Sir Edward Grey, Cazador de Brujas – Al servicio de los Ángeles (2)


Queridos aprendices, asistentes y curiosos, bienvenidos a un nuevo post de nuestro Gabinete. Procedemos con la continuación de la primera aventura publicada sobre la figura de sir Edward Grey, justo en el momento en el que la dejamos en el texto anterior, por lo que si queréis saber qué pasó anteriormente, os conmino a visitarla. El agente especializado en lo oculto de la casa real británica tenía que resolver el misterio tras la extraña criatura que estaba bañando de sangre las calles de Londres, mientras las cosas no hacían más que complicarse.

Tras la muerte de Lord Wellington y la desaparición de la criatura, el cuerpo del primero era analizado en el hospital policial Saint John of the Cross. Su estado era distinto al de los anteriores cadáveres. Mientras los otros miembros de la expedición presentaban marcas de agresión y laceraciones y mordeduras, los signos de violencia de Wellington se habían producido post mórtem. Además, todos los fluidos habían sido extraídos de su cuerpo en cuestión de segundos. Todo parecía indicar que Grey habló con él cuando ya estaba muerto, cosa que a los dos doctores que practicaban la autopsia les pareció poco menos que una broma de mal gusto.

Sin embargo, alguien en la sala apoyaba las explicaciones del Cazador de Brujas. Alguien de quien no conoceremos su nombre por el momento, pero a quien Edward debía explicaciones y entregar informes sobre sus pesquisas. Un superior jerárquico. Un nexo entre sus investigaciones y la corona británica. Otro experto en asuntos ocultos. Ese misterioso personaje tenía claro que el ser que estaba provocando aquellas muertes no era una criatura normal. El hombre teorizaba que podría tratarse de una criatura relacionada con los vampir de Europa del este, debido a las mordeduras y la extracción de fluidos, pero el hecho de que pasase del estado sólido al gaseoso con tanta facilidad era desconcertante.

La hoja que sirvió para ahuyentar al monstruo era otro asunto del que se sabía muy poco. Pero Grey quería mantenerla consigo. Quizá aquella hoja de metal tan antigua tuviese la capacidad de dar muerte a tan especial adversario.

Por otro lado, la búsqueda de Donald Blackwood, a quien Wellington – o su cadáver, deberíamos decir – mencionó como depositario de los huesos del ser, estaba resultando infructuosa. Por suerte, un chico desconocido había dejado un mensaje en el hospital para que fuese entregado al agente especial. Tenía una dirección en el East End, así que Grey se dirigiría allí con la compañía de algunos policías y uno de los doctores que estaba en la sala.

En ella, los presentes solo encontraron una pequeña casa totalmente patas arriba, con sangre y restos humanos por todas partes. Una escena de muerte que los lectores vemos intercalada con viñetas en las que un anciano escribía una carta en la que se hablaba sobre las teorías de la Tierra Hueca y del mundo subterráneo, elementos clave más adelante.

Mientras el grupo revisaba la escena del crimen en el East End, Grey advirtió la presencia de un muchacho tras una de las ventanas. Éste le pidió discretamente que le acompañase, pues le llevaría ante alguien que podía facilitarle explicaciones. El Cazador de Brujas se excusó ante el resto de presentes, y siguió al desconocido a través de los peligrosos callejones de aquella zona de Londres. Su destino era una suerte de sótano o túnel camuflado, en el que esperaba un hombre conocido como el Capitán, sentado en una mesa y presidiendo un espacio oscuro pero lleno de librerías y archivadores, con un aparente e intencionado desorden que servía para despistar a los curiosos.

Éste señor, cuya edad era difícil de dilucidad atendiendo a su apariencia, tenía a dos subalternos con él. Uno era Robert Salt, el que llevó a Grey hasta allí; y el otro era Bacon, el custodio de aquel lugar. Juntos, formaban un grupo variopinto, siendo el Capitán un tipo especialmente peculiar. Sabía demasiado sobre las andanzas del joven Grey, cosa que no le agradaba en absoluto. Su interlocutor le explicó que se dedicaba a escuchar, observar, recopilar y registrar el lado invisible de Inglaterra. No desentrañaba esas anomalías, pero podía ser un compañero valioso en una investigación como la que se estaba desarrollando en aquellos días.

