Flaxman Low y la amenaza del doctor Kalmarkane

 

En 1899 vieron la luz las últimas aventuras que uno de los primerizos occult doctors compartió con Kate y Hesketh Prichard. Aquellos relatos, publicados en la revista Pearson´s bajo el sugerente título de Real Ghost Stories, daban cuenta del enfrentamiento que mantuvo el estudioso de fenómenos psíquicos inglés con alguien igual de curtido pero mucho más peligroso. Una sombría figura que estuvo a punto de acabar con su vida.

La introducción de aquella colección de relatos que comenzaron a aparecer en enero de 1898 dejaba a las claras que nuestro particular gentleman, quien hace su segunda aparición en nuestros archivos, usaba un pseudónimo para ocultar su verdadera identidad. Por ello, todo lo que se pueda escribir al respecto es pura hipótesis o especulación. Pero hagamos caso a Alberto López Aroca y su anexo al tomo que en 2020 reunió toda la andadura pública de nuestro protagonista y demos algunos datos que puedan ayudar a los lectores a situar al huésped de ciertas habitaciones de Fassifern Court en el mapa. ¿Por qué no era famoso? ¿Qué preparación académica poseía? ¿No cobraba por sus servicios como “psicólogo”?

En la supuesta carta que envió a los Prichard en febrero de 1896, Low fue lo suficientemente escueto a la hora de explicar su deseo de permanecer en el anonimato: “No tengo intención de aparecer como un fanático”. No deseaba recibir visitas inesperadas, ni tampoco que los tabloides aireasen sus actividades. Sin embargo, no dudaba en asistir a reuniones especiales de la Sociedad Anglo-Americana de Investigadores Psíquicos, donde incluso leía ponencias sobre egiptología. Fue en una de ellas donde el doctor Kalmarkane pudo ser testigo de primera mano de la sapiencia de nuestro hombre. ¿Existía algún pacto de confidencialidad entre los asistentes? ¿Algunos de esos colegas de lo oculto sabía quién era Flaxman Low?

En cuanto a la segunda de las interrogantes planteadas arriba, López Aroca puntualizaba en su ensayo biográfico sobre Low que el título de “Mr.” delataría su falta de doctorados. Eso no significa que no cursase estudios universitarios en algún momento. Es posible que sus andanzas en la universidad de Oxford se diesen en varios periodos de tiempo o que, en su afán por abarcar todos sus intereses, cursase diferentes carreras a la vez. De allí salió a mediados de la década de 1880 con fama de ser un atleta de gustos excéntricos. Pero esta faceta más o menos mundana derivaría en algo más extremo, bien en esos años tempranos o poco después, cuando sus intereses variaron hacia la “psicología” marginal. El cómo y el por qué son un misterio, aunque puede que Arthur Conan Doyle supiese algo al respecto y por ello escribiese sobre John Vansittart Smith en El anillo de Thot (1890) o sobre Abercrombie Smith en Lote N.º 249 (1892). ¿Quién sabe?

De una u otra forma, no acreditaba ningún título oficial. Como ya mencioné en la primera entrada dedicada a él – Flaxman Low y el Elemental del camino del páramo –, sus conocimientos abarcaban multitud de campos diferentes, aunque se consideraba a sí mismo “psicólogo”. Una psicología sobre los fenómenos psíquicos de corte sobrenatural. Según los Prichard, su saber era heterogéneo, a caballo entre las materias permitidas y oficiales y las más herméticas y ocultas.

Además de eso, tenía nociones bastante avanzadas sobre medicina. Igual pasaba con otras ciencias como la filosofía, lingüística, botánica, micología o antropología. Su gran pasión, al margen de todo lo anterior, era la egiptología. A todo ello podía dedicar tiempo y dinero de sobra, lo que nos lleva a la tercera y última cuestión que a la que pretendemos arrojar algo de luz antes de hablar sobre la animadversión existente entre Mr. Low y el doctor Kalmarkane.

Atendiendo a todo lo anterior, se ha de suponer que Low disponía de grandes cantidades de dinero. Si es cierto que comenzó con sus investigaciones psíquicas poco después de dedicar menos esfuerzo a su formación académica – López Aroca mencionaba que Flaxman podría haber nacido entre 1861 y 1863 – y que nunca pedía retribución alguna por ellas, ¿existe la posibilidad de que proviniese de una familia rica?

Una vez más, la falta de material complementario por parte del propio Low y de los Prichard dificulta esta tarea, pero los indicios apuntan a que se podría tratar de un rico heredero o un hijo de familia privilegiada. Eso haría posible que, a pesar de su aparente falta de ocupación laboral formal, pudiese acumular antigüedades egipcias o manuscritos incunables o muy raros.

