Objetos de poder: la espada de plata de San Dunstan


 

La hoja que yo creyera de acero tenía unos setenta centímetros de largo, era redonda en vez de plana, y parecía una larguísima aguja. El metal, no obstante lo mucho que se había limpiado, conservaba aún perfectamente visible la inscripción que leyera Varduk. Sic pereant omnes inimici tui, Domine. Lo leí en voz alta, como si se tratase de un conjuro protector.

Gilbert Connat en El Drama Negro (1938), de Gans T. Field.


Queridos aprendices, asistentes y curiosos, bienvenidos a un nuevo post de nuestro Gabinete. Vuelvo a presentaros, aunque sea brevemente, un objeto de extraordinarias propiedades. En esta ocasión se trata de un arma, una espada perteneciente al juez del Distrito de Richmond Keith Hilary Pursuivant, convertido después de la Primera Guerra Mundial en investigador de lo oculto.

Las cuatro aventuras de Pursuivant que aparecen unificadas en El Draga Negro. Las espeluznantes aventuras del juez Pursuivant (Los libros de Barsoom, 2023) fueron escritas por Manly Wade Wellman bajo el pseudónimo de Gans T. Field entre 1938 y 1941 y aparecieron en la mítica Weird Tales. Si bien el ciclo del juez es mayor – pues cuenta con otras apariciones en trabajos posteriores de Wellman –, el recién citado trabajo nos muestra en todo su esplendor a este personaje.

Wellman volcó en Pursuivant buena parte de sus inquietudes y aspiraciones, convirtiéndose brevemente, como bien comentó Javier Jiménez Bardo en el prólogo del volumen de Barsoom, en un serio competidor para el personaje más rentable y famoso de Weird Tales, el genial Jules de Grandin nacido de la mente de Seabury Quinn.

Convertidos en colegas, tanto Wellman como Quinn propiciaron que sus respectivos personajes se cruzasen, una profunda muestra de respeto mutuo por ambas partes y un claro testimonio de que los crossovers no son ningún invento moderno.

Desde luego, el juez Pursuivant merece una gran entrada dedicada a su persona, pero este no es el espacio adecuado para ello. En estos momentos, y a falta de leer el resto de sus apariciones en otras obras bien de Wellman como de otros autores, vamos a centrarnos en el arma que oculta en su bastón de Malacca, que siempre le acompaña.

En El Drama Negro, el inteligente recopilador de leyendas hace acto de presencia durante los preparativos de una obra de teatro muy especial, entablando amistad con el protagonista de la obra y relacionándose con el resto de personajes. Es tras una cena, ya enfilando la salida, cuando el productor y director del teatro lanza una velada advertencia al juez sobre los posibles peligros que podría encontrar de vuelta a su hospedaje. Sereno, como siempre solía mostrarse, Pursuivant informa al hombre de que va armado, aunque nadie lo haya detectado hasta entonces.

Es justo después cuando levantó su bastón de Malacca, hizo girar el puño, tiró de él y sacó una brillante hoja, que en un primer momento todos creyeron de acero. Era, efectivamente, un bastón de estoque. Uno muy particular, pues presentaba una inscripción en la hoja: Sic pereant omnes inimici tui, Domine (Así perezcan, Señor, todos tus enemigos). El propio Pursuivant revela el origen de esas palabras: proceden del cantar de Débora, quinto capítulo del libro bíblico de los Jueces, en el versículo treinta y uno.

Dicho esto, el juez se marchó del lugar, consciente de que había algo muy turbio en todo aquel asunto de la obra de teatro y de su naturaleza extraordinaria y única, pues nunca se había representado antes al ser una obra perdida de un autor muy particular y excepcional.

Los acontecimientos se precipitan aquella misma noche, pues el juez es atacado por fuerzas sombrías y es hallado inconsciente por dos de los integrantes del pequeño grupo de personas que preparaba con esmero el misterioso drama. Uno de ellos se hace con el estoque del juez, que estaba inconsciente, y se bate en duelo con sus espectrales y esquivos enemigos. La carga, sin embargo, no fue demasiado eficaz, o eso creía el bueno de Gilbert Connat. Rápidamente recuperado, Pursuivant recuperó su hoja y conminó a sus dos inesperados compañeros de aventuras a abandonar el lugar, pues poco se podía hacer de momento para derrotar a aquellos seres.

Una vez a salvo, Pursuivant contó que fue atacado de forma repentina e inesperada, y solo el hecho de haber clavado aquel estoque en el suelo justo a su lado le salvó la vida. Aquella espada no era de acero, sino de plata, y los seres que los tres acababan de dejar atrás no se atrevían a rozar siquiera su hoja.


- Como tal vez sepan ustedes, la plata es el metal indicado contra los malos espíritus.

- Ahora recuerdo que mi padre me contó una vez que en su tierra hubo alguien que mató a una bruja con una bala de plata.

- Este objeto es extraordinario aún entre las demás espadas de plata – continuó Pursuivant –. Un sacerdote a quien le hice un gran favor librándole a él y a su parroquia de un enemigo que las leyes modernas no reconocen, me lo regaló. Me aseguró que la hoja fue hecha por el propio San Dustán.


San Dunstan (909-988), santo de Inglaterra y arzobispo de Canterbury que sirvió como consejero para varios reyes británicos durante el siglo X, fue además abad de Glastonbury, obispo de Worcester, de Londres. Canonizado como santo católico, trabajó, principalmente, en la reforma de la vida monástica.

Ha sido y es célebre históricamente hablando gracias a las fabulosas leyendas con que solían adornarse las vidas de determinadas personas, con el objetivo de darle aun más peso a su designación como santos o para resaltar sus obras. En este caso concreto, se contaba que Dunstan enfrentó al diablo en dos ocasiones, ambas con cómicos y favorables resultados. En una ocasión le ganó la partida agarrándolo por las narices con una tenaza al rojo vivo. Su siguiente encuentro se saldó con una nueva victoria para el hombre, que espantó al demonio clavándole una herradura en la planta de uno de sus pies.

Según contó Pursuivant a sus recientes amigos, San Dunstan estudió magia y aprendió a trabajar los metales. Dunstan hizo aquella espada para combatir a los demonios, acontecimiento que la historia pervirtió y convirtió en las anécdotas que normalmente se cuentan de él. Lo que pasó con la hoja tras la muerte del santo es un absoluto misterio. No conocemos su recorrido histórico hasta el momento en que llegó a manos del juez. Pero él mismo aseguró que pasó por muchas manos, como es lógico.

Tras hablar sobre la naturaleza de sus enemigos, San Dunstan se mostró seguro de que su fabulosa espada serviría para acabar con la mente maestra que manejaba los hilos. El recorrido de esta espada de plata fue más largo en el tiempo, pero esa información queda reservada para más adelante.

De momento, os puedo decir que Pursuivant legó la espada a John Thunstone, otro detective de lo oculto creado por Wellman y que, como no podía ser de otra forma, compartió universo con la otrora autoridad judicial. En lo que se refiere a El Drama Negro, su historia protagonizará el siguiente post del gabinete. En breve retomaremos la historia de Gilbert Connat y de Ruthven, el inédito teatro de Lord Byron...




Félix R. Herrera


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