El Dakwa
“Sus ojos se dilataron hasta convertirse en agujeros oscuros, su boca se abrió para dejar al descubierto fila tras fila de enormes dientes filados. Sus brazos, ya ni bien torneados ni estilizados, lanzaron hacia su cara una garra engarfiada.”
Cuando acabé de leer las historias del juez Keith Hilary Pursuivant recogidas en el volumen de Los libros de Barsom, supe que el personaje aparecía en los relatos de otro personaje de Manly Wade Wellman. En este caso, de Lee Cobbet, otro intrépido aventurero que se enfrenta a lo sobrenatural – de forma más física y directa que el juez – y que tenía un pequeño ciclo traducido a nuestro idioma en 2010, en el número 7 de la revista Delirio.
En ese número, a por el que me lancé sin dudar, efectivamente hay un crossover entre Cobbet y un Pursuivant ya anciano que unen conocimientos y fuerzas en Chastel, un texto con toques vampíricos al que habrá que dedicar un extenso post. Sin embargo, en estos momentos toca hacer una parada en el primer encuentro con lo extraño del musculoso Lee Cobbet. Un encuentro que tendría lugar en las aguas de un lago artificial en el que se esconde una amenaza ancestral.
The Dakwa apareció por primera vez en 1977, en el primer número de Whispers, una serie de antologías de ensayos, novelas y relatos cortos, editadas por Stuart David Schiff. Aquel primer número fue publicado por Doubleday y tenía una portada del artista Tim Kirk. Allí se pudo leer por primera vez la tercera aventura del pequeño canon de Lee Cobbet, que finalizó en 1983 con Willow He Walk, traducido en Delirio como El sauce camina por Román Goicoechea.
¿Qué es lo que se escondía en las gélidas aguas de Long Soak Hollow? ¿Qué relación tiene con las leyendas cherokee? ¿Cómo fue emparentada con otras viejas leyendas europeas? Os invito a averiguarlo en los siguientes párrafos.
El intrépido Cobbet había llegado hasta Long Soak Hollow, nombre del enclave en cuestión, por un encargo que le había hecho Luns Lamar, un viejo amigo. Hizo el último tramo de su camino ya llegada la noche, lo que no le impidió lograr llegar hasta la orilla misma de aquella amplia extensión de agua ubicada entre las montañas. Desde allí, Cobbet podía ver lo que antaño fue el pico de una de aquellas elevaciones, convertido en aquel momento en una isla en la que había un pequeño bosque y una cabaña, la casa de su amigo.
Cobbet llamó a Lamar y le pidió que le recogiera, pero su amigo se negó en rotundo, conminándole a esperar hasta el amanecer. Sorprendido y molesto por aquella negativa, el viajero decidió dejar su mochila en la orilla, desnudarse y cruzar a nado hasta la isla. A pesar del frío, Lee se adentró en las aguas bajo su cuenta y riesgo, sin saber que estaba a punto de vivir un encuentro sumamente peligroso para su vida.
Mientras nadaba, Cobbet empezó a oír una melodía que provenía de algún lugar cercano. No sabía exactamente de dónde, pues incluso pensó que podía estar en su propia mente. Parecía estar interpretada por algún instrumento de viento de madera, pero poco más de podía precisar.
“Continuó avanzando con poderosas brazadas. Su cuerpo avanzaba velozmente, pero una corriente surgió alrededor de él, una corriente mucho más fuerte de lo que había sido capaz de prever. Y el volumen de la melodía aumentaba en sus oídos, aún nada que él pudiera reconocer, pero melodiosa e intrigante.”
Algo grande se movía por los alrededores. Al mismo tiempo, algo tremendamente grande chocó contra Lee Cobbet, que sintió un importante dolor en uno de sus poderosos hombros. Quizá por la inercia del golpe, o por puro instinto de supervivencia, el duro peregrino había llegado hasta los postes que soportaban el atracadero de la pequeña isla, siendo en aquellos momentos auxiliado por Luns Lamar, que le agarró por las muñecas mientras lanzaba improperios.
Aquel acto había sido una imprudencia, pero Cobbet no sabía por qué. Según Lamar, meterse en esas aguas de noche era poco menos que una locura. La herida en el hombro de Cobbet era importante, así que era imperativo curarla antes de intercambiar más información sobre lo ocurrido.
