El remedio del Doctor Leskovar

En el año 2007, el tándem formado por Mike Mignola y Christopher Golden imaginó un nuevo y tenebroso mundo. Un siglo XX alternativo en el que la I Guerra Mundial finalizó sin vencedores ni vencidos, ya que todos perdieron por una razón: la plaga. Una enfermedad que traía de vuelta a los muertos y que propició el regreso de los antiguos vampiros, casi extintos por entonces, al viejo continente europeo. El culpable de todo fue Lord Henry Baltimore, que hirió de gravedad a la criatura equivocada en pleno campo de batalla. Desde entonces, peregrinó por media Europa tratando de acabar con el ser que se lo arrebató todo.

Esta pequeña sinopsis de Baltimore, o El valiente soldado de plomo sirve tanto para aquel libro ilustrado como para la serie de tomos editados a posteriori, siendo ambas complementarias. En mi caso, y no habiendo leído aun la novela que lo inició todo, no puedo dar fe de las diferencias entre ambas versiones, pero sí que puedo decir que el primer ciclo de esas novelas gráficas – en concreto, sus cuatro primeros arcos – son una adaptación más o menos fiel del trabajo que inició este universo, que posteriormente se expandió con más números y series derivadas.

Decía Kim Newan en el prólogo de Baltimore: A Passing Stranger & Other StoriesBaltimore: Un Forastero de paso y Otras Historias, 2014 – que la naturaleza del terror cambió durante y después del primer conflicto bélico mundial. El medio siglo anterior fue fértil en lo que a la creación de personajes fantásticos, monstruosos y mágicos se refiere. Ahí están los casos de Drácula, Fu Manchú, el Profesor Challenger, el Capitán Nemo, el Doctor Jekyll y Mr. Hyde, Dorian Gray, John Silence, Carnacki y tantísimos otros. Los tiempos posteriores, sin embargo, llevaron a todos esos personajes al teatro y al cine, siendo el espectro de la guerra una bruma visible en las películas de monstruos de los años veinte y en el terror alemán de los años treinta.

En nuestra realidad, los monstruos migraron hacia otros medios distintos a la literatura. Las increíbles máquinas de guerra imaginadas por Wells, Verne, Erskine o Le Queux fueron sustituidas por palas, incontables kilómetros de alambre de espino y miles de soldados que dieron su vida en un abrir y cerrar de ojos. Y, como colofón, una epidemia de gripe diezmó a parte de la población superviviente en 1919.

En el imaginario de Golden y Mignola – con Ben Stenbeck dibujando y Dave Stewart al cargo de los colores –, los monstruos eran reales y persistieron. El enemigo no era el soldado del ejército rival, sino el cambiaformas vampírico. La plaga no solo se llevaba a familiares, amigos y conocidos, sino que devolvía a algunos de ellos a una falsa vida. Y la Iglesia, lejos de luchar por la paz, volvió a instaurar una nueva Inquisición, en la que sus jueces eran a la vez jurados y verdugos. En medio de toda esa Europa distópica surgió un discreto noble con pata de palo y una misión: acabar con la que creía que era la raíz del mal.

Podríamos entrar en todo este embrollo desde cualquier punto, y cualquiera de ellos sería adecuado para empezar a formarnos una idea sobre lo que nos depara en Baltimore. Pero lo haremos con los dos números de Dr. Leskovar´s Remedy, que aparecen conjuntamente en el tercer volumen – uno de los más disfrutables – editado en primer lugar por Dark Horse Comics. Como suele ser habitual, esta reseña será lo más completa posible y estará llena de spoilers, por lo que la advertencia es necesaria.

