La Cosa del Pantano: Abajo, entre los muertos
“Dios no es un padre ni un policía malvado que castiga con agrado. Cuando un alma desciende, es por su propio desatino. Dios lo lamenta, pero no puede alterar su destino. Sufrimos porque lo consideramos oportuno. Todo tormento es merecido...”
Muchas veces leemos u oímos que algún producto cultural o un autor es extraordinario o brillante. Tales calificativos y otros semejantes suelen tener buenas dosis de subjetividad, así como las opiniones de cada individuo. Lo que para unos es sobresaliente, para otros es mundano. Desde el blanco al negro, pasando por toda la escala de grises. Esa dinámica es del todo conocida, y hoy en día especialmente pervertida por intereses tan egoístas como recibir más visitas, escuchas o likes. Pero también hay cierta unanimidad a la hora de encumbrar determinados ejemplos, ya que reciben un empuje más que suficiente en esa dirección. Entre esas obras está la saga de La Cosa del Pantano escrita por Alan Moore.
Hay primeras veces más estimulantes que otras, desde luego. Pero pocas las hay mejores que conocer a un personaje bien parido que luego es llevado a cotas de calidad tan altas. Eso es precisamente lo que ocurrió con el ser creado por Len Wein y Bernie Wrightson en 1971. El mítico n.º 92 de House of Secrets presentaba al gran público la historia del científico Alex Olsen, quien a principios del siglo XX fue traicionado y asesinado por su colega Damian Ridge por celos. Unas páginas tan exitosas que valieron que un año después el dúo creativo tuviera su propia serie regular y retocaran esa historia de origen, cambiando el marco cronológico – más modernizado – y a Olsen por Alec Holland, quien sufriría un destino tan funesto como el del anterior protagonista, siendo pasto de las llamas y acabando bajo las aguas del pantano que albergaba su laboratorio secreto.
La fórmula revolucionaria en la que trabajaban Holland y su esposa Linda acabó mezclándose con la vegetación circundante a las aguas donde cayó el cuerpo irradiado del hombre, lo que a la postre permitió el nacimiento del considerado como último elemental vegetal de la Tierra. Pasando por distintos avatares, la serie de Wein – en la que David Micheline recogió el testigo de Wrightson en los dibujos – concluía con la criatura retornando a su forma humana. Pero todo cambió con la llegada de Moore, Stephen Bissette, John Totleben y la editora Karen Berger.
Antes de eso, y aprovechando la adaptación cinematográfica a cargo de Wes Craven, DC encargó a Wein que editase una nueva serie. El creador del gigantesco habitante del pantano decidió hacer cambios creativos con varios de los personajes y eventos. Entre ellos, uno que se antojó clave para lo que ocurriría después: hizo que Matt Cable – perseguidor incansable de Holland durante la primera serie – y Abigail Arcane – la sobrina del infame Anton Arcane, némesis del elemental que buscaba trasladar su mente a ese cuerpo tan especial – se casasen.
Corría el mes de febrero de 1984 cuando apareció el número autoconclusivo que daría el pistoletazo de salida a la etapa más famosa de La Cosa del Pantano. La lección de anatomía – que merece ser celebrado y analizado tanto como cualquier lector o fan quiera – supuso el primer gran eslabón de esta nueva cadena de acontecimientos, en la que el ser verde y Alec Holland dejarían de ser una sola entidad. Aquel número 20 de esa segunda serie, en la que el doctor Jason Woodrue dedujo que las plantas que absorbieron el cadáver del calcinado Alec también asimilaron su inteligencia y la fórmula en la que trabajaba, fue y es un prodigio en todos los aspectos analizables en un cómic. Desde el guion a la combinación de dibujo, color y entintado a cargo de la dupla Bissette/Totleben. El mago de Northampton había dado cuerda a una maquinaria tan revolucionaria como otras con su misma firma, como Watchmen o From Hell.