Lamar era un anciano y pequeño sabio que vivía en aquel lugar solitario. Contaba con conocimientos en medicina, a tenor del tratamiento aplicado a la fea herida de Cobbet. Mientras se quejaba por el escozor provocado por la mezcla aplicada en la laceración y sus dudas acerca de lo que la había provocado, el viajero fue interrogado por Lamar a cuenta de los libros que le había pedido, y que Lee había dejado en la otra orilla del lago.
Esos tres volúmenes que ambos hombres debían recoger cimentaban el mito del Dakwa, la criatura que Luns Lamar nombró a su amigo por primera vez en esos momentos y que era lo que con total seguridad había atacado a Cobbet. A pie de página, el traductor añadió tres notas en las que referenciaba brevemente los tres libros.
El primero de ellos era Mitos de los cherokee – Myths of the cherokee, en el idioma original – de James Mooney, quien realizó este trabajo antropológico entre 1897 y 1898, publicándolo en The Nineteenth Annual Report of the Bureau of American Ethnology en 1902. En aquel trabajo, Mooney recogió de forma exhaustiva todo lo concerniente al folklore de la tribu cherokee. Se encuentra alojado en el Proyecto Guttenberg, además de poder comprarse en distintas plataformas.
Entre la multitud de contenidos que Mooney incluyó en su estudio había menciones al Dakwa, que Wellman incluyó mínimamente en el relato en detrimento de otras referencias más claras y obtenidas en otro libro que mencionaré en breve. En cuanto al trabajo de Mooney, que por supuesto que he bosquejado a vuelapluma, hay menciones literales al ser. Por ejemplo, en el bloque de las denominadas como Historias Maravillosas. En la página 321 se narra la pequeña historia del cazador del Dakwa, que dice lo siguiente:
“En los viejos tiempos había un gran pez llamado Dakwa, que vivía en el río Tennessee, donde desemboca el arroyo Toco en Dăkwâ′ĭ, el “lugar Dăkwă′”, encima de la desembocadura de Tellico, y que era tan grande que podía tragarse fácilmente a un hombre. Una vez, una canoa llena de guerreros cruzaba desde la ciudad al otro lado del río, cuando de repente el Dakwa surgió desde debajo del barco y los arrojó a todos por los aires. Mientras caían, se tragó a uno con un solo chasquido de sus mandíbulas y se sumergió con él hasta el fondo del río. Tan pronto como el cazador recobró el sentido, descubrió que no había resultado herido, pero dentro del Dakwa hacía tanto calor y estaba tan apretado que casi se asfixia. Mientras tanteaba en la oscuridad, su mano chocó contra muchas conchas de mejillón que el pez se había tragado, y tomando una de estas como cuchillo comenzó a abrirse camino para salir, hasta que de pronto el pez se inquietó por los cortes dentro de su estómago y subió a la superficie del agua en busca de aire. Continuó cortando hasta que el dolor del pez fue tal que nadó de un lado a otro a través del arroyo y azotó el agua hasta convertirla en espuma con su cola. Finalmente, el agujero era tan grande que pudo mirar por él y vio que el Dakwa estaba ahora descansando en aguas poco profundas cerca de la orilla. Alzando la mano, salió del costado del pez, moviéndose con mucho cuidado para que el Dakwa no lo supiera, y luego vadeó hasta la orilla y regresó al asentamiento, pero los jugos en el estómago del gran pez lo habían afectado. Se quitó el pelo de la cabeza y quedó calvo para siempre.”
Justo después se puede leer otra pequeña historia, de carácter más moralizante que la anterior, en la que un padre envió a su hijo a hacer un recado. Éste, negándose a hacer caso, huyó cruzando el río. Tras jugar un rato en la arena, unos amigos se acercaron en una canoa, invitando al niño a unirse a ellos. Mientras subía, la canoa se inclinó de forma inexplicable y el niño cayó al agua, siendo tragado por un pez enorme. Estuvo en su estómago durante un tiempo y pasó hambre. Vio el hígado de la criatura y se lanzó a comérselo, pensando que era carne seca. Usando un trozo de mejillón, el niño intentó cortar un trozo del órgano, acto que hizo que el pez vomitase al pequeño, que huyó y volvió a casa.
