El señor de la Cara Negra


Queridos aprendices, asistentes y curiosos, bienvenidos a un nuevo post de nuestro Gabinete. He dedicado buena parte de febrero a leer las aventuras del profesor George Edward Challenger, creado por Arthur Conan Doyle, y debo decir que he disfrutado muchísimo de cada historia. Sin embargo, esta entrada estará dedicada a un relato que suele complementar a este ciclo, pero que está protagonizado por otro personaje: el profesor Maracot.

El abismo de Maracot aparece en multitud de tomos que reúnen el canon de Challenger en sustitución del polémico El país de la bruma (1926), la extraña novela espiritista en la que el insigne científico aparece desdibujado y totalmente cambiado a merced del giro espiritista que vivió Conan Doyle tras las desgracias familiares que le marcaron tan profundamente.

Fue pocos años después, en 1929, cuando Challenger y Maracot compartieron espacio en una recopilación de relatos titulada El abismo de Maracot y otras historias, donde este último llenó muchas páginas, mientras G. E. Challenger apareció fugazmente en La máquina desintegradora y Cuando la Tierra lanzó alaridos. Es por ello que la única incursión original en nuestro universo literario de Maracot está intrínsecamente unido a su colega de profesión.

Como bien comentaba Alfredo Lara en el volumen de Valdemar que cayó en mis manos hace unos meses, Maracot es más Challenger que el propio Challenger que aparece en El país de la bruma. Su expedición científica, acompañado por los valientes Cyrus Headley – ex ayudante del Instituto Zoológico de Cambridge y pensionado de la Fundación Rhodes – Bill Scanlan – mecánico norteamericano de las fábricas Merribanks –, supone el culmen perfecto a esa recopilación en la que Doyle dio vida a sendos hombres aventureros, doctos y que sienten cierto desdén – a veces en cantidades muy por encima de lo recomendado – por el resto de los mortales, incapaces de entender cómo funcionan sus mentes privilegiadas.

Si bien el humor está presente en muy buenas dosis en las aventuras de Challenger, El abismo de Maracot se encuentra más cargada de filosofía, ciencia especulativa y algo de drama. En eso se parece a La zona ponzoñosa, aunque sus temáticas sean diametralmente diferentes, ya que en ésta la acción se desata debido a un extraño incidente cósmico y Maracot emprende una búsqueda submarina que deriva en el descubrimiento de una civilización desaparecida.

Además, en la novela que nos ocupa hay algo que la hace ciertamente especial. Es la única de todo el canon Challengeriano que tiene componentes decididamente sobrenaturales. Porque sí, queridos amigos, en ella hay ciencia, exageraciones, especulación y criaturas extrañas… pero también una entidad cuasiinmortal.

Esta aparece en los compases finales del relato. Previamente a ello, y sin hacer demasiados spoilers sobre la trama, Maracot y sus compañeros ya habían vivido muchos momentos de tensión y verdadero peligro, pero habían sido de naturaleza más mundana a pesar del carácter extraordinario de su empresa, que comenzó cuando el grupo zarpó a bordo del vapor Startford.


En determinado momento de la narración, que corría a cargo de Cyrus, se hizo patente el vivo interés del reducido grupo de exploradores hacia cierto edificio que era conocido como el palacio del Mármol Negro. Era un lugar prohibido para los habitantes de la civilización oculta en el abismo abisal que da título a la novela, y los mismos no estaban dispuestos a permitir que nadie, fuera paisano o foráneo, se adentrase en él. Era un miedo irracional que los exploradores no terminaban de comprender.

Es bien sabido que los humanos somos curiosos por naturaleza, y el trio de aventureros estaba deseoso de saber qué se ocultaba en la edificación. Headley y Scanlan planeaban adentrarse en ella, y Maracot se uniría a la excursión, ya que manejaba algo más de información que los otros dos hombres, pero mismos o mayor deseo de desentrañar su misterio. Fue el mismo profesor quien relató la leyenda del señor de la Cara Negra, siendo ese el primer momento en el que ese sugerente nombre salió a colación.

