Arnau de Vilanova: ¿creación de homúnculos en el siglo XIII?


 

De cuando en cuando, me gusta rescatar de mis archivos algún texto al que darle una segunda vida. Dado que esta pasada semana la he dedicado en su totalidad a leer sobre brujería y hechicería, he creído conveniente traeros un caso famoso dentro de las investigaciones herméticas, que tiene que ver con la supuesta capacidad de crear vida artificial durante la Edad Media. Un expediente que está protagonizado por un personaje real: Arnau de Vilanova.

Sin duda, la creación de una forma de vida que no necesitase de un nacimiento natural o al uso era uno de esos grandes sueños y utopías de la humanidad, capaz de suscitar pasiones desenfrenadas y miedos atroces a partes iguales. La ciencia y la literatura se hicieron eco de este contraste, que no fue ajeno a los grandes pensadores del pasado. Como en el caso de Arnau de Vilanova, de quien se dice que fue una suerte de doctor Frankenstein aragonés.

La ingeniería genética, el método CRISPR o la inseminación artificial eran conceptos inimaginables para la mayoría de las personas a mediados del siglo XX. Si nos retrotraemos a pleno siglo XIII, cosas así solo podían ser cosa de hechicería o de artes oscuras. Los experimentos que en la actualidad tratan de preservar o devolver la vida son más que rumores. Pero en el pasado no era así. Los secretos se guardaban muy bien, y las habladurías campaban a sus anchas, tratando de adivinar lo que tal o cual persona ocultaba. De hecho, muchos hombres y mujeres valían mucho por lo que sabían, pero también por lo que callaban.

Por supuesto, ese era el caso de los alquimistas. De entre sus trabajos, uno de los más arriesgados era la consecución de la vida artificial, la creación de un ser vivo. De algo así se acusó al protagonista de estos párrafos, un aragonés dedicado a la medicina y a labores de embajador para la corona aragonesa, cuyas extrañas teorías escatológicas provocaron que fuera acusado de llevar a cabo experimentos alquímicos y, peor aun, de intentar crear un ser vivo, que en la época era poco menos que el peor pecado imaginable.

El referir y contrariar los yerros cometidos por los biógrafos de Arnaldo sería prolijo y enfadoso”. Esto dijo Menéndez Pelayo sobre el médico en 1880, a sabiendas de que existen varias versiones sobre su origen. Unos le hacen francés, otros catalán, e incluso algunos apunta a Valencia, pero el consenso ha establecido que su lugar de nacimiento ha de ubicarse en Zaragoza, concretamente en la localidad de Villanueva de Jiloca. Existe otra posibilidad que tiene bastante fuerza, y ha sido identificada por Josep Lladanosa Pujol, quien en su libro Els Carrers i Places de Lleida a través de la Història recogía la opción de que el médico procediese precisamente de Lérida, donde hubo en la época en que Arnau vivió una familia de médicos y juristas de apellido Vilanova, algunos de los cuales trabajaron en el Studium Generale, la Universidad de la zona en aquellos años. Para apoyar esta hipótesis, existe una cita del propio Arnau que debe tenerse en consideración. En uno de sus tratados – conocido como De spurcitiis pseudo-religiosorum – se presenta a sí mismo como Arnau Ilerdensis. Aunque, como ya ha quedado reflejado, sigue reconociéndose su procedencia aragonesa.

El año concreto en que vino al mundo es también desconocido, pero se estima que fue alrededor de 1240. De sí mismo dijo ser “homo sylvester, theoricus ignotus et practicus rusticanus, natus ex gleba ignobile et obscura (hombre silvestre, teórico ignoto y aldeano práctico, nacido en un terruño desconocido y oscuro)”. Siendo un niño emigró hasta Valencia, donde comenzó sus estudios, pasando a vivir en Montpellier en 1260, donde estudió Medicina. Dos décadas después, ya tenía el prestigio necesario para que su voz fuera tenida en cuenta en Aragón, en Francia e incluso en Roma, a pesar de no ser clérigo.

