El Niño Callado
“Lobo Grande era bruto. Lobo Pequeño era tímido. Lobo Mediano era el pacificador. Cada día, Lobo Mediano salía a atrapar peces para los tres. Pero un día volvió y Lobo Grande y Lobo Pequeño tenían rabia. Y lo único que querían era ir al pueblo a comer gente.”
Guillermo del Toro intentó adaptar al cine en plena pandemia de principios de esta década una de las historias de terror modernas más aclamadas en multitud de redes sociales y foros de Internet. Siendo un buen exponente del cine folk horror y contando una historia interesante sobre el perverso wendigo en tiempos modernos, Antlers cambiaba aspectos fundamentales del cuento en que se basó, escrito por el mismo guionista de la versión cinematográfica. Nick Antosca, el autor en cuestión, publicó The Quiet Boy en la revista digital Guernica, ganándose con ello la confianza del realizador. A la postre, dicha película fue un fracaso en taquilla. Pero eso no resta méritos ni a la cinta ni, por supuesto, al material en que se basa.
Es curioso que del Toro ya supiese de la existencia de The Quiet Boy antes de su publicación oficial. Pero si hemos de hacer caso a fuentes oficiales, en el verano de 2018 ya había decidido llevar ese guion adaptado a la gran pantalla, que pasó por manos del propio Antosca, de Scott Cooper y de C. Henry Chaisson para terminar de pulir algunos aspectos del mismo. Craso error, teniendo en cuenta que las críticas más negativas respecto a Antlers llegaron con los cambios sufridos en los distintos borradores.
La pandemia dio al traste con la fecha original de estreno, prevista para abril de 2020. Por motivos obvios, el lanzamiento se retrasó a febrero de 2021, aunque debió seguir dilatándose en el tiempo, siendo a finales de octubre de ese mismo año cuando al fin pudo verse en cines. El desempeño de las taquillas durante esos primeros compases post pandemia fueron muy pobres en general, con lo que era de esperar que una película con un presupuesto discreto y de un género tan de nicho se diera un batacazo. No es solo culpa de las circunstancias, pero se puede romper una lanza en favor de Antlers aduciendo a que el cine sufrió lo indecible en esas fechas y aun no se ha recuperado del golpe que supuso la irrupción del COVID-19 o las plataformas de streaming, pero eso daría para otro debate que se escapa de las intenciones de este texto.
Lo que sí se antoja necesario es refrescar, siquiera de forma breve, el tronco argumental principal de dicho trabajo. El mismo seguía a Julia (interpretada por Keri Russell), profesora que regresaba a la localidad de Cispus Falls tras el fallecimiento de su padre, quien había abusado de ella durante su infancia y adolescencia. Una vez asentada en el colegio del pueblo, Julia observó con preocupación a un chico llamado Lucas Weaver, quien presentaba un aspecto demacrado. Tenía la ropa sucia y estaba muy delgado. Aunque su físico no fue lo que más sorprendió a la profesora. Lucas elaborada unos siniestros dibujos, que hicieron temer a Julia que el niño estuviese sufriendo algún tipo de abuso por parte de su familia.
El empeño de Julia por ahondar en los problemas de su alumno desata una serie de desgracias que afectan a varias personas. La directora del colegio, el anterior sherrif de Cispus Falls o el abusón que acosa a Lucas son asesinados por Frank Weaver, el padre del niño. Pero no se trataba de alguien con motivos como la venganza o el celo por esconder un siniestro secreto. Esto último recaía en hombros de su propio hijo, que llevaba animales muertos a su ruinosa casa para intentar controlar la furia animal de su padre y su hermano menor. Ambos estaban afectados por un mal que escapaba a la comprensión de cualquier profano al folklore.
Algo sobrenatural rondaba las casas del pueblo. Algo que los oscuros dibujos de Lucas ayudó a identificar. Según las leyendas algonquinas, ese ser era el wendigo. Un legendario demonio astado de apetito voraz, capaz de transmitir su malvada esencia a algunas personas que se ven abocadas a transformarse en horribles criaturas. Según se cita en el metraje, solo se puede acabar con su vida mientras se alimenta, pues es su momento de mayor debilidad.