El Capitán confesó algo inesperado a Grey. Según dijo, su edad era de doscientos años, y además había sido la inspiración de Jonathan Swift para escribir Travels into Several Remote Nations of the World, in Four Parts. By Lemuel Gulliver, First a Surgeon, and then a Captain of Several Ships; o, en su forma resumida, Los viajes de Gulliver. Según el Capitán, contó a Swift sus viajes alrededor del mundo, siendo él la identidad tras el narrador de aquel viaje, que el ya maduro Swift – que publicó el libro cuando ya había pasado de la cincuentena – aunó con Lemuel Gulliver, borrando su participación en aquella epopeya real. Tenía una prueba en su estudio, una vaca diminuta traída desde Liliput, que no había podido enseñarle debido al desorden reinante en el lugar.

El grupo se dirigió a la casa del señor Wolf, donde pretendían hablar con su hermana Mary, una médium muy especial. La mujer les recibió en su habitación, y enseguida despertó el interés de Edward. Ella tenía claro lo que debía hacer – previo pago a su hermano, un verdadero crápula – y se metió en el pequeño confesionario que la esperaba en el rincón de la estancia. Zora, su espíritu guía, tomaría su cuerpo para atender a las preguntas de Grey. En completa oscuridad, y tras unas plegarias, la aparición se hizo presente a través de las rendijas del confesionario, tomando la forma de una mujer ensotanada, que se mostraba comprensiva ante el dubitativo y fervientemente cristiano sir. Éste deseaba ver el estado de Mary para saber si aquello era una suerte de fraude, deseo que su hermano le concedió. La joven estaba dentro del confesionario, en actitud de rezar, y completamente seca. Según Zora, Mary ofrecía una parte de su ser para que ella pudiese manifestarse. Lo habían hecho muchas veces, y la joven siempre volvía a la normalidad cuando las sesiones acababan.


Zora también conocía a Edward y le dijo que era un servidor de los ángeles. Pero debía tener cuidado, pues un fantasma caminaba a su espalda, encapuchado, con el rostro oculto. Ese fantasma tenía una palabra grabada a fuego en la frente: Aqueronte. Grey se mostró incrédulo, pero Zora no quiso ahondar en el significado de aquella presencia, señalando que era una suerte de advertencia de la que poco más sabremos. Al menos, de momento.

Zora logró atraer al espíritu de Donald Blackwood para que revelase dónde soltó los huesos de la criatura, pero éste no tuvo tiempo de reaccionar. Algo golpeaba con fuerza la puerta de la casa. Mientras Zora se desmaterializaba, los presentes miraban con pavor hacia el exterior, momento en el que la entrada a la habitación estalló en mil pedazos. Para sorpresa de todos, allí no había nada. O eso creían, pues el monstruo que tantos problemas estaba causando apareció tras Robert, dándole una dentellada mortal.

El monstruo no era tal como lo recordaba Grey. Ahora era más grande, fuerte y, sobre todo, violento. En aquellos momentos de frenesí, ni siquiera la hoja metálica que le ahuyentó en el primer encuentro con el Cazador de Brujas parecía servir. Sin embargo, tanto el Capitán como el propio Grey lograron herir a la criatura lo suficiente como para hacerla huir de nuevo. Los presentes tenían claro que su aparición no había sido casual: sabía a quién debía enfrentarse y por qué. Saliendo del confesionario, la recuperada Mary Wolf reveló que sabía dónde estaban los huesos del monstruo, pues el espíritu de Blackwood tuvo el tiempo suficiente para revelárselo a Zora antes del ataque.

Juntos, Edward y Mary se dirigieron hacia una zona portuaria mientras especulaban sobre la naturaleza de su agresivo atacante. Según Grey, el ser podría ser un espíritu ligado a un humano. De esa forma, podría materializarse, como hizo en la reunión con Wellington. Siguiendo esa hipótesis, podría hacer lo mismo con otras personas, pero faltaba una pieza en el puzle. ¿Por qué parecía más grande y fuerte en su segundo ataque? Puede que la criatura se alimentase de energía vital, ganando fuerzas y capacidades. Mary terminó de dar con la clave: el espíritu había pasado de un estado casi incorpóreo a uno prácticamente físico gracias a la sangre de sus víctimas…

Un buzo extrajo del Támesis una bolsa con los huesos del ser, entregándolos a Grey. Momentos después, un extraño se acercó a la pareja. Tenía una petición clara: los huesos debían irse con él. Entregó un pequeño papel al agente de la corona, que lo desplegó para ver el símbolo del ojo de Horus. El hombre se marchó con las manos vacías ante la negativa de Edward y la intervención del Capitán el hombre, no sin antes dejar claro que la Hermandad Heliópica de Ra, una secta influyente con más de siglo y medio de antigüedad, no cejaría en su empeño por hacerse con aquellos restos.