Su actividad política le llevó a afrontar asuntos de sumo interés en su época, como los proyectos de Cruzada o los procesos a los caballeros templarios. Su sincera amistad con Jaime II de Aragón le garantizó un lugar de privilegio en la corte, que aprovechó para estar en contacto con otras casas reales europeas, como la francesa o la de Sicilia. También polemizó, y mucho, contra ciertos sectores del clero con los que estaba en profundo desacuerdo.

El médico de Reyes y Papas, como era conocido, sufría de visiones que le tenían convencido de que la llegada del Anticristo estaba cerca, asunto que le llevó a escribir no pocos tratados y a defenderse de ataques frontales por parte de los teólogos de la Sorbona o de los dominicos. Tuvo la suerte de tener amistades muy bien posicionadas, como el mencionado Jaime II o Clemente V, un Papa que fue su amigo de juventud.

Si hemos de hacer caso a lo que se cuenta sobre nuestro hombre, nos encontraríamos ante toda una eminencia en medicina, un políglota de formación – pues conocía el griego, lenguas vulgares de Italia y Francia, el hebreo, el latín y el valenciano – que sin embargo tenía un gusto especial por las ciencias ocultas. De su labor en Montpellier y de su experiencia como médico real aragonés nacieron tratados médicos, que a su vez parecían reflejar sus labores alquímicas. Una etiqueta que vino probablemente de la mano de copistas del siglo XV que confundieron su saber médico y sus extrañas actitudes con prácticas esotéricas. A su mano se atribuyen veintisiete títulos, más otros cincuenta y uno que podrían haber sido escritos por él.

¿Por qué los cronistas posteriores atribuyeron la práctica alquímica a Arnau de Vilanova? La razón principal parece estribar en su tendencia a predicar sobre el Anticristo y la llegada del fin del mundo, además de por su tendencia a interpretar sueños. Algo que el propio Arnau confesó que comenzó a hacer hacia 1288.

Pues mientras yacía en mi celda sobre el lecho, con dolor de cabeza y en los pies, de repente oí una voz que decía: levántate y escribe. Oído lo cual, creí que, estando acostado sobre la región del bazo, quizá ello me engañaba, y así me volví sobre la espalda… La citada voz volvió por tercera vez con más fuerza, y en el mismo instante en que oí la voz me pareció que en la tetilla izquierda recibía una herida fuertísima, como una lanza; y entonces me levanté espantado, y, sentándome en aquel lugar, puse la mano sobre la mamilla para ver si manaba sangre; y, mientras la tocaba, me pareció que un globo de fuego entraba en mi cabeza, y me sentí totalmente libre de dolor. Y, temiendo ser gravemente castigado, me acerqué deprisa al escritorio, tomé papel, tinta y pluma, y entonces se me ocurrió claramente y sin perturbación lo que escribí.”

De esta forma tan extraña, Arnau de Vilanova comenzó a rubricar una serie de escritos de los que nada de sabía. Sus episodios de trance se dilataron en el tiempo, siendo incluso encarcelado por ello once años después. O sea, en 1299. Fue en París, donde Arnau fue enviado por Jaime II en misión diplomática. Allí, sus captores intentaron que confesara la procedencia de su inspiración.

Habiendo sido enviado por el rey de Aragón al rey de Francia, lo divulgué en París, en donde, la noche en que por ello me hicieron encarcelar los maestros parisienses, recibí mandato de divulgarlo; pues aquella noche, estando en la cárcel, oí varias veces una voz que me decía: siervo malo, ¿por qué escondiste el dinero de tu señor? Con todo eso, los que estaban conmigo en la cárcel no lo oyeron”.

Ante estas palabras, algunos expertos en cuestiones esotéricas de ayer y hoy se preguntaron qué era lo que debía revelar Arnau. ¿Un avance alquímico? ¿O la creación de un homúnculo? Esta última sospecha acompañaría a la figura del médico en siglos posteriores, como demuestra su inclusión en La Historia General de España del jesuita Juan de Mariana, que vio la luz en 1601, y donde dice textualmente: “Intentó con simiente de hombre y otros simples… formar un cuerpo humano y aunque no se salió con ello, los llevó muy adelante”. No fue el padre Mariana el único en levantar sospechas, pues eruditos como Athanasius Kircher también tenían esta historia por cierta. De hecho, Kircher contaba que el galeno “se vanagloriaba de haber creado un homunculus de los alquimistas”.


