Hellblazer: Un atisbo de lo que vendrá
Queridos aprendices, asistentes y curiosos, bienvenidos a un nuevo post de nuestro Gabinete. Entre las lecturas que últimamente ocupan mi tiempo libre, se encuentra la primera etapa de Hellblazer, guionizada por Jamie Delano. En ella, entre otros momentos clave, se encuentra el que ocasionó uno de los grandes traumas de John Constantine: lo acontecido en la ciudad de Newcastle con la pequeña Astra.
Aquel no era un lugar cualquiera. Para el altivo, condescendiente y apático John, el suceso de Newcastle era un recuerdo del que huir a toda costa. No era para menos. Ya desde la primera incursión canónica en el mundo del cómic en el #37 de La Cosa del Pantano, del insigne Alan Moore – aunque un par de semanas antes participó en Crisis en Tierras Infinitas –, hubo ciertas alusiones a ese evento, que no era nada agradable para el oriundo de Liverpool.
Con su primerizo parecido a Sting, el cínico hechicero obtuvo su propia serie en 1988 y fue uno de los primeros estandartes del sello Vértigo, que le mantuvo en exclusividad durante décadas. Antes de aquello, ya había sido parte del Universo DC, al que se reincorporó a partir de 2011. Desde aquel momento, y a pesar de las muchas versiones que han podido verse del personaje, a grandes rasgos habría dos Constantine principales: uno sesentón, que envejece en tiempo real; y otro bastante más joven, que no envejece a un ritmo normal, debido a la sangre que el demonio Nergal le donó durante los primeros números escritos por Delano.
Es precisamente en ese primer arco en el nos focalizaremos. Fundamentalmente, en el #11, publicado por primera vez en noviembre de 1988. A la postre, se trata de uno de los capítulos más importantes de toda la trayectoria de El Constante, último miembro de una saga familiar que siempre ha estado apegada a las artes mágicas. A pesar de lo tentador que resultaría expandir la presentación del personaje escribiendo muchos más párrafos, creo que es mucho más acertado concretar en esta pequeña parte, pues habrá tiempo y espacio de sobra para desarrollar la dilatada trayectoria de John.
El primer arco, que suele recopilarse con el nombre de Pecados originales, traería consigo el continuismo de Delano respecto a Moore, a la vez que la propia visión del primero de la corta comprensión de la magia por parte de Constantine y la incidencia de diversos problemas políticos y sociales de especial relevancia en el Reino Unido y los Estados Unidos. Los problemas de los veteranos de Vietnam, las medidas legislativas de Margaret Thatcher, la homofobia o el VIH, todo aderezado con las primerizas participaciones de las fuerzas infernales, dispuestas a hacer acopio de almas mientras las aguas estaban revueltas.
Tras unos primeros números con historias más o menos autoconclusivas, el demonio Nergal fue introducido como un titiritero que manejaba la situación subrepticiamente. En medio de una batalla dialéctica entre un grupo fundamentalista cristiano y las cohortes de fieles humanos al Infierno, Nergal luchaba contra una profecía que anunciaba la llegada de un nuevo Mesías nacido de una nueva María. Esa mujer, que se cruza en la vida de Constantine cuando la sobrina de éste desaparece, se convierte en un interés romántico para el hechicero, que encuentra en esa mujer misteriosa y valiente apodada Zed un reto y un puerto a conquistar.
Los acontecimientos se precipitan cuando Zed es raptada por los sirvientes del cielo, que pretenden adoctrinarla para que acepte su misión, mientras John sufre un grave accidente y se encuentra en muy mal estado. Nergal, un viejo conocido del protagonista, acude para atormentar a su ya de por sí taciturno enemigo. Para ello, además de hablar del posible destino de Zed, le recuerda lo acontecido en Newcastle una década antes, algo que tuerce aun más el gesto de Constantine.
Sin embargo, ambos estaban en un mundo en el que necesitaba colaborar. John quería ayudar a Zed, y Nergal necesitaba que la mujer fuese rescatada de su cautiverio para que la profecía no se cumpliese, pues le iba su longeva vida en ello: la Trinidad Infernal formada por Lucifer, Belcebú y Belial querían su cabeza, y habían mandado a los gemelos esclavos de la Inquisición, Agonía y Éxtasis, a recoger al fracasado duque.
Por ello, Nergal aceptó curar a John de sus terribles heridas, que lo mantenían postrado en una cama de hospital, para que hiciese algo al respecto. El método más rápido era introducir su propia sangre en el cuerpo del hechicero, hecho que a la larga tendría importantísimas repercusiones en la serie. Un proceso extremadamente doloroso que llevó al límite al beneficiario, que ahora contaba con fuerzas renovadas.
