Johann Wier: un demonólogo contra la caza de brujas


 

Queridos aprendices, asistentes y curiosos, bienvenidos a un nuevo post de nuestro Gabinete. En pleno siglo XVI, la caza de brujas estaba a la orden del día. Los demonios estaban presentes por todas partes, y prácticamente cualquier actividad cotidiana podía verse influenciada por ellos. Pero había quienes dudaban de estas supersticiones. Entre ellos, Johann Wier, que veía en Satán a un trilero.

Recupero para la ocasión otro texto que escribí hace siete años para la revista digital Phenomena Magazine, en el presenté la figura de un estudioso que huía de los rocambolescos e inverosímiles argumentos que se usaban contra los sospechosos de practicar brujería. Unas sospechas y pesquisas que, siendo optimistas, se llevaron por delante unas cincuenta mil vidas durante los siglos de máximo apogeo en lo que a la caza de brujas se refiere.

La taumaturgia, las artes mágicas chamánicas o los milagros obrados por santos eran inseparables de la vida social del siglo XVI. Ritos, visiones o profecías eran el pan de cada día desde la antigüedad, donde la sacralidad era sinónimo de influencia, poder y orden. Siempre según los intereses imperantes, como no podía ser de otra forma. Intereses que respondían mayoritariamente a los de las monarquías, los grandes señores y la Iglesia. En tiempos de zozobra religiosa o política, una de las grandes armas que usaban quienes ostentaban los puestos de mayor importancia era el miedo, y qué mayor miedo se puede implantar en el inconsciente colectivo que el del propio mal personificado.

Aquí es donde encajan Satán y sus huestes. Personas que hacían pactos con él y otros diablos menores para obtener poderes increíbles y capacidad para hacer el mal. Tales habilidades les permitían hacer daño a sus semejantes a mayor o menor escala, convirtiéndose en individuos temidos y, por ello, sensibles de ser señalados y capturados. En cuanto al propio Diablo, continuaba siendo una figura etérea e invisible al ojo humano. A pesar de estar supuestamente acompañado de toda una corte infernal, se necesitaba una vía que lograra que su presencia fuera palpable. Y ahí es donde entran en juego los nigromantes o las brujas.

La taumaturgia era aceptada siempre y cuando fuera ejercida desde los círculos oficiales. Pero no nos engañemos. En cierta forma los nigromantes eran igualmente teólogos pero eran los apartados, los no aceptados, los que ofrecían visiones alternativas o investigaban otras vías de acercamiento a la naturaleza, o a los seres ocultos. Las luchas de la religión, bajo el telón de fondo de la Reforma, llevaron a que las disputas entre los diversos bandos y cultos afines a los mismos se resolvieran con las infames cacerías. Ya hemos dicho que esas persecuciones se llevaron por delante miles de vidas. Muchas de ellas inocentes, por desgracia.

Muchos satanistas, sin embargo, creían que el Diablo era un embaucador en toda regla. Un ser capaz de influir de tal manera a sus víctimas que perdían todo control sobre sus fantasías y sus deseos. De esta forma, se les podría eximir de responsabilidad en los casos de brujería que se denunciaban a diario. En esta corriente de pensamiento se insertaba nuestro hombre, Ioannes Wierus.

Juan Wiero, como se le conoció en España, vino al mundo en 1515 en la localidad holandesa de Grave, dominada entonces por los Habsburgo. Desde muy pequeño comenzó a estudiar latín, y no tardó en convertirse en discípulo de uno de los hombres más importantes desde el punto de vista intelectual de la Edad Media: Enrique Cornelio Agrippa de Nettersheim. A sus catorce años, Wier comenzó a aprender del filósofo, cabalista, médico y alquimista, entre otras cosas. Aunque también se le consideró nigromante. ¿Por qué se le acusó de tal cosa? Se debió sobre todo a las doctrinas que planteó en su libro más famoso y a la vez polémico: De Occulta Philosophia.

La obra está dividida en tres tratados. Cada una de sus partes está dedicada a las parcelas en las que el autor dividía el Universo: elemental, celeste e intelectual. Teniendo en cuenta este detalle, cada tratado se dedica a una parte de la magia: el primero a la magia natural – Magia Naturalis –, el segundo de ellos a la celeste – Magia Celestialis – y el tercero a la ceremonial – Magia Ceremonialis –. Con esta estructura, Agrippa pretendía mostrar que era posible beneficiarse de las posibles correspondencias entre el ser humano y el Cosmos, basándose en analogías entre Cielo y Tierra, siendo el ser humano, por tanto, un “agente manipulador” de estas misteriosas fuerzas.



No olvidemos que nuestro hombre estuvo enormemente influenciado por el Neoplatonismo del Renacimiento y por la Cábala. Su doctrina es también una suerte de combinación de ambos campos, llegando a la conclusión de que el ser humano era en su conjunto un demiurgo, pero de forma reducida. Era el propio Cosmos y su relación con la Tierra y la Naturaleza lo que permitía a quienes entendieran estas sutiles conexiones cierta capacidad de manipulación. Dios gobierna, pero sus servidores ejecutan. Ya sean magos o demonios, pues según Agrippa ellos también sirven, a su manera, al Creador.