Pero volvamos al doctor Kalmarkane, el hombre que puso en jaque a Flaxman Low y sobre el que los Prichard escribieron dos historias gracias, sobre todo, al doctor Gerald d’Imiran, quien puso a Low al día sobre las extrañas actividades que su jefe llevaba a cabo en su apartada casa de Dorset durante algunos meses de 1892 y 1893. A comienzos de aquel segundo año, d’Imiran se presentó en las habitaciones del investigador psíquico en Fassifern Court para contarle lo que había vivido durante las veintisiete semanas anteriores.

Nuestro estudioso de lo oculto ya había oído hablar sobre aquel a quien su interlocutor – con quien tenía un conocido en común – describía como “un hirsuto gigante, con una imponente figura huesuda y desgarbada”. A pesar de las intempestivas horas a las que el doctor acudió en busca de ayuda y consejo, su anfitrión se mostró solícito, comprensivo e interesado. Por avatares de la vida, d’Imiran había sido contratado como asistente de Kalmarkane, que como hemos indicado, vivía casi aislado en una casa conocida como Crowsedge. Hombre de extraordinarias capacidades, guardaba con especial celo el objeto último de sus estudios, que no compartía con nadie. Ni tan siquiera con su nuevo ayudante, a quien tenía vetada la entrada a su laboratorio particular, ubicado en la parte alta de la citada propiedad.

Tras una visita a unos túmulos funerarios de la península de Jutlandia, la anterior suspicacia de Kalmarkane dio paso a una cierta amabilidad para con su empleado, a quien permitió compartir algunos de sus experimentos. Estos, sin embargo, no fueron del agrado de d’Imiran, que volvió a ser víctima del carácter iracundo e intransigente del doctor. Donde el joven veía transgresiones muy graves de su código deontológico, Kalmarkane solo veía supersticiones y barreras que debían ser superadas a cualquier precio.

El críptico doctor ya había dado muestras de ello en el pasado, cuando escribió un famoso y polémico volumen titulado Potencias de la energía etérea, en el que trataba de demostrar que tales energías podían ser activadas y controladas por la mente. Los posteriores hechos convencieron a d’Imiran que Kalmarkane poseía poderes más allá de los razonamientos comunes.

Un buen día, después de la airada discusión, Kalmarkane permitió a su ayudante el acceso a su estudio personal para buscar unos documentos. Ya en la estancia, d’Imiran dio con ellos con rapidez, al mismo tiempo que observó cierta caja oblonga que su pagador había traído consigo de su viaje por Jutlandia. Estaba abierta y vacía. Esto podría parecer normal si no fuera por lo acaecido justo después, mientras el ayudante bajaba las escaleras hacia la parte inferior de Crowsedge. De entre las sombras surgió una mano que le agarró de uno de los tobillos y trató de hacerle caer. Gerald d’Imiran aseguró a Flaxman Low que aquella mano y antebrazo no estaba conectados con ningún cuerpo, sino que flotaban en el aire, movidos por una fuerza que no lograba explicar.



Unos días después, y ante la aparente indiferencia de Kalmarkane, d’Imiran volvió a aventurarse escaleras arriba, viendo con terror el brazo y antebrazo que casi acaban con su vida. Estaba en la caja que fue descrita antes, y parecía viva. Estaba cálida y falta del lógico deterioro que debería presentar. En la muñeca portaba un brazalete de bronce, que podría ser muy antiguo, en opinión del asistente. Aun mirando aquella suerte de amuleto macabro, fue sorprendido por Kalmarkane, quien insinuó que podría valerse de la mano para acabar con la vida de cualquiera.

Estos dos incidentes supusieron el final de la primera conversación entre d’Imiran y Low, que interrogó al muchacho sobre sus futuras intenciones. A pesar de todo lo sucedido, el joven quería llegar al fondo del asunto, por lo que regresó a Crowsedge. En principio, solo deseaba pasar una semana más allí, y así se lo hizo saber a Kalmarkane, quien pareció aceptar de buen grado. Sin embargo, en el último día de su estancia en el lugar, Gerald tuvo otro incidente con la fantasmal y ancestral mano. Durante la noche, oyó cómo alguien intentaba entrar en su habitación en silencio y luego llamaba a la puerta. Sabedor de que el doctor no se encontraba en el lugar, d’Imiran abrió con cautela, solo para ser casi asfixiado por aquel asaltante incorpóreo, quien solo mostraba una mano y su antebrazo. Preso de la desesperación, el ayudante consiguió zafarse de la misma, que cayó repentinamente al suelo, regresando al estado inerte del que nunca debería haber salido. Una vez despierto, y presa de un terror irracional, d’Imiran escribió una carta para Low, con pruebas de que Kalmarkane era quien estaba detrás de todo lo acontecido.