Este wendigo en particular podía poseer a sus huéspedes. Eso es lo que hizo con Frank Weaver, quien finalmente fue asesinado por Julia mientras la mujer protegía a Lucas. Aunque eso no frenó al ancestral espíritu, que una vez más intentó cobrarse nuevas víctimas. Su ímpetu fue frenado de nuevo por la profesora, que salió airosa del envite y creyó poner fin a la maldición. El sheriff Paul Meadows, hermano de Julia que había sobrevivido a un ataque anterior, fue impregnado con el mal. Este extremo se puso de manifiesto en los últimos instantes de la película, cuando Paul tosió bilis negra tras decidir que Julia y él se harían cargo de Lucas. El wendigo volvería a las andadas antes o después, a menos que alguien lo evitase.
Ese es, a grandes rasgos, el argumento de Antlers. Como se dijo en la introducción, los cambios del guion respecto al relato original fue un lastre para el resultado final. Si bien la trama ganó en complejidad, la contundencia de los acontecimientos relatados en The Quiet Boy habría dado lugar a una película diferente. Es probable que los resultados finales hubiesen sido muy parecidos respecto a la recaudación, pero puede que no hubiese sucedido lo mismo con las críticas. Es pura especulación, por supuesto. Pero ahora nos permitiremos el lujo de desgranar algunas de las diferencias entre ambas versiones, para despertar en los lectores la curiosidad por compararlas con mejores herramientas.
The Quiet Boy también contenía un mal sobrenatural que devoraba a la humanidad. Una entidad que podía tomar diferentes formas para saciar su hambre. Sin embargo, el escenario era distinto. No se trataba de la ciudad natal de la protagonista, sino un lugar destino para ejercer su profesión. Julia dio con sus huesos en el pueblo Rexford, en Virginia Occidental. Un sitio de lo más simple, pues su lema no oficial era “Colinas, putas y licorerías”. O eso decía una de las compañeras de la recién llegada. Julia no sufría ningún trauma familiar, ni arrastraba dramas de índole sexual. Solo era una joven maestra que debía hacer su trabajo. Ni más ni menos.
La trama comenzaba con Julia pidiendo a sus alumnos que escribiesen una historia. A ser posible, un cuento o una fábula. Una labor a la que todos se afanaron hasta que sonó el timbre que marcaba la hora del recreo. Todos se levantaron alborotados. Bueno, todos no. Lucas Weaver permaneció sentado, dibujando.
“Sus hombros eran frágiles. Sus huesos, como los de un pájaro, eran inconfundibles. ¿Había comido lo suficiente? ¿Había desayunado por la mañana?”
El niño vivía en la parte más pobre del pueblo y no tenía amigos. Lucas era retraído, lo que podía deberse a muchas razones. Pero ese aspecto tan preocupante, unido al olor que desprendía, llamó la atención de Julia desde el primer momento. El niño desprendía cierto aroma a pelo húmedo de animal, aunque aseguraba no tener mascotas. Interrogado al respecto, Lucas dijo que vivía con su padre y su hermano pequeño. Su último dibujo era un animal grande, corpulento y oscuro. Cuando Julia quiso saber qué era, Lucas rompió todas las hojas y las tiró a la basura antes de abandonar el aula a la carrera.
La profesora rescató los papeles del niño y se los llevó para ojearlos con tranquilidad. Antes de eso, uno de sus compañeros del profesorado le reveló que Lucas era solitario y parecía sufrir un creciente abandono. Tanto como para acudir a lavanderías locales y lavar su poca ropa, quedándose desnudo mientras esperaba.
Una vez en casa, Julia se puso manos a la obra para intentar entender a Lucas. Llevaba dos meses en Rexford, y nada le había llamado más la atención que ese niño tan delgado y callado. Quería saber más sobre él y ayudarle. Además de dibujar, el chico había tenido tiempo suficiente para escribir un cuento. Julia comprobó que su título era Los tres lobos.
