Nekrodamus: el réquiem de Héctor Germán Oesterheld
A las puertas del año que supondrá el cumplimiento del primer cuarto de este siglo XXI, los amantes de la ciencia ficción tenemos mucho que celebrar. Entre muchas otras cosas, ya podemos ver en el horizonte el estreno de la que quizá sea la adaptación más ambiciosa de la historieta argentina: El Eternauta, que podrá verse en Netflix. La que es, sin duda, la obra maestra de Héctor Germán Oesterheld tendrá un buen foco de atención. El porteño fue un creador muy prolífico hasta que fue detenido por los militares argentinos durante el “Proceso de Reorganización Nacional”, siendo su último gran personaje el que me lleva a hacer esta nueva presentación. Porque el Gabinete abre un nuevo rincón dedicado al redivivo Nekrodamus, el demonio que quería ser humano.
Este primer texto sobre el personaje estará centrado en la primera etapa del personaje, en el arco argumental e historietas que guionizó Oesterheld entre 1975 y 1976. Ya en aquel 1975 que vio nacer a Nekro – el apodo que utiliza su fiel amigo Gor para dirigirse al demonio –, Oesterheld trabajaba en exclusiva para Ediciones Récord, para quienes creo obras tan dispares como Loco Sexton o Galac Master, mientras que realizó una nueva reedición de El Eternauta y llevaba adelante una secuela de la misma. Una segunda parte en la que se reunió con el dibujante Solano López y en la que el protagonista se convertía en un líder rebelde que luchaba contra un gobierno opresor. Un fiel reflejo de la postura política del guionista, que no terminaba de ponerse de acuerdo con su compañero y que le granjeó muchos más problemas de los que ya tenía con los mandamases nacionales.
Entre trabajo y trabajo, Oesterheld recibió una petición muy especial en la que el bonaerense Horacio Lalia (enero de 1941) tuvo mucho que ver, pues fue quien intercedió por él ante el editor de la revista Skorpio. A la larga, el enigmático y contradictorio Nekrodamus sería el personaje fetiche de Lalia, siempre a cargo del dibujo en las tres etapas del personaje. El resultado de esa colaboración no vería la luz en el país sudamericano, sino en Italia. Posteriormente, Nekrodamus daría el salto a la sucursal argentina de la revista.
El principal encanto de la serie reside, sin duda, en todo lo que rodea a su personaje principal y las ideas sugestivas que se muestran en sus cortos episodios. Sobre todo, en los iniciales. La trama se desarrolla en la Italia renacentista de los siglos XVI y XVII, en un entorno en el que el mal y la opresión campan a sus anchas. Aunque nunca se termina de explicar el motivo, en aquellos parajes habitan tanto humanos como seres monstruosos o demonios. Junto a ellos, veremos desfilar una buena sucesión de brujos, alquimistas malvados, nobles con pérfidas intenciones y bellas doncellas que unas veces actúan como la típica damisela en apuros mientras en otras – las menos, por su cabían dudas – se convierten en dignas compañeras de aventuras de los dos demonios errantes. Aquellos que gusten de buenas dosis de terror gótico – mayoritariamente en lo estético – y de tramas que recuerdan vagamente a la espada y la brujería, encontrarán aquí un exponente digno.
La primera etapa, aquella en la que Oesterheld guionizó la serie, deja muy a las claras la presencia de Satán en el ambiente, actuando bien a través de diversos personajes malvados o bien a través de la enfermedad por excelencia de la época que es vagamente retratada en la serie: la peste, que actúa con fuerza en muchas de las poblaciones ficticias presentes en los diferentes números.
En ese caldo de cultivo es donde nos topamos con Gor, el deforme ayudante del sepulturero de una villa desconocida. Allí, por motivos que no los lectores no terminan de conocer, se dedica en cuerpo y alma del cuidado de dos de los cuerpos presentes en una cripta perteneciente a la familia D’Averso. Uno es el de una joven a la que el narrador de los primeros números se refiere como “Princesita”, a quien ni siquiera la muerte parece poder arrebatarle su belleza. El otro es un cuerpo putrefacto y que parece moverse de cuando en cuando, como si quisiese retornar del más allá. Ese otro es Nekrodamus, quien aprovechará la oportunidad perfecta de lograr su deseado regreso cuando el joven conde Sarlo D’Averso encuentra la muerte a la corta edad de veinticinco años.
