John Silence: Una invasión psíquica


 

Queridos aprendices, asistentes y curiosos, bienvenidos a un nuevo post de nuestro Gabinete. Cuando este humilde espacio está a punto de cumplir el año de vida, considero justo volver al lugar donde empezó todo. O, mejor dicho, al personaje con quien todo lo hecho hasta ahora comenzó. Ese no es otro que John Silence, el doctor psíquico creado por Algernon Blackwood cuando rozaba la cuarentena. Eso me da esperanzas de crear un personaje que, aunque nunca le llegue a la suela de los zapatos, pueda vivir aventuras tan extravagantes como las del filántropo, desinteresado y exótico experto.

Como ya escribí hace casi un año, cinco de los relatos de Silence fueron recopilados en el libro de 1908 John Silence: Physician Extraordinary, al que Blackwood debe buena parte de su fama. Asistido por Hubbard, narrador de buena parte de su ciclo y actor principal en varias de esas historias, John Silence protagonizó seis narraciones, en las que Algernon Blackwood toca varios tropos de las historias de terror, aunque dándoles su toque particular. Hoy nos ocuparemos de un clásico: la casa encantada y el poltergeist, temas destacados en Una invasión psíquica. Doy así por iniciada una concienzuda narración de dicha historia, que los lectores pueden encontrar en el volumen que Valdemar editó en 2002.

Mrs. Sivendson conversaba con un Silence al que le disgustaba que le consideraran un experto ocultista, extremo que dejó claro en cuanto oyó la expresión por boca de su invitada y potencial clienta. Médico por elección y rico por accidente, el singular doctor no solía cobrar a sus pacientes, sobre todo cuando se presentaban casos no lucrativos con características especiales. Sin consultorio, listado de pacientes ni modos propios de su profesión, él únicamente aceptaba “aquellos que por su naturaleza intangible, esquiva y complicada podríamos denominar con propiedad afecciones psíquicas”.

El caso presentado por Mrs. Sivendson tenía que ver con un tocayo de quien esto escribe, un autor de relatos humorísticos llamado Félix Pender, residente en algún lugar cercano a Putney Heath. Un tipo con un futuro brillante que parecía haberse truncado de un día para otro. El motivo: repentinamente había dejado de escribir. Es más,se mostraba incapaz de hacerlo. Algo que extrañaba sobremanera a Svenska Sivendson. Ante la incredulidad de Silence en torno a la parca descripción del caso por parte de la señora, ella adujo que Pender parecía hechizado y que su personalidad y sentido del humor comunes había sido sustituidos por un estado distinto. El afectado había buscado aliviar su afección con visitas a religiosos y otra gente de fe, pero ninguno de ellos había logrado hacer nada por el escritor, que temía visitar a un médico por miedo a que lo declarasen loco.

Mrs. Sivendson había logrado llamar su atención, así que Silence decidió hacer una visita a Pender. Allí fue recibido por Mrs. Pender, que se mostraba nerviosa a la par que esperanzada. Conocía la reputación del recién llegado y estaba segura de que podría ayudarle. Félix no estaba en casa, por lo que el doctor pudo interrogar tranquilamente a su mujer sobre el mal que azotaba a su marido. Según declaraba la señora de la casa, todo comenzó el pasado verano, cuando ella regresó de Irlanda. Félix dijo que había estado escribiendo mucho, pero que no lograba nada que le dejara satisfecho. Por si fuera poco, añadió que había algo en la casa que “le impedía sentirse gracioso”.

Pender cambió sus hábitos, y actuaba como si de verdad hubiese alguien más en aquel hogar. Alguien a quien solo él podía ver, del que se apartaba en determinados momentos, a quien abría o cerraba la puerta para que pululase entre las habitaciones o del que incluso huía a toda prisa por motivos desconocidos.

Entre estas y otras declaraciones, el interesado apareció en la casa. Félix estaba esperando la llegada de Silence, y se sentía agradecido por la amabilidad que derrochaba el doctor. Humilde, como se mostraba de forma habitual, John rebajaba el tono de los elogios que su cliente le profesaba, a la vez que intentaba saber más sobre el mal psíquico que le acosaba. Algo que no afectaba a sus nervios ni su estado físico general, como el propio Pender prometía. Había que llegar al inicio mismo de la invasión psíquica para conocer los motivos de la misma. Todo parecía radicar en el uso de una droga, el Cannabis indica, que había despertado su clarividencia de forma parcial. El doctor lo intuyó en cuanto empezaron a hablar. No era la primera vez que se topaba con algo así, ni sería la última.

El desarrollo de la posterior conversación pudo darse gracias a la absorción de las influencias psíquicas de Pender a través del contacto directo con una de sus manos. Porque el doctor Silence era conocedor de la existencia de resortes en la mente que otros desconocían o ni tan siquiera imaginaban. Con sus dotes, algo tan simple como ese sutil agarrón era más que suficiente para empezar a sacar conclusiones que en un primer momento permanecían ocultas.

