Dylan Dog: El flautista de Hamelín
Queridos aprendices, asistentes y curiosos, bienvenidos a un nuevo post de nuestro Gabinete. En el presente 2024 estoy empleando bastante tiempo – y dinero – en leer historias de Dylan Dog. Antes de esta inmersión, únicamente me había acercado al personaje a través de la adaptación cinematográfica estadounidense de 2011, aquella protagonizada por el tándem formado por Brandon Routh y Sam Huntington. No fue la mejor puerta de entrada, desde luego. Por suerte, los cómics están ahí para algo y a ellos me remito para quienes estén interesados en la creación de Tiziano Sclavi. Hoy traigo la reseña del número 210 de la serie italiana: El flautista de Hamelín
Publicado originalmente en marzo de 2004, en España apareció junto a los dos números siguientes en un único volumen por parte de Aleta Ediciones. Con guion de Paola Barbato – quizá la gran sucesora de Sclavi al frente de las historias del otrora agente de Scotland Yard – y dibujo de Luigi Piccatto, esta historia tiene varios elementos sumamente llamativos. Uno de ellos es el uso de diferentes objetos extraídos de los cuentos de los hermanos Grimm o Charles Perrault. Otro es la aparición de la misteriosa tienda multidimensional de antigüedades Safará y de su propietario, el señor Hamlin, un personaje recurrente en la serie cuya presencia siempre significa que los problemas no andan lejos. Pero vayamos por partes.
Esta historieta daba comienzo con una estampa familiar. Un padre viudo debía salir de casa para hacer negocios, mientras sus tres hijas – una de ellas era a su vez madre de un bebé – le pedían que les trajera algo a su vuelta. La más pequeña, Polly Hollard, quería una flauta nueva, pues la suya estaba estropeada. Esa circunstancia puntual – unida al hecho de que eran pobres – no ayudaba nada a que las burlas que recibía en el colegio fueran a menos.
El problema es que el padre de familia no iba a la city londinense a hacer ningún negocio, sino a apostar. Algo que, como de costumbre, no salió nada bien. Sus hijas eran conscientes de ello, pero aun así valoraban los esfuerzos de éste, aunque estuviesen enfocados de forma errónea. Cabizbajo, el hombre abandonó el lugar y caminaba lentamente entre los oscuros callejones, lamentando su mala estrella. Pero, de repente, se topó con una tienda abierta. Una que nunca antes había visto por allí, por lo que supuso que debía ser nueva.
Entró en ella pensando que quizá aceptarían a alguien una ayuda a cambio de un poco de dinero, pero otra mala idea cruzó por su mente. Estaba decidido a robar algo, pero una voz a su espalda le sobresaltó. Sin pensarlo, el señor Hollard echó mano a lo primero que pudo y golpeó en la cabeza al propietario de aquella voz que acababa de sonar, para inmediatamente después coger un objeto en particular: una flauta. O eso pensaba él. No quería defraudar a Polly otra vez…
En el número 7 de Craven Road, Dylan Dog reprende a Groucho por no haber pagado la factura del gas, lo que había dejado a ambos a merced del frio. Por suerte, una llamada repentina dio a ambos un nuevo caso con el que paliar parte de las numerosísimas deudas que arrastraban. Dog marchó hacia una dirección desconocida para él. La calle privada Grimm era, al menos aparentemente, un callejón sin salida en el que no había absolutamente nada. Pero, en cuanto el detective se giró para seguir buscando, alguien llamó su atención. Surgida de la nada, la tienda de antigüedades Safará tenía sus puertas abiertas. Dylan sabía perfectamente que aquello solo podía significar una cosa: peligro.
No era la primera vez que se cruzaba con el señor Hamlin, cuyo vampírico aspecto no era nada tranquilizador. Él era quien deseaba contratar a Dog, pues quería que encontrase un objeto muy particular: la flauta mágica de Hamelín, que había sido reservada para un cliente muy especial, al que más valía no contrariar. Había sido este misterioso cliente quien había sugerido a Hamlin que acudiese a Dylan.