Así, todo el que accediera a estos secretos podría ser un demiurgo, dentro de un Universo que está perfectamente estructurado, siendo todo parte del Alma. El resultado es un pensamiento donde se dan cita la Alquimia, la Demonología, la Cábala o la Magia, entre otras.

Cornelio mostraba la estructura del Universo según su propio entendimiento: elemental, celeste e intelectual, en sentido ascendente. Pues bien, viajando a través de su libro más famoso llegaremos sin remedio a su tercera parte, donde su autor se puso un objetivo ambicioso: resumir las claves que podrían ayudar a ascender a través de esta escala hasta llegar al propio Dios.

Solo con hablar de esta posibilidad, podemos imaginar a más de un erudito o canónigo montar en cólera. Pero la cuestión no quedaba ahí. Una vez que hipotéticamente se llegara a Dios, Agrippa pretendía que era posible obtener sus dones para verterlos sobre el mundo. ¿Cómo? Pues a través de la manipulación de la naturaleza – con la invocación de fenómenos meteorológicos diversos – o de milagros, que incluyen curaciones y resurrecciones. Con esto presente, y con el contexto temporal en el que se desarrolló la vida de Cornelio, no es de extrañar que se le tachara de nigromante.

Con estos antecedentes, es lógico que un día también se acusara al propio Wier de nigromante. Antes de eso estudió junto a Agrippa, para luego continuar su formación abrazando la medicina en París y Orleans. Ejerció su profesión en su Grave natal, y después en Arnhem en 1545. Su labor llamó la atención de Guillermo I de Cléveris, que reclamó los servicios de Johannes en 1150, labor que le ocuparía hasta 1578, diez años antes de su muerte. Fue precisamente en esta etapa de su vida en la corte Cléveris cuando desarrolló su pensamiento hacia el Diablo y las brujas, destacando su obra Pseudomonarchia Daemonum.

Su etapa previa a la labor en la corte de Guillermo I de Cléveris como médico sirvió para que Wier tomara contacto directo con la nigromancia y la demonología. Ocurrió en 1548, durante su estancia en Arnhem, cuando tuvo que acudir como experto a un proceso contra un adivino acusado de hechicería. La fama de Wier como médico y aprendiz de Agrippa le precedieron, y se vio envuelto en este caso, donde tuvo que hacer frente a sus propias ideas. Y es que este hombre tenía una cosa clara: el poder del Diablo le permitía manejar la imaginación de sus víctimas.

Satán usaba al nigromante y a la bruja como herramienta para acceder al mundo. Las artes supuestamente mágicas de los oficiantes de ritos oscuros se apoyaban en efectos ópticos y sonoros que favorecían la eficacia de estos actos, y a su vez la extensión de la histeria que llevó a las infames cacerías. Como embustero y hábil timador, Satán usaba a sus demonios y a los pobres infelices que se cruzaban en su camino mediante un teatro infernal que representaba a la perfección. De esta forma, los oficiantes de los rituales no eran culpables de sus actos.

Nadó a contracorriente. Incluso contra el mismísimo Malleus Maleficarum, el terrible manual ideado por Kramer y Sprenger que los inquisidores apoyaron hasta sus ultimas consecuencias. Posicionarse en contra de las leyes contra la brujería le valieron la acusación de nigromante, una acusación muy grave que casi le llevó a ser perseguido. Por ejemplo, Martín del Río hizo de Johannes un seguidor del Diablo en su Disquisitionum Magicarum, y sus obras acabaron en el Índice de Libros Prohibidos, la lista negra más famosa de la historia. Pero por suerte para Wier, la corte de Cléveris le protegió bien.

Fue allí donde escribió sus obras más importantes sobre demonología y brujería: De Praestigiis Daemonun (1563), Pseudomonarchia Daemonum (1577) y De Lamiis Liber (1577). El segundo de ellos es el más conocido y en él señala que su fuente principal fue el Libro de los oficios de los espíritus, o libro llamado Empto. Slomón, sobre los príncipes y los reyes de los demonios, una relación de los nombre demoníacos y los procesos de invocación de los mismos. En este libro cita a sesenta y nueve demonios, con detalles de sus atributos.

Hay quienes señalan que Wier se basó también en el Livre des Esperitz – el Libro de los Espíritus –, un anónimo francés del propio siglo XVI donde se hace inventario de cuarenta y seis demonios, de los cuales treinta y cinco también están en la Pseudomonarchia. Los defensores de esta hipótesis señalan que Wier tenía una copia de este manuscrito, pero estaba incompleta: Lucifer, Belcebú, Satán y los denominados demonios cardinales – Orien, Pymon, Amoymon y Equi – no estaban referenciados en la Pseudomonarchia.

Más allá de estos detalles, nadie conoce a ciencia cierta si esta influencia es tal. Lo que sí es posible saber es que, a pesar de que reconocía la existencia de fuerzas oscuras que operaban sobre las mentes y los cuerpos de las personas, Johann Wier estaba en contra de las cacerías que se desataron por toda Europa, y por supuesto no aprobaba las artes de los inquisidores y los magistrados que dictaban sentencias tan crueles hacia la ida humana. Dentro de un mundo tan supersticioso como el que le tocó vivir, Wier intentó poner un poco de orden en tanta sinrazón, lucha que mantuvo hasta su muerte, acaecida en Teklenburg, Renania del Norte, en 1588.


Félix Ruiz H.




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