El asteroide: James Moriarty y la Cosa de otro mundo

Hace muy poco dije que la serie de escritos en torno a la que quizás sea la novela corta más famosa de John quedaba cerrado en forma de trilogía. Sin embargo, un intercambio de correos con el escritor, editor, mitógrafo creativo y holmesiano de pro Alberto López Aroca ha provocado que el ciclo se expanda y se convierta en tetralogía. Poco podía imaginarme que todo lo ya expuesto en textos anteriores pudiese tener un giro tan inesperado en unas manos expertas como las suyas. ¿Qué pasaría si la historia de John W. Campbell transcurriera en el siglo XIX? ¿Y si además estuviese protagonizada por James Moriarty? Descubrámoslo juntos.

Antes de comenzar, me gustaría agradecer personalmente a Alberto su confianza y predisposición. No ha sido esta la primera vez que hemos hablado, y siempre se muestra cordial y cercano, incluso con personas tan inexpertas como un servidor. Sí, he de confesar que soy un profano en multitud de asuntos en los que muchos de vosotros, queridos lectores, estáis mucho más instruidos. Apenas estoy iniciándome en diversos géneros y autores. Tampoco soy holmesiano – algo que paulatinamente estoy tratando de remediar –, ni un escritor diestro. Pero por alguna parte hay que comenzar. Creo sinceramente que leer a buenos autores, hablar con ellos y aprender de sus experiencias y obras son las mejores vías posibles para mejorar. Espero que Alberto sepa perdonar la torpeza con la que escribo estos párrafos.

En cuanto a la historia que hoy ocupa este espacio del Gabinete, me era totalmente desconocida hasta que su autor tuvo a bien presentármela. El asteroide ha aparecido en diversas ocasiones y en varios formatos. En primer lugar, fue editado como un micropastiche para la Tertulia Holmesiana de Madrid, siendo posteriormente parte del número 8 de Ulthar (marzo de 2019). Finalmente, también fue incluido en Lugares peligrosos (Alberto López Aroca, Editor, 2023), una compilación de 19 historias – algunas de ellas jamás reunidas en un único volumen – que reunía buena parte de su reciente producción.

Se trata de un pastiche holmesiano centrado en la figura de un James Moriarty que aun no había entablado hostilidades con Sherlock Holmes pero que ya era una joven eminencia en el ámbito académico gracias a su singular y revolucionario trabajo sobre el Teorema del Binomio. En una época inmediatamente anterior a la denominada como Edad Heroica de la exploración de la Antártida – cuyo inicio suele coincidir con la expedición de la Société Royale Belge de Géographie, dirigida por el Conde Adrien de Gerlache en 1897 –, Moriarty había liderado una desconocida exploración antártica que sigue sumida en el más absoluto misterio.

En 1876, el joven catedrático había presentado al juicio de sus pares un nuevo estudio. Uno que para muchos colegas y publicaciones especializadas era poco menos que "indescifrable”, y sobre el que su autor rehusaba dar más explicaciones que las estrictamente necesarias. El estudio, titulado The Dynamics of an Asteroid, daría a nuestro insigne protagonista la excusa necesaria para emprender su propia aventura polar, gracias al patrocinio de una pequeña universidad británica que puso a su disposición a veinte hombres, varios animales y todos los elementos necesarios para un viaje de tal calibre. El Wellington, comandado por el capitán Garry, sería el bergantín que intentaría lograr una proeza difícilmente igualable, si es que la misión lograba ser exitosa.

Teniendo en cuenta lo poco que se pudo sacar en claro a posteriori, es difícil discernir qué pasó en aquella expedición. La documentación conservada tampoco ayudó demasiado a los investigadores e interesados a desenmarañar la trama. Existen flagrantes contradicciones entre los documentos relacionados directamente con Moriarty y el resto de información que se pudo reunir.

Sí que se puede afirmar que la expedición comenzó en 1878. Los informes preliminares del catedrático citaban unas coordenadas en la Antártida, un lugar nada adecuado para un desembarco, pero que eran las correctas de cara a cumplir el objetivo principal del viaje: hallar los restos de un asteroide que había chocado contra la Tierra hace millones de años.

The Dynamics of an Asteroid ofrecía todos los detalles con milimétrica precisión pero con una abundancia de conceptos difíciles de digerir para cualquiera que tuviera acceso a él, incluido el capitán Garry. Y es que, según Moriarty, en las proximidades del Polo Magnético Sur existía una fuente magnética inusual, atribuida por el profesor al cuerpo celeste.

En este punto, los diarios de algunos miembros del grupo se antojaron fundamentales para conocer algunos detalles de la larga travesía. Garry describía a Moriarty como un hombre “serio, severo y austero, pero muy humano”. A pesar de pasar mucho tiempo en su camarote, confraternizó con los marineros. El contramaestre McReady, mucho más escueto y objetivo en sus explicaciones, explicó cómo el matemático había frenado una fuerte pelea durante el mes de julio, exhibiendo notables dotes tanto para la palabra como para la acción, además de para la sanación. También el perrero, llamado Clark, tuvo buenas palabras para el señor Moriarty, al que consideraba sabio y considerado. 


Como se puede comprobar, la presencia del jefe de la expedición no supuso una carga para sus subordinados. La duración exacta de la travesía supuso una de las grandes incógnitas de esta apenas conocida iniciativa, al igual que las coordenadas exactas donde se produjo el desembarco de los miembros del Wellington. Sí que se sabe que fueron dieciséis los hombres que bajaron del navío, y que todos ellos llegaron hasta las coordenadas dictadas por Moriarty, que no erró en sus cálculos.

