Sebastian Lefou y el Libro de los Prodigios

 


Queridos aprendices, asistentes y curiosos, bienvenidos a un nuevo post de nuestro Gabinete. Hace ya bastantes meses que me aficioné a los cómics y novelas gráficas. Bien por falta de tiempo para afrontar lecturas más densas y largas o por explorar territorios que nunca antes había transitado, lo cierto es que está resultando ser un periodo fructífero. En ese sentido, hace pocas fechas que di por casualidad con varios tomos antiguos de Aleta Ediciones, entre los que me encontré con uno de gran formato que llamó mi atención al instante. Dibujado y guionizado por el castellonense José Fonollosa, el gato antropomorfo Sebastian Lefou me ha permitido conocer una aventura escueta pero muy sugerente.

El protagonista de esta entrada es un explorador y estudioso de hechos excepcionales, que además recoge en un tomo de lo más especial: el Libro de los Prodigios, protegido por siete conjuros de siete místicos de siete credos diferentes. Es el trabajo de su vida, el combustible que le mueve a recorrer cualquier sendero y a tratar de dar respuesta a los enigmas de su imaginario mundo, además de a enfrentar no pocas amenazas. Su carácter bondadoso y desinteresado, junto con su arrojo y gallardía, hacen de él un candidato idóneo para formar parte de este particular catálogo de detectives de lo oculto. Por ello, procedo a narrar a fondo su única aventura publicada. Al menos, de la que tenga constancia en el momento en que escribo estas palabras.

La misma fue publicada por la colección Hegats Otros Mudos en 2008, en base al original del año anterior, de Aleta Ediciones. Con un título igual al del encabezado de este texto, los acontecimientos que este cómic narraba – en boca del propio Sebastian, que recogió todo lo acontecido en su singular libro – comenzaban en una iglesia abandonada, próxima a la aldea de Bolévar. Sobre el cielo circundante, un objeto brillante se precipitaba a toda velocidad contra el suelo, alertando a Damián, que llevaba años instalado en el lugar junto a Peyo, su perro. Ambos se acercaron con cautela al lugar del impacto, atestiguando cómo el objeto parecía reaccionar ante su cercanía.

Sebastian Lefou se dirigía en esos mismos momentos hacia el castillo del conde de Samarain, donde se rumoreaba que estaban ocurriendo hechos dignos de ser recogido en el Libro de los Prodigios. Desorientado en un bosque, el aventurero se topó con un niño perdido que se había herido una pierna. Interesándose por su estado y siguiendo sus indicaciones, Lefou pasó junto a la iglesia cercana a Bolévar, percatándose de que algo extraño rodeaba el lugar. A pesar de ello, se apresuró hasta llegar al pueblo, donde dio con la casa del pequeño y en la que fue recibido con los brazos abiertos. El nombre de Sebastian Lefou no era desconocido, sino que se contaban historias sobre su aspecto, sus andanzas a través del reino y, sobre todo, sobre su extraordinario libro.


Interrogado por el padre del joven sobre la naturaleza del Libro de los Prodigios, Sebastian confesó que era portador de una promesa hecha hace años: nadie salvo él abriría sus páginas, pues entre sus líneas se escondían maldiciones y sortilegios muy peligrosos en manos de la persona equivocada. El peso de esa responsabilidad había recaído sobre su espalda hace tiempo, y no era precisamente ligera.

Debiendo acudir al castillo del conde, sin embargo Sebastian accedió a pasar la noche en casa del pequeño niño y sus familiares, lugar en el que fue atacado mientras dormía. El agresor no era una persona, sino un ser grande y verdoso, con ojos rojos como rubíes y enormes garras. Casi cogió desprevenido a Sebastian, que sin embargo siempre dormía con un ojo abierto y bien aferrado a su libro. El gato antropomorfo arrojó agua bendita sobre la criatura, que sin embargo no contaba con la naturaleza demoníaca que él presuponía. El atacante parecía obcecado en obtener el Libro de los Prodigios, pero Lefou no iba a permitirlo, cercenando primero una de las zarpas de la criatura y logrando por fin ahuyentarla con la ayuda de Marcus, el padre del joven rescatado.

