Abraham Van Helsing: ¿Qué has hecho?

 


Queridos aprendices, asistentes y curiosos, bienvenidos a un nuevo post de nuestro Gabinete. En los últimos días me he lanzado a la relectura del gran clásico de Bram Stoker, Drácula. Era algo que tenía pendiente desde hace bastante, resultando ser un ejercicio verdaderamente positivo. Llegado a la parte del intercambio epistolar entre John Seward y su antiguo maestro, el sabio Van Helsing, recordé una historia corta que se encuentra en el volumen especial que Ulthar dedicó a los detectives de lo oculto, por lo que acudí rápidamente a él para traerla a este espacio.

La irrupción del profesor de la Universidad de Ámsterdam en nuestro universo particular supone un deber. A pesar de que su figura ha ido acercándose paulatinamente a la de cazador de vampiros y de otras amenazas sobrenaturales, Stoker lo retrató como un gran conocedor de las ciencias y las letras, sin darle los tintes aventureros que autores posteriores le han añadido. En ese sentido, estoy de acuerdo con Alberto López Aroca, editor de Ulthar, cuando en la introducción del relato que nos traemos entre manos señalaba la posibilidad de que esas versiones más aguerridas de Van Helsing le hayan desfigurado, siquiera mínimamente. Pero ya sabemos que el mundo del pastiche está lleno de posibilidades.

Con vuestro permiso, voy a comenzar con lo que verdaderamente importa en estos momentos. Como suele ser habitual, lanzo el pertinente aviso de spoilers. Porque esta pequeña reseña los incluirá desde este mismo momento. ¿Qué has hecho?, escrito de Ana Colchero, abarca quince páginas de aquel número extraordinario de Ulthar que vio la luz en febrero de 2018 y mantiene – siempre bajo mi particular e insignificante punto de vista, por supuesto – la esencia del personaje tal como lo Stoker lo plasmó en su obra.

El estilo epistolar, su forma de expresarse, su acercamiento al caso expuesto o su forma de tratar a su paciente son claramente reconocibles si únicamente se tiene en cuenta al personaje original, aquel que ayudó a enfrentar al conde Drácula. Lo cual no es precisamente poco. Si al cóctel anterior se añade una trama escueta pero interesante, el resultado es de lo más satisfactorio.

El intercambio epistolar entre Van Helsing y Seward se sitúa en algún momento incierto, pero ciertamente posterior a los eventos ocurridos en Drácula. En esta ocasión, es el maestro el que acude al alumno en busca de consejo y comprensión. La primera carta del primero hacia el segundo se escribe un 25 de mayo, y en ella el profesor expone la urgente petición que un buen amigo suyo de la ciudad de Weimar, el eminente abogado Gregor Böhn, le hizo llegar poco antes. Todo se centra en la figura de Dagmar, hija del abogado, joven de dieciocho años que sufre unos síntomas ciertamente preocupantes.

Una vez que Seward confirma que podrá ayudar a su maestro con el caso, éste procede a detallarle algunos pormenores sobre el mismo desde la casa del abogado, a la que van Helsing se trasladó en cuanto tuvo noticias del pesar de su amigo. Dagmar sufre de una psoriasis que afecta a sus codos y rodillas, siendo esa la excusa perfecta para que no sospechase de la repentina aparición de un extraño doctor en la mansión.

En un primer momento, hubo ciertos detalles de la joven que llamaron la atención del sabio, aparte de su belleza. A saber, su actitud ausente y su proceder algo forzado y mecánico, además del evidente hastío que Dagmar exhibió cuando Van Hensing resumió parte del tratamiento a la que iba a someterla. La primera cena junto a la paciente se saldó con muchas dudas y una lógica incertidumbre por el verdadero motivo que llevó al señor Böhn a acudir a él. Las mismas serían prontamente despejadas por el abogado, una vez que ambos se quedaron a solas en su despacho.

Por boca de su amigo, Van Helsing supo que su joven hija llevaba un par de años alejándose poco a poco de la vida social, hasta haber llegado a un aislamiento sospechoso en los últimos meses. Pasa las noches en su habitación, a la que se retira en cuando ve caer el sol, esgrimiendo como excusa un gran temor hacia la oscuridad. Los acontecimientos se precipitaron cinco días antes de la llegada del doctor a la mansión, cuando el señor Böhn vio a su hija corriendo por el jardín en plena madrugada, regresando de algún lugar desconocido. El padre la interceptó en el primer rellano, pero Dagmar no dio explicación alguna, precipitándose escaleras arriba. Sin embargo, la chica no cayó en la cuenta de que algo había caído de su bolso: una extraña navaja, totalmente ensangrentada.

Las terribles sospechas del abogado no hicieron más que aumentar cuando al día siguiente pudo leer en el periódico la crónica sobre la muerte de un exitoso industrial textil llamado Claus Lorenz, quien había sido asesinado de forma brutal al haber recibido un corte en la yugular. El mismo periódico señalaba que los investigadores sospechaban que el ataque se produjo con la vieja navaja que Lorenz siempre portaba consigo, y que había desaparecido tras el suceso. Lógicamente, Van Helsing pensó en un primer momento que lo lógico era acudir a las autoridades, pero ante los argumentos de su amigo – quien defendía que quizá todo aquello fuese más complejo que un simple crimen –, accedió a hacer más pesquisas. La carta donde se contaba todo esto acababa con el experto viendo encendidas las luces de la habitación de Dagmar.