“Una familia de tres lobos vivía en una cueva sobre un pueblo pequeño. Lobo Grande, Lobo Mediano y Lobo Pequeño. Lobo Grande era bruto. Lobo Pequeño era tímido. Lobo Mediano era el pacificador. Cada día, Lobo Mediano salía a atrapar peces para los tres. Pero un día volvió y Lobo Grande y Lobo Pequeño tenían rabia. Y lo único que querían era ir al pueblo a comer gente. Entonces, Lobo Mediano bloqueó la entrada de la cueva con rocas y los dejó atrapados dentro, escuchándolos gruñir día y noche. Y todos los días les pescaba peces, que escabullía entre las rocas para saciar su hambre. Y todas las noches, dormía junto a la entrada para asegurarse de que nunca salieran.”
Los dibujos de Lucas eran muy buenos, pero presentaban rarezas difíciles de explicar. Lobo Mediano tenía rostro humano, pero Lobo Grande tenía los ojos raros hasta para ser la representación pictórica de un animal hecha por un niño de unos diez años. Julia supuso que aquel cuento escondía claves sobre la vida diaria de su alumno. El padre podría ser alcohólico, recayendo en el hijo mayor la responsabilidad de cuidar de la casa.
El niño necesitaba una distracción. Una vía de escape. Quizá la solución estuviese en su capacidad para dibujar, con becas que podrían ayudarle a mejorar su situación. Pero todo se torció cuando Julia le planteó a Lucas la posibilidad de hablar con su padre para que diese su consentimiento, necesario para inscribir al niño en el programa educativo. La poca luz que había en el rostro de Lucas se apagó y volvió a huir.
Por ello, la profesora decidió tomar la iniciativa. Acudió al domicilio de los Weaver tras salir del colegio, sin decirle nada al niño. El porche de la casa estaba hundido, el jardín delantero descuidado y las ventanas tapiadas. Algo que desconcertó a Julia es que no se oía ni un solo ladrido en aquella zona. El resto de Rexford estaba lleno de perros, pero su zona más empobrecida permanecía en silencio.
Nadie respondió a los golpes que la profesora dio a la puerta principal. A través de una de las tapiadas ventanas – cuyos tablones habían sido fijados de forma torpe desde fuera – vio una sombra en el interior. La sombra parecía ser un hombre. Pero no uno cualquiera. Sin poder explicar la razón, Julia sintió su maldad. Esa figura la odiaba. Tras unos instantes de puro terror, la joven consiguió recobrar la compostura y seguir explorando entre aquella antinatural quietud. El patio trasero albergaba la morada de Lucas. Era una simple tienda de campaña de color azul que escondía papeles, bolígrafos, lápices y los restos de la precaria comida del niño. Sobre todo, envases de mantequilla de cacahuete. También había libros de la biblioteca del colegio. Lucas estudiaba, comía y dormía allí, en su minúsculo refugio. ¿Por qué?
Lucas regresó y Julia se escondió para no ser vista. Mientras observaba como su delgado alumno se perdía calle arriba – camino a la lavandería, con seguridad – tras recoger sus sábanas, la mujer vio una sombra en la planta superior de la casa, cuyas ventanas no estaban tapiadas. ¿Sería Todd, el Lobo Pequeño del cuento? Por si fuera poco, unos llantos proveniente del interior crisparon aun más los nervios de Julia, que se lanzó de forma frenética a abrir la puerta principal, fuese como fuese. Una vez logrado, los llantos cesaron y ella penetró en el pesado ambiente del interior. Tras un cuidadoso vistazo, dos cadáveres fueron hallados en el comedor. Un hombre y un niño pequeño, secos como hojas. Algo andaba mal en aquella casa. Algo rondaba a Julia. Debía huir de allí.
Una vez que el sheriff – sin parentesco alguno con la protagonista, al contrario que en la película – acudió a la casa, se confirmó la presencia de los cuerpos. Lucas no pudo hacer otra cosa que desgarrar su garganta a gritos mientras rogaba que no se llevaran a su padre y su hermano. Una vez la situación se calmó, y ante los ruegos de Julia por permanecer con Lucas un par de días, el sheriff accedió a que se lo llevase a su cabaña alquilada.
Aquella misma noche, tras pedir una pizza, Julia fue informada por el sheriff de que el sótano de la casa estaba infestado de restos de animales muertos. Perros y gatos, sobre todo. Estaban retorcidos, con sus cuerpos rotos de formas inimaginables. Algunos llevaban meses allí, mientras otros eran muy recientes. ¿Era cosa de Lucas? ¿De ahí su olor a animales húmedos? El niño no quería hablar de ello. Huía ante cada pregunta de Julia. Los problemas crecieron cuando la mujer trató de volver a hablar con el sheriff y este reportó una serie de ataques en el pueblo. Ataques muy parecidos a los que habían acabado con esos animales. Había gente muriendo ahí fuera. Con sus cuerpos siendo retorcidos como toallas mojadas.
