Sueños largos


 

Pensé que, si en el instante justo antes de morir se le pudiera provocar a alguien la ilusión de tener un sueño que no terminase jamás, tal vez sería como si esa persona hubiera conseguido la vida eterna”.

Buena parte de la trayectoria de Junji Ito está llena de pequeñas anécdotas que de una u otra forma marcaron su particular forma de crear historias. El discreto mangaka nipón ha ido compartiendo algunas de ellas en los últimos años en distintas entrevistas. Gracias al interés de la ya extinta editorial ECC, llegaron a España dos monográficos donde poder conocer a fondo la mente de Ito. Junji Ito: estudio desde el abismo del terror como Agujeros espeluznantes: donde nace el terror son de especial interés para todos aquellos a quienes interesan los pormenores de la obra de uno de los artistas más influyentes de los últimos veinte o treinta años.

Una de esas tantas anécdotas tiene que ver con una de sus historias cortas más interesantes, al menos a nuestro juicio. No es otra que Sueños largos (Nemuki, enero de 1997), historia que versa sobre el miedo a la muerte y tiene como catalizador de lo bizarro los sueños de Tetsurô Mukodâ, un chico con una extraña afección que provoca una sintomatología única: la percepción de que sus sueños son cada vez más largos, desconectando al paciente de su vida cotidiana y diaria.

Se sabe por boca del propio Ito que el germen de este relato se encuentra en su propia infancia, cuando su hermana mayor le contó que, por norma general, los sueños tienen una duración muy corta cuando se comparan con el tiempo “real”, siendo su alargamiento una suerte de ilusión creada por el cerebro. Sin cuestionar esta simple explicación, aquella mente infantil y curiosa fijó esa idea en su cabeza, hasta tal punto que la recuperó por primera vez unos años después, cuando pasaba parte de su tiempo en la escuela secundaria escribiendo historias muy cortas. Una de ellas – que dejó a medias, cosa que ocurría con asiduidad y que se transformó en uno de los rasgos característicos de su futuro trabajo – versaba sobre la posibilidad de anclar a una persona moribunda en un sueño artificial y eterno con la ayuda de una máquina. De esa forma, todos podríamos alcanzar una suerte de inmortalidad inducida. Falsa en el fondo, pero que podría ser muy real para quien la experimentase. Una idea muy potente para un muchacho que apenas empezaba a madurar, pero que presenta un potencial fuera de toda duda. Al fin y al cabo, la muerte es un hecho compartido por todos los seres vivos – y, por extensión, de todo lo conocido, incluso a escala cósmica –, sea cual sea el marco temporal en que se ubique. Siendo así, las investigaciones, reflexiones, creencias y otros esfuerzos intelectuales que intentan dar sentido a ese hecho no han parado de sucederse.

Habrían de transcurrir bastantes años para que aquel intento de novela germinase en un manga. Tras tener un respiro en su apretada agenda – pues Ito entró en un vertiginoso proceso de creación tras su debut con Tomie a primeros de los noventa –, pasó dos meses dándole vueltas a lo que terminaría siendo Sueños largos. Al final, tomó la determinación de suprimir la idea de la máquina inductora de sueños y hacer de eso una suerte de síndrome misterioso, pues no se conocerían ni su origen ni ningún motivo por el cual Mukodâ lo sufre. Por otra parte, el miedo a la muerte sí que sería un eje central del relato, aunque asociado al personaje de Ami, una chica con una tanatofobia que le impide llevar una vida normal. Dicho miedo es hasta cierto punto normal, teniendo en cuenta que hablamos de algo inevitable y que va contra el instinto de supervivencia.



La fobia de Ami, como la de tantos otros personajes creados por Ito a lo largo de los años, es susceptible de debate y análisis. En este caso en concreto, tampoco hay una razón de fondo que justifique ese miedo cerval hacia la muerte o el proceso de morir. Tanto Mari como Tetsurô son pacientes del Hospital General Akatsuki, y ella sufre alguna enfermedad de origen neurológico, aunque nunca se desvela cuál. Lo más probable es que se esa enfermedad haya agravado un cuadro mental anterior. El miedo de Ami ya había copado su vida, pues daba muestras de sufrir una angustia constante, teniendo que recibir apoyo psicológico para intentar sobrellevar su estancia hospitalaria. Para empeorar del todo las cosas, cierta presencia extraña en el hospital agudiza el sufrimiento de la muchacha. Ami aseguraba que la parca trataba de entrar en su habitación por las noches. No se trataba de ninguna alucinación.