El profesor era experto en diferentes campos del saber. Entre ellos, en religiones comparadas y creencias primitivas. Precisamente, aquella inesperada epopeya que estaba protagonizando había acentuado aun más sus conocimientos, que trató de compartir con sus amigos.

Según Maracot, la leyenda sobre este ser llegó a Solón a través de los sacerdotes egipcios de Sais, que a su vez guardaban los secretos de esta civilización perdida que ahora ellos mismos estaban conociendo de primera mano. Según algunos, pudo haber varios señores de la Cara Negra, y ciertamente a uno debía estar dedicado el palacio. El profesor tenía constancia de la existencia de, al menos, uno de esos señores.

Era más que un hombre, por su poder y maldad, y llevó a la destrucción a su pueblo por su corrupción.

Parece que cuando las cosas llegan a cierto punto ya no pueden seguir adelante. La paciencia de la Naturaleza se agota, y no le queda otro camino que el de borrón y cuenta nueva. Ese ser, al que apenas se le puede llamar hombre, había traficado en todas las artes de la perversión y adquirido poderes mágicos del más largo alcance; esos poderes los dedicó a finalidades perversas. Tal es la leyenda del señor de la Cara Negra. Eso explicaría el terror que su mansión sigue despertando entre esta pobre gente y por qué temen que nosotros nos acerquemos a ella.

De una forma u otra, el grupo estaba decidido a esquivar la estrecha vigilancia de sus anfitriones y explorar el palacio. Cierta mañana, y aprovechando una reunión multitudinaria de aquel pueblo – que solía celebrar ceremonias religiosas en las que era obligatoria la participación de toda la comunidad – los tres hombres se encaminaron hacia el lecho del océano. Ya conocían el camino a recorrer, aunque éste fuese arduo y largo, sobre todo por la lógica presión a la que estaba sometidos a tal profundidad. Solo los ingenios de aquel maravilloso pueblo les protegía de una muerte horrible.

Ciertamente, el edificio estaba mejor conservado que muchos otros que habían observado previamente. Era sombrío y tenebroso, presumiblemente igual o bastante parecido a como era en su momento de mayor esplendor. La zona mejor descrita por Cyrus Headley fue el salón central, de proporciones ciclópeas. En todas partes había estatuillas que reproducían horribles escenas, y en sus muros se atestiguaba la terrible naturaleza de aquel lugar.

Imágenes monstruosas de la realidad y las creaciones horrendas de la imaginación surgían de todos los rincones. Para Cyrus, aquel templo debía estar dedicado al Diablo, si es que éste existía. Bien es sabido que concepción moral cristiana dista mucho del sentir religioso de otros pueblos, sobre todo de aquellos en los que la violencia o los sacrificios estaban plenamente integrados en sus ritualísticas y dogmas, llevando al total rechazo e incomprensión por parte de los más “racionales” seguidores del dios bíblico.

En un extremo del gran salón y bajo un palio de metal descolorido, se veía a la deidad que presidía aquel lugar, sentada en un trono de mármol rojo. Según Cyrus, su apariencia era bestial y salvaje, burlona e implacable. Un ser repulsivo a los ojos humanos. Su sola observación les hizo quedarse mudos de asombro y pavor. Sensaciones que fueron a más cuando oyeron una risa burlona tras ellos.

Había alguien apoyado en una de las columnas del gran salón. Con sus brazos cruzados sobre el pecho. Un “hombre” que no necesitaba de los artilugios tecnológicos del pueblo perdido del abismo, increíblemente alto, con un cuerpo hercúleo, vestido con ropas ajustadas y que parecían de cuero charolado. Su rostro destilaba maldad, con un perfil aguileño, cejas negras brillantes y ojos negros como brasas. Aquel ser re estaba regocijando ante el miedo de sus interlocutores.


Tras unas primeras palabras, quedó patente que aquel ser conocía perfectamente a aquellos hombres, y que se podía comunicar telepáticamente con ellos, sin que estos pudiesen interactuar directamente con él debido a los artilugios que cubrían sus cuerpos. Se dirigió a Maracot, el mayor y más sabio de los tres, dejando claro que les estaba perdonando la vida para que enviasen un mensaje a los ciudadanos de la civilización perdida.

