Dylan Dog: La Zona Crepuscular
“Es… Una frontera… Es un instante dilatado hasta el infinito… Es el momento en el que la vida aun no es muerte y la muerte aun es vida.”
Hubo una época en la que me interesé mucho por la figura de Franz Anton Mesmer y sus curiosas creencias. Tanto que escribí varios artículos centrados en distintos elementos relacionados con su biografía y sus pensamientos. Visto desde la lejanía que ofrece el tiempo transcurrido, aquel pobre galeno y filósofo tuvo la desgracia de no ser del todo certero con lo que pregonaba y mucho menos con lo que intuía. Sin embargo, dejó huella en el imaginario colectivo posterior. Tanto como para inspirar algunos escritos de Edgar Allan Poe en pleno siglo XIX, o a Tiziano Sclavi en pleno siglo XX. ¿Y si os dijera que un cómic mezcló a los tres personajes?
Hace unos días que ojeé la web de Sergio Bonelli Editore y descubrí que Tiziano Sclavi había vuelto a guionizar números de la colección de Dylan Dog tras muchos años inactivo. O, mejor dicho, se creo una nueva colección del personaje en exclusiva, alejada de la continuidad que comenzó en 1986. Mientras la numeración de la larga serie principal llega – a finales de junio de 2025, que es cuando se están escribiendo estas palabras – al número 466, Sclavi centró sus esfuerzos en una serie de historias que compartían el título de Dylan Dog presenta: I racconti di domani (Las historias del mañana). Seis números que aparecieron entre noviembre de 2019 y abril de 2022, que desde este pasado mes de mayo están siendo reeditados sin mantener el estilo clásico de la editorial.
Ya he expresado en varias ocasiones que es una pena que ninguna editorial española se atreva a relanzar a los personajes de Bonelli. En especial, a Dylan Dog. Mientras llega esa oportunidad – si es que se presenta alguna vez –, aquí continuaremos con la difusión de algunas de sus historias más representativas. Entre ellas, la que hoy nos ocupa. No es otra que La Zona Crepuscular, que apareció por primera vez en abril de 1987. Con guion del propio Sclavi y dibujo a cargo de Giuseppe Montanari y Ernesto Grassani, el tomo relataba la extraña realidad que vivían los habitantes de Inveraray.
Hace un tiempo que esbocé algunos aspectos de la relación entre Dylan y su némesis, el doctor Xabaras, quienes tuvieron un primer encuentro en el primer número de la colección, El amanecer de los muertos vivientes. En aquella ocasión, el peligroso y megalómano científico ya revelaba estar trabajando en un virus con la capacidad de revivir a los muertos, aunque estos no disfrutarían de la inmortalidad plena y consciente que él mismo poseía. Lo que en la localidad de Undead era putrefacción y cuerpos sin alma, en Inveraray es una suerte de instantánea que debe ser conservada a toda costa, por deseo expreso de sus habitantes.
¿Pero qué tienen que ver Mesmer o Poe en todo esto? Mucho, desde luego. Pronto llegaremos a eso. Pero antes, he de hacer un rápido resumen de los sucesos que rodearon a la desdichada Mabel Carpenter, protagonista involuntaria de aquel séptimo número de las aventuras del Investigador de las Pesadillas. La joven, que dedicaba sus días a estudiar en la biblioteca de la pequeña ciudad, descubrió por casualidad que aquellos a quienes veía a diario se deshacían como la manteca caliente. Sus caras y brazos se desprendían al mínimo contacto. Ella no podía hacer más que correr, aunque siempre era interceptada por alguno de sus vecinos, que la sedaban y la devolvían al dulce engaño de la monotonía. En un lugar sin tiempo como aquel, el mínimo contratiempo que fuese detectado por el exterior podría poner fin a la ilusión.
A pesar de la magistral escenificación desplegada, Mabel intuía que algo muy siniestro estaba ocurriendo allí, y que el doctor Hicks tenía un papel clave en todo el asunto. Es por ello que se decidió a telefonear a Dylan Dog, con el pretexto de una supuesta suplantación de identidad de todo el pueblo. ¿Podría ser cosa de extraterrestres?
