Deadman: Amor después de la muerte
Solo puedo vivir “robándoles” sus cuerpos a otras personas. No consigo tener relaciones sólidas. No puedo ser yo mismo. Soy un fantasma. Hace tanto que busco a otro fantasma…
La soledad no deseada es un mal endémico de esta sociedad moderna del siglo XXI. Cualquiera de vosotros habrá leído o escuchado alguna noticia sobre el asunto. Un mundo hiperconectado y en el que hay más seres humanos que nunca. Y, sin embargo, cada vez más solos, con menos relaciones cercanas. Una problemática que se acrecienta según transcurre la vida, en la que el curso natural de los acontecimientos va arrebatando de las vidas de cualquiera a aquellos con los que se tiene un lazo más directo: los familiares. No por ello es algo que afecte solo a los más mayores, pues no pocos jóvenes se sienten igual, a edades muy tempranas. Los efectos y repercusiones a largo plazo de este sentimiento escapan a nuestro ámbito de discusión, pero es uno de los ejes sobre los que pivota este texto. Soledad no deseada… para un fantasma capaz de amar.
Pocas veces he encontrado en el mundo superheróico a un personaje principal tan particular como Boston Brand. Sí, la incomprensión y el secretismo en torno a sus identidades son básicos en la construcción y desarrollo de sus tramas. Pero construir un arco narrativo en torno a la búsqueda de un amor ultraterreno, a finales de los ochenta del pasado siglo, y con alguien tan particular es harina de otro costal. Esta historia tiene una fama justificada.
Pero hablemos un poco sobre la trayectoria de Boston Brand antes de narrar su historia de amor con Ann Wallenchinskie. Brand hizo su primera aparición en el #205 de Strange Adventures, en el mes de octubre de 1967. Creado por el guionista Arnold Drake y el artista Carmine Infantino, quien sería conocido posteriormente como Deadman formó parte de la nueva hornada de personajes que, bajo el amparo de DC, relanzaron las historias sobrenaturales y de terror en los decenios finales del pasado siglo. Buscando guionistas potentes para los mismos, Brand quedó unido durante un tiempo a Mike Baron, nominado al Eisner posteriormente por Nexus. Junto a él, Kelley Jones, un artista impresionista que dejó su particular impronta en la antología dedicada a Deadman en Action Comics Weekly, donde se consiguió relanzar a Brand a los consumidores “deceítas”. El éxito de crítica propició que ambos trabajasen juntos en una miniserie sobre el personaje que se publicó entre 1989 y 1990. Y así llegamos hasta Amor después de la muerte, que Ediciones Zinco publicó en 1990 en dos volúmenes formato prestigio que tengo en mis estantes.
Es justo decir que ambos artistas respetaron los orígenes del personaje, planteado veintidós años antes. Antiguo acróbata de circo, Brand fue asesinado por El Gancho, que finalmente resultó ser un aspirante a la Liga de los Asesinos, que le escogió como objetivo. Aunque no fue un acto de venganza, sino simple azar. Una muerte arbitraria que propiciaría el retorno de Brand al área de influencia de los mortales gracias a la voluntad de la deidad hindú Rama Kushna, vigilante de la ciudad sagrada de Nanda Parbat. Después de que Brand fuera asesinado, la diosa dio al trapecista la oportunidad de vengarse de su asesino. Así, el protagonista fue devuelto a esta dimensión como un fantasma con la capacidad de poseer a los vivos. Más tarde, el ya conocido como Deadman aceptaría ejercer como agente de equilibrio y justicia, permaneciendo en su estado intermedio entre la vida y la muerte. Algo que, a la larga, le haría sentirse muy solo.
Siempre podría ocultarse en los cuerpos de otros. Vivir sus vidas durante un tiempo. Trabajar, salir a tomar cervezas o sentir las caricias y el calor de un cuerpo desnudo. Pero nada de eso era real, porque nunca se trataba del propio Boston. Nunca podía ser él mismo. Todas y cada una de las veces que intercedía por alguien se sentía un poco sucio. Porque todo era una mascarada, una triste farsa. Quizá por eso se sintió tan atraído hacia las supuestas apariciones fantasmales de la trapecista Ann Wallenchinskie, del circo Colby-Grazia, en el estado de Wisconsin. El lugar estaba abandonado y tenía fama de estar encantado, pero eso no era ningún impedimento para Deadman, que se dirigió al emplazamiento que era señalado en un artículo sensacionalista mientras poseía a un tipo cualquiera que esperaba en la consulta de un doctor.
Brand llegó a la casa Colby, construida por Byron Colby como sede permanente de su circo y como símbolo de su amor hacia Ann, a la que el antiguo trapecista encontró en el gimnasio privado de la casa. Allí estaba ella. Joven y hermosa, ejercitándose por los aires. Ambos se vieron, y la sorpresa pareció despistar a la espectral mujer, que cayó y atravesó el suelo. Mientras la buscaba, Boston entró en lo que identificó como el estudio privado de Colby, donde reposaba un volumen muy específico y especial: De Vermis Mysteriis. ¿Estaba el dueño de la casa obsesionado con la vida eterna y el conocimiento de la demonología aplicada?
La aparición del grimorio de Robert Bloch no parece ser casual. Ni en esta trama ni en mi propia historia. Lo he encontrado en mis dos últimas lecturas, y ninguna de ellas era perteneciente a los Mitos de Cthulhu. ¿A qué puede obedecer este aparente azar? Mejor no pensarlo demasiado, por si acaso.