En ambos relatos se dice que el Dakwa era un pez gigantesco que engullía a sus víctimas y las retenía ilesos en su estómago. Usando moluscos, las víctimas son capaces de huir de la trampa mortal antes de ser digeridos. No hay mención alguna a características humanoides ni a comportamientos propios de otros seres míticos como las sirenas, que sí que se mencionan en la historia de Wellman, en los otros dos volúmenes que Cobbet portaba consigo.
El segundo de esos libros es Mitos y leyendas de nuestra propia tierra, de Charles M. Skinner. Publicado en 1896, este trabajo es otro compendio de leyendas y mitos que el autor recogió mientras viajaba por la zona de influencia cherokee y que puede leerse en el Proyecto Guttenberg,
Según Luns Lamar, Skinner daba al Dakwa el nombre de “La sirena del Estuario Francés”, una bella doncella desnuda que salía de las aguas para cantar. Si algún hombre se acercaba a este sensual sonido, era atacado por el ser, que pasaba de ser una joven atractiva a transformarse en una calavera con brazos huesudos que arrastraba a los incautos a los fondos fluviales. Buscando la cita literal de Skinner, se puede encontrar una mención que relaciona directamente al Dakwa con la leyenda de Lorelei.
“Entre las rocas al este de Asheville, Carolina del Norte, vive el Lorelei del río French Broad. Este arroyo, el Tselica de los indios, contiene en su tramo superior muchos estanques donde el agua rápida gira y es profunda, y donde al viajero le gusta detenerse en el calor de la tarde para beber y bañarse. Aquí, desde la época en que los Cherokees ocuparon el país, ha resonado la sirena, y si alguien que está cansado y abatido se sienta junto al arroyo o expresa el deseo de descansar en él, se vuelve consciente de una música suave y exquisita que se mezcla con la chapoteo de las olas.
Mirando hacia abajo con sorpresa, ve (al principio débilmente, luego con claridad) la forma de una hermosa mujer, con el cabello ondeando como el musgo y ojos oscuros, mirándole, atrayéndole con un poder al que no se puede resistir. Su respiración se entrecorta, su mirada está fija, mecánicamente se levanta, da un paso hasta el borde y se lanza hacia el río. Los brazos que lo atrapan son viscosos y fríos como serpientes; el rostro que lo mira fijamente es una calavera sonriente. Una risa fuerte y parlanchina resuena y todo vuelve a estar en silencio.”
El propio Luns Lamar es quien verbalizó la posibilidad de que los colonos blancos emparentasen ambas leyendas para asemejar al Dakwa a algo conocido en el Viejo Continente. La ondina del Rin habitaba el risco Loreley entre entre Bingen y Coblenza, en tierras alemanas. En las cercanías de ese risco hay tramos del río cubiertos de piedras y salientes, además sectores de aguas poco profundas, que combinados con las fuertes corriente hacen de este un lugar peligroso.
La leyenda de Lorelei se hizo popular en pleno siglo XIX gracias, sobre todo, al poema de Heinrich Heine, que recogió con maestría las habladurías que ya circulaban de boca en boca durante los siglos anteriores, pues se dice que hay menciones a estas ondinas en la zona durante la etapa final de la Edad Media.
No sería de extrañar que esos colonos de la historia de Wellman asimilasen al Dakwa con las ondinas. Desde luego Skinner, neoyorquino experto en literatura y folklore, que publicó varios trabajos sobre este último asunto, hizo lo propio.
El último libro que Cobbet llevaba a Luns Lamar era una ficción escrita por el propio Manly Wade Wellman, en un ejercicio de metaliteratura bastante curioso. Se trataba de El reino de Madison, un libro de no ficción publicado en 1973 en el que Wellman recogió historias del condado de Madison, Carolina del Norte.
Como residente a tiempo parcial de Madison durante décadas, el autor llegó a conocer íntimamente la zona de Madison. habló con campesinos, abogados, predicadores y otra gente de todo tipo y condición, escuchando muchas historias, legendarias y verdaderas, sobre la gente de las montañas. Igualmente, recorrió las montañas (Sandy Mush, Sugarloaf Knob, Max Patch, Bluff y Hurricane) y vadeó arroyos (Spillcorn y Sprinkle y Shut-in, Bull and Bear y Turkey and Doe, Puncheon Fork y Crooked Branch, Big Pine). Entre sus viajes, se encontró a orillas del río French Broad, caudaloso y lleno de rocas, en el que se contaba la historia del Dakwa.
