Los arbustos de las burbujas de sangre


"Pero, desgraciadamente y por extraño que parezca… Su sangre realmente intentaba huir de ella." 

Queridos aprendices, asistentes y curiosos, bienvenidos a un nuevo post de nuestro Gabinete. Dentro de los estudios sobre vampiros – los tratados de upirología – podemos encontrar todo tipo de variantes de estos seres, además de leyendas, tradiciones y rumores asociados a ellos. Pero muy pocas veces hallaremos menciones a vampiros “agricultores”. Y menos aún a uno como al que ideó Junji Ito en una de sus famosas historias cortas. Un depredador capaz de transmitir una enfermedad que convierte la sangre humana en frutos increíblemente adictivos.

Todavía recuerdo con cierta repulsión algunas escenas de la trilogía cinematográfica dedicada al semivampiro marvelita Blade iniciada en los años noventa. Aquellas granjas enormes, donde cientos o miles de humanos eran depositados en una suerte de invernaderos en los que se les desangraba muy poco a poco para alimentar a los cazadores nocturnos. Esos desgraciados eran alimentados por vía intravenosa, mientras sus líquidos vitales eran extraídos sin descanso. Aquello siempre acababa con la muerte, por supuesto. Un problema que los vampiros no habían solventado.

Aquello fue repugnante, sí. Y en mi cabeza fue un enorme shock. Se quedó grabado en un rincón de mi memoria. Con los años, y una vez iniciado en diversas temáticas asociadas a lo oculto, aquellas granjas supusieron una suerte de lección visual. Pensándolo bien, todo ese tinglado era una escenificación de una problemática propia de una especie de carácter eminentemente parasitario, depredador voraz que debía racionar su comida para no acabar con su principal y fundamental fuente de alimentación.

Los vampiros han sido tratados de formas muy diferentes a lo largo de las décadas. Desde que se dieron a conocer a nivel literario con El Vampiro de John Polidori y, sobre todo, con el Drácula de Bram Stoker, han sido explorados y transformados de todas las formas posibles. Asesinos, rondadores nocturnos, sociedades paralelas, héroes, antihéroes… Vueltas y más vueltas a un mito que tiene milenios de historia y que sigue muy vivo en el presente.

Todo ese recorrido histórico permitiría llenar cientos de libros, y desde luego que en este blog habrá un hueco especial para ello, pero ahora los lectores serán trasladados a las páginas de un manga elaborado por uno de los maestros absolutos del terror contemporáneo, considerado además como el mejor mangaka de este género. Cuatro premios Eisner le avalan a nivel internacional. Junji Ito es una de las debilidades de quien esto escribe, y hay sobradas razones para ello.

Recientemente, ECC Ediciones ha lanzado un monográfico dedicado a Ito para celebrar los 35 años de su debut como mangaka: Agujeros Espeluznantes: donde nace el terror (en Japón apareció el año pasado de la mano de la editorial Asashi Shimbun Publications, la habitual a la hora de compilar sus volúmenes). En dicho trabajo, el propio Ito desgrana sus inicios, sus motivaciones, sus técnicas, sus manías y, en general, sus reflexiones en torno a lo que a su entender debe ser el terror y cómo lo vive en primera persona, tratando de transmitirlo a quienes se acercan a su obra.

Entre la multitud de obras de las que habla de forma más o menos extensa, dedica una pequeña parte del capítulo 5 de este trabajo a ese manga corto que apareció por primera vez en el número de noviembre de 1993 de la revista Gekkan Halloween, publicación primeriza de terror y ocultismo dirigido a chicas jóvenes y que contaba, entre otros, con mangakas legendarios como Kazuo Umezu, instigador principal de que Ito se lanzara a crear a Tomie e intentar dedicarse a esa profesión.

Las palabras que Ito dedica a este manga son sorprendentes. Y es que, a priori, a pocos se les habría ocurrido que la idea para una historia en la que un vampiro cultiva frutos sanguinolentos surgiría a través de los hábitos de los mosquitos. Simplificándolo mucho, podría decirse que cuando éstos chupan sangre, sus vientres se inflan. A partir de ahí, el propio Ito imaginó a un ser parecido a un mosquito gigante que sorbiera enormes cantidades de sangre usada para transfusiones. Luego, a la hora de escribir la trama, y ante sus pocos avances en ese sentido, el autor decidió cambiar al insecto por una planta.