Mientras el detective y Groucho viajaban en coche hacia el lugar, Mabel continuaba tratando de huir de sus monstruosos conocidos, que trataban de calmar sus ánimos mientras sus facciones se derretían sin que pareciera afectarles lo más mínimo. Los visitantes tendrían que coger un transbordador para cruzar a través del lago Fyne y llegar a Inveraray. El transporte era mucho más tétrico de lo que esperaban, pues se trataba de un barco enorme, cuyo capitán respondía al nombre de Caronte. No había nada extraño en ello, o eso aseguraba el hombre, quien había comprado esa enorme maqueta a la productora Hammer tras haber sido usada en varias películas. Curioso sentido del humor el de Caronte, sabedor de que uno no podía acostumbrarse a la muerte, pero sí olvidarla. Olvidarse de morir…
El trayecto a través del lago sería accidentado, ya que Mabel y Dylan confluyeron en medio de la desesperada huida a nado de la primera. Un remolino de incierto origen complicó todavía más las cosas. La chica estaba siendo succionada a su centro, y el detective trató de salvarla, sin éxito. Solo pudo recuperar una pulsera con su nombre. A pesar de haber fracasado antes de empezar siquiera a investigar el caso, el ex agente de Scotland Yard decidió ser quien diese las malas noticias a la madre de la muchacha. Esta, sorprendida por la visita, indicó a los recién llegados que no había nada que lamentar. Mabel dormía en su habitación, como si nada hubiese ocurrido. ¿Cómo era posible? ¿Mabel sobrevivió a aquel remolino y regresó nadando, sin más? La misma retornada tenía vagos recuerdos de lo que acababa de vivir, y algas pegadas a sus pantalones que demostraban que todo era cierto. Pero no vio a Dylan y Groucho, que habían sido despedidos de mala manera por su madre.
Los dos vagaron sin rumbo por las neblinosas calles de Inveraray hasta que salieron de sus límites de forma inesperada. Dieron con sus huesos en el cementerio local, donde hallaron el mausoleo de los Carpenter. En su interior se hallaban los lugares de descanso de todos los miembros fallecidos de la familia, pero también los de aquellos que aun seguían vivos. Entre ellos, la propia Mabel, nacida en 1926. Algo a todas luces imposible, a menos que Xabaras tuviera algo que ver con aquel lugar. Eso cacería de lógica, según Dylan. Ya había sido testigo de lo que su enemigo era capaz de hacer, pero los muertos que el doctor había devuelto de sus tumbas en Undead eran incapaces de pensar o hablar. Aunque aquel caso encargado por Mabel no había sido aceptado con tanta premura por casualidad, pues el detective tenía información sobre un antiguo laboratorio de Xabaras en Inveraray. Según confesó a su asistente, lo sabía porque su padre fue a destruir el lugar años atrás. Si el pobre diablo supiese lo equivocado que estaba…
Aquel mausoleo escondía una última sorpresa. Terence Carpenter, el padre de Mabel, se levantó de su nicho y rogó a sus interlocutores que acabasen con su agonía. Impoluto y sin marcas de deterioro físico, Terence tuvo que arrancarse la cara para dar credibilidad a su declaración. Él fue el primer habitante de la Zona Crepuscular. Desconocía si estaba vivo o muerto, pero sí que tenía claro que estaba atrapado en una frontera que no quería transitar más. Dylan le concedió su deseo a base de disparos, tras los cuales solo quedó polvo maloliente.
Al día siguiente, y tras un nuevo incidente protagonizado por Mabel, su camino y el de Dylan por fin se cruzaron de forma satisfactoria. Pudieron hablar sin interrupciones, siendo ya ella consciente de que era otra habitante de la Zona. Su problema es que lo olvidaba con asiduidad, y en esos lapsus provocaba el caos en aquel lugar alejado de la realidad. El doctor Hicks tenía todas las respuestas necesarias para dar por cerrado aquel caso.
Allí, en la vieja torre que una vez fue un laboratorio dedicado a insanos experimentos, el doctor reconstruía pieza a pieza al pretendiente de Mabel, quien había sido víctima de una colisión con su coche. Lejos de sorprenderse por la visita, el doctor Hicks parecía sentirse aliviado. Poder explicar lo que allí ocurría a alguien de fuera le quitaba un gran peso de encima. Tal como él veía las cosas, Inveraray no era el infierno que Dylan pregonaba, sino un sitio donde vivir en paz, ajenos al paso del tiempo y a la llegada de la muerte.
La clave estaba en el mesmerismo. Magnetismo animal, imanes, sugestión mental… Imagino que ya sabréis de qué estoy hablando. Podría haceros un somero repaso de las bases fundamentales de dicha doctrina, pero requeriría de mucho espacio para hacerlo y alejaríamos demasiado el foco de lo que interesa ahora, así que os ahorraré una buena parrafada. Quedémonos con la idea de que el doctor Hicks pensaba que el mesmerismo era un fenómeno inexplicado e inexplicable, una forma de magia aun no descubierta por la ciencia oficial.