Esta historia comenzaba en los alrededores de Bjelogoram, en plena costa croata de Dalmacia. Era el mes de mayo de 1917, y los habitantes de una pequeña e improvisada aldea intentaba buscar sustento en el mar, que ofrecía pocos regalos por entonces. De repente, en sus cielos apareció lo que parecía ser un avión de combate, precipitándose hacia una playa cercana. Algunos lugareños se aventuraron a acercarse hasta aquel aparato, en cuyas cercanías encontraron un ser enorme y deforme, que era pasto de las llamas. Del los restos prácticamente destruidos del ingenio volador surgió un tambaleante hombre, armado con un arpón y con varias armas blancas y de fuego, que se acercó hasta la monstruosidad y vació el contenido de uno de sus revólveres sobre ella. Cumplido el extravagante cometido, el hombre se desplomó.



Entre las nieblas de la inconsciencia, el hombre oía hablar a los lugareños, que se preguntaban si el ser sería obra de los experimentos de un tal Leskovar. En cuanto al visitante, fue abandonado en el mismo lugar donde desfalleció, siendo observado durante horas por un hombre mayor y dos de sus pequeños sobrinos. Los tres vieron despertar a aquel que se presentó como Lord Henry Baltimore, que les explicó cómo había llegado hasta allí.

Estando en Corfú, un mensajero le entregó en la posada donde se alojaba una pequeña caja de madera, cuyo contenido desveló mientras estaba en el aire. Un error que casi resultó fatal, pues el regalo envenenado era un huevo que eclosionó y reveló al monstruo que ahora yacía en la playa. Aquella inesperada escala de su viaje quizá fuese provechosa par Lord Baltimore, que buscaba cualquier indicio del paradero de su enemigo, del que sospechaba que se dirigía a Belgrado. Se trataba de un vampiro tuerto, con una larga cicatriz sobre la cuenca de su ojo derecho, que estaba vacío...

El camino hacia Belgrado llevaría al visitante a cruzar el pueblo que los allí presentes habían abandonado hace un tiempo por muy buenas razones. La mejor de ellas era la presencia de los productos del remedio del Doctor Leskovar. Al parecer, ese hombre pretendía curar el vampirismo, una quimera que otros estaban intentando conseguir por medio continente. Leskovar había perdido a su hijo por culpa de la plaga, obsesionándose con la idea de hallar un remedio para el mal que devolvía a los muertos de sus tumbas. Pero cuando se le empezaron a acabar los ejemplares de estudio, mandó a los vampiros restantes a reclutar “voluntarios” entre los lugareños. Solo sobrevivían algunos niños y ancianos, aquellos que se escondían en medio de las precarias edificaciones de la playa.

Toda aquella historia no hizo sentir empatía alguna al lord, enfocado en seguir con su particular e íntima guerra. Sin mayores explicaciones, abandonó la plaza y se internó en el pueblo, que debía cruzar para hallar la senda a Belgrado. El entorno era tal como lo habían descrito los asustados supervivientes. Silencio, soledad, suciedad y abandono. De repente, Baltimore pudo oír los susurros que provenían del subsuelo, palabras amenazantes de seres que querían a un nuevo voluntario para los experimentos de Leskovar. El hombre era muchas cosas, pero no era ningún cobarde, y jamás rehusaba una batalla.

Aquellos engendros eran diferentes a los típicos vampiros descerebrados que solía combatir. Es cierto que la I Guerra Mundial había desatado fuerzas muy oscuras y antiguas sobre el mundo, pero las que ahora salían de cada rincón de Bjelogoram no parecían temer los símbolos sagrados o la luz del Sol. Por suerte, siempre quedaban los afilados filos de las espadas, las hachas y los puñales.

Mientras tanto, entre las sombras de un gran edificio, el doctor Leskovar clamaba por una última oportunidad de lograr el éxito que hasta entonces le había sido negado. Esperaba encontrar en Baltimore a su último ejemplar para investigación, pero el guerrero con la cabeza afeitada logró zafarse de sus perseguidores y se irguió amenazante frente a él. Acobardado, el anciano científico reveló la verdad tras su macabra leyenda: aunque era cierto que comenzó a experimentar con las gentes de aquel lugar, hacía mucho que deseaba poner fin a aquel proyecto. Pero, por desgracia, fue hecho prisionero por sus propias creaciones. Ellas eran quienes deseaban que el trabajo continuase, esperando una salvación que nunca llegaba. Leskovar aseguró que no conocía el ansiado remedio, pero que había encontrado una solución: podía acabar con los vampiros con sus propias manos, ya que se había bebido su propia fórmula.



