El último día de H. P. Lovecraft: la visita de Sonia Greene


 

“…Mientras su genio se desarrollaba y salía de su crisálida, el amante y el marido quedaron siempre en segundo plano, y su imagen se desvaneció poco a poco hasta desaparecer…

Es posible que la mejor realidad paralela ideada por el escritor de Providence fuese su propia vida. Fue una persona con unas ideas y actitudes tan laberínticas que pocas personas se atrevieron – u obtuvieron permiso del propio interesado – a tirar del hilo para llegar hasta al centro de aquel enigma en forma de hombre fuera de lugar y tiempo. Pero hubo alguien que quiso atemperar y adecentar a Howard. Una mujer que sacudió los rutinarios cimientos que había construido. Sonia Greene lo intentó con todas sus fuerzas, pero sucumbió ante la aparente incapacidad de su marido para mantener una relación normativa y llevar adelante un hogar. ¿O no fue realmente así?

Este segundo post dedicado a Le dernier jour de Howard Phillips Lovecraft es una continuación directa de la narración de la obra de Romuald Giulivo y Jakub Rebelka. Para ello, seguiré el patrón que creo que tendrá la futura miniserie de BOOM! Studios que adaptará el original al inglés. En el escrito anterior asistimos a la inesperada visita que el moribundo Lovecraft recibió en el hospital Jane Brown Memorial. Nada menos que el mismísimo Randolph Carter, quien ofrecía a su creador cambiar su propia historia, ya que su literatura había impregnado el mundo real y lo había transformado para siempre. El cosmos oscuro y teológico del escritor le convertía en un demiurgo cuya voluntad podía prevalecer ante cualquier cosa, incluida la muerte. Pero era necesario un acto de voluntad para materializar dicha posibilidad, y Lovecraft no parecía interesado en seguir adelante. Sabía que tenía los días contados y deseaba que todo acabase. ¿Pero sería tan fácil como abandonarse en brazos de la nada?

La agonía farmacológica y psicodélica del protagonista continuaba mientras se aferraba con todas sus fuerzas a las sábanas de su cama. Le aterraba pensar que Plutón pudiese estar llena de todos esos elementos que su psique había imaginado. Randolph Carter le había ofrecido la posibilidad de verlo con sus propios ojos, pero era pedirle demasiado a alguien al borde de la muerte. El cóctel de dolor, fiebre y medicinas continuó jugándole malas pasadas a Howard, quien tuvo nuevas visiones rojizas, repletas de figuras amorfas que se retorcían, reptando y silbando. Pero no solo eso, sino que un susurro quebró el siseo y cambió, adoptando una forma carnal que conocía bien, aunque puede que no tanto como les hubiese gustado a ambos. ¿Podía ser su mujer? Una figura de tal importancia en su trayectoria vital debía estar presente en ese último y extraño día, ya fuese fruto de la confusión mental o fruto de alguna alteración de esa realidad que parecía tan volátil para el enfermo.

La historia entre ambos se remontaba a 1921, cuando se conocieron en Boston. Nacida en el entonces Imperio Ruso, criada en un colegio de Liverpool junto a su hermano y finalmente emigrada a Estados Unidos para reunirse con su madre en Nueva York, Sonia tuvo una vida ajetreada en todos los sentidos. Entre ellos, el amoroso. Su precoz matrimonio con Samuel Greene fue tormentoso y lleno de malos momentos. Ni tan siquiera el nacimiento de Florence – la que luego sería una conocida periodista llamada Carol Weld – ayudó a amansar las aguas. El fuerte carácter de Sonia chocaba con el de su rudo marido, que sin embargo la liberó de aquella unión en 1916. La muerte de Samuel permitió a Sonia vivir entre sombreros y viajes. Incluso disfrutó de una solvencia económica que le permitía hacer donaciones a publicaciones amateur y asistir a conferencias de escritores, un mundillo que le atraía con fuerza.



Tuvo que ser James Ferdinand Morton quien presentase a los futuros cónyuges. Morton era un defensor de los derechos de la mujer y escritor de fuerte convicción anarquista. Ambas vertientes podrían resultar contradictorias si relacionamos a este hombre y a Lovecraft, pero lo cierto es que eran muy buenos amigos. Sonia era siete años mayor que Howard, lo que no fue impedimento para que hiciesen buenas migas. La madre soltera y mujer sociable tenía aspiraciones dentro de ese microcosmos de la literatura pulp, y obtuvo la ayuda tanto de Morton como del propio Lovecraft, quien se prestó a reseñar y revisar sus futuros trabajos. Entre ellos, el fanzine The Rainbow. El correspondiente intercambio epistolar se mantuvo durante los siguientes meses, ayudando a que ambos intimaran más de lo que el propio Lovecraft esperaría.