Quizá alguno de los lectores menos versados en estas lides esotéricas se esté haciendo una pregunta muy importante. Y este asistente no tiene la intención de dejarla sin respuesta. ¿Qué es exactamente un homúnculo? Al parecer, fue el insigne Paracelso quien hizo referencia por vez primera a este término en el siglo XVI – en De homunculis (c. 1529-1532), y De natura rerum (1537) – ya que aseguró que obtuvo esta creación mientras indagaba sobre la piedra filosofal. Se trataría de una especie de doble humano de pequeño tamaño, asociado a los golems, que en la mitología judía son seres artificiales – hechos de barro o arcilla y portadores de vida gracias a un proceso misterioso – y de gran tamaño dedicados a labores rutinarias. En el caso de Paracelso, el homúnculo – del latín homunculus, ‘hombrecillo’; a veces escrito homonculus – mediría unos treinta centímetros, y sirvió a su amo hasta que, pasado un tiempo, huyó.

Para dar aliento a tal criatura, el creador debía poseer una bolsa de huesos, esperma, fragmentos de piel y pelo del animal al que el homúnculo pretendiera imitar. Todo ello debía ser enterrado y rodeado de estiércol procedente de un caballo durante cuarenta días, dando así tiempo a la creación de un embrión.

Si el esperma dentro de un vaso herméticamente cerrado se entierra en estiércol de caballo durante unos cuarenta días y se magnetiza adecuadamente, empieza a vivir y a moverse. Después de este periodo, adquiere la forma y apariencia de un ser humano, pero será transparente y sin cuerpo. Si en ese momento se le alimenta artificialmente con el arcano de la sangre humana hasta que tenga unas cuarenta semanas, vivirá”.

El folclore medieval no otorgaba inteligencia a estos seres, siendo solo útiles para realizar trabajos sencillos y físicos. Sin embargo, Paracelso deseaba ir más allá, llegando incluso a decir que emularía a Dios: “Seremos como dioses. Duplicaremos el mayor milagro de Dios, la creación del hombre”.

Estamos hablando del siglo XVI, pero el protagonista de estos párrafos proviene del siglo XIII. ¿Ya se hablaba entonces de procesos similares? No hay testimonio directo de ello, pero no se puede descartar que dentro del propio secretismo propio de la alquimia se insinuara que algo así era posible, y a buen seguro que la figura del golem sí que estaba presente en aquellos círculos tan misteriosos. De ahí a acusar a Arnau de Vilanova de la creación de vida artificial hay un gran salto de fe. Su leyenda parece proceder, como ha quedado señalado, de sus escritos apocalípticos y escatológicos. Tras su muerte, acaecida en 1311 mientras viajaba a Génova en misión encomendada por Jaime II, varias de sus tesis fueron condenadas en el Arzobispado de Tarragona. Parte de su obra teológica fue quemada públicamente, recusada y censurada en procesos diversos.

Como científico, fue autor de experimentos peregrinos que le han convertido en pionero de varias áreas de la química. Fue el primero en aplicar terapias basadas en los minerales y las esencias de las plantas obtenidas en el laboratorio. Descubrió la destilación fraccionada y los efectos venenosos del monóxido de carbono, y gracias a las modificaciones que efectuó en la retorta, procuró la obtención de los ácidos fuertes productores de reacciones químicas básicas para el progreso de la ciencia. Esos experimentos, a veces incomprendidos por sus contemporáneos, le dieron una fama que derivó en falsas obras, tanto teológicas como físico-médicas, que le convirtieron en un reputado alquimista fabricante de oro. Estas fantasías biográficas obraron en menoscabo de su perfil moral, tergiversando la historia y sus ideas teológicas.

Sin embargo, los episodios de trance en los que escribía sí que parecen basarse en algo real, como él mismo confesó en su momento. Entonces, ¿ante quién estamos exactamente? El médico extraordinario, el embajador insigne, el locuaz orador, el alarmista profeta y el alquimista transgresor. Todos tienen cabida en Arnau de Vilanova.


Félix Ruiz H.



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