El redivivo, como si de un parásito se tratase, toma el cuerpo y la apariencia de Sarlo y se lanza a su vendetta personal, cuyo objetivo es un alquimista llamado Asfertu. Al parecer, en algún momento indefinido del pasado, este Asfertu fue quien acabó la vida del ahora apuesto y noble Nekrodamus, quien cuenta con un buen puñado de ases bajo la manga. Además de tener unos amplios conocimientos sobre la alquimia y la magia, es un excelente sanador y mejor luchador, tanto cuerpo a cuerpo como con armas blancas de todo tipo. Por si fuera poco, y gracias precisamente a su dominio de lo oculto, es capaz de convocar a diferentes demonios con los que hará tratos en los que, a la vez que el retornado no se convierte en alguien abiertamente malvado, estos últimos no terminan de salir mal parados.
Esta moralidad ambigua es otro de los puntos que deja a las claras que Oesterheld no cimentó en demasía a Nekrodamus, pues más allá de la venganza, no llegamos a conocer sus motivaciones. Una vez que Asfertu cae – cosa que sucede muy pronto –, el otrora demonio se convierte en un peregrino en busca de aventuras, sin más justificación que sus conocimientos y su supuesta alta alcurnia – pues asume totalmente la identidad del conde Sarlo – para adentrarse en distintas villas y castillos y resolver diferentes casos. Todo con la ayuda de Gor, quien al inicio descubre que su condición física no responde solo a la enfermedad, sino que también es un demonio, pues es capaz de acabar con enormes monstruos con sus manos desnudas. Como le dijo Nekrodamus en uno de sus primeros encuentros: Solo un demonio es capaz de matar a otro demonio.
El peaje que Gor debe pagar por acompañar a Nekro es alto, pues pierde a Princesita – a quien su vigilante narró los primeros episodios de la serie y que es convertida en vestal cuando resucita – en el capítulo Princesita nunca más, además de su propia naturaleza demoníaca. Un sideckick y asistente que es, en mi humilde opinión, un personaje mucho más interesante que el propio protagonista.
Las andanzas de Nekrodamus continuarían sin los guiones de Oesterheld, quien dejó la serie solo unos meses después de su comienzo, cuando escribía casi en la clandestinidad. Ya en los primeros números se ausentó en diversas ocasiones, dejando que otros firmasen algunos capítulos, aunque supervisándolos en la faceta argumental. Oesterheld estaba visiblemente desmejorado y se sabía vigilado y perseguido, sospecha que no era para nada infundada, pues su desaparición y consecuente muerte estaban muy cerca. Lalia, por su parte, continuó con la labor de dibujar a Nekrodamus junto a otros guionistas como Carlos Trillo, Ray Collins o Walter Slavich. Cada uno de ellos dio su propia visión a Nekrodamus y sus aventuras, alejadas ya de la intención algo vaga e inicial de Oesterheld.
Por suerte, uno de ellos arregló el que considero el mayor desaguisado que he encontrado hasta ahora en aquella primera etapa del personaje durante la década de los setenta: la muerte de Gor en Por un amigo muerto. Esa trágica desaparición, junto al regreso del entrañable y fiel compañero de Nekrodamus, será narrado más adelante. Aunque a lo largo del texto haya hecho algún apunte que pueda considerarse como negativo, no puedo hacer otra cosa que recomendaros su lectura, sobre todo por la excelente labor gráfica de Horacio Lalia y por la calidad de algunos de los capítulos, en los que la fórmula autoconclusiva acierta al presentar personajes interesantes y momentos de acción o de intriga verdaderamente acertados.
Mientras tanto, continúo con la lectura de la segunda etapa del personaje, a la vez que preparo nuevos escritos que compartir con vosotros. En lo que a mí respecta, solo me queda deseados que paséis estas fechas festivas de la mejor forma posible, acompañados de lecturas que os gusten y os hagan soñar.
Félix Ruiz H.
Imágenes capturadas por el autor.
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