Pender tomó la droga para probar si sus efectos sobre la risa eran reales, pero descubrió su que era totalmente inútil con él. Al menos, en sus primeras tomas, pues esa misma noche fue despertado por su propia e histérica risa. En aquella primera sesión, Félix tuvo la desagradable impresión de haber sido despertado por alguien ajeno, y no por sus propias carcajadas. Entre dudas, el paciente confesó que quizá tenía que ver con su sueño olvidado, ese que aceleró el efecto de la droga. Tenía la sensación de que el asunto era provocado por una mujer, y una no precisamente bondadosa.

La risa de aquella primera sesión experimental acabó con un ataque de pánico y una apatía que se había dilatado en el tiempo. Tanto que, meses después, aún perduraba. La mujer no cesaba de “introducir” ideas en su mente, sustituyendo sus pensamientos habituales por otros de carácter más oscuro, intrusivos. Los personajes que escribía eran grotescos, de intenciones perniciosas. Algún que otro manuscrito había acabado siendo pasto de las llamas. Félix no quería que aquellas obscenas letras se hiciesen publicas porque ni siquiera estaba seguro de haberlas escrito él mismo. Al menos, no voluntariamente. Silence sentía curiosidad por la posible forma física de la intrusa, a la que Pender no podía ver claramente, pero a la que empezó a intuir.

No con los ojos. No hubo alucinaciones visuales. Pero en mi mente se empezó a formar la imagen inconfundible de una mujer corpulenta, de piel oscura, que tenía dientes blancos y rasgos masculinos, y un ojo, el izquierdo, tan caído que parecía estar casi cerrado. ¡Dios santo, qué rostro!

El afligido escritor creía que Silence podría declararle enfermo de los nervios por todo lo que le había contado. Pero su interlocutor le tranquilizó. Aquello había sido provocado por el uso de drogas, que de alguna forma había tenido un efecto a todas luces imprevisto.

- … Al aumentar su nivel de vibración psíquica y hacerle extraordinariamente sensible, el hachís le ha abierto en parte las puertas de otro mundo. Las antiguas fuerzas asociadas a esta casa le han atacado.

La presión de los Poderes de la Oscuridad sobre la personalidad de Pender eran manifiestos. La presencia malvada no estaba unida de forma inherente al humorista, sino a la propia casa. Por ello, el remedio pasaba por ausentarse de ella. Algo que Pender no podía permitirse. En vista de todo lo anterior, Silence le volvió a tranquilizar aduciendo a que todo se debió a una ingesta demasiado alta de droga, que trastocó su vida psíquica normal. La sustancia le había puesto en contacto con lo que el doctor psíquico denominaba como Mundo Invisible. Esa esencia que habitaba en la casa era portadora de emociones violentas y propósitos que todavía poseían el poder de hacerse presentes. Era probable que no fuese controlada por un ser consciente, lo que no significaba que fuese menos peligrosa. El uso de drogas por parte del habitante de la casa habían propiciado la activación de esas sensaciones, que quizá pretendiesen sustituir la psique de Pender. De ahí que hubiesen perdurado tanto en el tiempo, pues usualmente, los impulsos de este tipo tenían una vida efímera. O eso era lo que declaraba Silence, por lo que hemos de darle todo el crédito posible, pues él era el verdadero experto en tales materias.

El doctor solicitó permiso para quedarse en la casa a realizar experimentos que pusiesen solución a los problemas presentados, insistiendo a Félix en la necesidad de que se ausentara del edificio. Silence quería lograr que la malignidad allí presente se manifestase para “consumirla en su interior”. La absorbería y la haría desaparecer. Algo tan simple para él y a la vez tan complicado para el resto de los mortales. Para ello, se valdría de dos compañeros: un perro y un gato, Flame y Smoke, al que había cuidado desde pequeño hasta la presente senectud del can, que era especialmente sensible. Una elección difícil, por otra parte, pues ambos animales debían ser especialmente clarividentes, aunque corrían un peligro que no era ajeno a Silence. El perro era un valiente luchador cuando la situación lo requería. Y lo requeriría. De eso había que estar seguros.

Varios días después, y una vez que los Pender se mudaron, John hizo los pertinentes preparativos para enfrentarse a lo que quiera que hubiese entre aquellas paredes. La noche del 15 de noviembre fue la elegida para adentrarse en la casa con todo lo necesario. La tranquilidad parecía reinar en el lugar, y Silence se dedicó a observar a los animales a hurtadillas, en busca de signos anómalos. Ambos acabaron durmiéndose, mientras el doctor se puso a leer. El sueño también se apoderó del investigador, que sin embargo fue despertado por la excitación del felino. El gato parecía estar frotándose contra una presencia invisible, aunque pareció tranquilizarse instantes después.