Aquí es donde entra en juego una de las grandes virtudes de Ito: el body horror. La transformaciones humanas son algo que han obsesionado al nipón desde su más tierna infancia y una fuente inagotable de creatividad a la hora de afrontar el proceso creativo de sus obras. Y en Los arbustos de las burbujas de sangre ofrece otra muestra magistral. Combina con exquisitez la belleza y lo horrendo, en la forma de unos tallos y unos frutos que brotan directamente de las heridas de personas infectadas por un mal transmitido por un vampiro.

Tuve la oportunidad de leer esta historia por primera vez en 2020, cuando comencé a coleccionar los denominados “Relatos Terroríficos” que ECC publicó hace años. En ellos, se reunieron en volúmenes pequeños todos los mangas cortos de Ito hasta mediados de la pasada década. La historia que nos ocupa apareció en el número 9 de aquella primera recopilación. Actualmente, la editorial a cargo de los derechos ha elaborado otra colección enorme que sigue publicándose periódicamente mientras se escribe este texto. Por ello, todo lo hecho por Ito desde sus inicios es bastante accesible.


A partir de este momento, entramos en el territorio de los spoilers. Como viene siendo habitual, y tras este aviso, quien continúe leyendo sabrá que lo hace bajo su propia responsabilidad y sabiendo que la historia será desgranada con multitud de detalles.

Esta es la historia de Anzai y Kana, una pareja que se encuentra circulando con su coche en una carretera de montaña. Anzai conduce de forma temeraria, y su novia insiste en que tenga cuidado. Confiado, el muchacho continúa por el camino a gran velocidad, hasta una enorme explosión sanguinolenta ensucia la luna delantera del coche. El subsiguiente volantazo hace que se estrellen contra un árbol, inutilizando el vehículo. Ambos parecen estar bien, y empiezan a debatir sobre qué podría haber provocado tal mancha. No había nada en la carretera. Ningún cuerpo muerto que explicara lo ocurrido.

Sabiendo que los daños en el coche eran considerables, y que estaban en una carretera solitaria, ambos deciden andar hasta encontrar algún lugar donde puedan usar un teléfono para pedir ayuda. Tras una hora caminando, encuentran una cabaña en los bosques, en la que cuatro niños de aspecto taciturno están en silencio, encogidos. Ante las preguntas de Anzai, se muestran esquivos y altivos, actitud que molesta al chico.

Viendo que no iban a obtener ayuda, la pareja se marcha. Poco después, Kana advierte a Anzai de que los cuatro pequeños los están siguiendo a corta distancia y en silencio. Agazapados entre la hierba, parecen observarles. Sus intenciones se desvelan justo después cuando, habiendo sido descubiertos, los cuatro se lanzan hacia ellos armados con plantas llenas de pequeños pinchos con los que hieren y laceran las pieles de los jóvenes. Lo más extraño ocurre justo después, cuando los niños empiezan a salivar, mostrando unos colmillos tremendamente afilados, con los que muerden las heridas de Kana y Anzai.

El chico tiene que luchar con todas sus fuerzas para lograr ahuyentar a los cuatro atacantes, que se marchan a la carrera a través de la espesura. Anzai lo achaca a una travesura, pero desde luego, aquello era bastante extraño. Por suerte, momentos después atisban una serie de tejados, un pueblo muy cercano. Allí buscarían ayuda.

Sin embargo, el lugar no es lo que esperaban. Allí no parecía haber nadie, y las casas estaban en muy mal estado. Para colmo, las paredes presentaban manchas de sangre. Algunas de ellas parecían bastante recientes.

La exploración de aquellas calles abandonadas continúa con el seguimiento de un rastro de sangre que avanza en intervalos regulares hasta una casa. Movido por la curiosidad, y pensando que quizá aquella sangre era de alguien herido, Anzai llama a la puerta en la que acaba el camino rojizo. Para sorpresa de ambos, un joven abre la puerta. Parecía ileso. Aquella sangre no era suya.

