El Libro Negro
Queridos aprendices, asistentes y curiosos, bienvenidos a un nuevo post de nuestro Gabinete. Hoy dedicamos un último artículo a El Drama Negro, relato del ciclo del juez Pursuivant al que hemos prestado especial atención en este último mes. Tras escribir sobre la espada de San Dunstan y sobre la misteriosa obra de teatro que los protagonistas de la historia han de representar, toca hablar sobre su excéntrico patrocinador, el señor Varduk.
Como ya se avisó en los anteriores post, a partir de aquí hay spoilers importantes sobre la obra, por lo que no se recomienda seguir si los lectores que aún no han leído la historia y tienen intención de hacerlo. Dicho esto, continuamos.
Haciendo memoria sobre lo anteriormente expuesto al respecto, fue ese supuesto productor musical el que quería estrenar una obra de teatro muy especial e inédita hasta entonces. Un drama supuestamente escrito por Lord Byron tras el célebre encuentro de artistas que tuvo lugar en Ginebra en junio de 1816 y en el que nacieron El Vampiro de Polidori o el Frankenstein de Mary Shelley, verdadera fundadora del género de la ciencia ficción.
Ese drama era Ruthven, que Byron entregó a su amante Claire Clermont y que habría llegado a Varduk directamente, como herencia. ¿Por qué? Pues, según este mecenas, porque sería bisnieto del Lord, circunstancia de la que el juez Pursuivant recela desde el primer momento. Además, había un detalle muy importante a tener en cuenta: a pesar de que el manuscrito presentado como prueba estaba efectivamente redactado por la mano del singular artista, el papel usado para ello no tenía más de diez años, cosa que complicaba el asunto en extremo.
Presentemos ahora a Varduk siguiendo la descripción que el actor Gilbert Connat dio sobre él en sus memorias, escritas para dar testimonio de todo lo extraño que aconteció en las semanas previas a la fecha de estreno de la obra de teatro.
“…De lo primero que me di cuenta fue de una extraña luminosidad que parecía emanar de aquella cara, como si estuviese untada con una grasa fosfórica. La hubiese visto, aunque en la habitación reinasen las más absolutas tinieblas. Sus ojos eran grandes y profundos, de un color difícil de definir; la nariz algo gruesa, pero bien modelada; la boca parecía contraída en una constante y dolorosa mueca; la barbilla era algo cuadrado, con un hoyuelo en medio.”
La descripción continuó justo después, cuando Varduk se dirigió a Connat para presentarse con una voz baja y suave.
“…Su oscura chaqueta cruzada y la negra chalina que hacia las veces de corbata se habían confundido en la oscuridad con el negro fondo de los cortinajes. Lo mismo había ocurrido con su rizada y castaña cabellera. Al acercarme a él, Varduk se levantó. Era de estatura mediana; pero parecía más alto a causa de su delgadez. Me tendió una mano pálida y fina que estrechó la mía con la fuerza de unas tenazas”.
Luego, Varduk contó la supuesta intrahistoria de Ruthven a todos sus invitados, con el juez Pursuivant como valedor de sus declaraciones respecto a la autoría del manuscrito. La obra sería estrenada llegado el verano en un lugar conocido como Lake Jozgid Theater, propiedad del productor.
Tanto los actores como el juez se desplazaron a aquel lugar en tren. Durante el trayecto, Pursuivant puso a Connat al día sobre la historia de la familia de Lord Byron. Hablaron sobre su padre, su abuelo o sobre su tío abuelo, el conocido como “Lord Perverso” del que heredó el título y del que se decía que era un asesino, libertino, creyente en los malos espíritus y puede que incluso practicante de satanismo. Como experto en su figura, Pursuivant había escrito un ensayo de reciente publicación en aquellos momentos, Defensa del más Perverso de los poetas, lo que le convertía en una autoridad en la materia.
Ya de camino a su destino, el representante Jake Switz contó a Connat sus primeras peripecias en el teatro en el que se ensayaría y representaría la obra por primera vez. Aquel lugar apartado y campestre escondía oscuros misterios de los que tanto Sigrid Holgar como el propio Switz ya habían sido testigos. Tras una discusión con el patrocinador a costa de la promoción de la obra – que Varduk deseaba que fuese austera y discreta –, el representante encontró a la actriz paseando a orillas del lago que había junto a la edificación en la que pasarían las siguientes semanas.
Jake vio una sombra que acechaba a la mujer, y que fue tomando una suerte de forma corpórea y fosforescente. Era un engendro con malas intenciones, y Switz lo intuyó, lo que le empujó a encararlo para proteger a Sigrid. Más de aquellas criaturas aparecieron, amenazando las vidas de ambos. Por suerte para los dos, Varduk actuó a tiempo y espantó a los seres con su autoritaria voz, mostrándose esquivo cuando Switz le preguntó al respecto. Estaba claro que Varduk sabía mucho más de o que estaba dispuesto a compartir.
