Arthur Machen: Incidente en Green Round


 

En cuanto a su ciencia secreta, estaba en la posición de Ashmole: sabía lo suficiente para callar, pero no lo suficiente para hablar.


Hay mucha gente que podría verse reflejada en Lawrence Hillyer y su dificultad para relacionarse con su entorno. La razón última tras esa realidad es un misterio, aunque el propio estudioso lo achaque a sus estudios, de naturaleza difusa. Si el relato publicado por Arthur Machen en 1933 hubiese aparecido noventa años después, echaríamos la culpa al mundo moderno y su ritmo desaforado. Pero, sorpresa: no es éste un fenómeno moderno, y el autor lo refleja en la Londres de 1929. Una ciudad grande y llena de rincones oscuros, pero a la vez mundana y poco dada a lo extraordinario. Lo urbano como una maquinaria urbana que atrae y acumula personas que, en su inmensa mayoría, son totalmente desconocidas las unas para las otras. Pero he aquí que aquello que no puede explicarse puede aparecer en sitios insospechados: en una habitación silenciosa o en un campo en medio de Pembrokeshire.

Pocas veces he tenido unas sensaciones tan encontradas con una obra. El propio prólogo, escrito por Mark Valentine hace un cuarto de siglo, adelantaba que Incidente en Green Round es una obra fallida. O eso es lo que debemos creer quienes nos acercamos a la, hasta ahora, única edición en castellano de la novela, editada en 2024 por Aurora Dorada Ediciones. Tras tres lecturas, este asistente está en total desacuerdo con el prologuista. A sabiendas incluso de que el propio Machen estaba decepcionado con un manuscrito que escribió por una simple cuestión de necesidad. Necesitaba el dinero y, estando cerca de ser septuagenario, empezó a quemar sus últimos cartuchos. Un encargo de 50.000 palabras era una oportunidad que no podía dejar pasar. Se puede opinar – y con razones de peso – que todo lo narrado en el periplo de Hillyer no es más que una sucesión de eventos sin sentido. Pero nada más lejos de la realidad. Desde mi insignificante punto de vista, la puerta secreta que conduce a lo numinoso fue abierta a propósito por el galés.

No faltan ejemplos de esa búsqueda de la maravilla. A veces de carácter neutral, otras veces bastante hostil. El mundo feérico y la Reina de las Hadas, pero también las criaturas más oscuras y terribles del folclore británico. Esa dicotomía tan marcada tiene un espacio destacado en este penúltimo intento de Machen de demostrar que no era capaz de escribir la ficción ligera a la que tantos otros debieron adaptarse. Era tan poco complaciente con los lectores de otro tipo de novelas – como esta, que se presuponía de suspense – que no se prestaba a lo normativo. Con Incidente en Green Round, los lectores no encontrarán explicación alguna a sus preguntas e inquietudes; tampoco un elenco de personajes memorables y profundos; ni tan siquiera un cierre que pueda considerarse satisfactorio. Todo queda a medias. Pero no por falta de compromiso o de ideas. Sospecho, y no soy el único, que Machen bordeó todos los límites de las convenciones de aquel género al que tuvo que recurrir para alimentarse. Su objetivo: incluir en este libro todo aquello por lo que destacó entre sus contemporáneos.

La concatenación de incidentes descritos por Machen ni siquiera estaban siempre directamente relacionados con ese hombre que, a mediados de su cincuentena, comenzaba a experimentar de forma abrupta con lo irreal. Eso queda claro desde la misma presentación del entuerto. Pero de eso daremos algún dato un poco más adelante, porque primero debemos centrarnos en Lawrence Hillyer, una figura que no responde a las características básicas del detective de lo oculto, pero sí al interesado en lo heterodoxo o sobrenatural.

Solitario y entregado por completo a sus lecturas y manuscritos, Lawrence apenas dedicaba tiempo a otras cosas. Y, por supuesto, no atendía a ninguna persona que no estuviese dentro de sus contados y necesarios contactos. Aquellas mismas personas que le facilitaban o brindaban la información necesaria de los libros que debía exprimir. En ese contexto, y tras un inusual episodio de pérdida de memoria y una desconexión de la realidad que le rodeaba, Lawrence comprendió que necesitaba ayuda. Es este un primer momento de ruptura en el que hemos de detenernos.

La disociación sufrida por el protagonista fue repentina y no tenía ningún detonante claro. Unos conceptos que eran del todo ajenos al estudioso le llevaron a perder toda noción de espacio y tiempo. Se movía de forma automática, como movido por una fuerza ajena. Solo tras un tiempo indeterminado, puede que unas horas después, Lawrence pudo recuperar el control de su propio ser. ¿Qué estaba detrás de esa enajenación transitoria? No se sabrá en ningún momento. Este es solo el primer ejemplo de lo que espera a los lectores en posteriores capítulos. Pero sí que se puede adelantar algo: aunque la fenomenología acompañaba a Hillyer allá donde iba, no parece estar conectada de forma intrínseca con su persona o algo realizado por él.