Regresando a la narración, Ann rehuía el encuentro con Brand, en la creencia de que era un enviado de Colby. Por si fuera poco, en el lugar habitaban otras entidades espectrales, a los que no era nada sencillo dar esquinazo. Byron Colby no era ningún marido ejemplar, sino un tirano que, llevado por su insana obsesión hacia la trapecista y la magia oscura, se había aliado con un demonio que respondía al nombre de Brazia. Una entidad antigua, amo y señor de las tierras circundantes, como los indios advirtieron a los artistas circenses cuando Colby se instaló allí. Todos los antiguos integrantes del circo estaban atrapados allí, y Colby no tenía ningún problema en añadir a otro trapecista antes que permitir que ninguno de ellos escapara. Especialmente Ann, cuyo contacto podía ser sentido por Deadman, que abrazó la esperanza de haber encontrado el amor verdadero en la triste soledad de la muerte.
Solo había un impedimento: ningún ser desencarnado podía enfrentar a Brazia y romper la maldición que ataba a Ann a aquel lugar. Fue la propia Ann quien sugirió a Boston que poseyese el cuerpo comatoso del atleta Jack Trayner, que reposaba en una cama de hospital en Milwaukee velado por Connie, su mujer.
Deadman no solo poseía cuerpos a voluntad, sino que asimilaba sus recuerdos y vivencias, favoreciendo su camuflaje y actuación. Así supo como ser Jack, mientras alimentaba la idea de volver al circo Colby-Grazia para enfrentar al demonio y liberar a su amor de las garras de su nigromántico marido. Algunas de las entidades atrapadas allí atormentaron a Boston-Jack y a Connie, que se mostró intransigente ante la idea de dejar solo a Trayner.
Colby estaba decidido a acabar con la amenaza, y envió a todos sus efectivos disponibles para detener al matrimonio, incluida la mujer gorda, que se comió al desgraciado vigilante que llevaba años velando por el lugar, una serie de vagones de tren perdidos en medio de ninguna parte. Connie desapareció y Deadman parecía perder influencia sobre Trayner, debiendo apelar a la diosa Rama Kushna para poder continuar con su labor. Debía ser cuidoso, pues no deseaba estropear el cuerpo del atleta, su único medio viable para conseguir su objetivo.
Conocedor de las artes oscuras, embaucador y esquivo, Colby intentaba confundir a Boston y conducirle hasta Brazia, para que el demonio acabase con él definitivamente. Brand recordaba su infancia, cuando una pitonisa predijo que moriría dos veces en un circo. Una de esas muertes sobrevino hacía más de dos décadas. ¿Sería aquella su segunda y definitiva muerte?
Las amenazas no dejaban de sucederse. Un felino descarnado y redivivo, la señora de las serpientes, Madame Cuatro Ases, el monstruoso hombre cabra, las propias malas artes de Colby… Todo para tratar de frenar a Deadman y atarle a Brazia, que fue convocado por Colby tras meter al maquinista en el horno de la locomotora que movía los vagones del circo. El calor era amigo del demonio.
El cuerpo de Jack estaba exhausto, pero había logrado rescatar a Connie con vida. Solo restaba salvar a Ann, que parecía estar celosa por el contacto entre Boston y la esposa del atleta. Byron Colby esperaba en el carromato situado tras la locomotora, donde revelaría a Brand que Ann le estaba utilizando, como había hecho antes con tantos otros. Según decía el nigromante, ella no sentía nada hacia él, sino que solo lo veía como un instrumento para escapar de sus garras. La ira inundó a Deadman, que haciendo uso de la fuerza de Jack Traynor ahorcó al empresario ante la atenta mirada de aquellos habitantes del circo que aun no habían sido pervertidos por la oscura voluntad que dominaba el lugar.
Las dudas corroían al espectro, que se adentró en el horno de la locomotora e intentó acabar con Brazia quemando la calavera del maquinista. Ante la inminente amenaza, el demonio reaccionó dándole a Deadman las respuestas que no quería oír. Ann fue atada a Colby gracias a que éste aceptó el poder del demonio y, desde entonces, ella usaba a todo aquel desgraciado que pudiese ayudarla a cumplir con su anhelo de escapar. No había amor verdadero en sus palabras o caricias, solo interés y mentira.
Aun así, Ann ayudó a Deadman a alimentar el horno y poner en marcha la locomotora. Ninguna de las entidades malvadas que eran controladas por Brazia evitaron que el tren se estrellase contra la casa Colby. El cuerpo de Jack Traynor desfalleció cuando Ann reclamó la presencia de Boston para despedirse de él para siempre. Reconociendo sus errores, la espectral y bella presencia lamentó no poder quedarse más tiempo con el trapecista. Deseaba descansar, algo que él no podía hacer.
Una vez más, Boston Brand se quedaría solo. Pero en esta ocasión era diferente, porque lo que sintió en los breves momentos de contacto con esa mujer fantasmal fue real. Tan auténtico como el amor que Connie profesaba por el recuperado Jack, que no recordaba absolutamente nada de lo ocurrido tras despertar de su coma. Su cuerpo estaba herido, pero se recobraría. Sin embargo, aquel que le poseyó seguía maldito, destinado a ayudar a los demás en soledad.
Félix Ruiz H.
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