Algo parecido pasó con la obra de teatro que debían ensayar. Cada uno de los actores recibió una copia de la misma, pero todas compartían una peculiaridad: las citas bíblicas que aparecían en el segundo acto de Ruthven estaban mal escritas a propósito, haciéndolas de carácter sombrío, cosa que molestó especialmente a Connat, mientras Varduk aducía al hecho de que el propio Byron las escribió así originalmente.
Durante el primer ensayo del drama hubo otro incidente importante para nuestros intereses. Durante el segundo acto debía producirse un duelo en el que intervenían los personajes interpretados por Connat y Varduk. El protagonista de la obra blandía una vieja pero afilada espada con la que debía atacar. Animado por el productor, el actor dio toda la verosimilitud posible a su embate. Tanto que atravesó el cuerpo de su contrincante.
Asustados, todos creyeron que la tragedia era inevitable pero, de forma totalmente inesperada, Varduk estaba totalmente ileso. Ciertamente, la espada le atravesó, pero Varduk la sacó de su pecho sin pestañear. La hoja estaba manchada de sangre, pero aquella circunstancia no parecía haber afectado al supuesto herido, que reía y aseguraba que todo era un truco ideado por Davidson, su acompañante y encargado del decorado y el atrezzo.
Poco después, los actores comprobaron con asombro que el final de la obra no estaba plasmado en ninguna de las copias. Todas acababan abruptamente antes de que Ruthven – que sería interpretado en la obra por el propio Varduk – dijera sus últimas palabras. El productor achacó esto a un error de Davidson, su asistente. De todas formas, este “fallo” era beneficioso a ojos de Varduk, pues así se evitarían tensiones innecesarias durante los ensayos.
Fue precisamente Elmo Davidson quien advirtió a Connat y Pursuivant sobre los aspectos más tenebrosos de su jefe, a quien conocía desde su época como estudiante. Según Davidson, su benefactor presentaba el mismo aspecto y comportamiento desde que se conocieron, cosa que ocurrió bastantes años antes. Fue en el Colegio Revere, famoso por sus estudios clásicos.
Allí, Varduk se entregó en cuerpo y alma a los estudios, dejando de lado la faceta deportiva. El capitán del equipo de fútbol, del que Davidson formaba parte, quería hacer una novatada al sombrío estudiante. En su habitación, Varduk estaba leyendo un libro negro de voluminosas proporciones cuando los integrantes del equipo entraron a empellones. Ante las burlas y preguntas del capitán, Varduk le dijo unas extrañas palabras, apaciguando al chico y logrando que cambiase su comportamiento.
Es más, ese joven jugador acabó muerto poco después, cuando se lanzó desde la ventana de la habitación de Varduk, situada en el tercer piso del edificio donde residían los estudiantes. Davidson vio cómo el errático chico acompañó al productor a su habitación poco antes de que se tirase por aquella ventana. Hubo testigos del suceso, pero nadie vio si el muerto fue empujado, lo que hizo que el caso se zanjase como un suicidio.
Por su parte, Davidson fue interceptado por Varduk, que hizo uso del libro negro para convertir al entonces estudiante en su asistente. Hizo una suerte de juramento de vasallaje al que no pudo negarse, quizá por la influencia de aquel tomo, cuyas palabras eran capaz de alterar y quebrar la voluntad de las personas.
El libro parecía esconder las claves de todos aquellos sucesos extraños. La actitud esquiva de Varduk, las apariciones de oscuros seres, los incidentes del pasado y los que acaecían en los ensayos… Demasiadas casualidades, y todas relacionadas con el heredero de la inédita obra de teatro de Lord Byron.
El juez Pursuivant estaba seguro de que todo aquello no era casual. Su encuentro con los seres espectrales, que ya narramos en el anterior post, termino por convencerle de que debía hacer algo para destapar la amenaza que se cernía todos los invitados al Lake Jozgid Theater.
Con el estreno de la obra ya muy cercano, los acontecimientos parecieron precipitarse. Pursuivant ya había revelado a Connat y Switz la naturaleza de la espada de plata oculta en su bastón, y los tres habían sobrevivido a un enfrentamiento directo con las criaturas que acechaban en los alrededores del lago y el teatro. Mismas sobras que parecían sentirse atraídas por algo o alguien que estaba en aquel lugar.
El juez estaba convencido de que Varduk preparaba algo, y que ese algo ocurriría durante el estreno de Ruthven, involucrando al productor y a Sigrid Holgar, receptora de las últimas palabras del drama. Aquellas palabras que no aparecían en las copias del manuscrito. Ese acontecimiento, fuese el que fuese, estaba relacionado con la supuesta Biblia sobre la que la chica debía prestar un juramento. Era necesario examinar ese libro.
“Mire este libro, esta “Biblia” que Varduk se ha negado a mostrarnos hasta ahora. No me extraña que la haya mantenido oculta. […] Una especie de evangelio para las brujas. He oído hablar de él. Descreepe, el famoso ocultista francés, lo editó en 1785. La mayoría de las reediciones que de él se han hecho son modificadas e inofensivas; pero ésta parece, a primera vista, la infame y completa versión del siglo dieciocho.”