Lo que el duque infernal no imaginaba es que Constantine tiraría de inventiva e imaginación para engañarle. Pero es parte del arco – con la participación de la Cosa del Pantano incluida – quedará aparcada, al menos de momento.
Una vez resumido el contexto, llega el momento de fijar nuestra atención en ese número 11, en el que sabremos el por qué de la especial animadversión que el afincado en Londres sentía hacia Nergal. En Newcastle, John vagaba entre chatarra, en un lugar concreto, en el que una década antes había acudido con su antiguo grupo para buscar a Álex Logue, un solista que regentaba un negocio llamado Casanova Club, donde los excesos estaban a la orden del día.
El variopinto grupo estaba formado por Anne-Marie, una psíquica cuarentona que estaba enamorada de John; Gary Lester, un músico contracultural y conjurador menor; Benjamin, un niño de doce años especialmente dotado en el saber arcano; Judith, experta en yoga tántrico; Ritchie Simpson, pionero de la magia cuántica; y Frank, quizá la persona más normal del grupo. En 1978, ellos y Constantine viajaban juntos. Diez años después, solo Ritchie seguía vivo, si es que podía considerarse vida a estar literalmente dentro de los sistemas informáticos, sin cuerpo ni posibilidad de escapar.
El club era un sitio dado a la depravación y Ray Monde, un viejo amigo de John, le había informado de la aparición de fenómenos extraños y perturbaciones en Newcastle, por lo que el Casanova Club era un candidato probable a ser el centro de los mismos. Todas las señales – el abandono de lugar, las percepciones de Anne-Marie o el oculto sótano encontrado por Benjamin – apuntaban a que allí había pasado algo terrible. Y así era: en aquel lugar en el que el desenfreno era la rutina, la barbarie había hecho de las suyas. Un grotesco amasijo de cadáveres se apilaba en el sótano, y todos los miembros del grupo salieron espantados de allá abajo, alertados por gritos que venían de la planta principal. Allí estaba Astra, hija de Álex Logue, que había presenciado lo ocurrido con su padre y sus “amigos”. No paraba de repetir una palabra: Norfulthing.
Con la ayuda de Anne-Marie, Astra narró parte de lo que pasaba en el club. Cosas inenarrables de las que a veces formaba parte contra su voluntad. Cosas que ningún niño debería ver. Y ella, presa de la desesperación, había conjurado de alguna forma al Norfulthing, un ser destructivo y sin piedad.
- Es parte perro gigante y parte mono con el culo azul, como en el zoo. Pero mucho peor, todo de dentro afuera. Es pegajoso y le cuelgan corazones y otras cosas… Y una cosa enorme y horrible, como la de un hombre.
El terrible ser sació su sed de sexo y sangre. Nacido de los peores deseos de una niña que había sufrido terribles abusos, desencadenó una venganza digna de la peor de las pesadillas. Frank abogaba quemar todo el lugar, pero Constantine tenía otros planes para aquel Elemental de terror: conjurar a un poderoso demonio para que acabase con él.
El grupo estaba dividido. Unos apoyaban la solución rápida, mientras otros apoyaban aquel combate de fuego contra fuego. El por entonces joven hechicero se valdría del famoso Grimorium Verum – los libros prohibidos son una de las debilidades del Gabinete – para llevar a cabo una invocación ritual.
Sin embargo, antes de traer el material necesario, el grupo oyó gritar al desesperado Benjamin. El Norfulthing había vuelto a aparecer y estaba apunto de devorarlo. Solo la rápida intervención de Frank salvó al muchacho de una muerte horrible. Con todos ya en la planta principal y con el Elemental encerrado, John y Judith celebrarían el ritual, mientras Gary les conseguía un gato vivo. Antes de que el resto saliese del lugar, Constantine hizo una petición a Frank: si algo salía mal, debía quemar el club con todo aquel que continuase dentro, fuese humano, Elemental o demonio.
Con los tres miembros del grupo que permanecieron en el club, el ritual se llevó a cabo. Pero algo andaba mal, puesto que aparentemente no hubo resultados positivos. Incrédulo, John insistió en llamar a Sagatana, apelando a la Trinidad Infernal para que éste se materializase.
No había forma. Judith bromeaba con una posible estaba de Benjamin cuando le vendió el Grimorium Verum a John. Pero aquello estaba a punto de irse de madre. En otro espacio, en el piso superior del club, Anne-Marie cuidaba de la pequeña Astra cuando un desnudo John apareció ante ella. Tentada, abrazó al que creía que era su amado, pero éste reveló su naturaleza demoníaca y mancilló su carne con pustulencias y otros fluidos desagradables, lo que provocó que la psíquica huyese a través de una ventana. Sagatana sí que había hecho acto de presencia, pero para internarse en el cuerpo de Astra.