Mientras tanto, en la aldea pesquera, cientos de cangrejos se alimentaban del monstruo que cayó junto al visitante y yacía en la playa. Los sobrinos del viejo Flip se preguntaban si Lord Baltimore había sobrevivido a su internada en el pueblo, y decidieron adentrarse en él a través de una ruta supuestamente segura. Nadie podía imaginar el horror que estaban a punto de vivir…

El Doctor Leskovar se retorcía de dolor. Entre convulsiones, dejaba atrás su apariencia humana para acabar lo que empezó. Si no podía curar a sus seres queridos y conocidos, acabaría con ellos él mismo. Su conciencia persistía, encerrada en un colosal cuerpo, cuyas extremidades estaban provistas de enormes garras. No era un vampiro común, sino algo mucho más grande y letal.

Entre gritos, el nuevo Leskovar llamaba a los suyos, asegurando tener una cura. Sus experimentos acudieron a la llamada, solo para ser destrozados por las dentelladas y los zarpazos de su creador. Los niños podían verlo todo desde su escondrijo, pero fueron rápidamente interceptados por la abominación que en otro tiempo fue el cura del pueblo. Baltimore seguía luchando consigo mismo. Se decía a sí mismo que aquella no era su guerra, pero no podía permitir que unos inocentes muriesen frente a él, por lo que empaló al otrora sacerdote con su arpón.

La lucha continuaba, con el bestial Leskovar y el noble cojo luchando espalda contra espalda. Sin embargo, a pesar de que todo parecía haber acabado, el doctor seguía queriendo matar. Había dado muerte a sus experimentos, pero no había purgado sus pecados. En su retorcida lógica, únicamente la muerte de todos los supervivientes del pueblo le permitirían descansar en paz. Mientras los dos contendientes se preparaban para una última batalla, gritos desgarradores provenientes de la playa llegaron hasta sus oídos. Algo iba muy mal, por lo que era necesario aparcar las hostilidades.

Baltimore y los niños se toparon hasta un escenario dantesco. Los cientos de cangrejos que habían devorado a la criatura del avión acababan de mutar. El mal enviado por el vampiro tuerto estaba segando las vidas de las gentes de Bjelogoram. La lucha era demasiado desigual, incluso para alguien tan versado en aquellas lides como el noble con la pata de palo. Ante la desesperanza, el monstruoso doctor Leskovar surgió como un último rayo de esperanza. Solo él podía romper la maldición que había desatado en aquel apartado paraje de la costa de Dalmacia.

- Este es el nuevo mundo, Leskovar. Los monstruos engendran monstruos. Es una repulsiva cadena de acontecimientos.

Intuyendo que aquella amenaza era mayor que la que suponían los pueblerinos, los cangrejos se reunieron en torno al vampiro modificado, que se adentró en las aguas. Un amasijo de garras, dientes y pinzas se hundía en el mar, alejando el peligro de las cabañas. La podredumbre y la muerte desapareció del lugar. Al menos, de momento. Baltimore se despidió de aquellos humildes y desolados aldeanos, sabedor de que solo les restaba enterrar a sus muertos y migrar para buscar una suerte mejor en aquel mundo desolado. Su camino hacia Belgrado continuaba, al igual que su persecución. Su mente era martilleada por las últimas respuesta que recibió de Leskovar:

- Quizá tengas razón. Pero algún día, la cadena ha de romperse.

Puede que fuese cierto. La cadena ha de romperse. Pero aún no.




 Félix R. Herrera

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