Pursuivant observó las guardas, buscó sus lentes y se las puso para ver mejor. Advirtió algo que le llamó poderosamente la atención e hizo que Connat leyera junto a él aquello que le acababa de sobresaltar. Era una nota escrita muchísimo tiempo antes, con una tinta casi borrada.
“Libro de G. Gordon (Biron). Una hora antes de la medianoche del 22 de julio de 1788 le fue entregado. Representado por Todlin, el citado G. Gordon se compromete a ligarse a Nos durante ciento cincuenta años, sirviéndonos para Nuestra mayor gloria. En cambio, poseerá un título y tendrá todo lo que desee. Al final de los 150 años se entregará a Nos. Y no se salvará a menos que haga entrega de otro que valga lo mismo. Firmado: (en nuestro nombre) Terragon. En nombre de (G. Gordon: Byron): Todlin.
Había un añadido reciente, escrito con tinta azul y un tipo de letra que les era muy familiar: “En este 22 de julio de 1938, entrego este libro y abandono este servicio en manos de Sigrid Holgar. George Gordon, lord Byron.”
Aquello era incomprensible para Connat, pero no para el juez Pursuivant, que procedió a aclarar todo el asunto a su reciente amigo. Aquel juramento suponía un convenio según el cual se concedía el cuerpo y alma de un niño a una congregación de hechiceros. Ese niño era George Byron, nacido precisamente en 1788 – el 22 de enero, para ser exactos – y que entonces contaba con solo seis meses de edad. Él no pudo dar su consentimiento. Aquello se hizo contra su voluntad, siendo firmado el convenio por el tal Todlin, un pseudónimo de alguien desconocido. Lord Byron estaba ligado a poderes infernales, un servicio que debía durar siglo y medio y que finalizaría el día del estreno de la obra.
Pursuivant lo tenia claro: Varduk iba a ofrecer a Sigrid a esos mismos poderes infernales. Lo haría para librarse de sus pesares, porque el productor no era ningún descendiente del artista, sino el mismo Byron, vivo durante casi ciento cincuenta años. De ahí que la estocada de la espada que portaba Connat en el ensayo no le hiciese ningún daño. O que Davidson asegurase que su jefe tenia el mismo aspecto desde que le conoció.
El pacto demoníaco que le ligaba a entidades oscuras hicieron de Byron alguien influyente, inteligente y bello, pero ciertamente desgraciado. Un destino que parecía querer dejar atrás a toda costa, aunque para ello tuviese que entregar el cuerpo y el alma de alguien inocente. Pero no podía hacerlo hasta que venciese el plazo estipulado. Por eso escribió aquel drama que imaginó durante su estancia en Villa Diodati y ocultaba su final. Ese libro, esa “Biblia negra”, contenía los conjuros necesarios para cumplir sus planes.
Ahora, con el plan descubierto, Pursuivant y Connat tenían el objetivo de salvar a Sigrid. A pesar de que parecía carecer de lógica, el juez convenció a su amigo de la necesidad de seguir adelante con la obra. Él, por su parte, lo prepararía todo para evitar el fatal desenlace sin que Varduk – o, mejor dicho, Lord Byron – sospechase nada.
Y así ocurrió. Llegó el día del estreno. Switz puso carteles anunciadores en las carreteras cercanas y la gente acudió a ver el estreno a aquel teatro en medio de la naturaleza. Todo estaba preparado, y los actores se pusieron manos a la obra. Por su parte, Pursuivant cambio la espada que se clavó en el cuerpo de Byron durante los ensayos por la espada de plata de San Dunstan, capaz de acabar con los espíritus tenebrosos. En los alrededores, los seres espectrales merodeaban, esperando a que el nuevo pacto se confirmase y una nueva alma quedase ligada a ellas durante el próximo siglo y medio.
Llegaron los momentos finales. Se acercaba el momento del duelo, y Sigrid estaba a punto de completar el juramento, sin saber qué le depararía justo después. En el momento clave, Pursuivant acerco su espada a Connat, que atacó a Lord Byron sin miramientos, hundiendo la hoja en su pecho.
Cabía esperar que Varduk se mostrase furioso en sus últimos momentos de vida. Pero no fue así. Se mostró aliviado, casi agradecido. Ante el asombro de Sigrid y de la audiencia reunida en el lugar, el hombre cayó de bruces al suelo. El rojo de su sangre paso a ser de un negro intenso y espeso. El cuerpo de Byron se descompuso súbitamente, como si todos los años que habían transcurrido desde que debió morir por causas naturales hubiesen llegado de golpe. Momentos después, una fina capa de polvo era el único rastro presente del que una vez fuese un artista de renombre y que se convirtió en leyenda por sus excentricidades y su estilo de vida inusual.
El telón bajó con premura, y el juez Pursuivant dedicó unas palabras de excusa a la audiencia. No eran necesarias más explicaciones. La gente nunca sabría la verdad, y Ruthven jamás sería representada de nuevo en ninguna parte. Solo habría rumores, y la verdad solo sería conocida – aunque quizá no aceptada – por los miembros del reparto, Jake Switz y Elmo Davidson. Lord Byron podía, por fin, descansar en paz...
Félix R. Herrera
Que interésante eso si un poco largo la primera, sigo atento
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