían una y otra vez, sin importar lo mutilados que estuviesen.
Kane estaba bañado en su propia sangre, provocada por los arañazos de los muertos. No le quedaba mucho tiempo, y no tenía ni idea de lo que N´Longa estaba preparando. Los seres cubrieron su cuerpo, chupando su esencial vital. Aquello parecía ser el fin…
Un lamento fuerte y claro resonó por encima de los gruñidos, golpes y crujidos. De repente, Kane se sintió libre. Terriblemente agotado y herido de gravedad, se levantó una vez más para combatir por última vez, pero asistió a un espectáculo sobrecogedor. A duras penas vio la huida de los monstruos de las colinas, aterrados por algo que se cernía sobre ellos. Mirando a lo alto, y oyendo los gritos de júbilo de N´Longa, Solomon vio a hordas y hordas de buitres que caían en picado hacia aquellos seres antinaturales. Arañaban sus cuerpos y comían sus restos andantes. Era un macabro milagro.
Los muertos se adentraron en la ciudad, escondiéndose en cada rincón de la misma. Por su parte, los buitres se colgaron en las murallas, al acecho. El enemigo estaba asustado y atrapado. Solo restaba algo por hacer. N’Longa encendió su chisquero, acercándolo a una pila de hojas secas. Un paquete en llamas fue lanzado hacia lejos, por encima de los acantilados. La llanura que contenía la ciudad de piedra comenzó a arder. La misma naturaleza que había reclamado la antigua urbe sería pasto de las llamas, y cercaría a aquellos no muertos. Ambos supervivientes observaron cómo centenares de formas oscuras corrían y se retorcían entre las llamaradas. El cielo empezó a oler a carne quemada y podrida, y los buitres alzaron el vuelo, sabedores de que su festín había acabado.
Un rato después, ningún cadáver podía ser visto entre las ruinas. No habían quedado ni los huesos de los seres. Kane miró al cielo, libre ya de las oleadas de alados carroñeros, que regresaban a sus nidos.
Los dos expedicionarios regresaron a la cueva en la que descansaba Zunna. N’Longa, vestido todavía con el cuerpo de Kran, curó las heridas de Solomon. Había tenido mucha suerte, pues ninguna de las múltiples heridas que había sufrido había resultado mortal. Kane seguía sin comprender el alcance del poder del hechicero, que le habló sobre su vida. Era un persona muy vieja, tanto que el puritano no lo creería. Había practicado la magia desde que tenía recuerdos y aprendido mucho a lo largo de los años. ¿Podría ser un profeta de los tiempos antiguos? Fuese o no así, aquello era una prueba de fe para el viajero.
Antes de volver a su verdadero cuerpo, N’Longa volvió a pedir a Kane que se quedase con el bastón ju-ju, pues podía ser útil durante sus viajes por aquellas tierras inhóspitas. El fervor errante del puritano no se había apagado. Nunca lo haría, ciertamente.
Con el objetivo cumplido, el hechicero abandonó el cuerpo de Kran, que despertó de un letargo parecido a la muerte sin tener ni idea de todo lo que había ocurrido en aquellas colinas. Él y Zunna estaban a salvo, y Solomon afrontaría nuevos desafíos. Algunos conocidos, y otros que todavía permanecen en el más absoluto secreto...
Félix R. Herrera
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Ilustración de portada: Pat Prestley.
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