Si la unión entre La Cosa del Pantano y Alec Holland era ficticia y solo estaba en la mente del primero, no ocurría así con su apego hacia sus antiguos amigos. Sobre todo hacia Abigail. Ella, que pasó la primera parte de esa nueva saga atormentando al elemental con el nombre de aquel científico que creyó ser, vivía junto a Cable, quien paulatinamente se fue abandonando a la bebida y a otras actividades más difíciles de explicar. Resumiendo la cuestión al extremo: Matt poseía ciertas capacidades que le hacían capaz de alterar la realidad y ello atraía con ansia al espíritu de Anton Arcane, que esperaba su oportunidad para regresar al mundo de los vivos y vengarse de La Cosa del Pantano por sus anteriores derrotas.
La trilogía formada por Amor y muerte, Una aureola de moscas y El ballet de azufre puso de manifiesto varias cosas. La más impactante fue que Karen Berger decidió batallar contra el aun por entonces presente Comics Code para hablar sin tapujos de incesto. Matt Cable había cambiado de forma repentina tras los sucesos acaecidos en los primeros números con Moore al frente. Tanto Jason Woodrue como El Rey Mono habían hecho sudar sangre al elemental vegetal, que pudo imponerse a tales amenazas gracias tanto al descubrimiento paulatino de sus capacidades como a la puntual ayuda de Jason Blood y su contrapartida demoníaca, Etrigan. Mientras tanto, Anton Arcane había tomado posesión del cuerpo de Matt e iniciaba la ejecución de su plan, el cual pasaba por engañar a Abigail mientras la atraía a una trampa mortal. Eventualmente, la mujer descubrió que había estado compartiendo cama con su tío. Éste había asimilado los dones de Cable, terminando por llevarse el alma de Abigail al más allá. Atacó de forma directa a su enemigo, que solo pudo ser testigo del último intento de quien fuera su amigo por alejar la malvada esencia de Arcane de su cuerpo, lográndolo a duras penas y desfalleciendo tras ello.
Todo lo escrito hasta ahora no es más que un rápido repaso de los hitos más importantes que convergerían en el episodio que hoy protagoniza este texto, que no es otro que el Annual # 2 de la segunda serie. Un evento que juntaría en las mismas páginas a algunas de las entidades sobrenaturales más especiales y establecidas del universo DC, la mayoría de ellas ya presentes de una forma u otra en este blog.
El viaje al Más allá y, con más asiduidad aun, a los distintos infiernos, es una exploración de temas universales como el destino, el amor, la vida, la muerte, el viaje a lo desconocido o la transformación. Es la experiencia cumbre del héroe mítico, que se adentra en los lugares más oscuros de la creación para luego emerger más sabio y con una nueva perspectiva de la realidad, que puede o no compartir con los demás y puede o no ser comprendida por sus contemporáneos. Aquellos ajenos a la muerte que emprenden este camino son figuras universalmente conocidas, protagonistas de relatos que se han contado y diseminado a lo largo de los milenios. Desde Gilgamesh hasta Dante, pasando por Orfeo, Ulises o Psique. Todos se enfrentaron a la muerte, dispuestos a abandonarse a la sinrazón y a entregarse a designios que superan el propio entendimiento. Las reinterpretaciones de este periplo hacia el reino sobrenatural no han cesado de producirse. Puede que ya no tengan el peso de antaño en la experiencia colectiva de la sociedad, pero continúan siendo revisitadas, pareciendo ajenas al desarraigo religioso o el desarrollo tecnológico.