Llegada la mañana, Sebastian se preparaba para continuar con su marcha, pero se topó con la oposición de Damián, quien le consideraba un ser infernal. Mientras el habitante de la vieja iglesia amenazaba a la familia que había acogido al caminante, Lefou hizo una perspicaz observación: Damián tenía vendada la misma mano que cercenó al monstruo que le atacó la pasada noche. Dejando clara su posición de poder respecto al pequeño hombre que osaba enfrentarle, Lefou espantó al indeseado hombre, quien sin embargo no iba a darse por vencido.

La vieja y abandonada iglesia custodiaba un poder desconocido y proveniente del cielo, que emanaba del objeto con el que Damián y Peyo se dieron de bruces. Fuese lo que fuese aquella fuerza, era maligna y tenia oscuras intenciones. Una voz proveniente del enorme y verdoso objeto celeste atormentaba a al hombre y le apremiaba a conseguir el libro de Lefou, clave para sus propósitos. Solo con él podría recuperar todo su poder. Ante la incapacidad mostrada por quien ahora era su seguidor, el ser recurrió al pequeño Peyo, a quien transformó en una bestia de aspecto parecido a la anterior y envió en pos de Lefou. El encuentro entre ambos se produjo nuevamente durante la noche y en el silencio del bosque. Sebastian salió victorioso gracias al fuego de la hoguera que había encendido previamente, tras lo cual la entidad extraterrestre recurrió a las aves del bosque para lograr lo que tanto ansiaba. Ellas robaron el libro protegido por el caminante y lo llevaron hasta la iglesia, donde Damián debía intentar abrirlo y desentrañar sus secretos. La entidad se quedaba sin tiempo, pues temía que sus perseguidores – seres que suponemos superiores a ella misma – estuviesen a punto de dar con su paradero. Solo los sortilegios escritos en el libro harían posible su huida de aquel lugar al que llegó de forma involuntaria.

Por desgracia para el ente, el libro no podía ser abierto sin la intervención directa de Lefou, por lo que ideó una estratagema, consistente en poseer a todos los habitantes de Bolévar para atraer al gato antropomorfo hasta la iglesia. Si bien Sebastian poseía una fuerza enorme, la balanza se decanto de lado de los aldeanos, muy superiores en número. Ya frente a la entidad encerrada en la piedra verde, el gato apeló a la humanidad de Damián para acabar con aquella situación. Cuando el extraterrestre estaba a punto de extraer la información que necesitaba de la mente de Lefou, Damián tomó una hoja y apuñaló la roca, que se resquebrajó al instante.

Entre lamentos, un ser abominable y provisto de muchos tentáculos maldecía su suerte, sabedor de que sus perseguidores le encontrarían en breve. Lefou tuvo que enfrentarse cara a cara con el monstruo cósmico para recuperar el Libro de los Prodigios, que reposaba bajo el terrible corpachón del foráneo.

Por suerte para Sebastian, la criatura fue arrebatada por los cielos cuando estaba a punto de acabar con su vida. Sobre la iglesia pudo verse una enorme nave, de la que salió uno de sus insólitos integrantes. Una forma de vida tan gigantesca que hacía que el ser de la crisálida verde pareciese poco menos que una hormiga a su lado.

Los habitantes de Bolévar despertaron sin saber nada sobre el sacrificio de Damián ni sobre los prodigiosos hechos que el legendario Sebastian Lefou recogería en sus anotaciones. Ante él, los pocos restos supervivientes de la desastrada iglesia quedaron como único testimonio de que lo que estaba escribiendo era cierto. Solo las generaciones venideras sabrían la verdad sobre las maravillas que acontecían en el reino. Puede que algún día, nosotros también podamos acceder a ellas.



Félix R. Herrera

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