Aquello empezaba a cobrar tintes verdaderamente peligrosos. Una expedición a una ciudad milenaria, civilizaciones desaparecidas, un espíritu monstruoso que se estaba haciendo corpóreo y, ahora, una agrupación ocultista que estaba presente en las altas esferas del Reino Unido y pretendía hacerse con los huesos de la criatura. Por si fuera poco, estaban a punto de descubrir el motivo por el que el espíritu se estaba haciendo más poderoso. La respuesta estaba en la Iglesia del Mundo Interior, dirigida por el reverendo T. S. Blum. Mary estaba segura de que allí encontrarían más respuestas.


Por desgracia, estaba en lo cierto. El lugar estaba repleto de feligreses, pero todos estaban muertos y totalmente secos. Mientras los tres sorprendidos visitantes miraban con horror cada rincón de aquel templo, unos lamentos les alertaron de que alguien permanecía con vida, y no era otro que el reverendo Blum. Ante las preguntas de Grey, el hombre confesó que creía haber visto y conocido a un ángel.

- El señor me escogió, “Reúne a tu rebaño”, me dijo. “Y cuando llegue el momento… enviaré a un ángel para que te traiga a casa… Al paraíso que he creado para ti”. […] Se me apareció hace dos noches. Estaba débil… Así que llamé a todos mis feligreses… Para que lo ayudaran… Todos y cada uno hicieron una ofrenda de sangre… Para darle fuerzas con las que cumplir con su misión.

» Rezamos por él, anoche regresó, aún más débil Dijo que había llegado el momento pero, para entrar en el mundo interior, debíamos dejar atrás nuestros cuerpos mortales. Oh, señor… Confiaban en mí…

Las confesiones de Blum no acababan ahí. Como ferviente creyente en la teoría del Mundo Interior, había pasado toda su vida estudiando la forma de lograr entrar en ese paraíso, pero estaba seguro de que buena parte de quienes habían investigado aquello antes que él estaban equivocados, pues aquel espacio no era físico. Mientras el monstruo bebía su sangre, le dijo la verdad. Mediante visiones, Blum imaginaba la gloria y caída de Hiperbórea; la huida de algunos supervivientes, y el descenso de otros al mundo interior; vio Shambhala, un edén más allá de la imaginación. Pero todo era mentira, y aquel monstruo le hizo partícipe de la terrible verdad.

- El demonio me mostró un infierno subterráneo en el que aquellos antiguos construyeron máquinas de guerra con las que algún día conquistar el mundo. Cultivaron criaturas en grandes cubas que cuidaran dichas máquinas. Esclavos que un día se rebelaron contra sus amos y los masacraron a todos. No sé qué fue de aquellas criaturas… Quizá siguen ahí abajo, pero al menos una halló el camino a la superficie y fue presa de los hombres salvajes. Y la criatura ha vuelto… No muerta…

Según el malherido reverendo, el ser estaba en la carbonera, pero se equivocaba, pues el ser había regresado a la iglesia. Era aún más grande que la última vez, y estaba dispuesto a poner fin a sus enemigos. Pero Mary le arrojó a la cabeza la bolsa con sus huesos, logrando que el antiguo y enorme esclavo infernal destrozase los muros del templo y se marchase a toda prisa, asustando a todos los transeúntes que paseaban por la zona. Grey marchó tras él, siendo interceptado poco después por un hombre enmascarado que le apuntaba a la cabeza. Sin duda, uno de los miembros de la Hermandad Heliópica de Ra, que reveló el plan del grupo: domar al ser mediante artilugios eléctricos no letales.

Un grupo de soldados cargados con unas extrañas mochilas y con algo parecido a “arpones eléctricos” – la tecnología steampunk anacrónica hace aquí acto de presencia – rodearon al monstruo y trataron de interceptarlo, pero fue inútil. Grey y su enmascarado agresor asistieron a otra carnicería. El ser, ya casi gigantesco, había destrozado a casi todos los miembros del pelotón.


Todos aquellos eventos dejaron de ser secretos. Los periódicos publicaban portadas dedicadas a las masacres. Los debates sobre la naturaleza de el ser se multiplicaban en cada calle, en cada casa y en cada bar. El carácter sobrenatural de aquel caso, que hasta hace muy poco era secreto de estado, ahora era público.