Judith, Gary y John seguían dentro del círculo de protección, y éste último imploraba que nadie saliese de él bajo ningún concepto. Mientras tanto, el Norfulthing se libraba de su cautiverio, presto a granjearse nuevas víctimas, pero la ahora demoníaca Astra destrozó al ser de forma súbita y cruel. Los ojos rojos de la niña eran solo un pequeño reflejo del ser que la había poseído. Algo salido de uno de los lugares más profundos del Averno.
La situación no haría más que empeorar cuando la esencia de aquella terrible maldad salió del cuerpo de Astra, solo para fundirse con los restos del Elemental del terror. Aquella inimaginable fusión estaba allí para castigar la vanidad de Constantine.
- Eres patético, Constantine. Sumido en la ignorancia, ¿pretendes constreñirme? ¿no sabes que la raíz de todo poder está en el nombre… y que no tienes concepción alguna de quién soy?
La situación era desesperada. La invocación fue efectiva en la metodología, pero fallida en cuando a la denominación del demonio. Y éste, a la vez divertido y enfurecido, exigía un pago: la vida de Astra. Cuando Constantine le rogó que fuese él mismo el condenado, el demonio aseguró que tanto él como el resto del grupo estaban ya marcados, solo a la espera de un caprichoso acto de crueldad y fatalidad.
Como acto de buena voluntad, el mal llamado Sagatana permitió que John acompañase a la pequeña a través de las puertas infernales. Mientras tanto, fuera del club, Frank se lanzaba a ejecutar el plan de contingencia cuando Gary y Judith dejaron atrás el peligro. Quemaría el club hasta sus cimientos, sabedor de que era casi imposible que nadie más saliese de allí.
En un acto desesperado, Constantine aprovecho las primeras fases del incendio y el elemento ritual que aun conservaba, el cetro fulminante, para tratar de escapar. Sin embargo, la huida pareció ser más un acto caprichoso que algo relacionado con lo ocurrido hasta ese momento. John agarró a Astra, queriendo llevarla a la luz. Estaba cerca, muy cerca. Tanto que caso podían bañarse en aquellos rayos esperanzadores…
- Mirad, alguien está saliendo.
- ¡Es John! - Dijo Judith. Sin embargo, ella ya estaba procesando el horror que sus ojos veían. – Oh Dios, no. Su brazo… Solo queda su brazo…
Frank también era consciente de lo que había pasado, pero pensó que su amigo estaría en shock, todavía sin ser consciente del todo de la realidad.
- Dámelo, John, vamos.
John no quería soltar a Astra. La niña había visto horrores que mucha gente siquiera era capaz de imaginar. Había estado a punto de ser arrastrada al Infierno por un demonio por mero capricho. Pero él había logrado salvarla. Se había redimido de sus errores. Su vanidad casi se había llevado por delante el alma de una pequeña inocente. Casi…
- Venga, tío – Insistía Frank, que comenzaba a molestar de verdad a John. – Suéltalo, se acabó.
- ¡No, déjala! No nos puedes separar. Hemos escapado juntos del Infierno.
- ¿En serio, tío? – Inquirió Richie, harto de aquel sinsentido. – Creo que todavía estás en él.
Entonces, solo entonces, Constantine comenzó a comprender lo que acababa de ocurrir. El Casanova Club ardía ferozmente. La fusión entre el Norfulthing y el mal llamado Sagatana había sido esquivada. Pero, finalmente, se había cobrado su premio. Bueno, no del todo. El hombre que le había desafiado tiró con todas sus fuerzas de Astra a través de las puertas del Infierno, solo para robar una parte del botín: uno de los brazos cercenados de la niña. Había fallado. Su prepotencia se había llevado por delante a un ser inocente. Rabia, impotencia, desesperación… Los gritos de negación del hechicero retumbaron por encima del crepitar de las llamas. Sus amigos, cabizbajos, contemplaban su caída a las más insondables profundidades. Y el demonio Nergal, cuyo verdadero nombre no sería conocido hasta años después por el hechicero, se vanagloriaba de su victoria presente y futura. Dos años entrando y saliendo del Hospital Psiquiátrico de Ravenscar y otros ocho vagando por el mundo habrían de pasar aún antes de que John Constantine volviese a cruzarse su peor enemigo hasta entonces.
- Llorad ahora, niños. Gritad y arrancaos el pelo. Recordad, el Infierno será vuestro hogar… Considerad esto un atisbo de lo que vendrá.
Félix R. Herrera
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