En una nueva contestación, Seward mencionaba la posibilidad de que la joven sufriera de demencia precoz, o quizá de episodios de paranoia alucinatoria. Quizá eso explicase el referido temor a la oscuridad. Era necesario que su maestro recabara más datos para esclarecer si todo lo anterior era causado por una dolencia mental o no.

Continuando con la crónica de los hechos, Van Helsing enviaba una nueva misiva a Seward, relatando que había conseguido comprobar que su paciente mentía descaradamente. Mientras la trataba de su psoriasis, y aludiendo a ciertos ruidos que oyó la madrugada anterior, el profesor comprobó este extremo, ya que Dagmar aseguraba haber dormido toda la noche. A pesar de esto, su intuición le dictaba que había algo más en todo aquello que lo observado hasta entonces.

Se antojaba necesario hacer un registro de las habitaciones de la joven, que era distraída por su padre para dar tiempo a la inspección del profesor. Todo era normal, al menos aparentemente, pues había un objeto muy llamativo en el marco del ventanuco central: un pentáculo de madera que impedía su apertura.

Interrogando a la ama de llaves, Van Helsing obtuvo nuevos detalles sobre la vida y el comportamiento de Dagmar, quien hacía un tiempo que no dejaba que nadie entrase en sus aposentos. Cinco días después de la llegada del experto a la mansión, el caso seguía sin ser esclarecido, motivo por el cual el señor Böhn comenzaba a impacientarse. Para llegar hasta el fondo del asunto, habría que eludir la intimidad de la joven y proceder a la lectura de sus diarios, en los que sin duda se escondían sus secretos más íntimos.

La oportunidad se presentó al día siguiente, cuando Van Helsing pudo acceder a la habitación circular donde se hallaba una vitrina con los diarios de Dagmar. Al leer el más reciente, las pruebas incriminatorias hacen acto de presencia inmediatamente, pues la chica había escrito que su misión había resultado exitosa. Ella había matado a Claus Lorenz, y lo hizo por amor hacia un desconocido llamado Werner Eckelkam, sobre el que no se daban más detalles, al menos en ese diario en concreto. La confesión alcanzó mayores cotas de sorpresa cuando Van Helsing rastreó cuadernos anteriores y encontró respuestas que se antojaban muy extrañas: el tal Eckelkam no era un hombre de carne y hueso, sino un fantasma con el cual la joven decía encontrarse cada noche desde hacía un año.

La carta que Van Helsing dirigía a Seward el 31 de mayo continuaba arrojando más sorpresas. Justo después de hallar el motivo del asesinato, una voz de origen desconocido comenzó a hablar con el profesor. Se trataba del mismísimo fantasma, que pretendía hacer un trato con el investigador. Werner Eckelkam no estaba allí por voluntad propia, y deseaba con todas sus fuerzas poder huir de aquellas habitaciones. Pero existía un obstáculo insalvable para su él: el pentáculo presente en el ventanuco. A pesar de lo que se suele pensar sobre los espíritus, estos no tienen forma de mover objetos de un lugar a otro, tal como suele asegurarse cuando se habla de ellos. Igualmente, no pueden salir de un lugar sino por el mismo sitio por el que accedieron en un primer momento a un determinado lugar. Es por ello que necesitaba de la intervención directa de alguien que se apiadase de él, y esa iba a ser Dagmar, desde luego.

Cuestionado por los motivos por los que la joven entabló contacto con él, Werner aseguraba que la joven deseaba con todas sus fuerzas poder relacionarse con las fuerzas espirituales, poniendo de su parte todo el empeño que pudo y recurriendo a todos los métodos a su alcance. Eso incluía rituales, conjuros o libros de todo tipo. Hasta que finalmente apareció él, asesinado tres años atrás por Claus Lorenz y su avaricia.

Una vez que convenció a Dagmar para que asesinase a Lorenz, el espíritu de Werner estaba preparado para marcharse de allí, pero la joven no estaba dispuesta a dejarle ir. Sería Abraham Van Helsing quien pusiese fin a ese cautiverio al retirar el objeto de madera de la ventana, permitiendo que el espíritu de Werner Eckelkam marchase a pasar su eternidad en otro lugar.

Llegados a ese momento, solo restaban por hacer un par de cosas: informar al señor Böhn de todo lo descubierto – aunque éste no creyese ni una palabra sobre lo referente al ente espiritual – y convencer a su hija de que todo era producto de una extraña enfermedad. Para lograr esto último, le administraría una medicina presuntamente revolucionaria que la ayudaría tanto con su psoriasis como con los síntomas mentales que venía presentando desde hacía algo más de un año. En cuanto al destino de la joven para con el crimen cometido, esa responsabilidad caería en el padre, quien debería decidir cuando todo aquello acabase.

Esta historia está a punto de finalizar, y desde luego lo hará de forma inesperada. Pero deberéis perdonarme, pues no tengo la intención de destriparla en su totalidad. No es que haya una razón concreta para no hacer con el escrito de Ana Colchero lo que sí he hecho con muchos otros. Simplemente, creo que es mejor dejar que lo descubráis por vosotros mismos, si es que no lo habéis hecho ya. Y, aunque sé que a estas alturas quizá no sea sencillo hacerse con un ejemplar del volumen extraordinario de Ulthar, creedme cuando os digo que merece mucho la pena intentarlo. Solo puedo daros una última pista: la conciencia de Van Helsing no debería quedar tranquila y limpia tras lo acontecido en la mansión de Gregor Böhn…



Félix R. Herrera

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