Al mismo tiempo, el doctor Kuroda presentaba a uno de sus ayudantes el cuadro clínico de Mukodâ, quien llevaba dos meses siendo atendido y observado por el doctor. Joven y de aspecto demacrado, Tetsurô decía llevar más o menos un mes soportando su mal. El mismo no le atormentaría tanto si fuese protagonista de sueños agradables, pero nada más lejos de la realidad. Las viñetas de Ito nos hacen partícipes de las horribles pesadillas del chico, llenas de monstruos y otros seres grotescos. ¿Cómo y por qué se desatan dichas ensoñaciones? No lo sabremos, pero sí que queda claro que Tetsurô se muestra angustiado ante la idea de quedar atrapado para siempre en uno de dichos sueños.

Para acompañar esas sensaciones subjetivas del paciente, Ito decidió introducir un componente físico que diese veracidad a su relato. Mientras el doctor Kuroda observaba a un durmiente Tetsurô, se manifestaban una serie de cambios paulatinos en el chico. Lo que empezaba con movimientos oculares anormalmente rápidos, acababa produciendo una suerte de transformación en los rasgos del chico. Perdía el pelo, su cabeza se hinchaba, sus ojos crecían y sus dedos se alargaban. Pero no solo eso. Según los sueños “se dilataban” en el tiempo, el paciente adoptaba costumbres extrañas y cambiaba su forma de hablar. El doctor Kuroda teorizaba sobre esa realidad onírica en la que habitaba su paciente, que apenas podía recordar qué había ocurrido durante la vigilia de los días anteriores. ¿Tetsurô había accedido a una suerte de realidad paralela que solo aparecía cuando dormía? ¿Había hallado la forma de escapar del tiempo común? Y, de ser así, ¿cuánto tiempo transcurría dentro de esa realidad?

Lo que al principio se antojaba como días, acababan siendo años y décadas. El terror a acabar viviendo un sueño eterno era verbalizado por el protagonista, que apenas lograba discernir dónde se encontraba. Al mismo tiempo, el miedo de Ami a la parca y la muerte seguían muy presentes. Eventualmente, averiguaríamos que la parca era el propio Tetsurô, quien buscaba al amor de su vida onírica. Una mujer con la que había pasado cada instante de los últimos miles de años y que él identificaba con Ami, a quien había visto en el hospital antes de entrar en su lapso de sueño más largo hasta entonces.

Consciente de ese hecho y resignado ante su destino, el chico se entrega a un último sueño que, esta vez sí, podría llevarle hasta el final de los tiempos. Una existencia inagotable condensada en el descanso de unas cuantas horas. ¿No era una suerte de inmortalidad? Eso era lo que pensaba el doctor Kuroda, quien asiste a los últimos instantes de la vida “común” de Tetsurô, que acaba deshaciéndose ante sus ojos, dejando ante sí poco más que polvo. Sin embargo, el cerebro del recién fallecido escondía una última sorpresa en forma de una materia desconocida, que podría ofrecer respuestas al doctor. Los sueños tan especiales del joven podrían tener una base física, al fin y al cabo. Pero Kuroda no fue capaz de descubrir nada al respecto.

En el epílogo del relato, Kuroda se ha convertido en una suerte de mad doctor, decidido a investigar si esa materia escondía la clave de la inmortalidad. Para ello, decidió saltarse todos los protocolos científicos posibles y pasar directamente a hacer pruebas en sujetos humanos. ¿Y quién mejor que Ami, cuya enfermedad y su tanatofobia la hacían la candidata perfecta?


Félix Ruiz H.




Comentarios

Archivos populares

Arthur Gordon Pym y La Esfinge de los hielos

La Hermandad Oscura

De Vermis Mysteriis y el mal de Jerusalem´s Lot