Algo más calmado y envalentonado, Gerald empuñó un arma y encaró a su todavía jefe en lo alto de la torre. Tal como sospechaba, el doctor había tratado de matarle usando la mano. Aunque, en su defensa, aseguró que todo había sido parte de un experimento que ya había superado con éxito. Por ello, destruyó la mano usando un líquido blanquecino, reduciéndola a un poco de limo, que luego fue extraído por un aparato que el ayudante no había visto jamás. La conversación fue zanjada de forma abrupta, y el chico volvió a acudir a Low para hacerle partícipe de las oscuras artes del doctor.

Hasta ese momento, no se había producido encuentro alguno entre el investigador psíquico y el poderoso gigante, pero eso cambió en enero de 1893, cuando el primero dio una charla en la Sociedad Anglo-Americana de Investigadores Psíquicos. Una velada a la que Kalmarkane asistió, en una de sus escasas visitas a la gran urbe inglesa de Londres. Puede que interesado por lo allí oído, o preocupado por el nivel de conocimientos que Low atesoraba, Kalmarkane envió una tarjeta a Fassifern Court, donde fue recibido con sorpresa y curiosidad.

El visitante fue directo al grano. Si bien reconocía y admiraba a Low, le solicitaba que no avanzase más en sus estudios, pues harían peligrar la posición de privilegio y poder que el doctor pretendía alcanzar. A cambio, compartiría parte de sus propias pesquisas y podrían trabajar juntos. Como los lectores supondrán, Low dio su negativa a tal propuesta, lo que encolerizó a su rival. Este, antes de marcharse, lanzó una clara amenaza a Flaxman.

Tómese su tiempo para pensarlo, porque si rechaza mi oferta ahora… ¡ni Cielo ni Infierno podrán ayudarlo a usted!

La reacción del amenazado fue pausada pero firme. La visita no se demoró más y el “psicólogo” la olvidó con rapidez. Un error que casi le cuesta la vida, pues pocos días después comenzaría a notar extraños síntomas que alteraban su estilo de vida. Hombre de hábitos saludables y horarios rígidos, Low empezó a perder el control sobre sus pensamientos, sufriendo episodios de delirio o desánimo impropios de él, además de lapsus de memoria cada vez más frecuentes. Por si fuera poco, se sentía observado y perseguido en todo momento, tanto en sus habitaciones como fuera de ellas, algo que no pudo explicar en un primer momento. Así transcurrió el resto del mes de enero de 1893.

Decidido a dejar atrás el ambiente en el que se sentía tan incómodo, Low viajó a París durante el mes de febrero, logrando dejar atrás toda la sintomatología descrita antes. Aquella semana fue balsámica para él. Casi había olvidado aquellos malos tragos cuando los mismos regresaron tan pronto como puso un pie en su hogar.

Todo el asunto culminó una noche, cuando Low casi muere por culpa de una serie de pipas rellenas de opio, que él mismo había preparado y fumado. Por supuesto, no por propia voluntad, sino movido por aquella evanescente presencia que llevaba un mes pegada a él. Mientras trataba de atar cabos, el investigador recordó “los ojos, de una maligna belleza; y los delgados, oscuros dedos que tocaban su frente mientras su cerebro se tabaleaba hacia el sueño…”.

Las sospechas se abrían camino en su mente, y recordó las experiencias narradas por d’Imiran. Todo apuntaba a Kalmarkane, quien habría tratado de matar a Low haciendo uso de una entidad parasitaria. Una vez compartidas sus conclusiones con el todavía ayudante de Kalmarkane, el investigador decidió que aquello debía acabarse. Marcharía hacia Crowsedge para encontrar respuestas y silenciar a su enemigo, aunque fuese a punta de revólver…

Siento acabar de forma tan abrupta con el texto, pues el desenlace de esta rivalidad – y su consecuente explicación – es merecedora de ser leída directamente de la fuente original (es decir, del tomo editado por López Aroca hace ya un lustro), o bien a través del especial de Ulthar dedicado a los investigadores de lo oculto, donde La historia de Crowsedge y La historia de Flaxman Low aparecen de forma conjunta. A estas alturas, creo que cualquiera puede ser consciente del peligro representado por el peligroso doctor, a quien Gerald d’Imiran atribuía poderes que solo podía etiquetar como Magia Negra. Quizá no estuviese mal encaminado, visto lo visto.


Félix Ruiz H.





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