Mientras tanto, Edward y Mary intercambiaban verdades sobre sus vidas, intimando un poco más. Había un interés mutuo, y ambos lo sabían. Grey reveló parte de sus orígenes a Mary, y mencionó que sus andanzas en la casa de Lord Hastings – que ya narré brevemente en el post anterior – habían llegado a oídos del Primer Ministro, Benjamin Disraeli. Éste, a través de otro caballero de la ciudad, le reclutó para ser un agente encargado de los asuntos ocultos de Inglaterra. Siendo aquel año 1879, debemos saber que Disraeli afrontaba ya sus últimos años de vida y que ejercía su segundo mandato – no consecutivo, pues entre 1868 y 1874 el cargo fue para el liberal William Ewart Gladstone – cuando acercó a Grey hasta la reina Victoria. Mucho se ha escrito y especulado sobre la cercana relación entre Disraeli y la reina, y Mignola usa a ambas figuras como claves en el meteórico ascenso del jovencísimo Edward Grey, que obtuvo el título de sir recién llegado ala veintena. El caso de la brujas de Farnham había ayudado bastante…

El señor Wolf cortó aquella conversación íntima de muy malos modos, mientras el Capitán trataba de calmar a Grey. Una vez fuera, el Capitán planteó un plan descabellado: unir los huesos del ser con su espíritu materializado. Sabía perfectamente a quien acudir. Pero, para ello, debían ir a la prisión – o, para ser más preciso, el psiquiátrico – de Bedlam, donde les esperaba Martin Gilfryd, discípulo de un insigne ocultista llamado Gustav Strobl, experto conocedor de las filosofías oscuras que había sido asesinado por aquel aprendiz díscolo en extrañas circunstancias.

Allí, en un amplio espacio, y mientras el resto de internos permanecían encerrados, Gilfryd consintió conjurar al espíritu del monstruo, llevando a cabo un ritual arcano usando los huesos de la criatura. De repente, el ambiente se enrareció y comenzaron a sucederse extraños eventos. Los presos comenzaron a autolesionarse con los barrotes de las celdas, ofreciendo su sangre como tributo para el ser. El suelo de la prisión se tiñó de rojo y burbujeó mientras unos peces enormes de aspecto infernal emergían del subsuelo ante la horrorizada mirada de los vigilantes de Bedlam. Y, mientras éstos luchaban por sus vidas, Gilfryd acababa con el ritual, aunando huesos y espíritus, dando a Grey el tiempo justo para disparar en repetidas ocasiones contra el ser, que de esta forma mordió el polvo definitivamente.


Sin embargo, el Capitán había sido atacado por el ocultista, que trataba de huir aprovechando la confusión, sin contar con que el espíritu de su maestro aparecería ante él y le atormentaría, revelando que el hechizo había sido cosa suya y que su poder sobre las artes oscuras y sobre su discípulo trascendían los umbrales de la vida y la muerte. Por si fuera poco, la Hermandad Heliópica de Ra volvió a hacer acto de presencia para llevarse los restos del monstruo y al Capitán.

A pesar de su aparente victoria, la tragedia sacudió la vida de sir Edward Grey. La guarida del Capitán ardía mientras Bacon sujetaba el cuerpo tiroteado del verdadero Lemuel Gulliver. Una pequeña vaca que el fallecido guardaba en uno de sus bolsillos y que tenía pintado el nombre de Lilliput daba fe de que su testomonio era cierto.

Pero aquella desgracia no quedaría ahí. Mary Wolf yacía tendida en su casa, muerta. Se había ahorcado, o eso aseguraba su hermano. Grey no creyó ni una palabra, sabedor de que la Hermandad era la causante de aquellos males y estando dispuesto a acabar con la vida del especulador. Solo el espíritu de Mary pudo apaciguar sus ánimos, animándole a salir de Londres y volver a su casa, pues aquella ciudad era especialmente peligrosa en aquellos momentos…

Sir Edward Grey no volvió nunca a casa y, durante los siguientes diez años, no salió de Londres excepto en viaje oficial. Permaneció en Londres incluso tras abandonar el servicio de Su Majestad (por su decisión de ocultar la identidad de Jack el Destripador), y trabajó como detective privado especializado en lo oculto. Estableció su oficina en Whitechapel, no muy lejos de la residencia de Donald Blackwood. Nunca dejó de investigar las extrañas actividades de la Hermandad Heliópica. Con los años, de hecho, fue afianzando su idea d que eran una amenaza no solo para el Imperio, sino para el mundo entero.

Aquella primer aventura finalizada con algunos miembros de la orden realizando una especie de sesión espiritista. Todos portaba unas extrañas gafas y unos auriculares conectados a una compleja maquinaria cuya funcionalidad es desconocida. Se sentaban alrededor de una mesa redonda en cuyo centro se erguía una urna de cristal, contenedora de los restos de la criatura abatida por Grey. ¿Qué pretendían? Quizá algún día lo sepamos...



Félix R. Herrera



 

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