Sus explicaciones sufrieron un pequeño paréntesis para insertar en la trama uno de los cuentos más famosos y sugestivos de Edgar Allan Poe. El doctor extrajo de su biblioteca personal un tomo de Tales of Mystery and Imagination que contenía, entre otros, La verdad sobre el caso del señor Valdemar. Según el mismo Hicks, una “obra maestra” en la que “los límites entre fantasía y realidad son sutilísimos, casi inexistentes”. En pleno tomo de Dylan Dog, Tiziano Sclavi se tomó la libertad de resumir el argumento del relato de Poe publicado en diciembre de 1845 en la revista American Whig Review. Para ello, Montanari y Grassani dotaron el señor P. del relato con el aspecto del mismísimo bostoniano, mientras narraba los efectos de aquella hipnosis in articulo mortis. Una curiosidad que seguro que sigue siendo desconocida por muchos amantes de la obra de uno de los grandes maestros del relato corto.
Volviendo a la Zona Crepuscular, aquellas divagaciones y rodeos de Hicks pretendían poner en contexto lo que pasaba en Inveraray, que no era otra cosa que aquella fantasía imaginada por Poe, pero llevada al extremo. La torre en la que ahora hablaban el doctor y el detective fue destruida hacía medio siglo tras un misterioso incendio. Allí pereció – o eso creía Hicks – un tal doctor Vergerus, que no era otro que uno de los muchos apodos usados por Xabaras. Hicks compró la derruida torre movido por la curiosidad.
La biblioteca personal de Vergerus había sobrevivido al fuego, y allí encontró muchos apuntes sobre Mesmer, desarrollados a su máxima expresión: el suero M, compuesto químico capaz de impedir la putrefacción de la materia orgánica. No era un suero perfecto, y Hicks no podía replicar la inteligencia de Vergerus, pero sí podía probar la valía del suero y sus propios métodos con su mejor amigo, moribundo por aquel entonces, que no era otro que Terence Carpenter. Le inyectó el suero en abril de 1928. Luego lo mesmerizó y le pidió que durmiera. Horrorizado por su acto, Hicks trató de despertar a Terence, creyéndolo muerto. Pero el experimento mesmérico escapó a su voluntad. Terence cayó en una suerte de locura, creyendo ser un fantasma. No estaba vivo, pero tampoco muerto. Había quedado atrapado en el instante en el que expiraba, en la frontera entre la vida y la muerte. El suero M evitaba que su carne se pudriese, y los toques mesméricos dejaron atrapada su consciencia en un eterno presente que no sabía cómo gestionar.
Sin saber muy bien cómo o por qué, el resto del pueblo se prestó al mismo procedimiento de forma voluntaria un par de décadas después. Bueno, todos no. Mabel fue la segunda persona sometida al experimento – ya más pulido – de Hicks, tras lo ocurrido a su padre. La chica tuvo un accidente mientras viajaba en una barca en algún momento del año 1944. No se podría recuperar de las secuelas sufridas, por lo que su madre recurrió desesperada al doctor, sabedora de lo que era capaz de hacer. Hicks la sometió al trance, ordenándole que aceptara su nueva realidad y olvidase lo ocurrido aquel fatídico día. Para ella, al igual que para el resto de Inveraray, el tiempo se detuvo. Seguía siendo una chica de dieciocho años que cada día iba a estudiar a la biblioteca. La misma que flirteaba de forma inocente con Mark. Cada día igual al anterior. Una y otra vez. En la Zona Crepuscular no se moría.
“La idea de tener que morir hace que nos afanemos por encontrarle un objetivo a nuestra existencia. Eliminada esa idea, también desaparece el afán.”
Si todo aquello era cierto, ¿por qué Terence Carpenter se había deshecho tras recibir unos cuantos disparos? El suero M había resultado ser muy efectivo, pero la mesmerización no era infalible, al fin y al cabo. Puede que el efecto del experimento no fuese permanente. Puede que incluso esa vida sin vida llegase a su fin. Hicks lo aceptaba, pues supondría una muerte dulce, como un bonito sueño del que se acaba despertando.
Dylan, por su parte, prefería abandonar todo aquello y dejarlo tal como estaba. Una estampa idílica, pero imperfecta. Una fotografía que terminaría por corromperse algún día impreciso. Nunca regresaría a Inveraray – al menos, de momento, pues el tomo tuvo una secuela en junio de 1991 bajo el título de Regreso al Crepúsculo, que resumiré en otra entrada –, pero siempre tendría presente aquel pueblo. Le ayudaría a sentirse vivo, aunque fuese consciente de que los pocos años que las personas disfrutan en este mundo son poco menos que un instante en la eternidad...
Félix Ruiz H.
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