Abajo, entre los muertos nos ofrece la perspectiva que Alan Moore tenía sobre esta experiencia. Para sorpresa de muchos, fue muy canónica. Aunque no por ello estuvo exenta de los vericuetos ideológicos del autor. El concepto más importante que se maneja en este capítulo es el de infierno personal. Donde multitud de concepciones religiosas han creado cosmogonías donde las almas de los malvados o pecadores son castigadas por subordinados a las órdenes de distintos dioses o juzgadas por estos mismos antes de ser arrojadas en brazos de sus tormentos eternos, el guionista y escritor de Northampton le da una vuelta de tuerca a la cuestión y hace a la humanidad culpable de sus propio castigo y creadora de la miríada de infiernos, pues hay tantos de estos como almas atormentadas han existido. No solo eso, sino que esta forma de entender la vida de ultratumba se extiende al paraíso, tan variado como su parte oscura. Son microcosmos entretejidos unos a otros, ajenos al Dios judeocristiano o a cualquier otro de su misma índole. Eso no quiere decir que no haya custodios, guías o amenazas externas.
La motivación de La Cosa del Pantano es el amor, enfrentado a la venganza perpetrada por Anton Arcane. Este volvió durante un breve periodo de tiempo al mundo de los vivos para saciar sus apetitos con su sobrina y llevar a cabo el rapto, otro de los relatos por excelencia. El cuerpo de Abigail permanecía intacto mientras su alma la había abandonado, descendiendo hacia el más profundo de los pozos. Ante tal tesitura, el elemental debía buscar un medio para seguir a la mujer sin pasar por el trance de la muerte. No era la primera vez que trataba de abandonar la carcasa que formaba su cuerpo, pues ese fue el procedimiento que debió seguir para frenar los planes de Jason Woodrue y aquello que se denominó “el verde”, una suerte de espacio etéreo donde poder conectar con la vida vegetal de todo el planeta. Esta vez, la inteligencia que una vez creyó ser Alec Holland debía controlar sus deseos y enfocarse en la figura de Abigail.
Tras tumbarse junto al cuerpo de su amada, que reposaba en un lecho de flores, La Cosa del Pantano despertó en un lugar aparentemente vacío. Pronto fue sorprendido por una mujer que buscaba a su hijo de forma desesperada. Ambos habían tenido un accidente de tráfico y se habían separado. La repentina irrupción del niño y la reunión familiar acabó con la revelación del primer guía o acompañante del protagonista. Si Dante tuvo a Virgilio y a Beatriz como anfitriones en el Infierno y el Paraíso, La Cosa del Pantano contaría con otros tantos compañeros, siendo el primero de ellos Deadman, quien recientemente había descubierto aquella zona, la morada de los muertos recientes, y había decidido ejercer de cicerone para cuantos traspasasen las finas fronteras entre vivos y muertos. Apenas el primer paso en el camino que todos deberemos recorrer cuando la vida nos abandone. Abigail no se hallaba allí, sino que su tránsito no había respondido a los cauces comunes. Deadman era un espíritu joven y desconocedor del gran esquema de las cosas, por lo que poco podía hacer por el recién llegado más que dirigirle hacia nuevos objetivos. Suerte que El Fantasma Errante estuviese allí para tomar el relevo.
En un lugar donde apenas se ve a nadie, tres conocidos intercambiaron impresiones. La naturaleza esquiva del Errante volvía a quedar de manifiesto, pues tenía permiso para visitar aquellos reinos, pero era un forastero más dentro de ellos. Cuando todos esperarían que el viaje continuase en dirección al Infierno, el Errante decidió mostrarle a La Cosa del Pantano que el Paraíso era igual de maleable y personal. Allí, en medio de un entorno precioso y lleno de vida vegetal, el elemental pudo por fin tener una última conversación con el agradecido espíritu de Alec Holland, quien prefería descansar en aquel lugar en vez de volver a la rueda de la vida. Porque sí, la reencarnación es una posibilidad más entre otras tantas, aunque no termina de quedar claro si es elegible por todos los habitantes benignos del más allá. Una vez superado el trámite, llegaba el momento de encararse con el guardián del pandemónium. Una entidad cósmica cuyo poder excedía con creces al del Errante y que tenía permiso para tomar su responsabilidad cuando lo considerase oportuno. Alguien que una vez fue un hombre llamado Jim Corrigan, pero que ahora respondía al nombre de El Espectro.