Un segundo aviso llegó en forma de sonidos fuera de la habitación donde los tres invitados a la casa se encontraban. Silence no veía nada inusual, pero el minino reaccionaba de forma extraña, como si estuviese llamando a alguien. La reacción del can fue mucho más violenta, pies huyó hacia la planta superior de la casa para volver visiblemente asustado. Fuese lo que fuese aquello, no se había atrevido a contactar con el humano, que permanecía tranquilo y a la espera de acontecimientos más contundentes. Llegó así la una de la madrugada, momento en el cual Silence pensó en acostarse. Aunque algo cambió en la habitación. La armonía anterior se había quebrado, y las personalidades y sensaciones de los tres compañeros de penurias habían sido desequilibradas. El intruso original parecía haber dado paso a otros, unos inesperados refuerzos que complicarían un poco más las cosas. La personalidad dominante era capaz de arrastras consigo a otras personalidades inferiores a ella, pero de la misma clase. Su collie estaba muy asustado, una muy mala señal. El propio doctor empezó a sentir los inesperados efectos de todo lo que estaba sucediéndose a una velocidad vertiginosa.

Nunca pudo comprender por qué defecto visual le pareció ver que el gato, primero, se había duplicado y, más tarde, multiplicado indefinidamente de tal modo que había al menos una docena de felinos correteando con sigilo por la habitación y saltando con suavidad sobre las sillas y mesas, como sombras que avanzaran desde la puerta abierta hasta el fondo de la habitación. Eran negros como el tizón y con unos brillantes ojos verdes que despedían fuego en todas direcciones. Parecía como si una veintena de espejos hubieran sido colocados con diversos ángulos sobre las paredes. Tampoco pudo comprender en ese momento por qué el tamaño de la habitación parecía haber aumentado tanto, y por qué se prolongaba por detrás de él, más allá de donde debería haber estado el límite de la pared.

Entre estos y otros avatares, sensaciones y sentimientos negativos azotaron la mente de John. Los gatos negros seguían aumentando en número. Su cerebro no funcionaba como debía, y debía esforzarse al máximo para mantener la serenidad. La personalidad oscura que lo inundaba todo era desoladora, de una maldad tan grande que no podía estar de parte de otra cosa que no fuesen los Poderes de la Oscuridad. Era imperativo poner en práctica lo que le dijo a Félix Pender: dejarse absorber por toda esa fuerza y hacerla suya para utilizarla a su favor. Alquimia espiritual que el investigador conocía perfectamente y había practicado en el pasado.

Recuperando su percepción e identidad, comenzó a emitir una serie de sonidos rítmicos que acompañó de movimientos, gestos y signos que potenciaban el esperado efecto restaurador del conjunto. Minutos después, logró alzarse sobre la malignidad. La normalidad había quedado restablecida, pero a un alto precio: el perro había quedado irremediablemente ciego, un aciago efecto de su lucha interior contra el mal que azotaba la casa. Por suerte, no se trató de un efecto permanente.

Una semana después, y ya con los inquilinos originales de vuelta, Silence regresó para visitar a Pender y hacerle partícipe de las averiguaciones que su secretario había hecho respecto a la naturaleza de lo allí acontecido, no sin antes comprobar que Félix estaba totalmente restablecido y no había vuelto a sentir nada inusual. La anterior inquilina había sido ahorcada en 1798, debido a una serie de terribles crímenes de los que había sido declarada culpable. Ella había vivido en una casa anterior a la ahora edificada y habitada por el matrimonio Pender en ese mismo lugar. Era probable que esa mujer se hubiese valido de la magia para perpetrar sus oscuros fines. Su fuerza era tal que su personalidad la había sobrevivido de alguna forma, siendo la culpable del caso de infestación.

- Como le dije antes, creo que las fuerzas de una personalidad poderosa pueden perdurar tras la muerte siguiendo la línea trazada por el impulso original —repuso el doctor—; los pensamientos y los propósitos enérgicos pueden continuar reaccionando en cerebros convenientemente preparados mucho después de que sus creadores hayan desaparecido.

»Si supiera usted algo de magia —prosiguió—, sabría que el pensamiento es dinámico y capaz de invocar formas e imágenes que pueden existir durante cientos de años. No muy lejos del mundo de la vida humana, hay otro mundo en el que flotan los desechos e intenciones de todos los signos, el limbo de los cuerpos de los muertos; se trata de un mundo densamente poblado, lleno de horrores y espantos de todas clases, que a veces puede ser devuelto a la vida por medio de la voluntad de un manipulador entrenado, de una mente versada en las prácticas más bajas de la magia.

Silence entregó a Félix Pender un dibujo de lo que había habitado aquella casa. Al menos, de su versión de ultratumba. También le entregó un grabado de esa misma persona. Dos caras de un mismo ser, malvado en la vida y en la muerte. Por suerte para todos, los dones de John eran grandes, y aquel peligro había desaparecido para siempre.


Félix Ruiz H.


Comentarios

Archivos populares

Arthur Gordon Pym y La Esfinge de los hielos

La Hermandad Oscura

De Vermis Mysteriis y el mal de Jerusalem´s Lot