Sonia tuvo mucha que ver en el hecho de que su futuro – y no del todo efímero – marido tuviese un acercamiento a ciertas personalidades literarias que le resultaban muy interesantes. Ahí está el caso de Lord Dunsany, por ejemplo. Pero, además de eso, su intentona por escribir de forma más o menos continuada también dio sus frutos. El horror en la Playa Martin fue parido durante los primeros compases del verano de 1922, siendo luego publicado en Weird Tales en noviembre del año siguiente con el título de El monstruo invisible. Lovecraft ejerció como corrector. Es solo una pequeña muestra – cuya calidad y contribución al corpus literario de los Mitos queda exenta de ser debatida en este momento – de la audacia de una mujer que estaba adelantada a su tiempo y, por lo tanto, muy descompensada con quien sería oficialmente su marido durante el periodo comprendido entre 1924 y 1926. Ensayista, articulista y creadora de relatos cortos, su exuberancia creativa ayudó a Lovecraft durante aquel tiempo, aunque los resultados monetarios y sentimentales no satisficiesen sus expectativas. Ambos contrajeron nupcias en la capilla neoyorquina de Sr. Paul, acompañados por unos pocos amigos de ella. La parte del novio estuvo totalmente ausente, tal como era de esperar.

La estancia neoyorquina de Lovecraft ha sido ampliamente debatida, al igual que su inesperado matrimonio con Sonia. Sin entrar en detalles, lo cierto es que las penurias estuvieron a la orden del día. La esposa viajaba mientras el esposo se quedaba en casa, incapaz de encontrar trabajo y malviviendo gracias a las pequeñas asignaciones enviadas por la mujer. La mala alimentación de Howard no era nada nuevo, pero devino en un hábito que a buen seguro contribuiría a que encontrase el desenlace que finalmente tuvo. La falta de convivencia y de espacios compartidos, unidos al deseo de Howard de volver a su Providence natal, provocó que ambos se separasen de mutuo acuerdo. Sonia no supo hasta mucho después que su marido no firmó los papeles del divorcio en 1926. El remordimiento por lo que pudo ser y no fue se convirtió en uno de los ejes centrales de ese segundo bloque argumental de Le dernier jour de Howard Phillips Lovecraft.

La masa amorfa convertida en Sonia fue recibida con sorpresa por Howard, quien estaba convencido de la imposibilidad de que ella fuese consciente de la gravedad de la situación. Sonia se presentó ante él con reproches, pero asegurando que le quiso de forma sincera e intentó ayudarle a sentirse realizado. Ante las constantes y abruptas visiones de un faro y una playa tenidos de un rojo intenso, Sonia planteaba una nueva forma de quebrar el tejido de la realidad y cambiar el destino de Howard y el suyo propio. Podrían volver a crear juntos, como hicieron durante su luna de miel en Filadelfia, cuando ella le ayudó a reescribir Encerrado con los faraones (Bajo las pirámides o Under the Pyramids, publicado en Weird Tales entre mayo y julio de 1924) tras la pérdida del manuscrito original encargado por Harry Houdini y que llevaría su firma. La memoria de ambos era capaz de cualquier cosa, incluso de recuperar del olvido algo tan valioso como un cuento. Si ambos volvían a colaborar, tal como hicieron en el pasado, Howard podría cambiar su pasado, presente y futuro. Un acto de imaginación podría lograr que él fuese más afectuoso y atento, dándole a Sonia lo que realmente esperaba de él. Una vida de viajes y risas, rodeados de amigos e hijos. Un sueño anhelado que ambos dejaron tras de sí con decepción y resignación, pero que seguía siendo factible.




Ya que rechazas que la vida física tenga algún valor o significado, ¡reemplacémosla definitivamente por la ficción! ¡Escribamos una existencia que nunca termina y así seamos inmortales!

Juntos en aquella playa rojiza, rodeados de aguas turbulentas y ante la futura sepultura de Sonia Greene – quien moriría en 1972 –, Howard volvió a declinar la oferta. Decepcionada, su otrora compañera de vida le preguntó si querría besarla una última vez. Pero recibió otra negativa. La despedida se convirtió en un pequeño duelo dialéctico en el que el hombre se autoconvencía de que nadie le recordaría y la mujer insistía en que su legado se cimentaría sobre los prejuicios sociales y raciales que esgrimía en sus cartas. El olvido solo reclamaría cosas como el timbre de su voz o su encantadora sonrisa. Aquellas cosas que hacían más jovial a Howard. Lo que solo conocían aquellos pocos que intimaron con él durante su vida. Lovecraft, antes de finalizar aquel nuevo encuentro, quiso saber el motivo por el que Sonia había vuelto. Ella le dijo que sabía la verdad, que seguía siendo su esposa ya que él no firmó los papeles del divorcio. Sonia – o lo que quiera que se había disfrazado con su cuerpo y sus ropas – se adentró en las aguas, mientras Lovecraft descubría un nuevo libro junto a su cama del hospital. Se titulaba La vida privada de H. P. Lovecraft y estaba firmado por Sonia H. Davis.

“…Creo que es un hecho que odiaba la humanidad como idea. Una vez me dijo: “Es más importante saber a quién odiar que a quién amar.” ¿Por qué no decir también la triste e importante verdad sobre la actitud de Howard hacia los negros, los judíos, los extranjeros…?


Félix Ruiz H.






Comentarios

Archivos populares

Arthur Gordon Pym y La Esfinge de los hielos

La Hermandad Oscura

De Vermis Mysteriis y el mal de Jerusalem´s Lot