Creado por Jerry Siegel y Bernard Baily, hizo su primera aparición en la revista More Fun Comics #51, en enero de 1940. No estamos hablando de un personaje más, sino de algo que tiene la capacidad de manipular el tiempo y el espacio, que posee una fuerza sin límites y cuya invulnerabilidad le da el estatus propio de un dios. Unido a distintos huéspedes mortales a lo largo de las décadas, El Espectro – o Aztar, el nombre de esta emanación del ser primordial conocido como La Presencia – ha tenido una importancia capital dentro de la vertiente cósmica y mágica de DC.
Bissette y Totleben lo muestran como una figura imponente y de una talla colosal. Uno de sus ojos cerrado envuelve en una oscuridad total a La Cosa del Pantano y al Errante, y su apertura lo inunda todo de una luz blanca y penetrante. Condensó su ingente presencia para poder ver bien a los recién llegados, que tampoco eran extraños para él, que parece saberlo todo. Es interesante leer ese debate sobre la inevitabilidad del destino y la razón de ser del mundo de ultratumba. El ímpetu de La Cosa del Pantano estaba condenada al fracaso, pero la sabiduría de su guía inclinó la balanza a su favor. El duelo dialéctico entre ambas partes solo acaba cuando el ingenioso Errante aduce a la condición ambigua del Espectro, que no daba su brazo a torcer.
Las moradas inferiores estaba vetadas para el Errante. Las almas debían entrar solas, o eso era lo que dictaminaban unas normas tan desconocidas como quienes las dictaban. Pero había alguien a quien no le importaban las normas ni las consecuencias. Alguien dispuesto a ayudar a La Cosa del Pantano en la última etapa de su viaje. Demon, a quien el elemental había asistido en una misión reciente, acudía al rescate de Abigail. Con sus versos y juegos de palabras, y a cambio de un precio simbólico – una flor del cielo que atormentaría aun más a todo aquel que la viese allá abajo –, abrió las puertas del Infierno y compartió con su acompañante algunos de los secretos mejor guardados del lugar. No había dioses omnipotentes ni caprichosos que juzgasen o castigasen los actos de las personas. Los páramos húmedos, pestilentes y monstruosos del infierno eran creaciones humanas. Cada persona es dueña del destino de su alma.
El panorama no podría ser más desalentador. Carroñeros que se cebaban continuamente con la misma carne, demonios que torturaban a las desgraciadas almas a su servicio, insectos que infectaban la piel y crecían bajo ella… El equipo creativo no se ahorró nada en este sentido. Los padecimientos de los condenados son acorde a la maldad intrínseca de aquellos que los sufren. Entre ellos, un Anton Arcane que creía llevar una eternidad siendo devorado por la podredumbre, pero que enloqueció cuando supo que solo había transcurrido un día desde su retorno al lugar que merecía.
Abigail yacía en otro lecho preparado para ella, pero rodeada de demonios inferiores que concebían obscenidades. Su salvador la alzó y se preparó para emprender el viaje de vuelta, que solo sería viable si Etrigan abría un portal mágico. La huida debía ser rápida y sin freno, pues Arcane y una legión de demonios les pisaban los talones. En la locura desatada, el ser mitad hombre y mitad demonio se deleitaba en el frenesí de la lucha. Mientras tanto, y emulando a Orfeo, La cosa del Pantano trataba de no mirar atrás. Sin embargo, corrió mejor suerte que este último, pues sí que consiguió despertar junto a Abigail, que no era consciente de los acontecimientos que acababan de ocurrir. Las lágrimas corrían por las mejillas del gigante verde, y la mujer de blancos cabellos le consolaba desconcertada, pero a salvo…
Félix Ruiz H.
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