Curiosamente, ninguno de los dos chicos pregunta por la sangre, sino que inmediatamente recuerdan lo del teléfono y confían en aquel extraño, la única persona que habita aquel lugar. El desconocido se presta a curar a Kana, y afirma que conoce a aquellos cuatro niños extraños, pero que desconoce dónde viven. Según cuenta, es el único habitante del pueblo, un lugar que ya estaba así cuando él llegó.

No había ningún teléfono en la casa, y además estaba anocheciendo, por lo que la pareja debe pasar la noche en compañía de aquel joven solitario pero vestido de forma elegante. Él les ofrece una cena que Anzai y Kana reciben gustosamente mientras su anfitrión les pide que oigan su historia.

Ese hombre, del que nunca conoceremos su nombre, estaba enamorado de una mujer atormentada por un mal muy particular. La mujer no paraba de repetir que su sangre quería escapar de su cuerpo a través de alguna herida. Igualmente, aseguraba que todos sus novios la abandonaban. En su vida, todo parecía querer alejarse de ella. Un día, el desconocido encontró a su amada en el baño, tratando de cortarse del cuello. Evitó que aquello acabara de forma trágica, y además chupó la herida de su amada para tratar de cortar la hemorragia.

Pero, desgraciadamente y por extraño que parezca… Su sangre realmente intentaba huir de ella. Lo vi en su habitación, a oscuras. De su cuello… Del sitio donde se había cortado con la navaja, se extendían unas cosas que parecían ramas y, en las puntas, se formaban unos frutos redondos. Las ramas latían como si fuesen venas y los frutos eran rojos como la sangre.

El desconocido arrancó uno de esos frutos y lo estrujó, corroborando que estaban rellenos de sangre tibia y líquida. Su amada se marchitó rápidamente, mientras su sangre escapaba de su cuerpo en forma de esas insólitas plantas. Finalmente, la mujer quedó momificada, totalmente enterrada bajo todos aquellos brotes rojos.

La historia acaba de forma abrupta, pues Anzai despierta en la casa sin recordar qué pasó cuando el desconocido acabó de contar aquel relato. Busca a Kana, y finalmente asiste a una escena perturbadora: su elegante anfitrión se encuentra sorbiendo la herida que los niños hicieron en el cuello de la chica.

Anzai piensa que todo aquello era una pesadilla, y encuentra un nuevo rastro de sangre dentro de la casa. Siguiéndolo, encuentra una habitación enorme, llena de aquellas plantas de la historia que oyó durante la cena. En ese momento aparece el desconocido, que le cuenta que esa plantación es el fruto de la sangre de su amada. Hace años llegó al pueblo con los frutos que cortó del cuerpo momificado de su amada muerta, y los plantó en aquel lugar.


Algunos de esos frutos se desprenden y salen de la casa de alguna forma. De ahí los rastros de sangre que la pareja había estado siguiendo. Los niños que les atacaron desean comerse aquellos frutos. Se han aficionado a la sangre, y por eso se muestran tan violentos cuando ven a alguna persona.

Cuestionado por lo ocurrido con Kana, el desconocido asegura no saber nada de eso, diciendo que la chica descansa y que todo lo que Anzai vio no es más que una pesadilla muy vívida.

Turbado por todo lo que estaba ocurriendo, Anzai se queda solo en el umbral de aquella habitación, sin saber que estaba a punto de descubrir que todo aquello que el tipo aparentemente amigable les había contado no era más que una vil mentira. Una voz lastimosa llama a Anzai desde dentro de aquel jardín imposible. Era un hombre terriblemente mutilado y delgado, de cuyo cuerpo brotaban aquellas ramas y frutos rojos. Se trata de un habitante del pueblo, enterrado allí por el habitante de aquella casa.

El moribundo cuenta a Anzai que todos los habitantes de aquel pueblo habían sido infectados por el mal que hacía brotar aquellas plantas, y el hematófago las recolectaba para alimentarse periódicamente. Allí, alejados de la luz solar, los frutos eran de la más alta calidad. El hombre advierte a Anzai de que aquel mal desconocido no acabaría allí, pues las reservas alimenticias del vampiro se estaban agotando, y casi todas las potenciales víctimas ya habían muerto o estaban a punto de hacerlo. Cuando eso ocurriera, ese ser intentaría hacerse con más víctimas. Probablemente, en otro lugar solitario.