El ex agente no creía lo que Hamlin le contaba sobre la flauta, a pesar de que aquella tienda guardaba otras maravillas como la piedra filosofal, la lámpara de Aladino o las botas de siete leguas. ¿Por qué la flauta era tan especial? Hagamos un pequeño receso para acudir a la fábula rescatada por los hermanos Grimm. ¿Recordáis como empezaba?
Había una vez… Una pequeña ciudad al norte de Alemania, llamada Hamelín. Su paisaje era placentero y su belleza era exaltada por las riberas de un río ancho y profundo que surcaba por allí. Y sus habitantes se enorgullecían de vivir en un lugar apacible y pintoresco. Pero… un día, la ciudad se vio atacada por una terrible plaga: ¡Hamelín estaba lleno de ratas!
Así daba comienzo Der Rattenfänger von Hameln, que se traduciría en algo así como El cazador de ratas de Hamelín, que vio la luz en 1816, dentro del volumen conocido como Deutsche Sagen. Los acontecimientos tienen lugar en 1284, en Hamelín. La plaga de ratas era un verdadero quebradero de cabeza, siendo sus habitantes incapaces de atajar el problema. La posible solución vino de manos de un desconocido, que aseguraba poder resolver el problema a cambio de una recompensa. Una vez aceptado el trato, el hombre hizo sonar una flauta misteriosa, logrando que todas las ratas salieran de sus escondrijos y cubiles y siguieran el sonido de la música. Hábil titiritero, el Flautista comenzó a caminar con el enorme séquito animal tras de sí, dirigiendo sus pasos hasta el río Weser, donde toda la comitiva acabó ahogada.
Obviamente, el flautista quería recibir su pago por el trabajo, pero se encontró con una tajante negativa de los pueblerinos. Lógicamente furioso, nuestro hombre se marchó, pero los habitantes de Hamelín no esperaban su vuelta. Pues la misma tuvo lugar el 26 de junio – fiesta de San Juan y San Pablo – y tenía un objetivo muy claro: la venganza.
Empezó a andar por una calle abajo y entonces se llevó a los labios la larga y bruñida caña de su instrumento, del que sacó tres notas. Tres notas tan dulces, tan melodiosas, como jamás músico alguno, ni el más hábil, había conseguido hacer sonar.
Eran arrebatadoras, encandilaban al que las oía.
Se despertó un murmullo en Hamelín. Un susurro que pronto pareció un alboroto y que era producido por alegres grupos que se precipitaban hacia el flautista, atropellándose en su apresuramiento.
Numerosos piececitos corrían batiendo el suelo, menudos zuecos repiqueteaban sobre las losas, muchas manitas palmoteaban y el bullicio iba en aumento. Y como pollos en un gran gallinero, cuando ven llegar al que les trae su ración de cebada, así salieron corriendo de casas y palacios, todos los niños, todos los muchachos y las jovencitas que los habitaban, con sus rosadas mejillas y sus rizos de oro, sus chispeantes ojitos y sus dientecitos semejantes a perlas. Iban tropezando y saltando, corriendo gozosamente tras del maravilloso músico, al que acompañaban con su vocerío y sus carcajadas.
Es en este punto donde la historia varía según la versión. En unas, los niños se adentran en una cueva para no volver jamás. La misma sería un pasadizo oculto en las montañas Koppenburg, una de las famosas Puertas del Infierno del imaginario cristiano. Aunque el final más terrible sería el del ahogamiento masivo en el río Weser, tal como ocurrió con las ratas. Por supuesto, hay un final amable, en el que todos vuelven a sus casas y el Flautista recibe su pago, yéndose para siempre. ¿El Flautista de Hamelín tenía nombre propio? ¿La fábula inmortalizaba las historias de Esteban de Vendôme y Nicolás de Colonia? Eso lo dejamos a criterio de cada lector.