Allí estaba el objeto que estaban buscando, que McReady describió como un círculo perfecto de unos 250 pies de diámetro. Garry, por su parte, fue menos preciso: según sus observaciones, el objeto era cilíndrico y tenía unas medidas aproximadas de 50 pies de diámetro en su punto más ancho y 300 pies de largo.

Estos apuntes nunca fueron confirmados por James Moriarty. Como tampoco fueron incluidos todos los eventos sucedidos tras el descubrimiento. La memoria de 23 páginas que el profesor entregó a la universidad una vez que hubo regresado resultó ser poco menos que el reflejo de un estrepitoso fracaso. ¿A quién debemos creer, entonces?

Los distintos escritos que se están citando en estos párrafos no fueron hallados hasta un siglo después del comienzo de esta expedición, cuando un grupo de investigación noruego los halló entre los restos cremados de varias construcciones de madera interconectadas entre sí. Por suerte para nosotros, los miembros de aquella otra expedición decidieron echar un vistazo por los alrededores, ya que fue la única ocasión en que pudieron atestiguar que allí hubo presencia humana. Los restos desaparecieron poco después.

Pero volvamos a esas anotaciones de los subordinados del profesor. Al parecer, se hizo uso de explosivos para intentar liberar el objeto de su tumba helada, pero el mismo se encontraba a demasiada profundidad. Esto contrarió a Moriarty, que sin embargo encontró algo de consuelo cuando un segundo objeto, mucho más pequeño que el primero, quedó a su alcance.

Tanto el capitán como el contramaestre debatieron con el profesor sobre la naturaleza de ambos hallazgos. Parecía claro que no eran fragmentos de roca. Garry consideró que el origen de cilindro era artificial, definiéndolo como “un navío volante concebido para surcar el espacio entre planetas…

Moriarty reveló a sus socios que era probable que uno o más seres vivos hubiesen escapado del lugar del impacto, quedando atrapados en otros lugares. Los marineros que quedaron en el Wellington tenían instrucciones de subir a bordo cualquier elemento orgánico anómalo y sensible de ser estudiado. A pesar de esa segunda y factible opción, de los diferentes documentos hallados por los noruegos se dedujo que los dieciséis hombres lograron liberar al segundo objeto del hielo, transportándolo a un refugio o base provisional. Garry describió aquella cosa, que resultó ser un ser desconocido. Fue examinado a conciencia por Blair, un biólogo cuyas notas se habían perdido.

Tiene cabeza y brazos y piernas, pero no podría pasar por un ser humano ni aunque le pusieras un traje de tres piezas, corbata con lacito y un vaso de ron en la mano. El cabello está formado por pelos gruesos, de un azul más intenso que su piel; parece una maraña de serpientes descabezadas. Y lo peor quizá sean sus tres ojos (hube de contarlos varias veces para estar seguro de que eran tres), que son de color rojo sangre, y están abiertos.”

Desde el momento en que se produjo aquella primera observación, la información se hacía cada vez más fragmentaria y difícil de aclarar. Solo se conservaron algunos fragmentos de documentos. Algunas cartas del doctor Copper, anotaciones del diario de Clark, preocupantes aportaciones del capitán Garry y escuetos comentarios hechos por McReady.

El primero dejó por escrito que la criatura escapó de su morgue improvisada mientras era velado por el profesor, que fue hallado inconsciente. El segundo denunció la desaparición de varios animales, así como la creciente paranoia que atenazaba al grupo. Garry comenzó a sospechar de sus hombres, siendo Moriarty el causante principal de sus miedos. El contramaestre fue tan escueto como de costumbre, pero gracias a sus documentos se supo que el cadáver de Garry fue cremado y que Clark sufrió una muerte terrible.

McReady fue, a la postre, uno de los dos únicos supervivientes de aquel grupo de dieciséis hombres, aunque su destino sigue siendo un misterio. Solo Moriarty podría haber dado fe de lo que realmente pasó con él y el resto de hombres, cuyo final se presume espantoso. Pero, como se desprende de todo lo anteriormente descrito, no fue así.

El profesor James Moriarty regresó en el Wellington en 1879, pero no existen informes portuarios sobre la tripulación, a excepción de un registro de atraque firmado por “Van Wall, piloto”. La memoria de la travesía fue desilusionante para la universidad, que tampoco logró conocer muchos más detalles de boca del matemático. No hay conocimiento sobre las posibles explicaciones que éste dio a sus patrocinadores, si es que hubo alguna. Con total seguridad, aquella nave proveniente de las estrellas continúa atrapada bajo el hielo, tal como ha estado durante millones de años. En cuanto a la criatura liberada y estudiada por Blair, poco más se puede aportar. ¿Qué era aquella cosa? ¿Realmente seguía viva tras un letargo tan dilatado en el tiempo? ¿Por qué no acabó con el profesor, como al parecer hizo con otros miembros del grupo?

Hay tantas preguntas sin respuesta como especulaciones y rumores que intentan darles sentido. En cuanto a Moriarty, los holmesianos ya conocen qué pasó con él en los años venideros, aunque cabe hacer una última apreciación sobre él antes de dar por finalizada esta entrada de nuestro particular diario de a bordo. Una de las notas oficiales dirigidas al profesor, escrita por el rector de la universidad, llevaba una postdata muy gráfica sobre los posibles efectos que el viaje en el Wellington había tenido sobre él:

Querido James, usted ya no es el de antes”.




Félix R. Herrera

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