Debido a todo lo anterior, Lawrence acudió al doctor Flanagan, quien en su consulta de Layburn Square prescribió al paciente una sola cosa: tomar la brisa del mar, a ser posible hacia el oeste. Así fue como nuestro protagonista decidió marchar a Porth, desconocedor de la polémica que habían suscitado ciertas cartas al director de un periódico londinense en las un denunciante aseguraba que en aquel lugar, otrora tranquilo y dado a reforzar la paz mental de los lugareños y turistas, se producían inesperadas y desaforadas festividades. Eventos que, por supuesto, eran negados por otros visitantes y por el propio alcalde de la localidad.

Las quejas del denunciante en cuestión se centraban en un paraje conocido como Green Round, ubicado entre una serie de dunas naturales. Allí, este visitante vio un edificio “de apariencia grotesca”, frente al cual había un enorme escenario en el que se tocaba jazz. Un testimonio que solo fue refrendado tiempo después por un par de desconocidos a los que Lawrence oyó hablar sobre un enorme estruendo que pudieron oír durante una noche y que procedía de aquel lugar.

Haciendo caso a su doctor, Hillyer hizo todo lo posible para confraternizar con todo aquel al que se encontraba en su estancia en Porth. Para ello, se entregó a la lectura de la prensa amarillista, en la que se escribían largos y sesudos artículos sobre las costumbres de la alta sociedad. Craso error, aunque el otrora antisocial estudioso cosechó pequeños éxitos, mejorando paulatinamente en su forma de relacionarse con los demás.

Por desgracia para él, toda aquella gente no tardaría en volverse en su contra por motivos que no terminaría de entender. Hasta el punto de que casi acabó siendo linchado por un grupo de hombres. Poco antes de su llegada, una mujer desapareció por la zona, por lo que quizá se le consideraba sospechoso. O eso pensó Lawrence, que sin embargo no terminaba de colocar las piezas del puzle. ¿Por qué hablaban esos hombres de un supuesto compañero? ¿Por qué algunos de ellos corrieron tras una figura invisible?

Esta segunda circunstancia anómala sí que será recurrente en los siguientes capítulos. Algo acompañaba a Lawrence en sus paseos por Londres. Porque, a pesar de la agridulce experiencia vivida en Porth, el protagonista no volvió a encerrarse a cal y canto en sus habitaciones. Un edificio, por cierto, en el que convivía con tres hombres más, aparte de su casera y la hija de esta. Un sitio que pasaría a estar infestado al completo sin que fuese necesaria la presencia del protagonista en el mismo, reforzando el argumento de que él no fue en ningún momento el causante de la aparición de sucesos extraños.

Las caminatas matutinas del hombre le llevaron a callejones, plazuelas y otros entornos desconocidos hasta entonces por él, entablando contacto con otros tantos desconocidos que toparían con lo maravilloso. Entre medias, Lawrence dio con un libro muy particular, escrito por un reverendo llamado Thomas Hampole en 1853. Se trataba de Un paseo por Londres: meditaciones sobre las calles de la metrópolis, que causaría uno de los momentos más oníricos y terroríficos de este trabajo de Machen.

Tras una de las continuas reflexiones de Hillyer, en las que consigna sus inquietudes intelectuales y filosóficas – plasmando, de camino, las del galés –, un viejo amigo suyo, bibliófilo experto, apareció en sus habitaciones de forma inesperada. Sentados uno frente al otro, y con Lawrence haciendo anotaciones de las pocas conclusiones a las que su conocido había llegado respecto al libro de Hampole, se produjo un repentino cambio de atmósfera. La expresión de su amigo cambió, mostrándose furibundo. Al mismo tiempo, Lawrence quedó inmovilizado y mudo, víctima de un terror indecible. La figura que estaba sentada al otro lado de la mesa se deformó hasta extremos irracionales y la estancia quedó sumida en la negrura más absoluta. Un episodio digno de las más angustiosas parálisis de sueño que se puedan imaginar. ¿Pero de verdad fue una parálisis de sueño? Machen vuelve a dejar al lector a medias, dándole permiso para decantarse por la opinión que considere oportuna. El propio Hillyer habla de ensoñación, pero las anotaciones que hizo sí que estaban escritas en papel.

Podría continuar desgranando las pequeñas desventuras del protagonista y sus vecinos o conocidos, o volver a incidir en las anotaciones místicas que el primero comparte con nosotros, pero con ello quizá lograría el efecto contrario al que pretendo conseguir, que no es otro que animaros a leer este curioso ensayo disfrazado de novela a medio camino entre el costumbrismo y la intriga. Cuando se habla de Machen, Incidente en Green Round pasa totalmente desapercibida. Creo que es un error que hay que subsanar, y no precisamente por lo que cuenta, sino por lo que insinúa. Para ello, hay que comprometerse con el autor e interesarse por su trayectoria vital, sus propias inquietudes y lo que trató de plasmar en sus escritos. Una vez superado esos necesarios trámites, esta novela ignorada adquiere nuevas capas de profundidad y formas de ser leída.

Para finalizar este texto y terminar de apuntalar este razonamiento, recurriré a las palabras de Alberto Ávila Salazar, traductor de la obra, que afirmaba lo siguiente al final de la edición aparecida durante el pasado 2024: “Si de una obra de arte hay que valorar su capacidad para abrir puertas, muy pocos libros abren tantas como este Incidente en Green Round…”.


Félix Ruiz H.




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