El último día de H.P. Lovecraft: la visita de Randolph Carter


 

“… De repente comprenden que ellos son la llave… Son la llave, son la puerta y el guardián de la puerta… Y el pasado, el presente y el futuro son uno en ellos.


A mediados del pasado mes de junio, la editorial BOOM! Studios anunció la traducción al inglés de una de las novelas gráficas más llamativas en torno a la controvertida figura de Howard Phillips Lovecraft. A cargo de Romuald Giulivo, novelista y guionista afincado en Burdeos, y Jakub Rebelka, talentoso ilustrador polaco, Le dernier jour de Howard Phillips Lovecraft ofrecía una experiencia inmersiva que hacía un buen repaso al legado de Lovecraft mientras los lectores eran testigos de sus últimas horas de vida. Un periplo hacia esa nada temida y añorada por su protagonista, en el que era visitado por figuras como Randolph Carter, Sonia Greene o Harry Houdini. ¿Muertos y vivos? ¿Reales o imaginarios?


No sorprendería a nadie diciendo que el atormentado Howard disfrutó de una fama inesperada tras su muerte. Se consideraba a sí mismo un fracaso como escritor, hijo, esposo y quién sabe cuántas cosas más. Sus últimas semanas en el hospital Jane Brown Memorial, en su querida Providence, fueron una tortura. El tumor intestinal que estaba cebándose con sus entrañas fue acompañado por una grave insuficiencia renal que terminó el trabajo. Era la mañana del 15 de marzo de 1937. Una vida – que él mismo creía insignificante – acababa, pero una leyenda estaba a punto de ser iniciada. Amigos, discípulos y fanáticos de Howard edificarían una monstruosa y cósmica edificación, cimentada en los pocos relatos y poemas que éste dejó como parco legado. Ese cosmos creativo continúa siendo alimentado casi nueve años después. Y uno de sus últimos exponentes es la mencionada Le dernier jour de Howard Phillips Lovecraft.

A cargo de la editorial 404 Graphic, el tomo en cuestión es – siempre a los particulares ojos de este neófito asistente – un rico despliegue de conocimiento en torno a Lovecraft, sin entrar de lleno en el terreno reservado para los verdaderos especialistas, que también verán satisfechas sus expectativas. A diferencia del Providence de Alan Moore y Jacen Burrows, este cómic no serpentea por tan laberínticos rincones. De una forma u otra, cualquier interesado en el autor y su obra puede acercarse al trabajo de Giulivo y Rubelka sin miedo, pues tanto el guion como el dibujo dejan margen más que suficiente para entender la base de esta propuesta: basándose en las (desconocidas para mí) notas conservadas y resumidas por Robert Hayward Barlow, en las que Lovecraft relataba aquellas últimas y difíciles jornadas, Giulivo despliega a diversos personajes, unos reales y otros literarios, para que guíen a su conocido en común en su último viaje.

Lo onírico, lo psicodélico y lo real se entremezclan, sin que sea importante decantarse por una u otra opción. En esa fina línea entre la alucinación provocada por la morfina y la materialización de las más delirantes fantasías de una mente muy especial reside buena parte del encanto del cómic. El mismo arranca con unas primeras reflexiones de Howard sobre la naturaleza de los sueños y la posibilidad de que los mismos se conviertan en una puerta que, una vez traspasada, no permitan el regreso de aquel que se atreva a pasar a través de ella. Postrado en la cama, y en posesión de un pequeño maletín donde guardaba algunas pertenencias personales, Lovecraft esperaba su inevitable final, desconocedor del visitante que esperaba sentado en los pasillos del hospital. Randolph Carter – ese alter ego autobiográfico al que Rubelka dibuja con aspecto casi idéntico a Lovecratf – era conducido a la habitación de su creador mientras era advertido por una enfermera de que el paciente había perdido todo sentido de la realidad debido a la fuerte sedación a la que estaba siendo sometido. Para él no había problema. No había necesidad de explicarlo todo, ni tampoco era necesario que el casi finado estuviese en sus cabales.

Howard solo podía intuir quién era realmente aquel primer y excéntrico visitante, en cuyo equipaje esperaba, además de un inusual telescopio con el que observar el recientemente descubierto Plutón, una serie de libros. Entre ellos, I am Providence de S. T. Joshi y la primer edición de The Outsider and Others, lanzado en 1939 por Arkham House. Carter lo sabía todo sobre Howard. En especial, su historia familiar y todas las revistas amateur que escribió de pequeño. Presa de un terror indecible por lo que Carter pretendía mostrarle sobre la superficie de Plutón, Lovecraft rogaba que le dejase descansar, mientras Randolph insistía. Todo era tal como se relataba en El que susurra en la oscuridad. Pero las implicaciones de esas afirmaciones superaban cualquier deseo mundano del enfermo. Debían ser chaladuras. Una broma de mal gusto que solo podía ser creída por los lectores habituales de Weird Tales. Sin embargo, Randolph estaba allí. Y si eso era cierto, si un ser nacido de la imaginación y residente en las páginas de un relato podía presentarse ante aquel que le dio esa sutil vida, ¿qué impedía que el planetoide estuviese poblado de criaturas impías y de ciudades ciclópeas? Randolph sugería que el mundo real había sido contaminado por la ficción de Lovecraft. Aquello superó al moribundo, que aun no sabía que pronto recibiría otras sugerencias igual o más chocantes. Que tendría la posibilidad de reescribir su vida o de hacer un truco de prestidigitación para escapar de las garras de la muerte. Pero todo a su debido tiempo.

No quería molestarle, señor Lovecraft. Disculpe… Probablemente tenga razón. Sin embargo, me ha encantado debatir con usted. Pero si es cierto, Howard, si esto puede pasar… Entonces significa que la literatura vence sobre todo… Incluso sobre la vida misma. Eso quiere decir que incluso la muerte puede morir. Piénselo. Es su última oportunidad.

Presa de un súbito arrebato, el hospitalizado cogió aquella biografía suya que aun no había sido escrita, y ojeó algunas de sus páginas. En ellas encontró la fecha de su propia muerte: el día siguiente. No le quedaba apenas tiempo. Debía escribir algunas notas a toda prisa. A amigos y familiares. A gente que ya no habitaba entre los vivos. A su querido Robert.

¿Acaso será doloroso morir? También podríamos hacerle esa pregunta a usted, querido Robert, y creo que coincidiríamos en la respuesta, a diferencia de muchos temas tratados en nuestros intercambios epistolares pasados. “Sí, pero al final no duele más que vivir”, responderíamos seguramente al unísono. Por eso, como usted aquella noche, la noche en que se encerró en su coche y se disparó en la cabeza, yo no deseo continuar. Y usted es evidentemente el único en quien puedo confiar. El único, porque usted ya está muerto, y pronto yo también.

En estos momentos, continúo con la lectura pausada de Le dernier jour de Howard Phillips Lovecraft, que los lectores angloparlantes podrán degustar este mismo año. Veremos si sucede lo mismo con los de habla hispana. Mientras tanto, habrá que conformarse con el original francés, que no es poco. Antes o después desgranaremos los subsiguientes encuentros del escritor de Providence con su pasado… y con su futuro.


Félix Ruiz H.




Comentarios

  1. Gracias sinceras por la reseña de este trabajo, tomo nota para su adquisición como admirador de la obra del "Maestro ", un fuerte abrazo desde Barcelona .
    Valenti Ponte

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