Regresando a nuestra particular aventura, Dog y Groucho se encaminaron hasta un colegio para poder leer el cuento de los hermanos Grimm y así intentar sacar algo en claro. Dylan no esperaba que tanto el señor Hamlin como su tienda se materializasen constantemente y en cualquier lugar, como en el baño del colegio. Hamlin tenía prisa, estaba claro. Además, no paraba de advertir al detective privado sobre el poder del objeto, mucho mayor del que nadie podría imaginar.
Antes de eso, el señor Hollard regresó a su casa, entregando a Polly el flautín, pues eso era realmente el objeto que había robado de Safará. Ella, resignada y a la vez agradecida, se llevó el instrumento al colegio, donde era víctima de bullying. Uno de los abusones le arrebató la flauta y comenzó a tocarla torpemente, convocando a millares de arañas que rápidamente invadieron el patio de la escuela. Por suerte, abandonaron el lugar casi al instante, en cuanto la tosca melodía dejó de sonar.
La gran mayoría de estudiantes fueron trasladados a casa, mientras que el director de la escuela permitió que Polly – una estudiante ejemplar con una familia desestructurada – regresase a su casa. Dylan y Groucho se cruzaron con ella, desconocedores de lo que la chica llevaba en su mochila. Los Bug-Busters, expertos exterminadores que solo aparecían en situaciones extraordinarias, hicieron acto de presencia en el colegio de Polly, lo que llamó la atención del particular dúo protagonista. Dylan preguntó a algunos niños y a una de las profesoras por lo ocurrido, obteniendo el nombre del abusón: Chuckie Ireland. Al acudir a consultar la guía telefónica en una cabina cercana, Dg se topó de nuevo con Hamlin y su tienda… ¡dentro del minúsculo cubículo!
Hamlin poseía el libro de partituras del flautín, y señaló que aquel hechizo había sido tan simple como la melodía que salió del instrumento. Pero eso no significaba que tuviesen la misma suerte en ocasiones venideras. Lo cual era cierto, como estaban a punto de comprobar. En esta segunda ocasión fue Polly, sentada a orillas del Támesis, quien tocó algo que para ella era bastante sencillo, pero que tuvo un efecto inesperado: las sombras de todos los seres vivos del mundo abandonaron a sus dueños para converger en torno a la chica. Un evento extraordinario que pudo ser observado incluso desde el espacio.
Un enorme agujero negro había aparecido en Londres, pero aquello no frenó a Dylan y Groucho. Ambos se adentraron en la oscuridad para ver qué había ocurrido, mientras la molesta Polly dejaba de tocas el flautín de Hamelín. La jovencita fantaseaba con desaparecer. Aquellas sombras quizá podrían ser la solución. Pero el miedo la hizo frenar en el último instante. El bizarro episodio terminó tan rápidamente como había empezado, pero nadie pudo decir desde dónde regresaron sus respectivas sombras.
La madre de Chuckie Ireland recibió en su casa a Dylan y Groucho, que interrogaron al chico sobre el incidente con las arañas. El abusón confesó que robó el flautín de Polly Hollard, dando a la pareja tanto su nombre como su dirección. Cuando Polly llegó a casa, vio a través de una hendidura de la puerta al detective en el salón de su casa, hablando con su padre y sus hermanas. Lejos de querer denunciar el ataque y robo del señor Hollard, Dylan solo pretendía recuperar el instrumento y zanjar el asunto, pero ninguno de los presentes podía aclarar dónde se encontraba la más pequeña de las hermanas.