¿Cuál es el medio de transmisión de esa enfermedad? Según el moribundo – que lo atribuye a la magia, por cierto –, debe ser mediante contacto directo entre fluidos del vampiro y la víctima. Es decir, que se trata de un medio tradicional. Una mordedura, por ejemplo.

El cambio principal con el vampirismo que más común es entre la cultura popular es el medio por el cual un infectado se transforma. En un primer estadio de la enfermedad, las ramas y los frutos brotan del cuerpo hasta que el infectado se seca totalmente y muere. Pero cualquier enfermo tiene opciones de sobrevivir, siempre y cuando ingiera alguno de los frutos que brotan de su propio cuerpo o proveniente de otra persona. Si esto ocurre, la persona en cuestión se transforma en un vampiro.

Como curiosidad, este hombre dice que todo aquel lugareño que recurrió a esta práctica ya tenía tendencias hematófilas. Desconozco exactamente a qué se refiere Ito aquí. Quizá a una especie de predisposición al gusto por la sangre, ya sea congénita o de cualquier otro tipo.

Anzai se marcha a buscar a Kana, dejando allí al hombre que le ha revelado la siniestra realidad que se vive en aquel pueblo. La encuentra en una habitación, cansada y desorientada. Ambos creen que el vampiro les puso algún somnífero en la cena. Pero ya no había tiempo para teorizar, pues tenían que huir a toda prisa.

El vampiro no lo va a poner nada fácil, obviamente. No desea que las autoridades descubran sus quehaceres, así que ya ha tomado medidas para evitar la marcha de sus nuevos huéspedes. Mientras habla, vemos cómo Kana ya se ha infectado y los brotes empiezan a salir de su cuello.

Con lo que no contaba el vampiro sin nombre es con la voracidad de los niños que habitaban en los bosques de los alrededores. Éstos, que probablemente llevaban años alimentándose de estos frutos, se encontraban ávidos de sangre fresca, por lo que decidieron sitiar la casa en busca de comida. Son los últimos habitantes de la zona, aparte de los pocos que siguen en el umbral entre la vida y la muerte y tratan de huir, arrastrándose desde su encierro involuntario en el interior de la casa.

En cuanto al resto de los que abrazaron esta nueva forma de vida, se fueron hace tiempo a otros lugares, alimentándose de otros incautos. Cazando en silencio, discretamente. Pero sin transmitir la enfermedad, pues esta parece tener origen en el desconocido que la trajo hasta allí, siendo el único vector de trasmisión de esos brotes rojos.

Los niños entran en la casa, directos a la plantación. El vampiro desvía su atención de Kana y Anzai, permitiéndoles escapar. Y ellos van a aprovechar la ocasión, mientras el captor trata de frenar a los voraces upiros, ensañándose con sus cuerpos.

Otro matiz destacable. La luz del Sol no es un elemento mortal para los chupasangres de esta historia. Los niños se ocultaban en una cabaña, pero no dudaron en salir de ella y tratar de alimentarse de los protagonistas en cuanto éstos se alejaron un poco. Igualmente, el vampiro del pueblo se asoma por las ventanas sin ningún problema. En lo único en lo que parece afectar de forma negativa la luz solar es al crecimiento de los frutos, tal como dice el hombre moribundo de la plantación.

Además, como estos personajes malignos dejan de aparecer abruptamente en este punto, no podemos hablar de otras posibles debilidades, como elementos sacros, estacas en el corazón, decapitaciones y demás. Aunque el vampiro acaba con uno de los niños valiéndose de un rastrillo, por lo que se puede deducir que la enfermedad no hace que los infectados sean invulnerables a las muertes con armas comunes.

Puede que únicamente el hombre desconocido sea un vampiro a la tradicional usanza. Aunque hay muchos elementos que quedan en el aire, muy al estilo Ito. El cierre de Los arbustos de las burbujas de sangre queda abierto, como ocurre en tantas otras ocasiones en su obra. La pareja huye, pero Anzai descubre que también sufre el mal de las burbujas rojas. Cuando mira a Kana, descubre que está ingiriendo una de las frutas que salen de su propio cuello…


Félix R. Herrera

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