“Allí, contaban los cherokees, acechaba el Dakwa, el monstruo acuático gigantesco que cazaba hombres en la rivera y los arrastraba a las profundidades para devorarlos enteros. […] Esta leyenda podría haber inspirado otra fábula; se trata de una bella ninfa acuática que sonreía para encantar a los viajeros incautos, les tendía los brazos y se los llevaba a las profundidades para no volver a ser vistos.”
Luns Lamar restó importancia a estas leyendas, puesto que no eran tal. El Dakwa era real y había sido liberado tras unas obras destinadas a crear el lago artificial que ofrecería un lugar de recreo y baño a los nuevos habitantes de la zona, que pronto llegarían a las nuevas casas que se estaban construyendo a orillas del lago. Como único foco de resistencia de los viejos usos, Lamar se había negado a abandonar aquella cima.
El pez monstruoso hizo de las suyas antes de la llegada de Lee Cobbet, pues según el anciano, dos lugareños fueron atacados en aquellas aguas, sin volver a ser vistos desde entonces. Todos los intercambios de citas e impresiones que se han reproducido anteriormente se desarrollaron en las primeras páginas del relato, en los momentos posteriores al avistamiento de la criatura por parte de Cobbet.
Tentado por ver la forma real del Dakwa y oyendo su canto nocturno, tuvo la tentación de tocar algún instrumento musical que había en la cabaña, para comprobar su posible efecto. Pero Lamar lo impidió, aduciendo a que algo así provocaría un ataque frontal. Aunque aclaró que el pez legendario solía atacar a sus víctimas de una en una, cuando éstas nadaban en aquellas aguas o se adentraban en zonas poco profundas, próxima a las orillas.
Al día siguiente, y tras recoger los libros, viendo la joroba del Dakwa surcando silenciosamente el lago, los dos conocidos volvieron a la cabaña y estudiaron una posible forma de acabar con la amenaza, siendo en un principio una búsqueda infructuosa. Lamar cruzaría el lago en busca de otro lugareño para hacer sus compras semanales en un pueblo cercano. Le pidió insistentemente a Cobbet que no saliese de la cabaña ni que se enfrentase al Dakwa, pero el aventurero haría oídos sordos.
Leyendo algunas alusiones que Mooney hacía en su libro sobre los remedios para los ataques de serpientes, tuvo la idea de untar su cuerpo entero con el ungüento usado por Lamar para curarle el hombro. Hizo lo mismo con el cuchillo y el mástil en el que lo clavó, una rama de nogal que unió al filo mediante hilo de pescar.
“Los asignina, o espíritus malévolos, no pueden soportar su olor.” Mooney se refería a los cedros, y Cobbet quemaría ramas y hojas de ellos para impregnarse de su olor. Tarareando la melodía oída en su anterior encuentro con el Dakwa, terminó por ver a su enemigo en todo su esplendor.
Cobbet pensó que era una mujer, como dijo Skinner. Poseía una melena larga, brazos bien torneados y pechos turgentes, con una piel suave y bronceada. Saliendo poco a poco del agua, el Dakwa intentaba seducir a Lee, y casi lo consiguió. Luego, la transformación se precipitó.
“Sus ojos se dilataron hasta convertirse en agujeros oscuros, su boca se abrió para dejar al descubierto fila tras fila de enormes dientes filados. Sus brazos, ya ni bien torneados ni estilizados, lanzaron hacia su cara una garra engarfiada.”
La consiguiente lucha a muerte fue brutal. Cobbet fue herido por el ser, pero el Dakwa también fue gravemente herido. No sabemos si este Dakwa es un ser sobrenatural o no, pero en el relato de Wellman parece ser así, pues no es posible matarlo a pesar de las graves heridas que el hombre le infringió en su enfrentamiento. La lucha acabo cuando el monstruo acabó clavado en las raíces de un roble, atrapado. Por el momento, dejaría de ser una amenaza para Long Soak Hollow.
Lee lo logró. Un acto que algunos tacharían de suicida, pero que había servido para que el Dakwa se tomara un descanso obligado en su enorme e infame historial.
Luns Lamar estaba seguro de que la criatura seguiría allí durante años, gravemente herida, pero viva. Esperando una oportunidad para huir y seguir con su ancestral cacería. Pero gracias a Cobbet, Lamar y otros viejos sabios podrían estudiar formas de acabar con él de una vez por todas. Si lo lograron o no, eso queda en las brumas del desconocimiento…
Félix R. Herrera
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