Con la mayoría de detalles del caso bajo el brazo, Dylan se dirigió a un callejón sin salida, dispuesto a entrar en Safará. Polly le seguía de cerca, intrigada. Oculta, la joven oyó hablar del libro de partituras y de la posibilidad de haber sido arrastrada a otra dimensión, por lo que decidió ocultarse en un rincón de la tienda mientras el detective abandonaba la misma. Aprovechando la visita de un extraño y monstruoso cliente, Polly pasó a la acción, decidida a llevarse el libro. Hamlin no advirtió la circunstancia, y la adolescente se marchó por la puerta de atrás. Lo que vio la dejó sin habla. Aquel lugar, fuese el que fuese, estaba muy lejos de Londres. El paisaje era desolador, el viento soplaba con una fuerza atroz y los rayos acompañaban la estampa con una melodía infernal. La chica recurrió al libro de partituras para intentar volver a casa, convocando a una bandada de arpías, que la llevaron en volandas hasta su nido.
De vuelta en la dimensión que todos conocemos, Hamlin acusó a Dylan de haber robado las partituras, pero éste encontró la mochila de Polly. Quizá había salido por detrás, lo que significaba que estaba atrapada en otra dimensión. Dylan sabía que era así y lo terrible que podía ser aquel lugar, pues ya había estado allí. Aquello ocurrió en el número 59 de la edición italiana, Gente que desaparece.
Mientras tanto, las arpías trataban de convencer a Polly de que se quedase con ellas, pues ella misma sabía que no encajaba en su mundo. La adolescente les propuso ir de visita a su dimensión, para así poder traer a más gente con ellas. Sería una buena broma con la que hacer pagar a los abusones todo lo que le habían hecho.
Desde Safrá, Dylan viajó instantáneamente a esa otra dimensión, calzándose las botas de siete leguas para salvar a Polly. Las botas otorgan a quien se las pone una velocidad de siete leguas por paso – unos 33,8 kilómetros, metro arriba o abajo –, siendo un elemento mágico aparecido en diversas variantes. Las más famosas son la versión de Pulgarcito (Le Petit Poucet) que Charles Perrault publicó en 1697 dentro de los Cuentos de Mamá Oca (Les contes de ma mère l'Oye) y la de los hermanos Grimm, publicada en 1819 bajo el título de Pulgarcito (Daumesdick).
De camino a Safará y llevada en volandas por las arpías, Polly pudo ver cómo Dylan recorría los páramos a una velocidad vertiginosa. Lo llamó a gritos, pero las arpías vieron en él una amenaza, decidiendo matar a aquel humano. El detective fue salvado en el último instante por un dragón, convocado con el flautín por Polly. De vuelta en el interior de la tienda multidimensional, Polly accedió a devolver el flautín y el libro tras tocarla por última vez. Poco podía sospechar Dylan que la chica le había engañado, pues aquella escueta melodía servía para ordenar a Hamlin que se quedase totalmente quieto.
Tras despedirse, la chica volvió sobre sus pasos y recuperó ambos elementos, además de las botas de siete leguas. Tenía un último objetivo en mente: tocar una melodía que encantase a todo aquel que se sintiese marginado y diferente, con el objetivo de que la acompañasen a otra dimensión. Según sus propias palabras, todos los soñadores la acompañarían, y el propio Dylan Dog estaba entre ellos.
A pesar de estar encantado, el detective aún conservaba la suficiente voluntad para cuestionar los motivos de Polly, ¿Era cierto que hacía aquello por los marginados? ¿O lo hacía por ella misma? Solo ella podía decidir el destino de toda aquella gente que se amontonaba frente a Safará, y la adolescente decidió librarles del encanto y pedirles que se marchasen a sus casas.
Con el flautín en sus manos, Dylan – que solo sabía tocar el trino del diablo – probó a tocar dos únicas notas que lograron que todo Londres durmiese plácidamente, y probablemente que olvidasen todo aquel asunto, que había trascendido a la opinión pública. Hamlin recibió al misterioso cliente que quería el flautín de Hamelín para sí. Con ella en su poder, el hombre se dirigió a un cementerio, donde tocó una compleja melodía. Su efecto fue instantáneo, pues los muertos se levantaban de sus tumbas. Así, el doctor Xabaras estaba un paso más cerca de lograr su objetivo: desentrañar los secretos de la inmortalidad...
Félix R. Herrera
Comentarios
Publicar un comentario