Una serie de gritos alertaron a Julia de la cercanía de un peligro que no podía dilucidar. Lucas gritaba para que su protectora no saliese de la casa. Algo se movía en el jardín de la propiedad en la que estaba la cabaña. Un niño con ramas nudosas en su cabeza. Cuando los gritos que salían de la casa de su casera quedaron silenciados, Julia comprobó que esa presencia infantil no estaba sola.
“Ahora pudo ver que también tenía unas astas grandes y nudosas, parecidas a las de un roble. Caminó hacia el niño (si es que caminar era la palabra correcta, porque sus pies parecían no tocar el suelo) y le tendió la mano, y la figura del niño pareció comer, o lamer, algo de su mano.”
Julia sabía que eran Frank y Todd Weaver. Tenían hambre, como escribió Lucas en su cuento. Aquellas eran las figuras que vio entre las sombras de la desvencijada casa del niño. Estaban encerrados, pero la intervención de Julia los liberó. La misión del Lobo Mediano era impedir que eso sucediera, pero había fracasado.
El mayor punto de disonancia entre ambas versiones de la historia llega en este clímax. Si bien no puede decirse que el final de Antlers sea positivo, sí que da cierto cierre optimista tanto a Julia como a Lucas. La protagonista se negó a entregar al niño y lo defendió con uñas y dientes, en un par de enfrentamientos cuerpo a cuerpo en los que fue capaz de eliminar sendas amenazas. En The Quiet Boy, sin embargo, no ocurriría de la misma forma. Julia, encerrada en un triángulo de fuego – pues a esas criaturas que habían sido los Weaver no les gustaba la luz – formado por papeles de periódico, se enfrentó a un dilema: permanecer dentro de él hasta que el fuego se apagase o hacer caso a la gutural voz de aquello que pretendía parecerse a Frank Weaver y entregarle a su huesudo infante. En última instancia, ella negó con la cabeza. Acababa de sellar el destino de ambos.
Tras una noche de pesadilla, seis personas habían muerto y otras tantas habían desaparecido. Fue un compañero de Julia quien cayó en la que cuenta de que se había ausentado del trabajo durante varios días, por los que decidió ir a su casa para tratar de averiguar algo. No le hizo falta entrar en la cabaña para saber que no quería ver más. Dos personas yacían cerca de la entrada. Eran un repartidor de pizza y su jefe, que seguramente habría acudido allí a buscar a su empleado. Ambos estaban retorcidos y esparcidos por todo el lugar. Sería el sheriff quien se atrevería a echar un vistazo. Allí estaba Julia, muerta. Pero estaba sola…
Así acaba este pormenorizado repaso a este cuento tan sugerente. Como los lectores habrán comprobado, no hay en The Quiet Boy ninguna referencia directa al wendigo, más allá del aspecto de los miembros fallecidos de la familia Weaver y de su particular forma de alimentarse. Ambos, una vez liberados de su encierro forzado, habían adquirido una cornamenta, que les daba un aspecto de cérvidos antropomorfos. Por otra parte, mientras Julia observaba los movimientos de ambos en la oscuridad y oía los terribles gritos de las víctimas, comprendió que no se alimentaban de la carne, sino del dolor y la agonía. Estas pinceladas, unidas a las insinuaciones sobre presencias espirituales y malvadas en la casa de los Weaver o el claro comportamiento caníbal de esos Lobo Grande y Lobo Pequeño del cuento de Lucas son más que suficientes para relacionar a esos atacantes con la criatura mitológica de los algonquinos.
No es esta la primera entrada que dedicamos a tan sugestiva y terrorífica criatura, pues ya hemos escrito sobre otras apariciones de la misma en productos llegados a la cultura popular. Mucho me temo que habrá más. Por si acaso, es mejor que el lector permanezca bajo el foco de alguna luz.
Félix Ruiz H.
Imagen de portada: Ansellia Kulikku.
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