Nadie puede hablar o pensar en mí sin que yo me entere. Nadie puede penetrar en mi vieja mansión, en mi templo más íntimo y sagrado, sin que yo sea invitado a acudir[…] Ustedes mismos me han traído, y una vez que a mí se me trae, yo no me marcho tan fácilmente. […] Yo no vivo aquí. Vivo en el ancho mundo de los hombres y bajo la luz del sol. Solo vengo aquí cuando se me llama como ustedes me han llamado. Pero soy un ser que respira el éter…

El ser estaba lanzando un monólogo de lo más surrealista ante sus mudos testigos. Esa era su voluntad, y nadie podía interrumpirle. Se comunicaba en perfecto inglés, a pesar de que quienes vivían allí usaban una lengua primitiva. Ello, además del extraordinario canal de comunicación que usaba, hizo patente que era una suerte de deidad. Punto que el propio ser esclareció rápidamente.

He vivido algún tiempo en la tierra, aburrido, desde luego, aburridísimo. ¿Desde cuándo llevo viviendo aquí? ¿Será desde hace once mil o doce mil años? Creo que esto último. […] Yo soy Baal-Sepa. Yo soy el señor de la Cara Negra. Soy quien penetró tan adentro en los secretos de la Naturaleza que puedo desafiar a la muerte misma. He dispuesto las cosas de tal manera que seria inmortal si lo quisiese. Si algún día he de morir, será preciso que se descubra otra voluntad más fuerte que la mía.

Baal-Sepa dijo que la inmortalidad era terrible. Dejar atrás la Historia y contemplar su inexorable marcha era cansino y anodino. Por ello, hacía daño a la humanidad cada vez que tenía ocasión, para así recordarle que, de una forma u otra, seguía presente. Podía hacer vacilar la inteligencia de los hombres. Donde quiera que haya una maldad, allí está el ser. Estuvo entre los hunos pasaban a degüello a todo el que les contradijese. Estuvo en la noche de San Bartolomé. Anduvo oculto en la trata de esclavos. Era la mano acusadora que provocó las muertes de miles de personas durante las cazas de brujas. Fue el hombre alto y moreno que se puso al frente del populacho de París cuando corrió la sangre por sus calles… Toda desgracia, guerra o crimen terrible estaba instigado de una forma u otra por Baal-Sepal.

Ya había olvidado a aquel pueblo perdido cuando fue convocado por los incautos visitantes. Según su testimonio, ese pueblo es hijo del poder de un hombre que le desafió hace miles de años y que construyo el refugio que permitió sobrevivir a parte de su pueblo cuando su inmensa civilización se hundió bajo las aguas. Ese evento propició la partida de Baal-Sepal en busca de nuevas tierras y conflictos. Pero era el momento de cobrarse su venganza por ser expulsado por la voluntad de un extraordinario hombre, el único que en todos aquellos milenios había logrado hacer mella en su poder.

Maracot, Headley y Scanlan serian los mensajeros de la destrucción definitiva de aquellos supervivientes del pasado remoto. Como última recomendación, les sugirió que disfrutasen de aquel palacio y estudiasen su arte mientras pudieran, porque su tiempo se estaba acabando. Aquel lugar era el testimonio de su poder, del culto que aquellos antepasados le profesaban, de sus métodos y exigencias. Baal-Sepal aseguró que, si volviese atrás, volvería a hacerlo todo de la misma forma, salvo procurarse a sí mismo la inmortalidad, don que parecía desagradarle en extremo, más por hartazgo que por el propio desgaste físico del tiempo, efecto nulo en él.

Tras el largo monólogo, la entidad desapareció, evaporándose en el aire como el aliento que exhalamos. Este fue el primer encuentro del profesor Maracot con el señor de la Cara Negra, pero no seria el último. El destino de toda una civilización estaba en juego, y aquellos aventureros se jugarían el todo por el todo para intentar salvarla…


Félix R. Herrera

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